El octavo mandamiento
Dar en vez de obtener
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El octavo mandamiento: Dar en vez de obtener
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“No hurtarás” (Éxodo 20:15).
El octavo mandamiento, el cual prohíbe robar, nos hace reflexionar acerca de dos formas opuestas de pensar y de vivir. La actitud egoísta que hace hincapié en quitar y obtener prevalece por doquier, pero la actitud del dar es la que refleja el amor que Dios tiene para cada uno de nosotros.
El robo es la manifestación más obvia de la avaricia y la codicia. Es un acto en el que se destaca la obtención de cosas materiales e intangibles sin consideración alguna por los derechos o sentimientos de los demás. Burlándose de los convencionalismos y límites establecidos por la sociedad y por Dios, el ladrón es la personificación misma del egoísmo.
El aspecto espiritual de la prohibición del hurto nos dice dónde empieza la lucha contra el egoísmo. Se inicia cuando aprendemos a respetar los derechos y las necesidades de los demás.
El derecho de propiedad
El octavo mandamiento garantiza el derecho que todos tenemos de adquirir y poseer algo en forma legítima y legal. Dios quiere que ese derecho se respete y se proteja.
Su perspectiva de las posesiones materiales es equilibrada. Él quiere que prosperemos y disfrutemos de las bendiciones físicas (3 Juan 2). También espera que utilicemos con sabiduría todo lo que él nos da. No quiere que las posesiones materiales sean lo más importante en nuestra vida (Mateo 6:25-33). Dios se agrada de que prosperemos cuando utilizamos las bendiciones materiales como un medio para lograr propósitos más importantes.
Para Dios es muy importante que la motivación de nuestras decisiones sea la generosidad y no la avaricia. Debido a que el dar y servir son cualidades de su propio carácter, él requiere que nosotros, de corazón, demos y sirvamos en lugar de procurar posesiones o lujos para nosotros mismos.
Dios ama al dador alegre
Jesús se refirió a este asunto cuando habló de ayudar a alguien que necesita un préstamo: “A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo [quizá dinero prestado a los pobres], no pidas que te lo devuelva. Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos . . . Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos”
(Lucas 6:30-35).
Basando lo que viene en seguida en lo que nos dijo acerca de ser generosos en lugar de egoístas, Jesús continuó: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (v. 38).
Dios está deseoso de ser nuestro socio en el servicio a los demás si cambiamos la avaricia por una actitud sincera de servir. Él mira el grado de intensidad de nuestra entrega al principio del dar.
El apóstol Pablo lo expresa muy claramente en 2 Corintios 9:7-8: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia [su favor], a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra”.
Dios se goza cuando ve que nosotros, sin descuidar las necesidades de nuestra familia (1 Timoteo 5:8), servimos y ayudamos a otros con cualquier abundancia con que él nos haya bendecido. De esta manera le demostramos que estamos empezando a entender y a seguir su camino de vida.
Cómo cambiar el corazón de un ladrón
¿Cómo se relaciona todo esto con el mandamiento de no hurtar? En Efesios 4:28 el apóstol Pablo nos da la respuesta: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad”.
Para agradar a Dios, un ladrón debe ir más allá de simplemente dejar de cometer latrocinio. En cierta ocasión, alguien comentó sabiamente: “Un ladrón que ha dejado de robar aún puede seguir siendo ladrón en su corazón; sólo está temporalmente sin empleo. Realmente deja de ser ladrón sólo cuando sustituye el robar con el dar”.
El ladrón tiene que cambiar su corazón, sus conceptos y su modo de obrar.
Otras formas de hurto
Tomar directamente las pertenencias de otra persona no es la única forma de hurtar. Los estafadores se valen de sutilezas artificiosas para timar a sus víctimas. Lo mismo hace la publicidad engañosa. Los fabricantes que les atribuyen a sus productos una calidad que no tienen, estafan a sus clientes. Los trabajadores que cobran por más horas de las que trabajan o que cobran más de lo que valen sus servicios, están robándoles a quienes los contratan.
Además, los que piden algo “prestado” y nunca lo devuelven, ¿no están robando también? Existen tantas formas de tomar lo que no es nuestro que debemos estar siempre vigilantes. Podríamos estar quebrantando el mandamiento de Dios contra el hurto sin darnos cuenta.
Los empleados que cobran su salario sin haber hecho el trabajo que debieran, están robando a sus empleadores. Aquellos que se agradan de consumir lo que otros producen, sin hacer su parte en el trabajo y en la responsabilidad que les corresponde en la producción de bienes y servicios, cometen otra forma de hurto. Éstos se aprovechan de lo que otros producen, pero contribuyen con muy poco o con nada; es decir, toman para sí pero dan muy poco o nada a cambio.
Leamos la parábola de Jesús sobre la persona que no cumple con su obligación personal: “Llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí” (Mateo 25:24-26). Esta persona sabía que su obligación era producir para su amo, pero debido a su punto de vista erróneo, voluntariamente decidió ser improductivo. Conocía las reglas y cuáles eran sus deberes, de manera que no tenía excusa para su conducta irresponsable.
La parábola continúa: “Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos” (vv. 27-28).
El amo de este siervo lo llamó “malo y negligente”. En su interior no era menos que un ladrón. Por tanto, su amo le dio su recompensa a otro quien sí había trabajado lo suficiente para beneficiar a otros. Jesús se valió de esta parábola para mostrarnos que Dios no se agrada del egoísmo o de que alguien tenga lástima de sí mismo.
¿Podemos robarle a Dios?
En la Biblia podemos encontrar otra forma de hurto. La Escritura nos da ejemplos de cómo los siervos fieles de Dios siempre han reconocido quién es en realidad dueño de todo: el Dios creador. Uno de éstos es el patriarca Abraham, quien honró a Dios dándole el diezmo del botín de guerra (Génesis 14:20). Luego Jacob, el nieto de Abraham, hizo voto de apartar para Dios el diezmo de todo lo que éste le diera (Génesis 28:20-22). Más tarde, en el pacto que Dios hizo con el antiguo Israel, ordenó que “el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles . . . Y todo diezmo de vacas o de ovejas, de todo lo que pasa bajo la vara, el diezmo será consagrado al Eterno” (Levítico 27:30, Levítico 27:32). El diezmo fue entregado a la tribu de Leví: “He aquí, he dado a los hijos de Leví todos los diezmos de Israel, como heredad, a cambio del servicio que llevan a cabo en el tabernáculo de reunión . . . Ellos no poseerán heredad entre los hijos de Israel, porque he dado a los levitas por heredad los diezmos, lo que los hijos de Israel presenten al Eterno como ofrenda alzada. Por eso les he dicho: ‘No recibirán heredad entre los hijos de Israel’” (Números 18:21, Números 18:23-24, Reina-Valera Actualizada).
Sobra decir que esta costumbre de diezmar (dar una décima parte) nunca ha sido del agrado de la inmensa mayoría de la gente. Se requiere fe de que Dios suplirá con abundancia las necesidades de quienes cumplan con esta ordenanza.
Para el año 721 a.C., la desobediencia a las leyes de Dios en el antiguo reino de Israel (que constaba de 10 tribus) estaba tan generalizada que la nación fue llevada en cautiverio por los asirios, quedando sólo el reino de Judá (compuesto de las tribus de Judá y Benjamín, y algunos levitas). Luego Judá siguió igualmente ese camino de desobediencia y también fue llevado cautivo a Babilonia en el año 587 a.C.
Casi un siglo después, regresó un grupo pequeño de judíos a Jerusalén y emprendieron la reconstrucción de la ciudad y del templo bajo la dirección de Esdras y Nehemías. Pero su lealtad hacia Dios pronto empezó a decaer, tal como había sucedido antes de su cautiverio. Por medio del profeta Malaquías, Dios reprendió duramente a los sacerdotes por su corrupción y negligencia en la enseñanza de sus leyes (Malaquías 2:7-9).
Asimismo, le reprochó a la gente por quedarse con el diezmo que era de él: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado” (Malaquías 3:8-9).
En ese tiempo, los dirigentes judíos, con el propósito de evitar la desobediencia de la nación, establecieron reglas minuciosas para obligar a todos a cumplir con la ley. Los aspectos físicos de estas reglas eran rigurosos, pero en el aspecto espiritual de la ley mucha gente seguía siendo muy negligente.
En el tiempo de Jesucristo, él los amonestó por no tener bien el orden de prelación de las cosas. Estuvo de acuerdo con que continuaran observando los aspectos físicos de la ley y el pago del diezmo, pero les reprochó por no hacer hincapié en los aspectos espirituales de la misma: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mateo 23:23). Jesús les dijo que debían hacer ambas cosas: cumplir con la ley del diezmo y practicar la justicia, la misericordia y la fe. Él apoyó la práctica de pagar el diezmo, devolverle a Dios una parte de lo que él nos da. Jesús dijo: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Marcos 12:17).
Consideremos el futuro
Dios quiere que tengamos confianza en el futuro. Su Palabra está llena de promesas relacionadas con nuestro futuro en el Reino de Dios. Si creemos en esas promesas, emplearemos nuestro tiempo y energía en adquirir una abundancia de tesoros espirituales que nos durarán para siempre, tesoros que ningún ladrón puede quitarnos.
Este es el consejo que Jesucristo nos da: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mateo 6:19-20).
Necesitamos entender los principios que verdaderamente definen el bien y el mal, y debemos aplicarlos en la vida. Necesitamos esforzarnos en desarrollar un carácter justo y recto, porque éste perdurará más allá de la vida física. El meollo de todo es el amor. El amor que proviene de Dios vence el deseo de hurtar.