Breve descripción del trasfondo histórico de Santiago: 1° de Nisán, jueves 26 de marzo de 2020.

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Breve descripción del trasfondo histórico de Santiago

1° de Nisán, jueves 26 de marzo de 2020.

En el idioma griego su nombre es “Jacobo”. Además de la carta de Santiago, las otras epístolas generales son las de Pedro, Juan y Judas. El autor, se da a sí mismo el nombre de Santiago, siervo de Dios y de nuestro Señor Jesucristo, él es medio hermano de Jesús, quién fue hijo de María, y de José, junto a sus otros hermanos José, Simón y Judas y también con sus al menos dos hermanas (Gálatas 1:19; Mateo 13:55; Marcos 6:3). El apóstol Pablo menciona a Santiago (Jacobo), con Pedro (Cefas) y Juan, como "columnas" debido a su fiel observancia a la Ley de Dios. Gracias a su ferviente fidelidad tuvo mucha influencia, especialmente sobre los judíos, y también estuvo a cargo de la iglesia principal en Jerusalén hasta su muerte ocurrida el año 62 d.C. Santiago escribió su epístola con gran señal de autoridad, con el principal objetivo de fortalecer la fe de los cristianos respecto del judaísmo que, a causa de la persecución, estaban en peligro de perder la fe. Por eso se dirige tanto a "las doce tribus que están en la dispersión" (Santiago 1:1), como a los fieles seguidores de Cristo que entonces se hallaban dentro y fuera de Palestina quienes, de hecho, son el “Israel de Dios”, es decir, el Israel espiritual o la Iglesia de Dios (Gálatas 6:16).  Santiago omite referirse a los paganos porque Pablo suele combatir con éstos, por la idolatría, impudicia, y ebriedad (1 Corintios 6:9; Gálatas 5:19). Mientras que la epístola insiste fuertemente contra la vana palabrería y la fe vana (Santiago 1:22; Santiago 2:14), contra la maledicencia y los estragos que produce la lengua (Santiago 3:2; Santiago 4:2; Santiago 5:9); contra los falsos maestros (Santiago 3:1); contra el celo amargo (Santiago 3:13), y contra los juramentos (Santiago 5:12). Su estilo personal es conciso, sentencioso y extraordinariamente rico en imágenes, siendo estas clásicas por su elocuencia: las que dedica a la lengua en el capítulo 3 y a los ricos en el capítulo 5 y el paralelo de éstos con los humildes en el capítulo 2. La carta es una vigorosa meditación sobre la conducta frente al prójimo y por eso a veces se le llama el evangelio social. Más que en los misterios sobrenaturales de la gracia con que suele ilustrarnos Pablo, especialmente en las Epístolas de la cautividad, las pruebas apuntan a Santiago a quien Jesucristo se le apareció de manera personal después de su resurrección, alcanzando relevancia entre los discípulos. (Hechos 21:17-19; 1 Corintios 15:7). El escritor se identifica a sí mismo como un “esclavo de Dios y del Señor Jesucristo”, de manera parecida a Judas, quien en la introducción de la carta que lleva su nombre se llama a sí mismo un “esclavo de Jesucristo, pero hermano de Santiago”. (Judas 1) Además, las palabras de apertura de la carta de Santiago incluyen el término “¡Salud!” (Santiago 1:1), al igual que la carta concerniente a la circuncisión que fue enviada a las congregaciones cuando Santiago, tuvo una destacada participación en el primer concilio celebrado en Jerusalén o también llamada la 1ª conferencia ministerial reunida en Jerusalén durante el año 49 d.C. (Hechos 15:13; Hechos 15:22-23). La carta de Santiago se encuentra incluida en el Manuscrito Vaticano con el número de registro 1209 y en los manuscritos Sinaítico y Alejandrino de los siglos IV y V a.C. Los escritores religiosos primitivos, como Orígenes, Cirilo de Jerusalén, Jerónimo y otros, citaron la carta, reconociéndola como parte auténtica de las Sagradas Escrituras. La carta no dice nada de cuándo y dónde se escribió, dando a entender que si fuese en Jerusalén hubiera caído en manos de los romanos (70 a.C.). Según el historiador judío Flavio Josefo, un sumo sacerdote llamado Anán, que era saduceo, fue el responsable de llevar a Santiago y a otros ante el Sanedrín y hacer que se les lapidara. Josefo dice que ese hecho ocurrió después de la muerte del procurador romano Festo, pero antes de que llegara su sucesor, Albino. (Antigüedades, libro XX, cap. IX, sec. 1). Si eso es cierto y las fuentes que dicen que Festo murió alrededor del año 62 d.C., son correctas, entonces Santiago tuvo que escribir su carta antes de esa fecha. Y puesto que Santiago residía en Jerusalén, es muy probable que su carta la escribió allí. (Gálatas 1:19.) El hecho que llame a Abraham “nuestro padre” (Santiago 2:21) se encuentra en armonía con las palabras de Pablo (Gálatas 3:28-29), porque muestra que lo que determina que uno sea considerado de la verdadera descendencia de Abraham no necesariamente significa ser judío o griego. Porque esta referencia es más bien de origen espiritual. Algunos habían caído en el lazo de mirar con favoritismo a los más prominentes y ricos. (Santiago 2:1-9). No discernían lo que realmente eran a los ojos de Dios; ellos eran oidores de la palabra, pero no hacedores (Santiago 1:22-27). Habían empezado a usar la lengua de manera incorrecta, y sus deseos vehementes de placer sensual provocaban peleas entre ellos (Santiago 3:2-12; Santiago 4:1-3). Su deseo de poseer cosas materiales había llevado a algunos a ser amigos del mundo y, por tanto, no se mantuvieron como vírgenes castas y prudentes, sino se convirtieron en “adúlteras espirituales” porque estaban en enemistad con Dios (Santiago 4:4-6). Santiago los corrigió para que no solo fueran oidores, sino también hacedores, y les mostró mediante ejemplos bíblicos que, un hombre que tiene verdadera fe, la manifiesta a través de las obras, las cuales deben estar en concordancia con su fe. Un cristiano con fe verdadera no le diría a un hermano que estuviera desnudo y que careciera de alimento: “Ve en paz, mantente caliente y bien alimentado”, sin darle los artículos de primera necesidad (Santiago 2:14-26). Santiago no contradice a Pablo al decir que la salvación no es por las obras. Aceptaba la fe como una base para la salvación, pero dijo que no puede haber una fe viva y genuina si no produce buenas obras. Esto se encuentra en armonía con lo que Pablo dice sobre el fruto del Espíritu en Gálatas 5:22-24, junto a su consejo registrado en Efesios 4:22-24 y Colosenses 3:5-10 sobre el vestirse de la nueva personalidad y con la exhortación de Hebreos 13:16 en cuanto a hacer el bien y compartir las cosas con los demás.