#188 - Jeremías 34-39: "Laquis; Baruc; Jeremías en la cisterna"

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#188 - Jeremías 34-39

"Laquis; Baruc; Jeremías en la cisterna"

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#188 - Jeremías 34-39: "Laquis; Baruc; Jeremías en la cisterna"

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Pero los líderes lo consideran como un traidor. Ya lo han metido en un cepo, casi lo han apedreado y recién ha salido de la cárcel. Al andar con un yugo en el cuello para simbolizar la esclavitud babilónica que viene, tiene a los sacerdotes y a los príncipes enfurecidos. La compra de una propiedad en Anatot lo considera como una burla. Pero todos saben que por lo menos, la profecía de que vendrían los babilonios y sitiarían a Jerusalén se ha cumplido. El rey Sedequías hasta le ha consultado en secreto lo que debe hacer.

Dios sigue entregándole sus instrucciones a Jeremías. Le dice en el capítulo 34: “Ve y habla a Sedequías rey de Judá y dile: Así ha dicho el Eterno: “He aquí yo entregaré esta ciudad al rey de Babilonia, y la quemará con fuego y no escaparás tú de su mano, sino que ciertamente serás apresado... y en Babilonia entrarás... No morirás a espada. En paz morirás... y te endecharán [hasta tendrá un funeral oficial]” (Jeremías 34:2-5). Todo esto se cumplió al pie de la letra. 

Había dos otras grandes ciudades de Judá que también estaban sitiadas. “Y el ejército del rey de Babilonia peleaba contra Jerusalén, y contra todas las ciudades de Judá que habían quedado, contra Laquis y contra Azeca; porque de las ciudades fortificadas de Judá éstas habían quedado” (Jeremías 34:7). 

En 1935, el arqueólogo J. L. Starkey excavó Laquis y según los hallazgos arqueológicos, ilustró cómo era la ciudad. En medio de los escombros, también se encontraron unos tiestos de arcilla que sirvieron para la correspondencia entre el comandante de Laquis y el rey Sedequías durante este sitio. Se llaman las cartas de Laquis. Es una evidencia importante de que el relato bíblico es fidedigno. Dice el Diccionario Bíblico Arqueológico: “Había veintiún cartas en total. Eran tiestos de cerámica, en los cuales los mensajes se escribieron en tinta negra y con escritura cursiva... contemporánea a los últimos años de Jeremías. Son documentos de primera mano de la situación política y militar de la época inmediatamente antes de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. En la cuarta carta se encuentra el mensaje del comandante de Jerusalén al de Laquis. Dice: “Dile a mi señor que esperamos ansiosamente las señales de Laquis, según las instrucciones que mi señor ha dado, pues no podemos ver (las señales) de Azeca [a 12 km. de Laquis, y aparentemente Azeca ya fue tomada y su señal o bandera removida]” (p. 405 y Werner Keller, p. 273). 

Con toda esta destrucción alrededor, por las advertencias proféticas, Sedequías intenta obedecer algunas leyes de Dios que no se cumplían. “Palabra del Eterno que vino a Jeremías, después que Sedequías hizo pacto con todo el pueblo en Jerusalén para promulgarles libertad; que cada uno dejase a su siervo... que ninguno usase a los judíos, sus hermanos, como siervos. Y cuando oyeron todos los príncipes, y todo el pueblo que había convenido en el pacto... obedecieron, y los dejaron” (Jeremías 34:8-10). Estaban ahora poniendo en obra las leyes económicas de Dios acerca de la esclavitud. En Deuteronomio 15:12 dice: “Si se vendiere a ti tu hermano hebreo o hebrea, y te hubiere servido seis años, al séptimo le despedirás libre” En Levítico 25:39-44 se añade: “Y cuando tu hermano empobreciere, estando contigo, y se vendiere a ti, no le harás servir como esclavo. Como criado, como extranjero estará contigo; hasta el año del jubileo te servirá. Entonces saldrá libre de tu casa... y la posesión de sus padres se restituirá... No te enseñorearás de él con dureza, sino que tendrás temor de tu Dios. Así tu esclavo como tu esclava que tuvieres, serán de las gentes que están en vuestro alrededor”. 

Esto no lo habían hecho los ricos y poderosos de la ciudad. Habían retenido a los pobres como esclavos en forma permanente. Esto disgustaba a Dios y era una oportunidad de mostrar si estaban dispuestos a abandonar su explotación y enriquecimiento ilícito a costa de los pobres. Hicieron un juramento y pacto con Dios al respecto, pero no duró mucho. Cuando sus intereses económicos empezaron a sufrir, a pesar del sitio de la ciudad, “se arrepintieron, e hicieron volver a los siervos... que habían dejado libres, y los sujetaron como siervos y siervas” (Jeremías 34:11). ¡Cuán grande es la avaricia del hombre! No podían dejar su estilo de vida privilegiado ¡ni por unos pocos momentos! 

Dios, indignado, les envía un mensaje por medio de Jeremías: “Yo hice pacto con vuestros padres el día que los saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre, diciendo: “Al cabo de siete años dejará cada uno a su hermano hebreo que le fuere vendido; le servirá seis años y lo enviará libre; pero vuestros padres no me oyeron, ni inclinaron su oído. Y vosotros os habíais hoy convertido, y hecho lo recto delante de mis ojos, anunciando cada uno libertad a su prójimo; y habíais hecho pacto en mi presencia... pero os habéis vuelto y profanado mi nombre, y habéis vuelto a tomar cada uno a su siervo... Por tanto... yo promulgo libertad... a la espada y a la pestilencia... y entregaré a los hombres que traspasaron mi pacto... y que celebraron en mi presencia, dividiendo en dos partes el becerro” (Jeremías 34:13-20). El dividir el becerro en dos partes significa que así se haga con quien quebrante el pacto. Con esta grave violación, ya estaba sellado el destino para Judá. 

Como un contraste a su desobediencia, Dios ahora les recuerda una lección de fidelidad muy importante. Le pidió a Jeremías ir al pueblo que había servido a Israel durante unos 300 años, que comenzó en los tiempos de Jehú, los recabitas (2 Reyes 10:15-31). No eran israelitas sino de una tribu nómada. Dice Dios: “Vé a casa de los recabitas y habla con ellos, e introdúcelos en la casa del Eterno, en uno de los aposentos, y dales a beber vino... Y fui, y le dije: Bebed vino. Mas ellos dijeron: “No beberemos vino; porque Jonadab... nuestro padre nos ordenó diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros hijos... sino que moraréis en tiendas todos vuestros días... y nosotros hemos obedecido a la voz de nuestro padre” (Jeremías 35:2-8). 

Ahora viene la lección. “Así ha dicho el Eterno: “Vé y dí a los varones de Judá, y a los moradores de Jerusalén: ¿No aprenderéis a obedecer mis palabras?... Fue firme la palabra de Jonadab... y yo os he hablado a vosotros desde temprano y sin cesar, y no me habéis oído. Y envié a vosotros mis siervos los profetas, desde temprano y sin cesar... Ciertamente los hijos de Jonadab... tuvieron por firme el mandamiento que les dio su padre; pero este pueblo no me ha obedecido... Por cuanto obedecisteis al mandamiento de Jonadab vuestro padre... No faltará de Jonadab hijo de Recab un varón que esté en mi presencia todos los días” (Jeremías 35:13-19). Dios promete a los recabitas que sobrevivirán el cautiverio. 

En vez de la obediencia de los recabitas, el pueblo de Judá se mostraba insolente y desobediente ante Dios. Pero Dios sigue intentando evitar el castigo severo de su pueblo. Le había dicho a Jeremías en los tiempos del rey anterior, Joacim, que registrara todas las profecías en un rollo (normalmente sería de cuero) y se lo enviará al rey. Dijo Dios: “Quizá oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré su maldad y su pecado. Y llamó Jeremías a Baruc hijo de Nerías, y escribió Baruc de boca de Jeremías, en un rollo de libro, todas las palabras que el Eterno le había hablado. 

Aquí aparece el secretario fiel de Jeremías, Baruc. Por increíble que parezca, hace poco se encontró un sello oficial de Baruc, el hijo de Nerías, que confirma en forma física su existencia. Incluso ahora los arqueólogos han encontrado que tiene el sello en uno de los lados una huella digital, muy probable del dueño, Baruc. 

Estos sellos han sobrevivido mucho más tiempo que otros escritos, puesto que la impresión era en arcilla, que se endurecía con el tiempo. Además, el fuego, en vez de destruirlos, los cocinaba y se volvían prácticamente indestructibles. Así se han encontrado en Jerusalén cientos de estos sellos. Normalmente se usaban como las notarías lo hacen hoy día, para certificar la validez del documento. En general incluía el nombre del personaje, el de su padre para distinguirlo de los demás con el mismo nombre, y su oficio. El de Baruc contiene las siguientes palabras: “Pertenece a Baruc[yahu], hijo de Nería[yahu], el escriba”. El sufijo “yahu” significa “de Dios” y era muy común añadirlo a los nombres como una bendición. Se sabe que el estilo de las letras corresponde al tiempo de Baruc, y dos sellos más encontrados junto a este mencionan a otros dos personajes bíblicos de ese entonces. Uno de ellos dice: “Jerameel, hijo del rey” y el otro: “Pertenece a Gemar[yahu], hijo de Safán”. Estos dos personajes se encuentran en Jeremías 36, junto con Baruc. En el versículo 10, Baruc lee el escrito a “Gemarías hijo de Safán, escriba”. Y en el versículo 26 leemos que Jerameel fue enviado ¡a capturar a Jeremías y a Baruc! Es fascinante saber que estos tres personajes cuyos sellos oficiales existen, ¡se encuentran juntos en los versículos 25 y 26! Dice: “Y aunque... Gemarías [rogó] al rey que no quemase aquel rollo [de Jeremías], no los quiso oír. También mandó el rey a Jerameel... para que aprendiesen a Baruc el escriba y al profeta Jeremías; pero el Eterno los escondió”. He aquí los tres sellos y otro del hermano de Baruc, Seraías, un funcionario del rey (Jeremías 51:59). Dice: “Pertenece a Seraí[yahu] [hijo de] Neri[yahu]”. 

 1) Baruc; 2) Seraías; 3) Jerameel; 4) Gemarías. (Biblical Archaeological Review, 1991 p. 26-30 y 1996 p.373.)

Espero que todas estas pruebas hagan que la Biblia sea un libro más real para todos nosotros. 

El rey, al escuchar las serías advertencias de Dios dadas a Jeremías, “lo rasgó... con un cortaplumas de escriba, y lo echó en el fuego... Y no tuvieron temor ni rasgaron sus vestidos... Y vino palabra del Eterno... Vuelve a tomar otro rollo, y escribe en él todas las palabras primeras que estaban en el primer rollo que quemó Joacim rey de Judá... Y dirás: “Tú quemaste este rollo, diciendo: ¿Por qué escribiste en él, diciendo: De cierto vendrá el rey de Babilonia, y destruirá esta tierra?... Por tanto, así ha dicho el Eterno acerca de Joacim rey de Judá: No tendrá quien se siente sobre el trono de David... Y castigaré su maldad en él, y en su descendencia... Y tomó Jeremías otro rollo y lo dio a Baruc... y escribió en él de boca de Jeremías todas las palabras del libro que quemó en el fuego Joacim... y aún fueron añadidas sobre ellas muchas otras palabras semejantes” (Jeremías 36:27-32). Aquí vemos que Dios no permitirá que desaparezcan sus palabras. Todas las que quiso dejar están en nuestra Biblia. ¡Qué bendición! 

De nuevo nos encontramos en el tiempo del sitio de Jerusalén por los babilonios. El rey Sedequías le pide a Jeremías que ore por ellos. De repente, los babilonios desaparecen. Todos piensan que los egipcios vienen al ataque y que derrotarán a los babilonios. Los falsos profetas aprovechan la ocasión para acusar a Jeremías de haber mentido, pues creen que los babilonios no van a conquistar a la ciudad, tal como ellos habían dicho. 

Pero Dios trae un mensaje por medio de Jeremías: “Diréis así al rey de Judá, que os envió a mí para que me consultaseis: He aquí que el ejército de Faraón que había salido en vuestro socorro se volvió a su tierra en Egipto. Y volverán los caldeos y atacarán esta ciudad, y la tomarán y la pondrán a fuego” (Jeremías 37:7-8). 

No es un mensaje alentador. Jeremías aprovecha el retiro de los babilonios para visitar a Anatot, en la tierra de Benjamín, unos 5 km. al norte de Jerusalén donde están sus parientes. Pero al llegar, el comandante, que sabe de sus profecías negativas, manda arrestar a Jeremías como espía que quiere juntarse con los babilonios. “Y los príncipes se airaron contra Jeremías, y le azotaron y le pusieron en prisión en la casa del escriba Jonatán, porque la habían convertido en cárcel... Y habiendo estado allá Jeremías por muchos días, el rey Sedequías envió y le sacó; y le preguntó el rey secretamente en su casa, y dijo: ¿Hay palabra del Eterno? Y Jeremías dijo: Hay... en manos del rey de Babilonia serás entregado... Ahora pues... no me hagas volver a casa del escriba Jonatán, para que no muera allí” (Jeremías 37:17-20). 

El rey acepta, pero unos príncipes dicen: “Muera ahora este hombre; porque... hace desmayar las manos de los hombres de guerra que han quedado en esta ciudad... no busca la paz de este pueblo, sino el mal. Y dijo el rey Sedequías: He aquí que él está en vuestras manos; pues el rey nada puede hacer contra vosotros. Entonces tomaron ellos a Jeremías y lo hicieron echar en la cisterna de Malquías... que estaba en el patio de la cárcel; y metieron a Jeremías con sogas. Y en la cisterna no había agua, sino cieno, y se hundió Jeremías en el cieno” (Jeremías 38:4-6). Si no lo rescatan pronto, morirá.

Jeremías estuvo retenido en una cisterna

Por eso, Dios usa a un eunuco etíope en la corte del rey para salvarlo. Dijo: “Mi señor el rey, mal hicieron estos varones en todo lo que han hecho con el profeta Jeremías, al cual hicieron echar en la cisterna; porque allí morirá de hambre, pues no hay más pan en la ciudad. Entonces mandó el rey... a Ebed-melec... y sacaron a Jeremías con sogas, y lo subieron de la cisterna; y quedó Jeremías en el patio de la cárcel” (Jeremías 38:7-13). Aunque Dios prueba a sus siervos, también interviene para salvarlos. En secreto, Sedequías consulta a Jeremías. Dios le dice: “Si te entregas en seguida a los príncipes del rey de Babilonia, tu alma vivirá, y esta ciudad no será puesta a fuego, y vivirás tú y tu casa. Pero si no... esta ciudad será entregada en mano de los caldeos, y la pondrán a fuego, y tú no escaparás de sus manos... Y dijo Sedequías a Jeremías: Nadie sepa estas palabras, y no morirás... Y quedó Jeremías en el patio de la cárcel hasta el día que fue tomada Jerusalén; y allí estaba cuando Jerusalén fue tomada.” (Jeremías 38:17-28).

Al entrar los babilonios en la ciudad, el rey Sedequías huyó, pero fue capturado. Tuvo que presenciar algo horrible. “Y degolló el rey de Babilonia a los hijos de Sedequías en presencia de éste... e hizo degollar... a todos los nobles de Judá. Y sacó los ojos del rey Sedequías, y le aprisionó con grillos para llevarle a Babilonia. Y los caldeos pusieron a fuego la casa del rey y las casas del pueblo, y derribaron los muros de Jerusalén. Y al resto del pueblo... los transportó a Babilonia. Pero Nabuzaradán capitán de la guardia hizo quedar en tierra de Judá a los pobres del pueblo que no tenían nada, y les dio viñas y heredades” (Jeremías 39:6-10). Respecto a Jeremías, Nabucodonosor lo trató muy bien. Dijo: “Tómale y vela por él, y no le hagas mal alguno, sino que harás con él como él te dijere... Y lo entregaron a Gedalías... para que lo sacase a casa; y vivió entre ellos” (Jeremías 39:12-14). Ahora veremos que Dios nunca se olvida de los que ayudan a sus siervos. Le dice a Jeremías: “Ve y habla con Ebed-melec etíope... ciertamente te libraré, y no caerás a espada, sino que tu vida te será por botín, porque tuviste confianza en mí, dice el Eterno” (Jeremías 39:16-18). Cristo repitió este principio en el Nuevo Testamento: “Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Marcos 9:41). Todo lo que se hace para avanzar a la Obra de Dios y para apoyar a sus siervos de cualquier manera, por oración o acción, Dios promete una gran bendición.