Noveno Mes: Aprendiendo de la historia

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Noveno Mes

Aprendiendo de la historia

El capítulo 9 hace un recuento de la historia de los israelitas y brinda un preludio apropiado para el compromiso que tendrá lugar en el capítulo 10. El capítulo 9 aparece dividido  en tres secciones principales. La primera sección cubre los versículos 5 al 31, donde se examina el programa de redención desde los tiempos de Adán hasta la cautividad en Babilonia. Este segmento contiene cuatro secciones, a saber: desde la creación hasta los tiempos de Abraham (9:5-8); luego desde la cautividad hasta el mar rojo (9:5-15) y de las vicisitudes en el desierto hasta la posesión de la tierra prometida (9:15-25) y finalmente desde el tiempo de los jueces hasta la cautividad (9:26-31). Entonces el día 24 del mismo mes, se reunieron los hijos de Israel en ayuno, con cilicio y ceniza sobre sí. Y habiéndose apartado el pueblo de los extranjeros y puestos de pie, confesaron sus pecados y las iniquidades de sus padres. Y permaneciendo en su lugar, leyeron el libro de la Ley del Eterno su Dios, la cuarta parte del día y la siguiente cuarta parte confesaron sus pecados y adoraron a su Dios (9:1-3). Cuando los judíos se reunieron delante del Eterno, dieron muestras evidentes de su arrepentimiento. Su ayuno testificaba en favor de su entrega total.

El cilicio simbolizaba su contrición, dolor y aflicción por haber pecado, mientras que la ceniza sobre su cabeza patentizaba más aún el pesar de sus corazones. Debido a que ésta fue una solemne convocación, a los extranjeros que no hubiesen abrazado el judaísmo, no se les permitió asistir. Durante tres horas les fue explicada la palabra a los judíos y el resto del tiempo fue empleado en su adoración. De esa manera el pueblo estaba preparado para ser guiado en oración por los levitas. Y puesto que ellos habían permanecido de rodillas con la cabeza inclinada, entonces los levitas les ordenaron diciendo “Levantaos, bendecid al Eterno vuestro Dios, desde la eternidad hasta la eternidad” (9:5). Si bien los judíos eran muy inferiores numéricamente a sus enemigos, sin embargo, su fe había sido avivada por las promesas de Dios. El pueblo judío de entonces, comenzó su oración con adoración. Contemplaron la majestad de Dios, ensalzaron su divino poder y describieron su bondadosa intervención en favor de su pueblo. También el ejemplo de Abraham (9:8), quién había vivido en completa sumisión a los mandatos del Eterno, les sirvió como una fuente de esperanza y de aliento para los que vivían ahora en Jerusalén.

Ellos estaban conscientes de su servidumbre a los persas (9:36, 37). Sin embargo Dios continuaba siendo el mismo (Hebreos 13:8). Su obediencia seguía constituyendo el pasaporte hacia las bendiciones de Dios. Los levitas concluyeron eficazmente la parte de sus oraciones, afirmando la justicia divina. Y debido a su inmutable naturaleza, ellos sabían que Dios habría de tratar justamente a su pueblo escogido. Y si ellos se volvían al Eterno, una vez más, en arrepentimiento y fe, Dios se manifestaría en favor de ellos, poderosamente (2 Crónicas 7:14).

Los levitas continuaron su oración con la descripción de sus ingratitudes, sus rebeliones y alejamiento a la Ley de Dios, que caracterizaron a quienes se habían establecido en la tierra prometida. Lamentablemente, la conquista de la tierra prometida nunca se completó satisfactoriamente. El principal obstáculo siempre fue la falta de confianza en Dios y la desobediencia a sus mandamientos. Y cuando repasaron su historia, ella les recordó lo que Dios había hecho por su pueblo en el pasado y además les mostró las consecuencias de la ingratitud, si ellos no confesaban sus pecados.