#288 - Santiago 4-5: "Denuncias contra la violencia; la oración eficaz"

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#288 - Santiago 4-5

"Denuncias contra la violencia; la oración eficaz"

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En Santiago hay 23 referencias al Sermón del Monte. Es lógico, pues al ser un hermano menor de Jesús, Santiago vio “en vivo” su ejemplo y quiso compartir las lecciones. Alexander Ross menciona: “En esta epístola hay más referencias a las enseñanzas de Jesús que en todas las demás epístolas juntas. Esto muestra que el escritor conocía muy bien a Jesús, y podía citarlo o recordar sus hechos con gran facilidad”. 

Ahora, al final de esta epístola, Santiago se enfoca en las muchas injusticias contra los miembros en Judea y alrededor del mundo. A pesar del sufrimiento, les advierte que no deben participar en ninguna clase de violencia. Tristemente, según narran Josefo y Eusebio, Santiago mismo pronto moriría en manos de los líderes judíos al ser arrojado del pináculo del templo y luego ser apedreado. 

En el Imperio Romano existía una persecución contra los cristianos y también mucha presión para que participaran en las guerras y violencias, especialmente en Judea. Ross comenta: “En Judea, el templo se había convertido en una cueva de ladrones, como lo había denunciado Jesucristo en Mateo 21:13. Los zelotes, un movimiento religioso y político de los judíos, estaban siempre listos para recurrir a la violencia contra los romanos. A menudo se empleaba la daga del asesino para segar la vida de un oponente político” (Nuevo Comentario Internacional, Santiago, p. 74). 

Los zelotes, o sicarios (del latín sica, un puñal corto y curvo, vea Hechos 21:38), eran una parte extremista de los fariseos, y estaban dispuestos a recurrir a las armas antes que pagar los tributos. En pocos años, iniciarían una desastrosa guerra contra Roma. Simón, uno de los discípulos de Jesús, fue antes un zelote (Lucas 6:15; Hechos 1:13). Santiago les advierte a los hermanos que jamás pueden participar en actos de violencia.

Santiago nos entrega otra hermosa perla de sabiduría, al indicar que las verdaderas causas de las guerras que han producido tantas muertes, daños y sufrimientos surgen del corazón del hombre, es decir, de su naturaleza carnal y egoísta. Jesús mismo reveló esto en Mateo 15:19. Santiago dice: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:1-3). 

En la historia se ha visto que las guerras surgen normalmente cuando una nación se debilita y las demás se aprovechan para arrebatarle territorios. Al vencer a la más débil, a veces creen que se solucionó el problema. Pero en realidad, como explica Santiago, no se alcanza la verdadera paz, pues siempre quedarán ocultos los recelos, rencores y deseos de revancha, que surgirán en el momento oportuno. Lamentablemente, todas las naciones del mundo son culpables y por eso tiene que venir el reino de Dios para acabar con esa mentalidad.

Santiago también explica que esta es la razón de las oraciones sin respuestas. “Pedís”, en el griego significa, “Pedís para ti mismo”. Ross dice: “Si le pedimos a Dios cosas para poder satisfacer nuestros deseos carnales, no debemos esperar una respuesta. En cambio, si pedimos de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Juan 5:14), sí nos contestará” (p. 76). No valen las oraciones egoístas.

Además, indica que esa actitud va en contra de los principios cristianos. Dice: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” (Santiago 4:4-5). 

Los términos “almas adúlteras” se refieren a la analogía en el Antiguo Testamento de Dios como el esposo de Israel y ella, su mujer (vea Isaías 54:5; Jeremías 2:2, Jeremías 3:20; Oseas 1-3; Oseas 9:1). En el Nuevo Testamento, es Cristo el esposo y la Iglesia la novia (2 Corintios 11:1-2; Efesios 5:24-28; Apocalipsis 19:7). Por lo tanto, los miembros de la iglesia no deben “adulterar” al mezclarse en los asuntos carnales del mundo ni en sus guerras. En los primeros tres siglos, los cristianos no participaron en las guerras. Paul Johnson escribe: “Esta era la actitud de la tradición cristiana original: la violencia era aborrecible para los cristianos primitivos, que preferían la muerte antes que la resistencia. Cuando Pablo intentó interpretar a Cristo, ni siquiera trató de defender el uso legítimo de la fuerza” (La Historia del Cristianismo, p. 278). 

Por eso, hasta que venga Cristo para traer su reino, la iglesia deja que los gobiernos carnales del mundo y sus fuerzas policiacas se encarguen de los asuntos seculares. 

Cristo nos dijo a nosotros: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo, pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:43-44). Obviamente si debemos amar hasta a nuestros enemigos, esto significa que no podemos matarlos ni participar en las guerras. Si uno se mezcla con el sistema imperante del mundo y sus falsos valores, estará “adulterando” espiritualmente y perderá su pureza y fuerza espiritual. Como dijo Jesús: “No se puede servir a dos señores” (Mateo 6:24). Si amamos a Dios y lo ponemos primero, no vamos a aceptar los falsos valores del mundo. Por eso dice Santiago que ser amigo del mundo (o aceptar sus falsos valores) constituye ser enemigo de Dios (y sus principios).

También menciona las consecuencias de mezclarse con el mundo, se debilita esa fuerza de Dios en nosotros que anhela mantenerse fuerte. Para evitar “adulterar” con el mundo, Santiago dice: “Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Santiago 4:6-10).

Estas son las cualidades para ser amigo de Dios y para no aceptar los falsos valores del mundo. 1). La humildad, que es poner a Dios antes que uno. Significa no importarle ser considerado como poca cosa por el mundo. Así se evita la soberbia, que es lo opuesto a la humildad. 2). Someterse a Dios, es realmente confiar en Dios para recibir la ayuda, y tener fe y paciencia en el resultado. 3). Resistir al diablo, en vez de entregarse a las tentaciones, las resiste con éxito. Así el diablo no tendrá nada que hacer. 4). Acercarse a Dios—uno es el que inicia el contacto, en vez de esperar que Dios lo haga primero. 5). Limpiarse del pecado—constantemente va a Dios, se arrepiente, busca el perdón y cambia. 6). Afligirse—de la palabra talaiporein, que significa no comer. Se refiere al ayuno al no tomar el pecado a la ligera. Al humillarse ante Dios así, el resultado es que “él os exaltará” espiritualmente.

Si existen esas cualidades, Santiago dice que no se va a calumniar ni sentir superior al hermano. Escribe: “Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro? (Santiago 4:11-12). Aquí el término “murmurar” es kalalaleo, y significa calumniar a otro cuando él no está presente. Esta actitud arrogante demuestra que se considera el juez del hermano, y no un sencillo compañero en la batalla de la fe. Pablo aclara: “Así que, no juzguéis [condenes] nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5). 

Al mantenernos humildes, mostramos que sabemos que nuestras vidas serán juzgadas por esa ley, y que no somos jueces. No sabremos que tan bien lo hicimos hasta el final de nuestras vidas. Es Dios quien es el juez, legislador y rey de reyes, no nosotros. Seamos humildes.

Al tener esa humildad, Santiago señala que vamos a tomar a Dios en cuenta en nuestros planes y viajes y no ser presumidos. Recordaremos que todo depende de él para que las cosas salgan bien. Dice: “¡Vamos ahora! Los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala; y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:13-17). Este principio se encuentra en Proverbios 27:1, “No te jactes del día de mañana, porque no sabes qué dará de sí el día”. Debemos planificar nuestras vidas con Dios en el centro. Pablo nos dio un ejemplo de ello cuando dijo: “...pues espero estar con vosotros algún tiempo, si el Señor lo permite” (1 Corintios 16:7).

La sección final otra vez se enfoca en la fe acompañada por obras. Si sabemos lo que debemos hacer y no lo hacemos, es un pecado, pues no hemos cumplido con la regla de oro de Jesús: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12). Hay pecados de comisión, pero también de omisión. El no actuar cuando debemos es pecado. Esa falta de buenas obras trae todo tipo de males, como la avaricia que Santiago ve en esa sociedad tan egoísta, y ahora censura a los ricos injustos. Dice: ¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia” (Santiago 5:1-6).

La mayoría de los cristianos eran pobres y muchos eran explotados implacablemente por los ricos. Santiago les dice a esos ricos injustos que Dios los está mirando desde los cielos y los va a castigar. Y así fue. Santiago murió en el año 62 d.C., y cuatro años más tarde vino la guerra contra Roma que destruyó casi todo en Israel. Para los ricos fue particularmente desastroso, al perder sus posesiones y ser reducidos a simples esclavos. 

Los ricos estaban quebrantando las leyes de Dios que protegían a los pobres. En Deuteronomio 24:14-15 dice: “No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso… en su día le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida; para que no clame contra ti al Eterno, y sea en ti pecado”. 

Barclay menciona: “No existe ningún otro libro en la literatura del mundo que denuncie tanto las injusticias sociales como la Biblia. No hay otro libro que haya servido tanto para corregir esos males de la sociedad. Santiago no condena a las riquezas en sí, pero sí la avaricia. No hay otro libro que insista tanto en la responsabilidad de manejar bien las riquezas, y también de advertir de los peligros que rodean al hombre que es ampliamente bendecido con los bienes de este mundo”. 

Santiago les aconseja a los hermanos que soporten con firmeza las injusticias del mundo y no anden quejándose. Les recuerda que Cristo vendrá un día para corregir todo esto. Dice: “Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta” (Santiago 5:7-9). De nuevo, la palabra “paciencia” mejor significa “perseverancia”. Es poder prevalecer y no darse por vencido ante las pruebas hasta que se haya logrado superarlas. Usa el ejemplo del labrador, que no espera pasivamente a que crezcan los granos, sino que trabaja activamente para que surjan los frutos deseados. 

También habla de Job como un ejemplo de perseverancia. “Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5:10-11). Un comentarista explica: “Es interesante que Santiago no dice que Job tenía makrothymia, que es esperar pacientemente, sino que tenía hypomonen, o la perseverancia y el aguante. Job perseveró y fue fiel, ¡a pesar de que a veces fue impaciente con Dios!” (Comentario del Conocimiento Bíblico).

Santiago entrega otra enseñanza de Jesús—el no hacer juramentos (Mateo 5:37). Dice: “Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación” (Santiago 5:12). Por eso no debemos tomar juramentos, aunque sí podemos prometer, pero no usando el nombre de Dios.

La epístola termina explicando en forma práctica qué se debe hacer en diferentes estados de ánimo. Pregunta: “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración [es decir, vaya a Dios para la ayuda]. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas [alabe a Dios con los himnos]. ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados” (Santiago 5:13-15).

Comenta Barclay: “Por muchos siglos, la iglesia fielmente ungió a los enfermos para que se sanaran. En cambio, en el año 852 d.C. la Iglesia Católica inventó el sacramento de la extremaunción, basándose en esta escritura, al usar el aceite para preparar al enfermo para la muerte”. ¡Qué irónico! En la Biblia, el ungimiento es para que se recupere el enfermo, pero la extremaunción, es para que se despida el enfermo de este mundo. 

Por eso, el aceite es el símbolo del Espíritu Santo (Hechos 10:38), y representa el poder de Dios para sanar al enfermo. Fue Cristo quien instruyó a sus apóstoles a ungir a los enfermos (Marcos 6:13). Si la enfermedad se debe a algún pecado, la oración de fe servirá para que sea perdonado. Pero recuerden, esta oración es una petición y no una exigencia ante Dios. Debemos siempre recordar las palabras de Jesús: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa [de sufrimiento]; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). 

Respecto a los médicos, en la Biblia nunca se prohíbe usarlos, pero sí se condena confiar solamente en ellos. Edersheim explica: “Lucas era ‘médico’ (Colosenses 4:14), y entre los funcionarios del Templo había un médico cuyo deber era asistir al sacerdocio… Los rabinos ordenaban que cada ciudad tuviera al menos un médico, que estuviera también capacitado para la cirugía… Las prescripciones consistían en simples o compuestos, empleando más los vegetales que los minerales. Las compresas de agua fría, el empleo externo e interno del aceite y del vino, los baños, y una cierta dieta, eran remedios muy usados” (p. 180-181).

Santiago menciona que debemos estar al tanto de los enfermos, y orar por ellos. “Confesaos vuestras ofensas unos a otros [en este caso, los problemas de salud], y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16). Luego usa el ejemplo de Elías, que, a pesar de sus lapsus de valor y fe, oró, y tuvo un tremendo efecto. 

Al finalizar, Santiago nos recuerda que debemos ayudar al hermano extraviado, o ir tras la oveja perdida, que enseñó Jesús en Mateo 18:12-14. Santiago dice: “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Santiago 5:19-20). Si tenemos misericordia hacia los hermanos extraviados, recibiremos el perdón de Dios por nuestros pecados. Cristo dijo: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. A veces, sin embargo, el hermano no quiere volver, y no podemos obligarlo ni rogarle, pues como dice Pablo: “Cada uno llevará su propia carga” (Gálatas 6:5).