#182 - Jeremías 1-5
"El llamamiento de Jeremías"
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#182 - Jeremías 1-5: "El llamamiento de Jeremías"
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Es imposible que un hombre como Jeremías, que nació cerca de 100 años después de Isaías, y que nunca se conocieron, pueda relatar en forma tan parecida los mismos principios y la misma voluntad de Dios.
Ahora bien, cuando Isaías primero predicó, todavía existían las 12 tribus de Israel. Pero cuando Jeremías predica, en el año 626 d.C., hace casi 100 años que las tribus norteñas han sido deportadas a Asiria. Judá había recibido más tiempo para arrepentirse de sus pecados, pero salvo contadas excepciones, no aprovecharon el tiempo. Ahora Jeremías tiene la triste tarea de revelarle a Judá que el castigo le ha llegado.
Jeremías tendrá tres misiones que cumplir:
- Anunciarle a Judá su conquista por los Babilonios
- Acompañar a la única estirpe del rey Sedequías, sus hijas, a dónde se sentaría el nuevo trono de Judá
- Ver que se estableciera ese nuevo trono antes de morir
Por esta tarea tan especial, Dios escoge y prepara a esta persona antes de que nazca. Las promesas de Dios que le entregó a David y su linaje real no podrían fallar. Dios le había dicho: “Hice pacto con mi escogido; juré a David mi siervo, diciendo: Para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones… Si dejaren sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios… entonces castigaré con vara su rebelión… Mas no quitaré de él mi misericordia, ni falsearé mi verdad. No olvidaré mi pacto… Una vez he jurado por mi santidad, y no mentiré a David. Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol delante de mí. Como la luna será firme para siempre, y como un testigo fiel en el cielo” (Salmos 89:3-4, Salmos 89:28-37).
Jeremías tendría la importante misión de cumplir con las promesas inquebrantables de Dios a David sobre su linaje al plantar a una hija del rey en otro trono.
Comencemos, pues, este relato tan interesante. “Las palabras de Jeremías hijo de Hilcías, de los sacerdotes que estuvieron en Anatot, en tierra de Benjamín. Palabra del Eterno que le vino en los días de Josías… rey de Judá...” (Jeremías 1:1-2). Noten que Jeremías siempre será cuidadoso de separar sus palabras de las que vienen de Dios. Los mensajes no son suyos, sino de Dios.
Él vivía en Anatot, a unos 45 km. al norte de Jerusalén. Era una ciudad de sacerdotes levitas, pues él también era de linaje sacerdotal. Pertenecía a la descendencia del sacerdote Abiatar, fiel guía de David. Este fue el que se escapó de la matanza por el rey Saúl de los sacerdotes de Nob, que también mató a su padre. Se unió a David y trajo el efod con el Turim y Urim que le revelaba a David los consejos de Dios (1 Samuel 22-23). Fue el sacerdote principal durante el reinado de David y lo ayudó cuando Absalón se rebeló contra su padre. Pero, al final del reinado de David, ayudó a otro hijo de David, Adonías, para que tomara el trono. Como resultado, Salomón lo despojó de su autoridad y lo envió a Anatot. “Y el rey dijo al sacerdote Abiatar: Vete a Anatot, a tus heredades, pues eres digno de muerte; pero no te mataré hoy, por cuanto has llevado el arca del Eterno el Señor delante de David mi padre, y además has sido afligido en todas las cosas en que fue afligido mi padre. Así echó Salomón a Abiatar del sacerdocio del Eterno, para que se cumpliese la palabra del Eterno que había dicho sobre la casa de Elí en Silo” (1 Reyes 2:26-27). Unos 300 años más tarde, nace Jeremías de este linaje.
En estos tiempos oscuros, cuando Dios permitirá que Judá sea castigada y devastada, envía muchos profetas a las naciones protagonistas para advertirles de las calamidades venideras si no se arrepienten. Jeremías sería el profeta que, junto con Habacuc y Sofonías, daría su testimonio ante los reyes de Judá (2 Crónicas 36:12-16).
Dios le avisa al joven Jeremías, que podría tener unos 17 años, sobre su misión: “Vino, pues, palabra del Eterno a mí, diciendo: Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jeremías 1:5). Hay otros tres personajes que fueron llamados a cumplir una misión antes de nacer: Juan el Bautista (Lucas 1:13-17), Jesucristo y el Apóstol Pablo. Pablo dijo: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí” (Gálatas 1:15).
Jeremías fue uno de estos pocos privilegiados a llevar a cabo una importante misión para Dios. Sin embargo, eso no significa que le gustaba. Dijo: “¡Ah! ¡ah, Señor Eterno! He aquí, no sé hablar, porque soy niño” (Jeremías 1:6). Se parece mucho a lo que le dijo Moisés a Dios cuando fue llamado: “¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua. Y el Eterno le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre?... Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (Éxodo 4:10-12).
Dios le dice algo parecido a Jeremías: “No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte… Y extendió el Eterno su mano y tocó mi boca, y me dijo el Eterno: He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jeremías 1:7-10). En Judá, Jeremías no iba a “edificar” o “plantar” nada. Pero, como veremos, sí acompañaría a las hijas del rey a irse fuera de Judá a los descendientes de Israel.
Dios, a través de dos símbolos, le indica que el tiempo de la destrucción de Judá está próximo. Primero al ver “una vara de almendro” cuyas hojas salen en la primavera antes que los demás. La segunda imagen es de una olla hirviendo que Dios dice simboliza: “Del norte se soltará el mal sobre todos los moradores de esta tierra… y vendrán, y pondrá cada uno su campamento a la entrada de las puertas de Jerusalén… y contra todas las ciudades de Judá” (Jeremías 1:14-15). No es un mensaje halagüeño para predicar por las calles de Jerusalén. Dios lo anima: “Tu, pues, ciñe tus lomos, levántate, y háblales todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos… pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice el Eterno, para librarte” (Jeremías 1:17-19).
Primero, como un esposo que ama a su esposa descarriada, Dios comienza rogándole a Judá a que vuelva a él. “Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mi en el desierto… Santo era Israel al Eterno, primicias de sus nuevos frutos… Así dijo el Eterno: ¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí, y se fueron tras la vanidad y se hicieron vanos? Y no dijeron: ¿Dónde está el Eterno, que nos hizo subir de la tierra de Egipto...? Y os introduje en tierra de abundancia, para que comieseis su fruto y su bien; pero entrasteis y contaminasteis mi tierra, e hicisteis abominable mi heredad. Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está el Eterno? y los que tenían la ley no me conocieron; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron en nombre de Baal… ¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, aunque ellos no son dioses? Sin embargo, mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha… Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jeremías 2:2-13). Prefirieron las mentiras que las verdades.
Dios, dolido por la infidelidad de su pueblo, los reprende por preferir a los dioses falsos que eran más “cómodos” de seguir que a él. Pero la tendencia siempre ha sido así. Juan dice: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3:19-21).
En vez de agradecer el amor de Dios, prefirieron aprovecharse de su bondad y paciencia para llevar vidas de desenfreno y de libertinaje. “Porque desde muy atrás rompiste tu yugo y tus ataduras, y dijiste: No [te] serviré. Con todo eso, sobre todo collado alto y debajo de todo árbol frondoso te echabas como ramera [en sus ritos a Baal, que incluían la fornicación para la fertilidad de la tierra]” (Jeremías 2:20). Describe a Israel como una vid estéril, como un animal en celo, como un ladrón que ha sido descubierto y que sin embargo lo niega todo. “He aquí yo entraré en juicio contigo, porque dijiste: No he pecado” (Jeremías 2:35). Como resultado, Dios detiene las lluvias, pero “has tenido frente de ramera, y no quisiste tener vergüenza” (Jeremías 3:3).
Judá no admitirá sus pecados -el problema es que se comparaba con las demás naciones y se encontraba justa. Pero no se debe medir con esa regla, sino con la de Dios – su ley. Es un problema muy común que hacen las personas. Pablo dijo: “Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose y comparándose consigo mismos, no son juiciosos. Pero nosotros no nos gloriaremos desmedidamente, sino conforme a la regla que Dios nos ha dado por medida, [la justicia de Cristo]... porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios 10:12-18).
Debido a estas falsas comparaciones, Judá no ve porqué Dios la censura tanto a través de sus profetas. Pero Dios lo ve todo, y sabe lo que hacen en secreto. “Me dijo el Eterno en días del rey Josías [un rey justo]: ¿Has visto lo que ha hecho la rebelde Israel? Ella se va sobre todo monte alto y debajo de todo árbol frondoso, y allí fornica. Y dije: Después de hacer todo esto, se volverá a mí; pero no se volvió, y lo vio su hermana la rebelde Judá. Ella vio que por haber fornicado la rebelde Israel, yo la había despedido y dado carta de repudio; pero no tuvo temor la rebelde Judá su hermana, sino que también fue ella y fornicó… Con todo esto, su hermana la rebelde Judá no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente, dice el Eterno” (Jeremías 3:6-10). Fingía seguir a Dios, pero en realidad quería ser mundana.
Dios conoce los corazones, y no puede ser engañado mediante una fe fingida, que significa hacer las cosas por fuera pero no por dentro. Aquí vemos que Dios le dio a Israel una carta de divorcio por sus continuas infidelidades. Es importante entender este concepto, pues esta “fornicación espiritual” entre la verdadera y las falsas religiones se usará mucho en Apocalipsis para desenmascarar a la gran iglesia falsa.
Debido a esta carta de divorcio con Israel, Dios un día hará un nuevo pacto matrimonial, pero esta vez con su iglesia. De eso se trata el Antiguo y el Nuevo pacto - son pactos matrimoniales. El primero lo hizo con Israel, y por su deslealtad fue repudiada, aunque no olvidada. El segundo pacto lo hace con la Iglesia. La promesa es que, si es fiel, los miembros entrarán, no en la Tierra Prometida, como en el primer pacto, sino en el Reino de Dios cuando celebren las bodas con Cristo (Apocalipsis 19:7). Noten que no tiene esto nada que ver con cambiar los Diez Mandamientos. De hecho, bajo el Nuevo Pacto es mucho más exigente, donde se tiene que guardarlos no solo en la letra, sino en el espíritu. A eso se refiere Pablo en 2 Corintios 3 sobre la letra y el espíritu de la ley.
Como Dios rompe con Israel, ahora les dice que habrá un tiempo cuando las cosas serán diferentes, cuando su pueblo realmente le servirá como él lo desea. “Y acontecerá que cuando os multipliquéis y crezcáis en la tierra, en esos días, dice el Eterno; ni vendrá al pensamiento, ni se acordarán de ella, ni la echarán de menos, ni se hará otra. En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono del Eterno, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre del Eterno [se habrán convertido] en Jerusalén: ni andarán más tras la dureza de su malvado corazón. En aquellos tiempos irán de la casa de Judá a la casa de Israel, y vendrán juntamente de la tierra del norte a la tierra que hice heredar a vuestros padres… Me llamaréis: Padre mío, y no os apartaréis de en pos de mí” (Jeremías 3:16-20). Noten las similitudes con Isaías sobre las naciones que vendrán a adorar a Dios en Jerusalén (Isaías 2:1-4). También vean como se usa el término clave “en aquel tiempo” para indicar el período del Milenio.
Dios vuelve a rogarle a Judá a que cambie para que no sufra la destrucción a manos de sus enemigos. “Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones… Si te volvieres, oh Israel… y jurares: Vive el Eterno, en verdad, en juicio y en justicia, entonces las naciones serán benditas en él, y en él se gloriarán… Circuncidaos al Eterno, y quitad el prepucio de vuestro corazón, varón de Judá… no sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras” (Jeremías 3:22; Jeremías 4:1-4).
Vemos aquí que Dios nunca ha aceptado una religión de apariencias. Siempre exige que las cosas se hagan de corazón, con ganas y por voluntad propia. En el Nuevo Testamento sencillamente se desarrolla mucho más esa parte interior al tener acceso al Espíritu Santo.
Dios trae la primera amenaza del norte. Es una invasión de los escitas, muchos eran descendientes de las 10 tribus norteñas de Israel y dejaron a Judá libre. Una parte era culta, los escitas “reales” o blancos pero los otros sí eran bárbaros de Rusia que sería el pueblo eslavo. “Alzad bandera en Sión, huid, no os detengáis; porque yo hago venir mal del norte, y quebrantamiento grande. El león sube de la espesura, y el destruidor de naciones está en marcha, y ha salido de su lugar para poner tu tierra en desolación; tus ciudades quedarán asoladas y sin morador. Por esto vestíos de cilicio, endechad y aullad; porque la ira del Eterno no se ha apartado de nosotros… He aquí que subirá como nube, y su carro como torbellino; más ligeros son sus caballos que las águilas… Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva… Miré, y no había hombre, y todas las aves del cielo se habían ido. Miré, y he aquí el campo fértil era un desierto, y todas sus ciudades serán asoladas delante del Eterno, delante del ardor de su ira. Porque así dijo el Eterno: Toda la tierra será asolada, pero no la destruiré del todo” (Jeremías 4:6-29).
Estos israelitas, llamados “escitas” o “sakas” que viene de “hijos de Isaac”, fueron hechos una gran multitud, tal como Dios prometió hacerlas “como la arena del mar, que no se puede medir ni contar” (Oseas 1:10). Volvieron a Israel como poderosos invasores, pero no les gustó esta tierra angosta y llena de Samaritanos, o babilonios trasplantados. Después de unos años vuelven a sus grandes praderas al norte de Asiria. Halley comenta sobre esta invasión escita: Dice de ellos Rawlinson: ‘Desembocando a través de los pasos del Cáucaso, desde dónde, o con qué propósito nadie sabía, horda tras horda de los escitas ennegrecía las ricas llanuras del sur. Venían como una plaga de langostas; incontables, irresistibles, viéndose la tierra delante de ellos como un huerto, y detrás de ellos como un desierto desolador...” (p. 277). Pero ellos no tocaron a Judá y establecieron una jefatura al sur de Galilea, llamada Escitópolis. Tendremos más que decir sobre estos escitas en otros estudios.
Judá no se arrepintió. Jeremías dice: “Oh Eterno, ¿no miran tus ojos a la verdad? Los azotaste, y no les dolió; los consumiste, y no quisieron recibir corrección; endurecieron sus rostros más que la piedra, no quisieron convertirse” (Jeremías 5:3). Dios le contesta: “Los sacié, y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías. Como caballos bien alimentados, cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo. ¿No había de castigar esto?... Porque resueltamente se rebelaron contra mí la casa de Israel y la casa de Judá, dice el Eterno. Negaron al Eterno, y dijeron: ‘Él no es, y no vendrá mal sobre nosotros, ni veremos espada ni hambre; antes los profetas serán como viento [se refieren a Jeremías y los demás profetas] porque no hay en ellos palabra; así se hará a ellos” (Jeremías 5:7-13).
Como resultado de su rebelión, Dios les advierte que la próxima vez, no los perdonará. “...yo traigo sobre vosotros gente de lejos...Y comerá tu mies y tu pan, comerá a tus hijos y a tus hijas...y a espada convertirá en nada tus ciudades fortificadas en que confías. No obstante, no os destruiré del todo” (Jeremías 5:15-18). Jeremías tiene que dar este mensaje desagradable al pueblo y, como veremos, lo pagará caro.