¿Qué tiene de malo la naturaleza humana?

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La Biblia nos presenta a Satanás como el maestro de la manipulación de la naturaleza humana. Nuestra debilidad, combinada con la influencia del diablo, ha llevado a todo el mundo a pecar (Apocalipsis 12:9). El apóstol Pablo explicó que “el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio . . .” (2 Corintios 4:4).

A los discípulos fieles de Cristo escribió: “. . . anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:2-3).

Debido a los engaños de Satanás y a las tendencias pecaminosas de la naturaleza humana, “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Debemos entender, sin embargo, que el diablo no puede obligarnos a pecar. Simplemente influye en nosotros y apela a nuestra debilidad carnal. Pero hay varios aspectos de nuestra naturaleza carnal que son fácilmente manipulados por Satanás.

Primero, nuestros deseos carnales egoístas con frecuencia nos meten en problemas: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19-21).

Pablo describió gráficamente el efecto de los deseos carnales en la conducta humana. “Por eso Dios los dejó caer en toda clase de pecado sexual, y hacer lo que les viniera en gana, aun los más viles y perversos actos los unos con los otros . . . Hasta el punto de que sus mujeres se rebelaron contra el plan natural de Dios y se entregaron al sexo unas con otras. Y los hombres, en vez de sostener relaciones sexuales normales con mujeres, se encendieron en sus deseos entre ellos mismos, y cometieron actos vergonzosos hombres con hombres, y como resultado recibieron en sus propias almas el pago que bien se merecían. A tal grado llegaron que, al dejar a un lado a Dios y no querer ni siquiera tenerlo en cuenta, Dios los abandonó a que hicieran lo que sus mentes corruptas pudieran concebir. Sus vidas se llenaron de toda clase de impiedades y pecados, de codicias y odios, de envidias, homicidios, contiendas, engaños, amarguras y chismes. Se volvieron murmuradores, aborrecedores de Dios, insolentes, engreídos, siempre pensando en nuevas formas de pecar y continuamente desobedeciendo a sus padres. Fingiendo no entender, quebrantaron sus promesas y se volvieron crueles, inmisericordes. Sabían hasta la saciedad que el castigo que impone Dios a esos delitos es la muerte, y sin embargo continuaron cometiéndolos, e incitaron a otros a cometerlos también” (Romanos 1:24-32, La Biblia al día).

Segundo, nuestra astucia natural, que incluye el autoengaño, es una gran debilidad de la mente carnal. “Nada hay tan engañoso ni tan absolutamente perverso como el corazón. Nadie es capaz de conocer a fondo su maldad. Sólo el Señor lo conoce. Él escudriña todos los corazones y examina los más ocultos móviles para poder dar a cada cual su recompensa, según sus hechos, según como haya vivido” (Jeremías 17:9-10, La Biblia al día).

Buscamos naturalmente formas de justificar nuestras pasiones, nuestros deseos pecaminosos y el comportamiento que se deriva de todo esto. Nos engañamos a nosotros mismos creyendo que como nuestros deseos son naturales, realmente no son tan malos. Pero la Biblia nos recuerda: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12; Proverbios 16:25). La muerte es el resultado final de vivir de la forma incorrecta (Romanos 6:23).

Tercero, tenemos la tendencia natural a resentirnos cuando nuestros deseos carnales se ven limitados por ciertas reglas, aun cuando sean las reglas de Dios. Pablo explicó: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:5-8).

Estas y otras debilidades de la carne son lo que llamamos naturaleza humana. Satanás saca provecho de nuestra naturaleza débil y codiciosa, persuadiéndonos para que confiemos más en nuestras emociones, necesidades y deseos de lo que normalmente haríamos. Pero nosotros también tenemos nuestra parte. Sin la influencia positiva del Espíritu de Dios, simplemente no estamos inclinados a vivir según las instrucciones de Dios.

Por lo tanto, Pablo nos advierte: “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:13-14).