#185 - Jeremías 15-23: "Más persecuciones; el sábado; la invasión llega"

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#185 - Jeremías 15-23

"Más persecuciones; el sábado; la invasión llega"

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#185 - Jeremías 15-23: "Más persecuciones; el sábado; la invasión llega"

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Para Dios es desgarrador castigar de tal manera a su querida Judá, pero como dijo: “He aquí que yo los refinaré, y los probaré; porque ¿qué más he de hacer por la hija de mi pueblo?” (Jeremías 9:7). Dios tiene dos alternativas. O deja que su pueblo se corrompa por completo, o tiene que purificarlos con un castigo severo.

Es como el caso de un padre que tiene un hijo que se ha corrompido y se ha vuelto totalmente desobediente. A pesar del perdón y las muchas oportunidades que se le han dado, las cosas van de mal en peor. Para no participar en sus pecados, no queda más para el padre que “exiliarlo” al sacarlo de la casa. A menudo, el hijo castigado pasará por muchos sufrimientos y, tal como en la parábola del hijo pródigo, por los golpes de la vida se dará cuenta de su rebeldía y decide enmendarse. Puede entonces volver a casa, pero ahora en un estado humilde y dispuesto a obedecer. Así ve Dios a Judá. Quiere salvarla para mantenerla como su nación y para que se puedan cumplir las profecías respecto a Jesucristo. 

Le dice Dios a Jeremías: “Si Moisés y Samuel se pusieran delante de mí, no estaría mi voluntad con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan” (Jeremías 15:1). Moisés y Samuel fueron dos grandes intercesores del pueblo que lograron salvarlo de muchos castigos por sus súplicas ante Dios. Pero la corrupción y la maldad habían llegado a tal extremo que ya no hay lugar para intercesores. Dios le dice: “Y los entregaré para terror a todos los reinos de la tierra, a causa de Manasés hijo de Ezequías, rey de Judá, por lo que hizo en Jerusalén… estoy cansado de arrepentirme. Aunque los aventé… y dejé sin hijos mi pueblo, no se volvieron de sus caminos” (Jeremías 15:4). Los reyes siguieron el ejemplo malvado de Manasés. 

Al entregar ese mensaje tan fuerte, Jeremías recibe más persecuciones. Se queja al decir: “¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de contienda y hombre de discordia para toda la tierra! Nunca he dado ni tomado en préstamo, y todos me maldicen” (Jeremías 15:10). Dios lo consuela al mostrar que ya pronto se cumplirán sus profecías, pero Jeremías sigue quejándose: “Tú lo sabes, oh Eterno; acuérdate de mí, y visítame, y véngame de mis enemigos. No me reproches en la prolongación de tu enojo; sabes que por amor de ti sufro afrenta… No me senté en compañía de burladores, ni me engreí a causa de tu profecía; me senté solo, porque me llenaste de indignación” (Jeremías 15:15-17). Noten primero que Jeremías podía haberse envanecido al recibir estas comunicaciones directas de Dios, pero no se dejó enorgullecer como les ha ocurrido a otros, que al darles algo de poder y sabiduría, se envanecen y se descalifican. Es una lección importante para todos nosotros. 

Dios ahora le contestó: “Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos. Y te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice el Eterno” (Jeremías 15:19-20). Dios no hace acepción de personas, y aunque Jeremías era su profeta escogido, tenía libre albedrío. Tenía que escoger obedecer o no a Dios. Por eso, Dios lo anima a que siga adelante y promete ayudarlo y bendecirlo. 

Una vez que Jeremías recupera el ánimo, Dios le ordena: “No tomarás para ti mujer, ni tendrás hijos ni hijas en este lugar. Porque… los hijos y las hijas que nazcan… de dolorosas enfermedades morirán… porque yo he quitado mi paz de este pueblo… te dirán ellos: ¿Por qué anuncia el Eterno contra nosotros todo este mal tan grande?... Entonces les dirás: Porque vuestros padres me dejaron… y anduvieron en pos de dioses ajenos, y los sirvieron, y ante ellos se postraron, y me dejaron a mí y no guardaron mi ley; y vosotros habéis hecho peor que vuestros padres… Por tanto, yo os arrojaré de esta tierra a una tierra que ni vosotros ni vuestros padres han conocido” (Jeremías 16:2-13). 

Dios se refiere a la conquista y el exilio a Babilonia. Sin embargo, hay una parte alentadora del mensaje de Jeremías -- tras el cautiverio, volverá un remanente a Jerusalén. ”Vive el Eterno, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los volveré a su tierra, la cual di a sus padrespero primero pagaré al doble su iniquidad y su pecado; porque contaminaron mi tierra con los cadáveres de sus ídolos [para Dios las imágenes son como el olor de los muertos]” (Jeremías 16:14-18). 

¿A qué se debe tanta rebelión? Dios responde: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Eterno… Bendito el varón que confía en el Eterno, y cuya confianza es el Eterno. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas [vea Salmos 1:3]. Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo el Eterno, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:5-10). 

Aquí surgen varios principios de primera orden. El primero trata sobre en quién confiamos por sobre todo. ¿Es Dios o los hombres? Como nos está mostrando Jeremías, no debe haber nadie sobre la tierra que nos pueda separar de su santa ley. Ni padre, ni madre, ni ninguna autoridad, sea civil o religiosa, debe separarnos del Camino de Dios. Él siempre nos ayudará en los momentos difíciles, si realmente confiamos en él. Recuerden Proverbios 28:4 “Los que dejan la ley alaban a los impíos; mas los que la guardan contenderán con ellos”. Jeremías nos entrega este ejemplo.

Recuerden que estaban pasando por una horrenda sequía, y Dios les dice a los que confían en él: “Serán como árboles plantados junto a las aguas, en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jeremías 17:8). Jeremías se sentía muy solo al seguir el Camino de Dios. Además, bien sabía la hipocresía que lo rodeaba. Dice Jeremías: “...cercano estás tú en sus bocas, pero lejos de sus corazones” (Jeremías 12:2). 

Por eso el corazón del hombre, sin el Espíritu de Dios, es muy traicionero. Es carnal, aunque se vista de honorabilidad. Cristo dijo: “Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación (Lc 16:15). Por eso, una de las formas de medir la conversión de uno es ver su actitud hacia la Ley de Dios. Bien sabía Jeremías lo difícil que era tratar con un pueblo supuestamente bíblico, pero que “la palabra de Dios les es cosa vergonzosa, no la aman” (Jeremías 6:10). 

Perdiz. El Nombre incluye probablemente tres especies de perdices: la perdiz blanca, la perdiz del desierto y la perdiz negra. Todas son aves de caza, cuya carne y huevos constituyen una buena comida. La perdiz negra se oculta tan bien, que es más fácil oírla que verla (1 Samuel 26:20).

Es interesante la analogía que usa Dios para describir esa hipocresía. La compara con el comportamiento de una perdiz. “Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontonará riquezas; en la mitad de sus días las dejará, y en su postrimería será insensato” (Jeremías 17:11). La perdiz tiene el hábito de empollar huevos que no son suyos, pero al crecer las crías, igual la dejan para irse con su verdadera madre. De la misma manera, las riquezas que uno toma “injustamente”, que no son de uno, tarde o temprano volverán a quienes corresponde. Dice Proverbios 28:22: “Se apresura a ser rico el avaro, y no sabe que le ha de venir pobreza”. Pablo añade: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque raíz de males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6:9-10). Por eso, no seamos como las perdices, que toman algo que no les corresponde, sino más bien, lo que tengamos se deba a nuestros propios esfuerzos. 

Dios entrega otro ejemplo de las abominaciones que le enfurecen, aparte de los ya mencionados arbolitos sagrados en las casas. Estaban quebrantando su santo sábado. “Así ha dicho el Eterno: “Guardaos por vuestra vida de llevar carga en el día de reposo (sábado), y de meterla por las puertas de Jerusalén. Ni saquéis carga de vuestras casas en el día de reposo, como mandé a vuestros padres. Pero ellos no oyeron, ni inclinaron su oído, sino endurecieron su cerviz para no oír, ni recibir corrección. No obstante, si vosotros me obedeciereis, dice el Eterno, no metiendo carga por las puertas de esta ciudad en el día de reposo, sino que santificareis el [sábado], no haciendo en él ningún trabajo, entrarán por las puertas de esta ciudad, en carros y en caballos, los reyes y los príncipes que se sientan sobre el trono de David… y esta ciudad será habitada para siempre… pero si no me oyereis para santificar el día de reposo, y para no traer carga ni meterla por las puertas de Jerusalén en día de reposo, yo haré descender fuego en sus puertas, y consumirá los palacios de Jerusalén, y no se apagará” (Jeremías 17:21-27). 

Imagínense -- ¡algunos todavía creen hoy día que el sábado no es tan importante para Dios! Aquí vemos que él hace una promesa de proteger a todos los habitantes de Judá contra cualquier invasión que venga, y que la dinastía de David se podría mantener en Jerusalén para siempre si guardaban correctamente el sábado. Pero no lo hicieron. Insistieron en trabajar el día sábado, al llevar sus productos para vender y así traer todas estas maldiciones sobre ellos mismos. Recuerden, esto nos puede suceder también a nosotros, pues Dios no ha cambiado. Dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). 

¡Cuántas veces envió Dios a sus profetas durante 250 años para advertirles que guardaran sus sábados! No obstante, se rebelaron contra él. Ellos no pensaban que el sábado era tan importante para Dios. Un día más, un día menos. Pues Dios le dio un ejemplo a Jeremías de cómo se sentía. Le dijo que fuera a la casa de un alfarero y viera lo que estaba sucediendo. “Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo [en] otra vasija… vino a mí palabra del Eterno, diciendo: “¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel?... conviértase ahora cada uno de su mal camino, y mejore sus caminos y sus obras. Y dijeron: Es en vano; porque en pos de nuestros ídolos iremos, y haremos cada uno el pensamiento de nuestro malvado corazón” (Jeremías 18:4-12). Dios se sentía como ese alfarero, que cada vez que Judá se desviaba, volvía a perdonarla y hacía de nuevo las paces, sólo para encontrar que volvieron a romper el pacto con él. 

Cuando los líderes de Judá se enteraron de lo que había dicho Jeremías, conspiraron para matarlo. “Y dijeron: Venid y maquinemos contra Jeremías; porque la ley no faltará al sacerdote… y no atendamos a ninguna de sus palabras… Oh Eterno, mira por mí, y oye la voz de los que contienden conmigo… no perdones su maldad” (Jeremías 18:18-23). 

Dios sigue enviando a Jeremías a hacer cosas que llamarán la atención del pueblo. Hoy día sería llamada “publicidad” -- es decir, llamar la atención del público. Le dice: “Ve y compra una vasija de alfarero, y lleva contigo de los ancianos del pueblo… y de los sacerdotes, y dirás: “Así dice el Eterno… He aquí que yo traigo mal sobre este lugar, tal que a todo el que lo oyere, le retiñan los oídos. Porque me dejaron, y enajenaron este lugar, y ofrecieron en él incienso a dioses ajenos… y llenaron este lugar de sangre de inocentes, y edificaron lugares altos a Baal para quemar con fuego a sus hijos en holocaustos al mismo Baal… Pondré a esta ciudad por espanto y burla… y se burlará sobre toda su destrucción. Y les haré comer la carne de sus hijos [por el sitio, como efectivamente ocurrió]... Entonces quebrarás la vasija ante los ojos de los varones que van contigo y les dirás: Así ha dicho el Eterno… Así quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro” (Jeremías 19:1-11). 

Obviamente, no tomaron muy bien esta escena los líderes de la ciudad. “El sacerdote Pasur hijo de Imer, que presidía como príncipe en la casa del Eterno, oyó a jeremías que profetizaba estas palabras. Y azotó Pasur al profeta Jeremías y lo puso en el cepo” (Jeremías 20:1-2). El cepo consiste en dos marcos de madera con dos hoyos, para separar los pies. Uno quedaba inclinado en forma muy incómoda y era sujeto a la burla. Tras una noche entera así, cuando lo soltaron del cepo, Jeremías le dijo al sacerdote: “Así ha dicho el Eterno: He aquí, haré que seas un terror a ti mismo y a todos los que bien te quieren, y caerán por la espada de sus enemigos, y tus ojos lo verán; y a todo Judá entregaré en manos del rey de Babilonia… Y tú, Pasur, y todos los moradores de tu casa iréis cautivos; entrarás en Babilonia, y allí morirás” (Jeremías 20:4-6). 

Al quedar en libertad y adolorido, Jeremías no estaba del mejor ánimo. Otra vez se queja ante Dios: “Me sedujiste, oh Eterno, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra del Eterno me ha sido para afrenta y escarnio cada día… Todos mis amigos miraban si claudicaría. Quizá se engañará, decían, y prevaleceremos contra él, y tomaremos de él nuestra venganza. Mas el Eterno está conmigo como poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropezarán, y no prevalecerán… Oh Eterno de los ejércitos, que pruebas a los justos, que ves los pensamientos y el corazón, vea yo tu venganza de ellos; porque a ti he encomendado mi causa [Ahora se deprime]... Maldito el día en que nací… ¿Para qué salí del vientre? ¿Para ver trabajo y dolor, que mis días se gastasen en afrenta?” (Jeremías 20:7-18). No hay duda de que estaba bajo un tremendo estrés, y Dios quiere que sepamos que él nos entiende, igual que a Jeremías. 

¿Cuál fue la respuesta? Pronto llegó Nabucodonosor y puso Jerusalén bajo sitio, tal como Jeremías había predicho. ¡Cómo cambian las cosas! Ahora este mismo sacerdote Pasur que lo había humillado, tiene que humillarse al preguntarle de parte del rey qué deben hacer. Viene y le suplica: “Consulta ahora acerca de nosotros al Eterno, porque Nabucodonosor rey de Babilonia hace guerra contra nosotros; quizá el Eterno hará con nosotros según todas sus maravillas, y aquél se irá de sobre nosotros...” 

“Y Jeremías les dijo: Diréis así a Sedequías: Así ha dicho el Eterno… ”Pelearé contra vosotros con mano alzada… Y heriré a los moradores de esta ciudad, y los hombres y las bestias morirán de pestilencia grande… entregaré a Sedequías… y a los que queden de la pestilencia, de la espada, y del hambre en la ciudad, en mano de Nabucodonosor rey de Babilonia… Y a este pueblo dirás: “He aquí pongo delante de vosotros camino de vida y camino de muerte. El que quedare en esta ciudad morirá a espada, de hambre o de pestilencia; mas el que saliere y se pasare a los caldeos que os tienen sitiados, vivirá, y su vida le será por despojo… Así dijo el Eterno: Desciende a la casa del rey de Judá, y habla allí esta palabra: “Oye palabra del Eterno, oh rey de Judá que estás sentado sobre el trono de David: Haced juicio y justicia, y librad al oprimido de mano del opresor… porque si efectivamente obedeciereis esta palabra, los reyes que en lugar de David se sientan sobre su trono, entrarán montados en carros y en caballos… Mas si no oyereis estas palabras, por mí mismo he jurados, dice el Eterno, que esta casa será desierta… Te he hablado en tus prosperidades, mas dijiste: No oiré. Este fue tu camino desde tu juventud, que nunca oíste mi voz… Te haré llevar cautivo a ti y a tu madre que te dio a luz, a tierra ajena en que no nacisteis; y allá moriréis… porque ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá” (Jeremías 21:1- Jeremías 22:30). Sedequías al final no escuchó a Jeremías y terminó presenciando la muerte de sus hijos varones y luego le quitaron los ojos y fue llevado a Babilonia.

Dios culpa a los falsos pastores del pueblo. No enseñaban la ley de Dios sino las vanidades de las naciones. Dice Dios: “¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño! dice el Eterno… Vosotros dispersasteis mis ovejas, y las espantasteis, no las habéis cuidado [las desanimaron hasta que dejaron la verdadera religión]. He aquí que yo castigo la maldad de vuestras obras, dice el Eterno. Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán. Y pondré sobre ellas pastores que las apacienten; y no temerán más, ni se amedrentarán, ni serán menoscabadas, dice el Eterno. He aquí que viene días, dice el Eterno, en que levantaré a David renuevo justo y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: el Eterno, justicia nuestra” (Jeremías 23:1-6). Aquí vemos una clara referencia a Cristo, cuando reinará sobre la tierra. Noten que se menciona no sólo a Judá, sino a las otras tribus de Israel. No han desaparecido, existen, aunque el mundo no las identifique. Por eso, ¡cuán importante es tener pastores fieles que siguen el ejemplo de David, que aman la ley de Dios y enseñan al pueblo todas sus grandes verdades!