#184 - Jeremías 9-14: "El árbol navideño; el cinto podrido"

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#184 - Jeremías 9-14

"El árbol navideño; el cinto podrido"

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La situación en Judá sigue empeorando. Jeremías nos muestra su dolor por el pecado que veía a su alrededor, ejemplo que debemos seguir. “¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!... Porque todos ellos son adúlteros, congregación de prevaricadores. Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco, y no se fortalecieron para la verdad en la tierra; porque de mal en mal procedieron… porque todo hermano engaña con falacia, y todo compañero anda calumniando. Y cada uno engaña a su compañero, y ninguno habla verdad” (Jeremías 9:1-5).

Es tan fácil acostumbrarse al aumento de las maldades de la sociedad, pero Dios nunca quiere que las aceptemos y que nuestras conciencias se endurezcan. Noten el resultado: “dijo el Eterno: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella. Y a los otros dijo, oyéndolo yo: Pasad por la ciudad en pos de él, y matad; no perdone vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad a viejos; jóvenes y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno; pero a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no os acercaréis; y comenzaréis por mi santuario” (Ezequiel 9:4-6).

También en los tiempos del fin se pondrá una señal en los verdaderos creyentes. En Apocalipsis vemos que serán “sellados” los que no se corrompen ante las maldades del mundo y que guardan las leyes de Dios. Dice: “Vi también a otro ángel... y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes [para su protección] a los siervos de nuestro Dios… Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 7:2-3; Apocalipsis 14:12). Tienen el Espíritu Santo de Dios.

Además vemos el ejemplo de Lot: “...y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que hablan de vivir impíamente, y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos), sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio...” (2 Pedro 2:6-9). De modo que debemos clamar a menudo para que venga el reino de Dios y recordar que no somos parte de este mundo.

Cristo dijo: “...y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones [el evangelio que incluye gemir por la maldad del mundo y añorar el Reino de Dios; que vuelvan a las leyes originales de Dios] y, entonces vendrá el fin” (Mateo 24:12).

¿Cuál es la conclusión que llega Dios sobre Judá? Dice: “He aquí que yo los refinaré y los probaré; porque ¿qué más he de hacer por la hija de mi pueblo?... Reduciré a Jerusalén a un montón de ruinas...y convertiré las ciudades de Judá en desolación… ¿Quién es el varón sabio que entienda esto?... Porque dejaron mi ley, la cual di delante de ellos, y no obedecieron a mi voz, ni caminaron conforme a ella; antes se fueron tras la imaginación de su corazón, y en pos de los baales, según les enseñaron sus padres” (Jeremías 9:7-14). Dios no acepta que ningún rito o sacrificio religioso reemplace el obedecer su ley. ¿Por qué es tan importante?

Dios contesta: “No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy el Eterno, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero...” (Jeremías 9:23-24). Esta es la verdadera importancia de la ley -al obedecerla, de llegar realmente a conocer a Dios y su naturaleza de misericordia, juicio y justicia. Por eso David clamó: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es mi meditación… De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira… La ley de Dios es perfecta, que convierte el alma” (Salmos 119:97, Salmos 199:104). De esta manera, al seguir su ley, uno llega a conocer a Dios íntimamente y así desarrollar el debido respeto y el temor hacia Dios.

Dios ahora usa un ejemplo de cómo no adorarlo. Le enfurece la costumbre que tenían de montar un arbolito en la casa y decorarlo con ornamentos de oro y plata. Era un ídolo que representaba a uno de los dioses falsos. Dios prohíbe tal práctica. Dice: “No aprendáis el camino de las naciones, ni de las señales del cielo tengáis temor, aunque las naciones las teman. Porque las costumbres de los pueblos son vanidad; porque leño del bosque cortaron, obra de manos de artífice con buril. Con plata y oro lo adornan; con clavos y martillo lo afirman para que no se mueva. Derechos están como palmera, y no hablan: son llevados, porque no pueden andar” (Jeremías 10:2-5). El Comentario Exegético de la Biblia explica: “Mejor se traduce, ‘cortan un árbol del bosque’, lo afirman, para que se mantenga derecho y no se caiga… el punto de comparación del ídolo con la palma está en la semejanza vertical de esta última con un pilar, y en que no tiene ramas sino en la parte superior” (p. 673). ¿De dónde proviene esta costumbre?

Ralph Woodrow, en su libro, Babilonia, Misterio Religioso explica sobre el árbol de la Navidad: “Una fábula babilónica decía que Semiramis, la madre de Tammuz, afirmaba que, durante una noche, un árbol verde se desarrolló de un tronco muerto. El tronco muerto supuestamente representaba a su esposo muerto, Nimrod, ¡y el árbol de pino llegó a ser el símbolo de que Nimrod había revivido en la persona de Tammuz! La idea se propagó y se desarrolló tanto que muchas naciones tienen sus propias leyendas de árboles sagrados. Entre los druidas [antiguos sacerdotes paganos de Inglaterra], los egipcios, los romanos, los cuales adornaban sus árboles con cerezas rojas durante La Saturnalia [fiesta de donde se sacó la fecha de la Navidad], los escandinavos y muchas más. Y al igual que otros ritos paganos, fueron absorbidos por el ‘cristianismo’. Asimismo, lo fue el uso del árbol de Navidad. El árbol de Navidad revive la idea del culto con sus bolas brillantes en símbolo del sol... todas las festividades del invierno pagano han sido incorporadas al día de la Navidad. Pero en no menos de 10 veces en la Biblia, el árbol verde es asociado con la idolatría y el culto falso”.

Sigue el autor: “Naturalmente las gentes de la época de Jeremías, como lo indica el contenido de este pasaje, estaban realmente haciendo un ídolo del leño. No queremos decir que en nuestros tiempos la gente pone el árbol de Navidad en sus hogares o iglesias para “adorar” a un árbol. Lo que estamos diciendo es que el uso del árbol de Navidad es claramente algo traído del paganismo en una forma modificada. Pero cualquiera que sea la diferencia entre el viejo uso del árbol y las costumbres del presente, nadie puede negar que las costumbres son cosas de los hombres, y Dios dice: “Porque las costumbres de los pueblos son vanidad” -sin valor, vacías- no añaden poder al verdadero culto” (p. 242-243). Como pueden ver, el autor trata de suavizar el tema, puesto que, al ser evangélico, su congregación estaría guardando esta costumbre. En cambio, para nosotros lo que importa es que claramente viola el segundo mandamiento sobre el no hacer imágenes. Con eso basta.

Otra mención de la adoración al árbol de pino lo hace Sir James G. Frazer en La Rama Dorada. Dice: “En Roma… se dio un paso más cuando el emperador Claudio (45 d.C.) incorporó a la religión oficial del estado romano el culto frigio del árbol sagrado, y con él seguramente los ritos orgiásticos de Atis… Cortaban un pino del bosque y lo traían al santuario de Cibeles, donde lo trataban como a una deidad. Una congregación de portadores de árboles estaba a cargo de transportarlo. El tronco del árbol era cubierto con bandas de lana y adornado con guirnaldas de violetas… luego, los sacerdotes bailaban sacudiendo la cabeza, hasta que, en rapto frenético de excitación e insensibilizados al dolor, se cortaban el cuerpo con trozos de loza o se acuchillaban con navajas para salpicar el altar y el árbol sagrado con la sangre que brotaba” (p. 404).

El Libro de Guiness sobre la Navidad dice: “Es muy posible que el árbol de Navidad provenga de algún árbol sagrado que se traía o se apartaba al principio de la fiesta invernal. Visto en su contexto, parece pertenecer a cierta clase de sacramentos primitivos”.

Dios estaba furioso con estos burdos sustitutos que desvían a su pueblo de conocerlo en verdad. Dice: “Todo hombre se embrutece, y le falta ciencia; se avergüenza de su ídolo todo fundidor, porque mentirosa es su obra de fundición, y no hay espíritu en ella. Vanidad son, obra vana; al tiempo de su castigo perecerán. No es así la porción de Jacob; porque él es el Hacedor de todo” (Jeremías 10:14-16). ¡Qué contraste!

Por todo esto, el castigo está próximo a llegar. “He aquí que voz de rumor viene, y alboroto grande de la tierra del norte para convertir en soledad todas las ciudades de Judá” (Jeremías 10:22). Ante el castigo inminente, Jeremías le pide a Dios misericordia para él y su pueblo. “Conozco, oh Eterno, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos. Castígame, oh Eterno, mas con juicio; no con tu furor, para que no me aniquiles. Derrama tu enojo sobre los pueblos que no te conocen, y sobre las naciones que no invocan tu nombre; porque se comieron a Jacob” (Jeremías 10:23-25). Cuando Dios nos corrige, siempre debemos pedirle que nos corrija con misericordia y amor.

Dios explica cuál es el problema con el pacto que suscribieron con él. Dice: “Oíd las palabras de este pacto, y hablad a todo varón de Judá… Maldito el varón que no obedeciere las palabras de este pacto… Oíd mi voz, y cumplid mis palabras… para que confirme el juramento que hice a vuestros padres… pero no oyeron… antes se fueron cada uno tras la imaginación de su malvado corazón; por tanto, traeré sobre ellos todas las palabras de este pacto… Porque según el número de tus ciudades fueron tus dioses, oh, Judá… pusiste los altares de ignominia, altares para ofrecer incienso a Baal. Tu pues, no ores por este pueblo… porque yo no oiré en el día que en su aflicción clamen a mí. ¿Qué derecho tiene mi amada [Judá] en mi casa, habiendo hecho muchas abominaciones? ¿Crees que los sacrificios y las carnes santificadas de las víctimas pueden evitarte el castigo? ¿Puedes gloriarte de eso?” (Jeremías 11:2-15).

Debido a todas estas fuertes palabras contra Judá, su propio pueblo de Anatot conspira contra Jeremías para matarlo. Dice: “Y yo era como cordero inocente que llevan a degollar, pues no entendía que maquinaban designios contra mí, diciendo: “Destruyamos el árbol con su fruto, y cortémoslo de la tierra de los vivientes, para que no haya más memoria de su nombre. Pero, oh Eterno de los ejércitos, que juzgas con justicia, que escudriñas la mente y el corazón, vea yo tu venganza de ellos; porque ante ti he expuesto mi causa. Por tanto, así ha dicho el Eterno acerca de los varones de Anatot que buscan tu vida, diciendo: No profetices en nombre del Eterno, para que no mueras a nuestras manos; así, pues, ha dicho el Eterno… He aquí que yo los castigaré… y no quedará remanente de ellos, pues yo traeré mal sobre los varones de Anatot, el año de su castigo” (Jeremías 11:19-23).

Al enterarse Jeremías del complot contra su vida, se desanima, un estado parecido al de Elías cuando Jezabel buscó matarlo. Es humano sentirse así y Dios lo acepta, pero siempre que uno siga haciendo su obra y que se dirija a él con las quejas. Jeremías desea que actúe más rápido contra sus enemigos. Por eso, se queja ante Dios y entabla un diálogo: “...alegaré mi causa ante ti. ¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y tienen bien todos los que se portan deslealmente? Los plantaste, y echaron raíces; crecieron y dieron fruto; cercano estás tú en sus bocas, pero lejos de sus corazones. Pero tú, oh Eterno, me conoces; me viste, y probaste mi corazón para contigo; arrebátalos como a ovejas para el degolladero, y señálalos para el día de la matanza” (Jeremías 12:1-3). Aquí Jeremías plantea el problema común del justo: a veces se impacienta al ver que los pecadores prosperan y cree que no reciben su merecido a tiempo.

Job y David también se quejaron, y finalmente recibieron la respuesta. En Salmos 73, David llega a entender: “Hasta que, entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos… ¡Cómo han sido asolados de repente!” (Salmos 73:17-19). Es cuestión de tiempo. Tarde o temprano, uno cosechará lo que sembró. Dios le contesta a Jeremías: “Si corriste con los de a pie, y te cansaron, ¿cómo contenderás con los caballos? Y si en la tierra de paz no estabas seguro, ¿cómo harás en la espesura del Jordán? Porque aún tus hermanos y la casa de tu padre, aun ellos se levantaron contra ti... No los creas cuando bien te hablen” Jeremías 12:5-6).

La vida de Jeremías se tornó muy difícil por el mensaje desagradable que portaba. Hasta su familia se había vuelto contra él, como suele suceder al justo. Dijo David: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, el Eterno me recogerá” (Salmos 27:10). Cristo también advirtió: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz [símbolo de aceptar el sufrimiento al seguir el camino de Dios], no es digno de mí. El que halla su vida [si la pone antes que a Dios], la perderá; y el que pierde su vida [al poner a Dios primero] por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:34-39). Ahora le toca a Jeremías tomar la decisión.

Él dice: “He dejado mi casa, desamparé mi heredad, he entregado lo que amaba mi alma en mano de sus enemigos. Mi heredad fue para mí como león en la selva; contra mi dio su rugido; por tanto, la aborrecí” (Jeremías 12:7-8). No estaba dispuesto a transar con la ley de Dios, y sufrió mucho por eso. Tuvo que literalmente obedecer a Dios antes que a la familia y a los demás hombres.

Dios le contesta que se siente igual. Dice: “Muchos pastores han destruido mi viña, hollaron mi heredad… He aquí que yo los arrancaré de su tierra, y arrancaré de en medio de ellos a la casa de Judá. Y después que los haya arrancado, volveré y tendré misericordia de ellos, y los haré volver cada uno a su heredad y cada cual a su tierra” (Jeremías 12:10-15).

Ahora Dios ilustra físicamente lo que siente que le ha hecho su pueblo. Hace que Jeremías entierre un cinturón de lino y después de muchos días vuelva para sacarlo. Dice: “He aquí que el cinto se había podrido; para ninguna cosa era bueno… Así ha dicho el Eterno: Así haré podrir la soberbia de Judá, y la mucha soberbia de Jerusalén. Este pueblo malo, que no quiere oír mis palabras, que anda en las imaginaciones de su corazón, y que va en pos de dioses ajenos para servirles y para postrarse ante ellos, vendrá a ser como este cinto, que para ninguna cosa es bueno. Porque como el cinto se junta a los lomos del hombre, así hice juntar a mí toda la casa de Israel y toda la casa de Judá… para que fuesen por pueblo y por fama, por alabanza y por honra; pero no escucharon” (Jeremías 13:7-11).

Luego, Dios entrega otra señal: la de una tinaja o vasija llena de vino. Explica el significado: “Yo lleno de embriaguez a todos los moradores de esta tierra, y a los reyes de la estirpe de David… a los sacerdotes y profetas, y a todos los moradores de Jerusalén, y los quebrantaré el uno contra el otro, los padres con los hijos igualmente, dice el Eterno; no perdonaré, ni tendré piedad ni misericordia, para no destruirlos… Di al rey y a la reina: Humillaos, sentaos en tierra; porque la corona de vuestra gloria ha caído de vuestras cabezas… Si dijeres en tu corazón: ¿Por qué me ha sobrevenido esto? Por la enormidad de tu maldad. [ahora una frase clásica] ¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal? Por tanto, yo los esparciré al viento del desierto, como tamo que pasa… ¡Ay de ti, Jerusalén! ¿No serás al fin limpia? ¿Cuánto te tardarás tú en purificarte?” (Jeremías 13:13-27).

Por sus pecados, Dios le envía una sequía a Judá como advertencia. Sin embargo, los falsos profetas que tenía el rey le decían: “No veréis espada, ni habrá hambre entre vosotros, sino que en este lugar os daré paz verdadera” (Jeremías 14:13). Dios se enfurece al saber que pretenden usar su nombre y autoridad. “Me dijo entonces el Eterno: “Falsamente profetizan los profetas en mi nombre; no los envié, ni les mandé, ni les hablé: visión mentirosa… os profetizan… por tanto… con espada y con hambre serán consumidos esos profetas” (Jeremías 14:15). Jamás se debe predicar falsas doctrinas o profetizar en vano usando el nombre de Dios. Una cosa es tener un puesto, otra cosa es guardar fielmente la ley de Dios. La autoridad depende de guardar la ley de Dios o no sirve.