#190 - Lamentaciones de Jeremías

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#190 - Lamentaciones de Jeremías

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Ya había escrito antes un lamento acerca del rey Josías cuando murió trágicamente en la batalla de Megido (2 Crónicas 35:25). Ahora le toca escribir otro mucho más triste, dedicado a los millares que murieron en la toma de Jerusalén. La instrucción de este libro se encuentra en las versiones griegas y latinas que dicen: “Y sucedió, después de deportado Israel y Jerusalén devastada, que el profeta Jeremías se sentó a llorar; entonó esta lamentación sobre, y dijo”. Luego, comienza este libro.

A pesar de todas las advertencias y señales que Dios les entregó para poder evitar esta catástrofe, no escucharon. Ahora Jeremías menciona que la realidad fue peor que lo profetizado por él. En ese entonces, Jerusalén había estado tan fuertemente fortificada que la consideraban inexpugnable. Por eso no creían las advertencias de Jeremías. Sin embargo, al final, se cumplieron todas las profecías al pie de la letra.

En la Biblia tenemos libros para ayudarnos con cada estado de ánimo. Por ejemplo, Cantar de Cantares es para alegrarnos cuando nos casamos; los Salmos son para alabar a Dios. También hay momentos trágicos, y para esto está Lamentaciones de Jeremías. Un autor comenta: “Cada letra fue escrita con una lágrima, y cada palabra expresa el sonido de un corazón quebrantado” (Robert Lowth). Primero, es Dios quien presencia toda la destrucción de su amada Jerusalén y nos deja sentir su pena y dolor. Usa a Jeremías para describir ese sentir del amor y lástima hacia su pueblo, pues fue forzado a castigarlos. Esto se repetiría de nuevo 600 años más tarde, cuando Jesucristo, Dios en la carne, clama: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:37-38). Además, este libro nos ayuda a entender el desgarro al llegar una tragedia, y a la vez, conocer la angustia del pecador arrepentido, al recibir el castigo merecido. Se necesita mucha humildad y estar cerca de Dios para aceptar las desgracias con esa sola actitud correcta.

El libro de Lamentaciones consiste en cinco poemas, en que cada verso comienza con una de las letras del alfabeto hebreo, esto lo que se llama “forma acróstica”. Por eso, los cinco capítulos están compuestos de veintidós versos o estrofas, con cada letra figurando, desde Alef hasta Tau (de A hasta la Z para nosotros). En el capítulo 3, se repite la secuencia tres veces para llegar a los 66 versos. El quinto capítulo tiene los 22 versos, pero no está en orden alfabético (vea todo este orden en La Biblia de Jerusalén). El estilo acróstico servía para ayudar a memorizar cada poema. Por otra parte, es importante entender que el estilo “poético” en la Biblia no significa que sea menos verdadero, sino sólo tiene que ver con una forma literaria. Recuerden, sea cual sea el tipo literario que usaron todos estos hombres santos, ellos “hablaron siendo inspirados por el Espíritu de Dios” (2 Timoteo 3:16-17).

Aun hoy día, este libro de Lamentaciones es leído por los judíos en las sinagogas el 9 del mes Ab (Jeremías 52:6-8). Hay un ayuno en este día, aunque es sólo una tradición judía y no forma parte de la ley de Dios.

Luego de que Jerusalén es tomada por los babilonios, los que sobrevivieron fueron llevados a Babilonia. Un mes más tarde, llega el capitán de la guardia de Nabucodonosor y la incendia totalmente. De este modo, esta ciudad que fue una de las verdaderas maravillas del mundo antiguo, quedó reducida a un montón de escombros.

Halley explica “Sobre una montaña y rodeada de montañas, Jerusalén era en cuanto a su situación física la ciudad más hermosa que entonces se conocía, la ciudad ‘de perfecta hermosura’ (Lamentaciones 2:15). Esto es así, aún si se le comparaba con Babilonia, Nínive, Tebas y Menfis, construidas sobre las llanuras de aluvión. Luego, era objeto del cuidado especial de Dios, escogida por él para una misión especial, conducto principal de los tratos de Dios para con los hombres, la ciudad más favorecida y privilegiada de todo el mundo, amada de Dios de manera especial y excepcional y bajo su protección. Estaba además tan bien fortificada que se le creía inexpugnable (Lamentaciones 4:12). Pero esta ciudad de Dios se había vuelto peor que Sodoma (Lamentaciones 4:6), y los muros inexpugnables no son defensa alguna contra la ira de Dios. Que el Dios de amor infinito e insondable es también un Dios de ira terrible contra aquellos que persistentemente rechazan su amor, es una enseñanza que se afirma y se ejemplifica una y otra vez a través de la Biblia entera” (p. 287). Ahora bien, en cuanto a lo último dicho por este autor, es obvio que desconoce el plan de Dios. No toma en cuenta que estas personas que perecieron en Jerusalén tendrán su oportunidad de ser salvos en la Segunda Resurrección mencionada en Apocalipsis 20:11-12.

Jerusalén quedó como una joven viuda

En el capítulo 1, Jeremías describe cómo se ve la ciudad destruida. “¡Cómo ha quedado sola la ciudad populosa! La grande entre naciones se ha vuelto como viuda… Amargamente llora en la noche, y sus lágrimas están en sus mejillas. No tiene quien la consuele de todos sus amantes [las naciones aliadas]; todos sus amigos le faltaron, se le volvieron enemigo” (Lamentaciones 1:1-2).

Todo está desolado: “Las calzadas de Sion tienen luto, porque no hay quien venga a las fiestas solemnes; todas sus puertas están asoladas… porque el Eterno la afligió por la multitud de sus rebeliones” (Lamentaciones 1:4-5).

También la ciudad perdió su santidad. “Pecado cometió Jerusalén, por lo cual ella ha sido removida… su inmundicia [como mujer menstruosa] está en sus faldas, y no se acordó de su fin… Ella ha visto entrar en su santuario [el Templo] a las naciones” (Lamentaciones 1:8-10).

Pero a la vez recuerda que Dios es justo: “El Eterno es justo; yo contra su palabra me rebelé… Mira, oh El Eterno, estoy atribulada, mis entrañas hierven [el terror hace que el estómago se apriete y duela]” (Lamentaciones 1:18-20).

Dios tenía que castigar y purificar a su pueblo que se había contaminado en forma irremediable. “Echó por tierra las fortalezas de la hija de Judá, humilló al reino y a sus príncipes… Y en el ardor de su ira ha desechado al rey y al sacerdote. Desechó el Señor su altar, menospreció su santuario… el antemuro y el muro; fueron desolados juntamente. Sus puertas fueron echadas por tierra, destruyó y quebrantó sus cerrojos” (Lamentaciones 2:2-9). 

Durante el sitio, se agotó la comida y muchos murieron por el hambre. Dice “Cuando desfallecía el niño y el que mamaba, en las plazas de la ciudad. Decían a sus madres: ¿Dónde está el trigo y el vino? Desfallecían como heridos en las calles de la ciudad, derramando sus almas en el regazo de sus madres… Alza tus manos a él implorando la vida de tus pequeñitos que desfallecen de hambre en las entradas de todas las calles. Mira, oh Eterno, y considera a quién has hecho así. ¿Han de comer las mujeres el fruto de sus entrañas, los pequeñitos a su tierno cuidado?” (Lamentaciones 2:11-20).

En efecto, el hambre llegó a tal extremo que las madres, al ver morir a sus hijos, luego se los comieron, tal como Jeremías había profetizado: “Y [dijo Dios] les haré comer la carne de sus hijos” (Jeremías 19:9).

A pesar del duro castigo, Dios no abandonó a su pueblo y dejó un remanente, junto con Jeremías. “Por la misericordia del Eterno no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es el Eterno, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es el Eterno a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación del Eterno. Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud” (Lamentaciones 3:22-27).

Ese “yugo” se refiere a la mansedumbre que viene a poner por obra los mandamientos de Dios. Nadie está obligado a guardar los mandamientos, y la juventud a menudo huye de sus responsabilidades, “el yugo” hacia Dios y sus padres. Pero es un grave error. Por eso, para evitar los castigos que le propinará la vida al desobedecer a Dios, es mejor mantenerse humilde y obediente. David así lo aprendió. En Salmos 119:71-72 se muestra esa actitud correcta: “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos. Mejor me es la ley de tu boca, que millares de oro y plata”. Dice El Comentario Exegético: “Ese yugo a la obediencia ha de recibirse con espíritu dócil, y cuanto antes mejor, porque los viejos suelen llenarse de prejuicios (Proverbios 8:17; Eclesiastés 12:1)” (p.738). Al respecto Cristo dijo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:29-30). El mismo Jeremías aceptó en su juventud ese yugo de la obediencia (Jeremías 1:6-7) y al final, le salvó la vida.

Ahora llegamos a una verdad importante, dice “Porque el Señor no desecha para siempre; antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres” (Lamentaciones 3:31-33). En el hebreo dice “de su corazón” es decir, que Dios no aflige a nadie por gusto. Nunca es cruel o malicioso y jamás debemos achacarle la culpa por las desgracias que a menudo llegan por nuestros pecados. Como dice Santiago: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie… Amados hermanos míos, no erréis, toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:13-17).

Ante las desgracias, ¿qué debemos hacer? La respuesta: “¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado. Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos al Eterno; Levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos; nosotros nos hemos rebelado, y fuimos desleales; tú no perdonaste… Te cubriste de nube para que no pasase la oración nuestra” (Lamentaciones 3:39-44). Recuerden, los pecados no arrepentidos hacen un muro entre nosotros y Dios y evitan que pueda escuchar nuestras oraciones (Isaías 59:1-2).

Jeremías ahora describe su propio sufrimiento durante ese tiempo: “Mis enemigos me dieron caza como a ave, sin haber por qué; ataron mi vida en cisterna, pusieron piedra sobre mí; aguas cubrieron mi cabeza; yo dije: Muerto soy. Invoqué tu nombre, oh Eterno, desde la cárcel profunda… Abogaste, Señor, la causa de mi alma; redimiste mi vida (Lamentaciones 3:52-58).

En la última parte del libro, Jeremías hace un resumen del horror del sitio y la captura. “Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles. Los hijos de Sion, preciados y estimados más que el oro puro, ¡Cómo son tenidos por vasijas de barro… La lengua del niño de pecho se pegó a su paladar por la sed; los pequeñuelos pidieron pan, y no hubo quien se lo repartiese. Los que comían delicadamente fueron asolados en las calles; los que se criaron entre púrpura se abrazaron a los estercoleros. Porque se aumentó la iniquidad de la hija de mi pueblo más que el pecado de Sodoma [no hubo profetas en Sodoma]… Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre; porque éstos murieron poco a poco por falta de los frutos de la tierra. Las manos de mujeres piadosas cocieron a sus hijos” (Lamentaciones 4:1-10).

No obstante, tanta devastación, el libro termina en forma positiva: “Mas tú, Eterno, permanecerás para siempre… Vuélvenos, oh Eterno, a ti, y nos volveremos; Renueva nuestros días como al principio…” (Lamentaciones 5:19-22).

De nuevo es importante entender por qué está este libro en la Biblia. El libro de Lamentaciones se aplica en dos maneras: en forma personal y luego, en forma profética. Primero ante una desgracia y tragedia, recordemos que Dios no es el culpable. Somos todos pecadores, y de repente, nuestros pecados nos alcanzan, a veces en forma bastante trágica. Podemos hasta perder nuestra vida por la desobediencia. También, nadie tiene garantizado que viva hasta la más remota vejez. El dicho, “tiempo y ocasión acontecen a todos” (Eclesiastés 9:11) también se aplica a nosotros. Pero a los que aman a Dios, él sabe cuándo es necesario intervenir y cuándo permitirnos morir. Él tiene la última palabra sobre nuestros destinos y será el fin para el bien (Romanos 8:28).

Por eso, en vez de poner toda nuestra esperanza en esta vida, debemos siempre estar listos para entrar en ese sueño que es “dormir” hasta ser despiertos en la venida de Cristo (1 Tesalonicenses 4:13-17). No nos daremos cuenta cuánto tiempo transcurrió en el entretanto. Al contemplar ese Reino venidero de Dios, Pablo dijo: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Filipenses 1:21-24). Pablo sentía que, al morir, en el próximo instante de conciencia estaría con Cristo. Cuando le llegó su momento, dijo: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano… Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:6-8).

La segunda aplicación de este libro es en forma profética, porque las mismas desgracias que ocurrieron en ese entonces a los desobedientes volverán a suceder a escala mundial en los tiempos del fin. Noten lo que le sucederá al mundo impío: “Habrá… en la tierra angustia de las gentes… desfalleciendo los hombres por el temor a la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria” (Lucas 21:25-27). Sólo en tres de las plagas que caerán en los tiempos del fin morirán una tercera parte de la humanidad (Apocalipsis 9:18). Nos habla de que habrá terribles hambres y falta de agua (Apocalipsis 8:10-11).

Esto, desde luego, no es para asustarnos, sino para que estemos preparados espiritualmente ante Dios. Las condiciones morales y sociales no están mejorando en el mundo, y debemos estar listos para cuando venga esta intervención de Dios. A su iglesia, tal como lo hizo con Jeremías y Baruc, Dios le ha prometido protegerla de estos males, aunque nuestra fidelidad, o el amor a la verdad, será duramente probada. Dios dice: “Por cuanto has guardado mi Palabra de perseverar con paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir en todo el mundo, para probar a los que habitan en la tierra” (Apocalipsis 3:10 NRV). Finalmente, nos insta: “Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21:36).

De este modo, vemos que nos puede servir mucho este libro de lamentaciones de Jeremías en nuestra vida personal, como también en el futuro.