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Buenas tardes a todos nuevamente. Esta semana en el diario El Mercurio, del día 19 de junio, el martes, en la sección de Economía y Negocios, tuve ocasión de ver un artículo que me llamó la atención. La verdad que en una primera instancia no leí a cabalidad el artículo, pero el título me llamó profundamente la atención. El título decía la agedrecista chilena de Talle Mundial. Mis ojos sin miemente se abocaron al título por varias razones. Una de esas razones es que el agedrez fue uno de los juegos que atrajeron mi atención en la época de adolescente. La verdad yo quiero contarles una infidencia. Cuando adolescente fui un adolescente bastante poco activo, en una manera elegante de decir flojo en realidad. No me costaba la educación física, de hecho me bajaba las notas, por eso mi mamá, condescendiendo conmigo, para que no me bajara las notas, que es lo que hacía mi mamá, empecé a obligarme a hacer gimnasia, certificaba a médico porque me dolía la espalda y es verdad, me dolía la espalda. Pero con los años aprendí que el dolor de espalda precisamente era por la inactividad, era a consecuencia de y no a causa, pero eso lo vine a aprender muchos años más tarde, cuando ya había dejado la adolescencia atrás y las paradojas de la vida, estas otras infidencias, postulea una carrera, me llamó la atención la kinesiología por el nombre, porque no entendía mucho kinesiología, no es como tecnología médica, kinesiología, kines, algo interesante y postulea aquello y para mi sorpresa, dentro de los ramos básicos, estaba educación física, educación física 1 y educación física 2, más 12 metros. Y en algún momento en mi precaria inocencia le pregunté a los profesores si uno podía omitir el ramo de gimnasia. Yo creo que hasta el día de hoy se están riendo.
Y ya han pasado muchos, muchos, muchos años de aquella época. Como digo, el título me llamó la atención por eso, porque cuando fui joven, el único ejercicio que hacía, o que practicaba, era ajedrez y ustedes saben que no es mucho el ejercicio físico que uno desarrolla con el ajedrez, sino más bien mental, o por lo menos así pensaba yo, pero como digo, para todos los que vivíamos en el sur de nuestro país, desarrollar actividades al aire libre siempre costaron mucho, porque se tenían que hacer bajotecho y no siempre teníamos acceso a gimnasios y entonces actividades físicas en una ciudad que tiene un índice pluriumétrico mayor que el de Valdivia ya es bastante decir y entonces por eso es que el ajedrez me llamó la atención este título. El artículo en cuestión me resultó atractivo por aquello de las reminiscencias y las evocaciones que me llevaron a mi pasado. No obstante lo dicho, el artículo el cual finalmente terminé leyendo a plenitud y que tuve ocasión, como ahora tenemos estas herramientas tecnológicas, tuve ocasión de bajarlo y imprimirlo, tuve ocasión de leerlo, me dejó un sabor particularmente agradable en cuanto a lo que dijo la entrevistada, quien es actualmente uno de nuestros grandes referentes del ajedrez chileno. Me refiero a Doña Damaris Abarca, actual número uno de la ajedrez nacional. Me llamó la atención, todo lo dicho por ella y una de sus respuestas me llamó la atención. La partida más difícil, aquí en la página 2 de este artículo, la partida más difícil, ella explicó algo que le había tocado vivir y lo expresó de la siguiente manera. Dice, la semana pasada nació su primer hijo. Cuando sólo tenía seis meses de embarazo, enfrentó la partida más difícil de su vida. Damaris tenía lupus. Esta condición hacía probable un aborto por inviabilidad fetal. En el caso del lupus, el primer riesgo es para el bebé, explica, porque lo que hago yo es activar anticuerpos, que lo que van a hacer es penetrar el útero y pararle el corazón al bebé. Entonces, más allá del tema personal, de que si yo quisiera o no ser madre, también había un riesgo si decidía tenerlo o no. Así se me dio una posición muy agedrecista, súper compleja. Damaris dice que el agedrez es como la vida misma. Cuando jugamos a agedrez, vamos tomando decisiones todo el rato y asumiendo riesgos, también asumiendo los errores. Y aunque haya un error, tenemos que seguir adelante. Entonces el agedrez te enseña mucho, sobre todo porque también es un juego donde pierdes un montón. Yo tuve que perder miles de partidas para llegar a ser buena, te forma el carácter y la vida te lo enseña también. Me llamó la atención esta parte de la entrevista, puesto que coincido con esta dama, coincido, podríamos decir, tenemos concuerda con mis convicciones más íntimas. La vida es un constante de venir y de tomar decisiones.
Todos los días, independiente de la edad que usted tenga, todos los días usted y yo debemos enfrentar esta realidad. Y esta realidad a veces, no siempre, solo a veces, uno se enfrenta a partidas difíciles. Partidas difíciles, ella usó la expresión juegos difíciles, esto de jugar con un contrincante que es duro, que es fuerte. Y no siempre uno vive partidas difíciles, pero a veces ocurre.
¿Qué debemos enfrentar partidas difíciles? No siempre, esto no es algo que ocurra todos los días de nuestra vida. Nos levantamos todas las mañanas y todas las mañanas vivimos partidas difíciles, eso no es así. Pero yo he visto, yo he aprendido con los años que alguna vez en la vida uno vive una partida difícil. Alguna vez en la vida uno se encuentra ante una situación compleja. Y cuando digo compleja, la complejidad puede venir por la dificultad que presenta o por las consecuencias de las decisiones que tengo que tomar. Cada partida involucra decisiones y riesgos que debemos afrontar o enfrentar. Cada día de nuestra vida es una nueva partida. Y cada partida es una oportunidad que Dios nos entrega para hacer mejores. Y a este respecto la Biblia también habla de aquello. En nuestro manual de instrucciones podríamos compararlo con un dossier o con un conglomerado de instrucciones. Hay una instrucción que debela lo que Dios espera de nosotros en cuanto a las decisiones diarias. Los invito a ir a Deuteronomio. En Deuteronomio nos encontramos con un anhelo que tiene Dios para con nosotros.
En Deuteronomio 30, en el verso 19, Dios hablándole a su pueblo. Dios hablándole a su pueblo. A su pueblo de Israel, antes de entrar a la tierra prometida. Después de haber vivido esos 40 años en el desierto, el Deuteronomio se describe y por eso se le llama este es el quinto libro del Pentateuco de los cinco primeros libros y se le llama la segunda ley. Aquí hubo una renovación de, podríamos decir, de votos de parte del pueblo de Israel para con Dios. Y Dios le plantea lo siguiente a su pueblo, a sus hijos. A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge pues la vida para que vivas tú y tu descendencia, amando al Eterno tu Dios, atendiendo a su voz y siguiendole a él, porque él es vida para ti y prolongación de tus días, a fin de que habites sobre la tierra que juró el Eterno a tus padres Abraham, Isaac y Jacob, que les sabría de dar. Dios plantea aquí un dilema, un dilema, y le pide a sus hijos que escojan por el camino que conduce a la vida. La bendición y la maldición enfrente de nosotros. Y Dios quiere que nosotros aprendamos a discernir por lo correcto. Y lo correcto ante Dios es que decidamos por su ley expresada en estatutos, en mandamientos. Y es curioso, y digo curioso, cuando se escribe de uteronomio, el pueblo aún no entraba a la tierra prometida. Aún no entraba. Aún no cruzaban el Jordán. El relato del cruce del Jordán está expresado más tarde en el libro de Josué. Y Dios le profetizó al pueblo lo que iba a ocurrir con el pueblo si el pueblo transgredía. Si el pueblo se inclinaba y tomaba malas decisiones en cuanto a su relación con Dios y en cuanto a sus leyes. Y les habló en detalle de lo que pasaría si el pueblo pecaba. Y digo, es tan curioso que Dios... Aquí vayamos a de uteronomio 28.
Y no es curioso, pero es llamativo. Díganme si no es llamativo. Dios hablándole a su pueblo. Diciéndole, mire, si ustedes obedecen, van a vivir todo esto. Y si ustedes desobedecen, van a vivir todo esto. Aquí me refiero con todo esto de uteronomio 28, verso 15.
Dice, pero acontecerá. Si no, oyeres la voz del eterno, tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones y te alcanzarán. ¿Dios lo profetizó? Esto de profetizar, en este caso, se refiere a predecir. ¿Verdad? Dios dijo lo que iba a pasar antes de que ocurriera. Y Dios le dijo a su pueblo, si ustedes transgreden, mire, estas maldiciones los van a alcanzar. Maldito serás tú en la ciudad y maldito en el campo. Esto de no producción, no producción, porque uno transgrede. Dice, maldita tu canasta y tu artesa de amasar. Pasará hambre a su pueblo. Maldito el fruto de tu vientre. Estas son palabras tan fuertes, hermanos, que a veces uno no las lea, pero es fuerte. Decirle a una mujer que el fruto de su vientre sería maldito. Fuerte.
No sólo el fruto de su vientre, el fruto de tu tierra, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. Maldito serás en tu entrar y maldito en tu salir. Y el eterno enviará contra ti la maldición, quebranto y asombro, en todo cuanto pusieres mano e hicieres, hasta que seas destruido y perezcas pronto, a causa de la maldad de tus obras, por las cuales me habrás dejado. Dios le expresó a su pueblo lo que iba a acontecer a su pueblo, si su pueblo transgredía los estatutos y los mandamientos.
Y lo, entre comillas, curioso es que el pueblo transgredió de igual manera. Dios habló en detalle del dolor que producen las transgresiones. El pecado produce muerte. Las transgresiones producen dolor, desasosiego, incomodidad. Dios expuso de manera clara, diáfana y cristalina lo que puede ocurrir si la partida es mala. Si la partida es mala, el fin es malo. Y eso, todos los ajedrecistas lo saben. Uno mueve una pieza y ya parten desventaja si uno se equivoca al partir. Y lo que me resulta desconcertante es que sabiendo los israelitas lo que pasaría, actuaron de manera pérfida y maligna de igual manera. La vida, hermanos, es una partida de ajedrez diaria. Y Dios nos mandata una y otra vez que aprendamos a hacer la vida. Y Dios nos mandata una y otra vez que aprendamos a tomar el buen camino. El anhelo que Dios tiene para con sus hijos, en primer lugar, es que seamos sus hijos. Dios no nos llamó para que luego de habernos llamado, Él nos deseche. Y seguramente eso no es así. Dios no es hombre para que se arrepienta. En número 23. En número 23.
En el verso 19. Cuando le pidieron a Balaam, que maldijera a Israel, y por inspiración, aquí se menciona lo que dijo Dios. Número 23. 19. Dios no es hombre para que mienta. Ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo y no hará. Habló y no lo ejecutará. He aquí, he recibido orden de bendecir. Él dio bendición y no podría revocarla. Dios no es hombre para que mienta.
Ni hijo de hombre para que se arrepienta. Dios no actúa como actuamos los seres humanos. Los hombres solemos tener ideas o pensamientos de las realidades en un momento de la vida. Y tener otras ideas o pensamientos en otras épocas de la vida. El ser humano cambia. Cambia las percepciones. Baste recordar la experiencia que tuvo Jacob, allí con su suegro, Labán. La misma escritura dice que el rostro de Labán cambió con Jacob su yerno.
Vayamos. Allí en Génesis 31. En Génesis 31 los seres humanos cambiamos. Cambiamos. Dios no cambia. Dios nos llamó y Dios no cambia su llamado. Los que solemos cambiar somos nosotros. Aquí en Génesis 31 está un relato muy vivido de una experiencia que vive un hombre hace miles de años atrás. Y dice aquí, verso 1, yo oía Jacob las palabras de los hijos de Labán que decían, Jacob ha tomado todo lo que era de nuestro padre y de lo que era de nuestro padre ha adquirido toda esta riqueza. Miraba también Jacob el semblante de Labán y veía que no era para con él como había sido antes.
Esto del semblante. ¿Se acuerdan cuando Jacob llegó a vivir con Labán? Labán lo recibe con los brazos abiertos y era un hombre con algunas dificultades, ¿verdad? Venía huyendo de su tierra porque su hermano lo quería hacer algo no bueno con él. Por eso huye, si nadie huye porque piensa que las cosas van bien, uno huye cuando las cosas van mal. Labán lo recibe con los brazos abiertos y el hombre Jacob se enamora de una de sus hijas y él no conforme con entregarle una de sus hijas, le entrega la mayor.
Y finalmente le entregó dos de sus hijas y trabaja conmigo, hombre. Y uno piensa, claro, bueno, 14 años trabajando y pagando la dote de las mujeres, allí. Mano de obra económica, barata y haciendo que las propiedades de Labán crecieran. Pero pasan los años y Jacob comienza a trabajar por sí por su casa. Y Dios bendijo la mano de Jacob, bendijo su obra y las propiedades y lo ganado comenzó a pasar de manos.
Comenzó a salir de la casa de Labán para irse a las manos de Jacob. Bueno, pero el semblante de Labán ya no era el mismo, uno se imagina, la escritura no lo dice, pero uno se imagina como habrá sido el primer encuentro o el segundo encuentro o los tiempos cuando estaban bien las cosas. Labán una sonrisa de oreja, oreja. Pero ¿qué pasa con el tiempo? El ser humano, estas semanas he tenido un aprendizaje muy grande respecto del lenguaje que no es hablado.
El lenguaje de señas o el lenguaje analógico. La cara es una... Podríamos decir, es una forma que tenemos los seres humanos de expresar lo que hay dentro de nosotros. La cara. Yo me acuerdo cuando estaba en la universidad y me recuerdo de haberme sentado frente a un espejo en donde nuestros profesores nos pedían que ejecutáramos todos los movimientos que la cara puede hacer. Y estábamos días... bueno, no tanto, pero estaba una cantidad de horas increíbles mirándonos al espejo, viendo la cantidad de morisquetas que uno puede hacer con la cara.
Y sin embargo, el semblante va más allá de las morisquetas. No es solo que uno cierre un ojo o abre un ojo o levante la ceja o... No, el semblante es el conjunto entero. Y el semblante de la van cambió con los años, dando cuenta de esta transitoriedad que tenemos los seres humanos para evaluar las cosas. Según sean las circunstancias, evaluamos de una manera. Según sean otras circunstancias, evaluamos de otras maneras. Los seres humanos solemos cambiar. Pero Dios no. Dios no cambia. Él nos llamó y él persiste en su llamamiento.
Y él está esperando que nosotros nos comportemos como hijos. El anhelo de nuestro Padre es que cuando tengamos que enfrentarnos a las partidas de la vida, escogamos por el bien. Porque las decisiones correctas son las que producen frutos correctos.
En Santiago, 1.17.
En Santiago...
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