Décimo Mes
Someterse a la voluntad de Dios
El apóstol nos muestra que las actividades de Satanás, el diablo, tienen como finalidad, socavar los propósitos de Dios. Con ese fin él usa todos los medios a su disposición para contrarrestar la lealtad de los hijos de Dios. Nosotros, teniendo libre acceso al trono de Dios (Romanos 5:2) podemos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia” (Hebreos 4:16). Cristo lo hizo posible, a través de su obra expiatoria y la reconciliación efectuada a través de él, que todo cristiano convertido tenga el privilegio de la comunión con el Padre Celestial. El apóstol hace un llamado al arrepentimiento, pero más que eso, establece una recomendación con vehemencia del deseo sobrio que constituye la característica propia de un genuino cristiano, en contraste con un espíritu indiferente y frívolo. Cuando Santiago dice “que vuestra risa se convierta en llanto y vuestro gozo en tristeza” (Santiago 4:9), este acto implica una fe firme y sincera, entonces incuestionablemente el cristiano cuenta con la promesa del galardón de parte de Dios. Santiago identifica a Dios como un ser Supremo, Soberano, Único y Singular, Dador de la Ley, y Juez que puede salvar y también que puede destruir. Por tanto, Dios es el Absoluto Soberano sobre toda su creación y sobre sus criaturas creadas. Él es el único que tiene derecho a pronunciar un veredicto sobre cualquier ser humano, porque siendo Santo, él juzga con justicia. Mientras que el hombre que juzga a otro está usurpando el lugar y la prerrogativa de Dios. Por eso el cristiano está llamado a no juzgar, sino a amar a su prójimo, tampoco a difamarlo, sino a edificarlo mediante los dones espirituales. El problema se debe a que el pecado invadió a la raza humana desde que el hombre desafió la soberanía de Dios. Adán quiso independizarse de Dios, pero terminó haciéndose esclavo del pecado. Desde entonces, todo ser humano ha seguido el mismo patrón. Por eso Jesucristo, vino al mundo para reconciliarnos con el Padre. Él hizo la voluntad del Padre al proveer su salvación para el pecador.
Reconocer la soberanía de Dios es el resultado de haber practicado una fe viva de quién ha nacido de nuevo, es decir con una nueva mentalidad. Lamentablemente, aunque la enseñanza es clara, no son pocos los que hacen planes para llevar a cabo sus propias tareas sin consultar previamente a Dios. Esto ocurre en aspectos tan transcendentales como el matrimonio, la profesión que eligen, y los negocios, cuando aparecen rotundos fracasos por no haber buscado la dirección divina antes de actuar. Por eso no debe sorprendernos que muchos que dicen ser seguidores de Cristo vivan sus vidas frustradas, tristes y estériles. Por eso el apóstol escribe: “¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Santiago 4:13-15). Es claro que, debido su falta de conocimiento, ellos no podían estar motivados a buscar la sabiduría divina antes de actuar (Santiago 1:5). Por eso Jesús dijo: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” Santiago enfatiza su enseñanza diciendo: “Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Santiago 4:14-15). Santiago utiliza una metáfora para mostrar el carácter fugaz de la vida. Es precisamente a causa de lo transitorio de la vida, que los cristianos deben aprender a confiar absolutamente en el Dios inmutable porque: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Poderosa lección que nos da el apóstol.