¿Quién era Jesús? Para nuestros lectores jóvenes

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¿Quién era Jesús?

Para nuestros lectores jóvenes

Cuando pensamos en Jesús, ¿qué se nos viene a la mente exactamente? Tal vez palabras como Salvador, Señor, Sumo Sacerdote, Pastor, Siervo y Rey de reyes. Y aunque todas estas son formas muy apropiadas de pensar en Jesucristo, ninguna de ellas nos dice mucho sobre qué tipo de persona era. ¿Interesante? ¿Amable? ¿Podría uno haber contado con él para que le diera una mano si necesitaba ayuda en su próxima mudanza?

La respuesta a todas esas preguntas se encuentra en la Biblia. Bueno, tal vez no precisamente la que se refiere a la ayuda para el cambio de casa, pero creo que según lo que veremos, él definitivamente es alguien con quien uno podría contar en caso de necesitar ayuda.

¿Era Jesús una persona interesante? Cuando dio el sermón del monte, se preocupó de elegir un escenario convincente y hermoso para hablarles a sus discípulos: la cima de una montaña que se elevaba por sobre el hermoso mar de Galilea. Aquí, en uno de sus primeros mensajes públicos, Jesús expuso muchas enseñanzas bíblicas (Mateo 5-7). Explicó que el propósito de la vida en realidad no consistía en ser popular y rico, sino manso, misericordioso y pacificador (Mateo 5:3-10). También explicó que no era suficiente cumplir físicamente los mandamientos, tales como no asesinar o cometer adulterio, sino que importaba también la forma en que pensábamos acerca de otras personas (Mateo 5:21-30).

Ese día también enseñó muchas otras cosas: “Cuando Jesús terminó de decir esas cosas, las multitudes quedaron asombradas de su enseñanza, porque lo hacía con verdadera autoridad, algo completamente diferente de lo que hacían los maestros de la ley religiosa” (Mateo 7:28-29, Nueva Traducción Viviente). La gente se asombraba de lo que enseñaba y de cómo lo hacía, tan distinto a los maestros tradicionales de la época.

También hizo muchas otras cosas interesantes, como sanar a los enfermos, alimentar a miles de personas a la vez y revelarse como el “Yo Soy” (Mateo 9:32-34; 12:9-14; Juan 6; 8:48-59). Sus palabras y acciones enfurecieron a los líderes religiosos de su época, y finalmente fue asesinado por ello. Cualquiera sea la vara con que se le mida, se puede decir con mucha seguridad que Jesús vivió una vida única y emocionante. La gente puede ser interesante, pero no muy agradable. Los libros de historia están llenos de personas como Hitler, Stalin y Pol Pot que, aunque fueron famosos y relevantes, no eran personas con las que uno hubiera querido juntarse. Pero ¿qué hay de Jesús? ¿Era un buen joven?

Leemos que Jesús y sus amigos y familiares asistieron a una boda. Las bodas en aquel entonces se celebraban durante varios días y, consecuentemente, se compartían muchas comidas en comunidad. Después de tres días empezaron a quedarse sin vino, así que la madre de Jesús le pidió ayuda. En bien de los invitados, Jesús bondadosamente convirtió el agua en vino. Podría haberles dicho que fueran a comprar más o dejar que se las arreglaran por su cuenta, pero como era un joven amable, llevó a cabo este milagro.

Jesús curó a mucha gente, pero fíjese en el motivo: “Un hombre con lepra se acercó, se arrodilló ante Jesús y le suplicó que lo sanara. Si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio—dijo. Movido a compasión, Jesús extendió la mano y lo tocó. —Sí quiero—dijo—. ¡Queda sano! Al instante, la lepra desapareció y el hombre quedó sano” (Marcos 1:40-42, NTV, énfasis agregado). Jesús se estremeció de compasión, que es un sentimiento de simpatía o lástima por alguien que está enfrentando algún tipo de prueba. Jesús podría haber dicho “No”, o “Ahora no”, y seguir adelante. Sin embargo, debido a su compasión y bondad, sintió congoja por aquel leproso y lo sanó.

Vemos, por tanto, que Jesús era un buen hombre, una persona amable y cariñosa. Pero ¿habrá sido posible que en ocasiones se hartara de las cosas que veía y perdiera la calma? Si bien es exagerado decir que perdía la calma, a veces manifestaba un enojo justificado. Quizá el ejemplo más famoso ocurrió justo antes de la Pascua, cuando mucha gente iba al templo a ofrecer sacrificios. Los mercaderes locales se aprovechaban de ello y montaban tiendas para vender una variedad de cosas necesarias para el culto en el templo, por las cuales cobraban precios exorbitantes para sacar grandes ganancias.

Esto no le gustó a Jesús: “Se acercaba la fecha de la celebración de la Pascua judía, así que Jesús fue a Jerusalén. Vio que en la zona del templo había unos comerciantes que vendían ganado, ovejas y palomas para los sacrificios; vio a otros que estaban en sus mesas cambiando dinero extranjero. Jesús se hizo un látigo con unas cuerdas y expulsó a todos del templo. Echó las ovejas y el ganado, arrojó por el suelo las monedas de los cambistas y les volteó las mesas. Luego se dirigió a los que vendían palomas y les dijo: ‘Saquen todas esas cosas de aquí. ¡Dejen de convertir la casa de mi Padre en un mercado!’ Entonces sus discípulos recordaron la profecía de las Escrituras que dice: ‘El celo por la casa de Dios me consumirá’” (Juan 2:13-17, NTV).

¡Jesús no se andaba con rodeos! Improvisó un látigo y destruyó los negocios de los mercaderes, haciendo que sus ganancias literalmente desaparecieran. Aunque esto fue un acto de celo y no de ira en la forma que tú y yo pensamos, ciertamente Jesús no fue “El Señor Simpatía” en ese momento.

Como hemos visto, Jesús era una persona interesante y amable, pero podía no ser tan amable si la ocasión lo exigía. Pero si le hubieras pedido que te ayudara a mudarte, ¿crees que lo hubiera hecho? Lee un poco más, porque creo que podemos demostrar que la respuesta es “sí”.

Juan 11:1-3 relata un incidente relacionado con un amigo de Jesús: “Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana. (María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume, y le enjugó los pies con sus cabellos.) Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo. Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.

Al leer la historia, vemos que Lázaro realmente murió y que su familia estaba molesta porque Jesús no había impedido el fatal desenlace. Incluso los discípulos de Jesús dudaron un poco de sus capacidades. Sin embargo, al final Jesús revela que todo había sucedido de cierta forma para que pudieran ver la gloria de Dios. La historia concluye: “Entonces Jesús gritó: ¡Lázaro, sal de ahí! Y el muerto salió de la tumba con las manos y los pies envueltos con vendas de entierro y la cabeza enrollada en un lienzo. Jesús les dijo: ¡Quítenle las vendas y déjenlo ir!” (Juan 11:43-44, NTV).

A través de los años he tenido muchos amigos que me han ayudado a mudarme de casa, pero solamente tengo a uno que puede devolverme la vida después de la muerte, como lo hizo con Lázaro. Ese amigo es nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

Es especialmente alentador saber que él incluso nos llama sus amigos: “Este es mi mandamiento: ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado. No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando . . . Ustedes ahora son mis amigos, porque les he contado todo lo que el Padre me dijo” (Juan 15:12-15, NTV).

Jesucristo y Dios el Padre eran y son eternos. Jesús, que volverá a esta Tierra para establecer el Reino de Dios como Rey de reyes, siempre fue y será divino. Pero más allá de eso, era un hombre interesante, un joven muy amable y compasivo, que manifestaba emoción y se apasionaba por su trabajo. ¡Y él es amigo tuyo y también mío!  EC