Breve descripción
La vida de Pablo, el apóstol
Pablo, de ascendencia hebrea, de la tribu de Benjamín y proveniente de una familia de fariseos, fue transformado por el poder de Dios, para ser uno de los mayores exponentes del pensamiento cristiano.
Contamos con una descripción bastante definida acerca de los cuatro viajes tradicionales de Pablo por los países que rodean el mar Mediterráneo. El cuarto viaje condujo al apóstol y algunos de sus acompañantes, junto con un numeroso grupo de presos por el Mediterráneo, en condiciones indeseables. Llegó caminando a Roma y a su llegada le permitieron vivir bajo arresto domiciliario, donde pudo impartir el mensaje del evangelio del reino a los judíos y gentiles.
Después de dos años de prisión, se sabe que Pablo quedó en libertad y se cree que realizó otro viaje por Europa y Asia Menor, de acuerdo con las escasas informaciones con las que contamos.
Después de la incomparable y sobrenatural personalidad de Jesucristo, el Eterno y único Hijo de Dios, no hay un personaje humano que atraiga e inspire tanto a los estudiosos de las Sagradas Escrituras, como Pablo, el apóstol de los gentiles.
En un momento desconocido para nosotros, los ancestros de Pablo se trasladaron al extremo norte del país de Israel, probablemente a las cercanías de Cesárea de Filipos, por las laderas del monte Hermón. De esa región por la iniciativa de los reyes greco-sirios, estos, como muchos otros judíos, se trasladaron a la pintoresca y notable ciudad de Tarso, al sur de la provincia de Cicilia. De esa manera se formó una importante colonia hebrea dentro de la ciudad que, por decisión imperial, vino a ser una colonia romana, cuyo auge se debió a que se encontraba junto a la ruta que unía el occidente con el oriente.
Saulo nació en Tarso de Cicilia, alrededor del año 1 d.C. A una edad muy temprana de su vida fue llevado a Jerusalén, la capital de la provincia de Judea. En esa ciudad, estando en la escuela rabínica liberal, bajo maestros como Gamaliel y otros, se realizó la formación religiosa y cultural del joven benjaminita. Aunque lamentablemente carecemos de mayores datos confirmados de su niñez y juventud, aparte de lo que él mismo nos da a conocer en escasas notas ubicadas en algunas de sus epístolas.
Las únicas informaciones extrabíblicas con que contamos son las referencias esporádicas de Flavio Josefo y de algunos de los padres de la iglesia primitiva. A pesar de dichas limitaciones, por el profundo interés que despierta en el mundo cristiano la vida y los hechos de este infatigable siervo de Dios, resulta gratificante averiguar todo lo que podamos acerca de su vida.
La primera mención de su nombre, Saulo, se dio en el contexto de la cruel lapidación de Esteban quién se encontraba lleno de gracia y del poder de Dios, porque hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo (Hechos 6:8). En esa desafortunada intervención del joven fariseo, él solo dio a conocer su crasa ignorancia del evangelio y su ciega participación del judaísmo farisaico de su época. Más tarde, él mismo se acusó de haber sido, “un blasfemo, perseguidor e injuriador” de la fe cristiana, pero también se disculpó asegurando que fue “recibido a misericordia” porque afirma que lo hizo “por ignorancia en incredulidad” (1 Timoteo 1:13).
Las durezas de su corazón y su oposición a la predicación de Jesucristo, como el unigénito Hijo de Dios, se debía a su profundo adoctrinamiento en el judaísmo, tan arraigado en la Torá y en las tradiciones de los judíos. Así fue cómo se identificó ante sus enemigos, como “fariseo, hijo de fariseo” (Hechos 23:6).
Lo que Saulo no se imaginaba era que Dios tenía otros planes para su vida; porque quería convertirlo de un empedernido judaista, legalista y anticristiano, en un ferviente y denodado proclamador de la salvación por la fe en Jesucristo. Como inicio a su nueva carrera y para el resto de su vida, Jesús le apareció en el camino, poco antes de llegar a la ciudad de Damasco en Siria. Una luz proveniente del cielo lo impactó y una voz divina le cambió el corazón, dándole un nuevo rumbo diferente a su vida. En el capítulo 9 de los Hechos, Lucas narra ese momento inolvidable en el que Jesús, a quién Pablo consideraba un enemigo muerto, le salió al encuentro como un amigo vivo.
En el proceso de su preparación, Jesús le dio todas las instrucciones pertinentes a su nueva misión, recibiendo el evangelio del Reino que debía llevar a los gentiles, cuando se encontraba en Arabia por tres años (Gálatas 1:11-12, Gálatas 1:16-17), después de haberse convertido y recibido el bautismo de agua y en el Espíritu Santo para iniciar su ministerio de evangelización.
A partir de su llamado al apostolado cristiano, Saulo de Tarso, más conocido como Pablo, apóstol de Jesucristo, empezó el trabajo que le fue encomendado, predicando en Arabia, Damasco, Petra y Siria. Entre su conversión y primer viaje misionero hubo un lapso aproximado de 15 años, a partir del año 35 hasta el año 49 d.C. Varios incidentes de importancia tuvieron lugar en la vida del apóstol, los cuales no están registrados ni en el libro de los Hechos ni en epístolas paulinas.
Solo existen datos aislados y fragmentarios que, si los acomodamos cuidadosamente, nos podrían ayudar a entender este periodo de la vida y del ministerio de Pablo, tomando en cuenta su primer viaje misionero el año 46, el cual concluyó el año 49 cuando se realizó el primer concilio apostólico de Jerusalén, el cual también es conocido como la Primera Conferencia Ministerial. Y al regresar de Grecia, fue llevado nuevamente a Roma arrestado por segunda vez por las autoridades romanas. Ahí permaneció preso bajo condiciones menos favorables que la vez anterior. Pablo fue decapitado por orden de Nerón. Días después, este cruel césar romano, presuntamente se suicidó. Nerón fue césar entre los años 54 al 68 d.C. El gran legado de Pablo, aun continua vigente en nuestros días. Él dijo de sí mismo: “me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:8). 1° de Nisán, domingo 14 de marzo de 2021.