#286 - Santiago 2-3: "La ley de la libertad; contra acepción de personas; la fe y obras"

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#286 - Santiago 2-3

"La ley de la libertad; contra acepción de personas; la fe y obras"

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Cada tema espiritual es hilvanado al siguiente, como perlas en un collar. La primera perla de sabiduría que entrega Santiago va al meollo del verdadero cristianismo: cómo desarrollar el carácter justo y perfecto ante Dios. Nos explica que sólo al superar las pruebas se podrá formar ese carácter espiritual que Dios busca para otorgarnos la corona de la vida eterna y la entrada al reino de Dios. 

Pero Santiago sabe que para entender correctamente este tema hay que comprender la diferencia entre una prueba y una tentación. Dios puede probar a sus hijos para desarrollar ese carácter justo, pero jamás los tentará a pecar, pues eso intenta destruir y no edificar el carácter justo. Más bien, uno es el que cede ante las tentaciones, muchas de las cuales son emboscadas, tendidas por Satanás para pecar. Pablo explica: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11). 

Santiago añade: “Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:16-17). Aquí explica que nada malo, como son las tentaciones, pueden proceder de Dios, que es absolutamente bueno. Usa la frase, “Padre de las luces” para indicar que no hay nada oscuro o malo en Dios. Juan lo dice así: “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Tampoco en Dios existe “sombra de variación”—es decir, que jamás cambiará su carácter benigno, paciente y amoroso. Hebreos 13:8 aclara: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, es decir, no cambia su carácter

Desde luego que esto no significa que todo será “miel sobre hojuelas” para el creyente. Santiago explica que habrá pruebas difíciles, tentaciones seductoras y a veces, hasta tragedias. Pero enfatiza que podemos desarrollar un carácter espiritual más fuerte y maduro al superar esas dificultades, lo cual es la meta. Sobre todo, lo que le interesa más a Dios es que podamos entrar en su futuro reino y vivir eternamente con él. Pablo lo expresa así: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).

Santiago nos recuerda de lo más importante que Dios ha hecho por nosotros: “El, de su voluntad, nos hizo nacer [gr. engendró] por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18). A pesar de nuestras imperfecciones, él nos ha engendrado para ser parte de su glorioso reino. Sólo a través de las Sagradas Escrituras podemos entender ese propósito. Cuando nos bautizamos, él nos engendra a través de su Espíritu, para empezar una nueva vida que nos capacita para su reino. Noten que la Biblia es llamada aquí “la palabra de verdad” pues Dios no puede mentir y nos ha revelado sus verdades a través de las Escrituras. El resultado es que somos hechos “sus primicias” o los primeros frutos de toda la humanidad que entrarán en su reino. Esta analogía de “las primicias” es tomada de Levítico 23:10-11, y está relacionada directamente con el mensaje de Pentecostés, que es la Fiesta de las Primicias (Números 28:26). En el N.T. es la misma fecha cuando nace esa iglesia “de las primicias” (Hechos 2:1-4).

La siguiente perla que Santiago entrega explica cómo recibir esa verdad con la actitud correcta. En vez de airarse, dice que debemos aceptarla con humildad y más importante aún, llevarla a cabo. Dice: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse, porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Santiago 1:19-21). 

Santiago recalca que no basta con sólo escuchar la Palabra de Dios, sino que hay que aplicarla. Dice: “Pero sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:22-25). 

Aquí compara el mirarse en un espejo con leer la Biblia. En ese entonces, los espejos estaban hechos de plata o de bronce pulido y costaba mucho ver bien su imagen. Por eso tenían que acercar el espejo y concentrarse mucho para ver qué necesitaba ser arreglado del rostro, si se había ensuciado o si estaba despeinado. 

Santiago explica que, al igual que con el espejo, hay algunos que se miran en la Palabra de Dios y saben lo que deben hacer, pero no lo cumplen, y se engañan a sí mismos, pues lo único que sirve es ponerlo en práctica. El mismo Pablo dijo: “No son lo oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados” (Romanos 2:13). 

En su folleto, “¿Por qué Nació Usted?” el Sr. Herbert W. Armstrong explicó este principio: “Ningún conocimiento es útil si no se pone por obra. ‘No son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores’. El propósito de estudiar la Palabra de Dios es lograr aplicar sus enseñanzas y así presentarnos ‘aprobados’ ante Dios. Como está escrito: ‘Buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos’. Puesto que el conocimiento tiene como meta su aplicación, la condición para adquirir el entendimiento correcto es poniéndolo por obra. El estudio de la Biblia sirve sólo a la medida que se puedan incorporar esos conocimientos al carácter de uno al estar viviéndolos”. 

La ley de Dios es llamada aquí: “perfecta”, que viene de gr. teleos y significa haber alcanzado la meta propuesta. Como Pablo dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar...a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17). Por eso, las leyes en la Palabra de Dios son la manera de llegar a esa meta propuesta por Dios, entrar en su glorioso reino. 

Santiago también la llama la ley de la libertad y no de la esclavitud, como algunos con inspiración diabólica quieren tildarla. Cristo explicó: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). Las leyes de Dios no son pesadas ni esclavizantes, como aclaró Juan: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). La persona guiada por Dios tendrá esa misma actitud.

¿De qué nos libera la ley de Dios? Primero, del pecado, que es lo que más esclaviza y hace daño. “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). David lo dijo de esta manera, y a propósito, es la razón principal por la cual fue llamado “un hombre conforme al corazón de Dios”: “La ley del Eterno es perfecta, que convierte el alma… andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos… Compañero soy yo de todos los que te temen y guardan tus mandamientos… Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra… Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata… Todos tus mandamientos son verdad… Si tu ley no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiera perecido” (Salmos 19; Salmos 119). 

Aquí vemos de dónde sacó Santiago mucha de su inspiración. Por eso recalca que sólo el que “se mira atentamente” en ese espejo bíblico y “persevera” en escudriñarse y corregirse “será bienaventurado [bendecido por Dios] en lo que hace” (Santiago 1:25).

La siguiente perla muestra cuatro resultados de mirar y aplicar la perfecta ley de Dios. Santiago dice: “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión de tal es vana. La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo. Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas” (Santiago 1:26-2:1). En otras palabras, nos dice que la verdadera fe va a producir buenos frutos o resultados

Aquí vemos cuatro consecuencias de aplicar los mandamientos de Dios. Primero, uno se cuidará de lo que dice. Pablo explica que se debe hablar con tacto: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Colosenses 4:6). Segundo, uno se preocupará de los necesitados y enfermos de la iglesia. Como Santiago aclara más tarde, esto tiene que ver principalmente con los hermanos desvalidos de la Iglesia. Debemos hacer el bien a todos, pero como dijo Pablo, “mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10). Tercero, hay que mantenerse “sin mancha” del mundo”, que significa no contaminarse con los pecados del mundo. ¿Cómo se logra esto? David dijo que la mejor manera era guardar fielmente la ley de Dios. Dice: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” (Salmos 119:9). El cuarto ejemplo de guardar la ley es que no se hará acepción de personas, o no se mostrará favoritismo a la persona por su apariencia o influencia.

Santiago explica: “Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida, y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos? Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros? (Santiago 2:1-7). 

Santiago aclara que no se debe favorecer a la persona por su buena apariencia o riquezas, pues en términos espirituales, muchas veces son los ricos los que tienen más problemas que los pobres. Para ellos es fácil ocultar sus pecados al ganar favor con el dinero o las influencias. También ellos pueden aprovecharse de los pobres que casi no tienen cómo defenderse. Además, es fácil enjuiciar a los pobres y quitarles sus bienes. Pero, sobre todo, son pocos los ricos que se humillan y se convierten a la fe. En vez, la mayoría miran en poco al que se humilla, pone a Dios primero y es seguidor de Cristo.

Aparentemente, Santiago se había indignado al escuchar de congregaciones donde se favorecía al rico recién llegado y se le daba el mejor asiento mientras que al pobre se le hacía quedarse parado, o incluso ¡tenía que sentarse en el piso! Pero aquí menciona que una muestra de obedecer las leyes de Dios es tratar al pobre con la misma dignidad que al rico cuando llega a la iglesia.

Les dice: “Si en verdad cumplís la ley real [pues viene del Rey de reyes], conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores” (Santiago 2:8-9).

Aquí vemos claramente que, para Santiago, el apóstol que estuvo a cargo de la iglesia madre en Jerusalén, ¡las leyes del Antiguo Testamento no estaban abolidas! Menciona una ley en particular, la de no hacer acepción de personas, que aparece en Levítico 19:15: “No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo...sino amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:15,18; vea también Éxodo 23:3,6).

Santiago compara las leyes de Dios con eslabones de una cadena, que, si se rompe uno, ya no sirve la cadena. “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley” (Santiago 2:10-11). El erudito F.F. Bruce explica: “La ley de Dios se debe ver como un conjunto de piezas completamente integradas entre sí. Al quebrantar un mandamiento se hace culpable ante el gran Legislador, Dios. Santiago advierte que no se debe pensar que, con guardar un mandamiento del Decálogo, se puede justificar el quebrantar otro” (Bruce, p. 48). Es tan claro. Por eso, el no guardar el sábado, que quebranta el cuarto mandamiento (Éxodo 20:8), es tan serio ante Dios como transgredir cualquiera de los otros mandamientos. Eso es lo que nos dice la Biblia, ese perfecto espejo espiritual.

Santiago saca otra “perla” al decir: “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Santiago 2:12-13). Noten que la ley del Antiguo Testamento es descrita aquí como “la ley de la libertad”, y no de la esclavitud. Santiago también revela algo muy importante—que seremos juzgados ante el trono de Dios por esa “ley de la libertad” y no por leyes o decretos religiosos de hombres, sean quien sean. 

Si guardamos la ley de Dios, Santiago dice que seremos misericordiosos, pues es parte de guardar las leyes del Antiguo Testamento que dice en Levítico 19:18: “No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). Son principios de la misericordia.

Santiago une esto con otra perla al revelar cómo se diferencia la fe vana de ese oidor olvidadizo e incumplidor de la Palabra y la fe viviente del hacedor de la Palabra, al ver las buenas obras o resultados. Dice: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana [pobre] están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:14-17). 

Si uno cumple con la ley real, y verdaderamente ama a un hermano de la fe como a sí mismo, se va a preocupar de él, y lo ayudará en su necesidad. 

Ahora bien, Dios ha dispuesto en su Palabra una ley para poder ayudar al hermano necesitado de la iglesia. En vez de hacerlo directamente, que a veces avergüenza al necesitado y envanece al dador, se hace a través del tercer diezmo. No es una ley inventada por los hombres, sino dada por Dios, como los demás mandamientos. Es un eslabón más en la cadena de la fe. Así la ayuda es dada en forma anónima, y la viuda, el pobre o el necesitado, no sabrá quién lo ayudó, sólo que lo recibió de la iglesia. Esta ley real de Dios dice “Al fin de cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año, y lo guardarás en tus ciudades [es decir, en un lugar céntrico de distribución]. Y vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo, y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus poblaciones, y comerán y serán saciados; para que el Eterno tu Dios te bendiga en toda obra que tus manos hicieren” (Deuteronomio 14:28-29). Vemos que hay una bendición especial relacionada con guardar el tercer diezmo. Así, en muchas partes, la iglesia puede entregarle cada mes una cantidad modesta y de acuerdo con las necesidades a las viudas y en emergencias, a los pobres de la iglesia (para cualquier duda sobre cómo guardar el tercer diezmo en estos tiempos modernos, deben hablar con un ministro).

También existen las limosnas, que son una cantidad voluntaria de ayuda inmediata para cualquier hermano en necesidad. La limosna está basada en Deuteronomio 15:7-11. Lo importante de todo esto es entender que guardar estas leyes de Dios muestra que la fe de uno no es vana. 

Santiago continúa: “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? (Santiago 2:18-20). Esta sería la excusa que después usarían los que deseaban abolir la ley de Dios. Dirían que basta sólo creer en Dios o en Jesús, para obtener la salvación, sin necesidad de cumplir con la ley de Dios ni tener “obras” o resultados. Pedro dijo de ellos: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras… Y muchos seguirán sus disoluciones [al quebrantar la ley de Dios], por causa de los cuales el camino de la verdad [que enseña guardar las leyes de Dios] será blasfemado” (2 Pedro 2:1-2). Estaba profetizado que se infiltrarían falsos maestros [líderes religiosos] que enseñarían que, con la gracia, ya no sería necesario obedecer los mandamientos de Dios. Judas advirtió: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente… que convierten en libertinaje [que es la falsa libertad de quebrantar las leyes de Dios] la gracia de nuestro Dios...” (Judas 4). En el siguiente estudio seguiremos desarrollando este importante tema.