¿Por qué permite Dios que Satanás influya en la humanidad?
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¿Por qué permite Dios que Satanás influya en la humanidad?
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Dios es omnipotente, pero le permite a Satanás llevar a cabo su labor de engaño y de destrucción —dentro de ciertos límites— con un propósito. Para entender este propósito, empecemos con un ejemplo del libro de Job.
“Un día vinieron a presentarse delante del Eterno los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás. Y dijo el Eterno a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondiendo Satanás al Eterno, dijo: De rodear la tierra y de andar por ella. Y el Eterno dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? Respondiendo Satanás al Eterno, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia. Dijo el Eterno a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante del Eterno” (Job 1:6-12).
Dios conocía el corazón de Job mejor de lo que Satanás se imaginaba. Aunque Dios le permitió a Satanás afligir a Job, el diablo no logró que este varón justo se pusiera en contra de Dios. Sin embargo, la historia del sufrimiento de Job, por la aflicción que Satanás le infligió, nos revela mucho acerca de por qué en ocasiones Dios permite que suframos.
Tal como ocurrió con Job, Dios prueba el carácter de cada ser humano. Pablo dijo que él se conducía “no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones” (1 Tesalonicenses 2:4). Moisés les explicó a los antiguos israelitas: “Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído el Eterno tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Y te afligió, y te hizo tener hambre [una forma de sufrimiento], y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca del Eterno vivirá el hombre” (Deuteronomio 8:2-3).
Dios le hace saber a la humanidad —es decir, le permite aprender—, algunas veces por experiencia propia, que la única forma de vida que funciona es la que él revela en las Sagradas Escrituras. Esta lección no estará completa hasta que la humanidad entera haya aprendido que “toda palabra” que Dios revela en sus instrucciones es vital para nuestro bienestar físico, mental, emocional y espiritual (Mateo 4:4; Deuteronomio 5:29). Ninguna alternativa al camino de vida de Dios alcanza este propósito ni nos lleva finalmente a la felicidad.
¿Cómo puede Dios lograr esto con personas que nacen sin conocimiento ni entendimiento? Pudo habernos creado de tal manera que sólo obedeciéramos instintos positivos y edificantes. Pero entonces seríamos autómatas; no tendríamos libre albedrío, ni individualidad, ni carácter.
Esta clase de vida no es la que Dios quiere para nosotros. Él nos ha creado para que lleguemos a ser miembros de su familia —para que seamos hijos e hijas suyos (2 Corintios 6:18)— capaces de desempeñar grandes responsabilidades dentro de ésta.
Cuando Dios creó a los primeros seres humanos declaró el propósito que tenía para el género humano: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:26-27).
Dios creó al hombre para que fuera como él, para que gobernara —ejerciera dominio— sobre la creación. Para poder ejercer adecuadamente semejante responsabilidad, el hombre debe primero aprender a discernir el bien del mal, lo bueno de lo malo, lo sabio de lo necio. Para adquirir la verdadera sabiduría es necesario aprender a tomar decisiones sabias. Desde el principio Dios nos ha señalado el sendero correcto, pero ha permitido que los seres humanos tomen decisiones insensatas y se vean expuestos a los resultados de ellas.
Dios permitió que Satanás, el archiengañador, entrara en el huerto del Edén y expusiera su perspectiva de la vida a Adán y Eva. Entonces ellos tenían que tomar una decisión, y decidieron seguir a Satanás en lugar de a Dios. El trágico engaño de Satanás a la humanidad ha sido el resultado de ello.
Sin embargo, cuando Jesucristo regrese a la tierra, Dios quitará el engaño y comenzará, a gran escala, el proceso de revertir el daño que Satanás ha causado. Finalmente, no perdurará nada de la influencia del diablo.
Entonces la humanidad podrá estudiar durante mil años la trágica historia y compararla con las bendiciones del gobierno justo de Jesucristo. La Biblia revela que cuando esto ocurra, la inmensa mayoría de la humanidad va a rechazar el engaño de Satanás para seguir y practicar con entusiasmo toda palabra de Dios.
Dios es quien todo lo gobierna y todo lo controla, pero ha permitido que Satanás influya en la humanidad por dos motivos básicos. Primero, Adán y Eva, nuestros primeros padres, escogieron el gobierno de Satanás en lugar del de Dios. Segundo, Dios quiere que toda la humanidad aprenda “que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23).