Sexto Mes: El control de la lengua y la enseñanza

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Sexto Mes

El control de la lengua y la enseñanza

En el tercer capítulo el apóstol Santiago enfoca el tema de la comunicación verbal, mediante el instrumento de la lengua con sus efectos que produce en la vida de todo cristiano (Santiago 3:1-6). Asimismo, el apóstol considera los siete frutos de la sabiduría. Resulta muy apropiado que ambos temas sean considerados juntos, puesto que la práctica de la fe viva produce control y madurez espiritual en el hablar de todo siervo de Dios y especialmente de aquel que enseña la Palabra de Dios. El cristiano que sabe controlar su lengua es señal de que tiene sabiduría. La exposición del apóstol abarca tanto la relación del hombre con Dios como la relación del hombre con el hombre. Es decir, el hacer como el hablar del hombre de Dios debe armonizar con la enseñanza de su Creador. Parece que, entre los seguidores de Jesús, a quienes Santiago escribe su carta, existía la tendencia a desear el ministerio de la enseñanza por encima de otros miembros que estaban preparados para ello. Santiago no desea restringir en modo alguno el ministerio didáctico dentro de la Iglesia, sino más bien trata de advertir particularmente a aquellos que no poseían el don de la enseñanza debido al peligro de ejercer dicha función en el seno de la Iglesia. En aquellos tiempos como en el presente, la Iglesia de Dios necesita maestros dotados por el Espíritu Santo y bien preparados para ejercer el ministerio. Sin embargo, el peligro se encuentra en aquellos que desean ser maestros sin estar preparados para serlo. Por eso, uno de los requisitos del anciano es que sea “apto para enseñar” (1 Timoteo 3:2). El apóstol Santiago parece estar anticipando el juicio del tribunal de Cristo, puesto que todo cristiano tendrá que dar cuenta de lo que haya hecho en esta vida, sea bueno o sea malo (Romanos 14:10-12; 1 Corintios 3:10-15). Según el apóstol, el maestro recibirá un juicio más severo delante del Señor. Sin duda, esto se debe al hecho de que el maestro ejerce gran influencia sobre los miembros de su congregación debido a la naturaleza de su ministerio. También el apóstol Pedro nos hace una importante advertencia al tocar el tema de los “falsos maestros” quienes pueden introducir encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, trayendo sobre sí mismos destrucción repentina (2 Pedro 2:1). Además, debemos considerar que ningún ministerio dentro de la Iglesia supera en importancia al de la enseñanza. Es por eso que el maestro está sujeto a un veredicto más severo. De ahí que la práctica de la fe viva produce madurez espiritual en el hablar del maestro. Porque en muchas cosas tropezamos todos. Y aunque el apóstol era un maestro prominente en la Iglesia del primer siglo, reconoce que no era infalible. Como humano, el apóstol se incluye en la expresión “tropezamos”. Este verbo, literalmente, significa “tropezar hasta el punto de caer” (Romanos 11:11; 2 Pedro 1:10), pero aquí Santiago lo usa metafóricamente con la idea de errar u ofender. Además, el maestro que tenga madurez espiritual no debe errar habitualmente con palabras que pronuncia fuera de su actividad didáctica. No en vano Santiago lo describe como “un varón perfecto capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Santiago 3:2). Dice el apóstol: “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana” (Santiago 1:26). Y el apóstol Pedro añade: “Porque: El que quiere amar la vida Y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño (1 Pedro 3:10). El resultado final de una lengua descontrolada es su propia destrucción. Como Proverbios 16:27 dice: “El hombre perverso cava en busca del mal, y en sus labios hay como llama de fuego.” El uso que le damos a la lengua determinará nuestro futuro, sea en la eternidad o en el lago de fuego. Por eso, alguien dijo muy acertadamente que “la palabra es más poderosa que un cañón.” El que enseña, más que ninguna otra persona, está expuesto al peligro del mal uso de su lengua. Es mediante una fe activa y dinámica que ese control siempre es posible. El ministerio de la enseñanza tiene una influencia tal que, si no es debidamente controlado, podría tener resultados negativos. Aquel que ha sido entregado al ministerio, gracias al Espíritu Santo que mora en él, debe prepararse diligentemente y con mucho cuidado para cumplir con éxito y responsabilidad su delicada misión. Los maestros deben: (1) enseñar siempre la verdad, (2) Deben ser hacedores de lo que predican, (3) Deben ser buenos ejemplos (4) Deben ser fieles (5) Deben enseñar todo el consejo de Dios. Necesitamos aprender las enseñanzas de manera práctica para desarrollar el fruto del Espíritu, convirtiéndonos en genuinos servidores de Cristo.

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