Quinto Mes: En espera de un milagro

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Quinto Mes

En espera de un milagro

La verdadera grandeza de Nehemías se destaca en el capítulo 5 de su libro. Una de las razones por las que los judíos todavía estaban en extrema pobreza, era la opresión que los sometían sus antiguos mandatarios. Nehemías pudo haberse aprovechado de igual manera, pero en cambio, se enojó por los impuestos excesivos (tributo del rey), debido a la usura, esclavitud y la confiscación de la propiedad privada. Aunque sus predecesores "abrumaron al pueblo" (5:15) o, en otras palabras, pusieron una carga pesada sobre el pueblo, Nehemías mostró su grandeza como gobernador no aceptando salario tomado de los impuestos del pueblo. Siendo rico, prefirió servir sin remuneración.

El siervo que goza del respeto de sus hermanos, también hará su parte en la obra encomendada para la edificación espiritual, como Nehemías, quien trabajó personalmente en la reconstrucción de los muros de Jerusalén. Era de esperarse que las dificultades hubieran quedado atrás; sin embargo, varias crisis se presentaron sucesivamente. Una hambruna había devastado la tierra y muchos se habían endeudado para poder alimentar a sus familias. De ahí que estas personas estaban en un gran aprieto, pues no les querían hacer más préstamos. Sus tierras y sus casas fueron confiscadas y sus hijos eran vendidos como esclavos (5:4-5). La situación era explosiva. Si Nehemías no manejaba con prudencia el problema, era probable que los pobres se sublevaran contra los ricos, destruyendo de esa manera la unidad nacional y también la obra de reconstrucción. Nehemías pudo haberse aliado con las personas poderosas e importantes para derrotar al pueblo por la fuerza de las armas. Pero como él era temeroso de Dios, no lo hizo. Antes bien, hizo todo lo contrario: "Me enojé en gran manera cuando oí su clamor y estas palabras”.

Vemos que lo primero que Nehemías hizo fue admitir su enojo. No lo excusó, no lo ignoró ni lo disminuyó. Tampoco trató de proyectar su indignación sobre otros o de culparlos por lo que sentía. No intentó suprimir sus emociones. Y si lo hubiese hecho, muy pronto hubiera olvidado el incidente; pero la supresión de sus sentimientos habría producido efectos dañinos en su personalidad. Al conducirse de esta manera, Nehemías nos dio un buen ejemplo. Hay personas que comprenden cuán inmaduro es culpar a otros en situaciones o circunstancias por su manera de actuar y por ello, se cuidan de no dar ninguna expresión externa de su resentimiento. Sus actitudes son muchas veces falsas y la interpretación de los motivos por la actuación ajena, es distorsionada. Pero Nehemías dijo: “Entonces lo medité,  y reprendí a los nobles y a los oficiales,  y les dije: ¿Exigís interés cada uno a vuestros hermanos?  Y convoqué contra ellos una gran asamblea” (5:7). Él no murmuró sobre el asunto, porque al tomar su decisión, Nehemías se enfrentó audazmente a los jerarcas de Jerusalén y les explicó la incongruencia de su conducta. ¿Acaso Nehemías tenía miedo de su acción? De ningún modo. Más bien empezó a actuar conciliatoriamente, pero sin comprometer su posición. Era un hombre de una integridad a toda prueba, dirigiéndose a los nobles y oficiales con firmeza y vigor.

Nehemías conocía demasiado la naturaleza humana como para depositar su confianza en simples promesas verbales. No estaba dispuesto a permitir que el paso del tiempo embotara sus memorias o que el cambio de circunstancias alterara las intenciones de los participantes en el acuerdo. Él vivía en el mundo de la realidad y no dejó nada al azar. Entonces respondió toda la congregación: ¡Amén! y alabaron al Eterno” (5:13).