Lección 27 - Trasfondo histórico de los evangelios

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Lección 27 - Trasfondo histórico de los evangelios

Retomamos ahora la narración en el momento que Jesús visita Jerusalén durante la fiesta de la dedicación (Juan 10:22), a solo unos meses de su muerte. La fiesta de la dedicación, que es una conmemoración histórica y tradicional judía, aunque no necesariamente una fiesta bíblica, actualmente se llama Hanukkah [o Janucá].

The Bible Knowledge Commentary (Comentario del conocimiento bíblico) entrega la información de trasfondo: “La fiesta de la dedicación se llama actualmente Hanukkah o Fiesta de las Luces. Conmemora la reconsagración del templo por Judas Macabeo en 165 a. C., después de su profanación en 168 a. C. por Antíoco IV (Epífanes). Diciembre era la época para la fiesta de ocho días, durante el invierno. La fiesta era un recordatorio para el pueblo judío de la última gran liberación de sus enemigos. El pórtico de Salomón era una larga pasarela cubierta, en el lado este del templo. Habían transcurrido dos meses desde la última confrontación de Jesús con los judíos (Juan 7:1-10:21) en la Fiesta de los Tabernáculos (Juan 7:2), celebrada [normalmente] en octubre. Jesús volvió nuevamente al área del templo” (notas sobre Juan 10:22).

Como el tiempo era corto, Cristo ahora revela más sobre sus verdaderos orígenes como Dios en la carne, aun sabiendo que proclamar abiertamente esta verdad finalmente lo llevará a la muerte. Además, persiste en contrastar el liderazgo de los fariseos y saduceos, a menudo distorsionado y egoísta, con su propio liderazgo desinteresado como pastor.

Juan dice: “Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón. Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos. Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle. Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre.

“¿Por cuál de ellas me apedreáis? Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre. Procuraron otra vez prenderle, pero él se escapó de sus manos” (Juan 10:22-39).

Notemos aquí varios puntos importantes que Jesús señala:

1. Estaba mostrando que su relación personal y maravillosa con los creyentes no se limita a las bendiciones físicas, sino que finalmente les daría vida eterna, una recompensa que trasciende cualquier otra cosa en esta vida.

2. Enseguida declara “Yo y el Padre uno somos”. Esto hizo que los judíos quisieran matarlo en ese mismo momento, por haber afirmado ser igual a Dios el Padre. ¿Qué quiso decir exactamente con la afirmación “Yo y mi Padre uno somos”?

Primero, es importante analizar la palabra “uno”. En el griego, hay dos términos principales para la palabra “uno”: el primero es heis y el segundo es hen. Como señala The Hebrew-Greek Key Study Bible (Biblia de estudio de palabras clave con diccionario en hebreo y griego), “Heis significa uno numérico, en tanto que hen significa uno en esencia, como se usa en Juan 10:30: “Yo y mi padre somos uno (hen)” (es decir, uno en esencia pero dos personas diferentes). Si hubiera dicho heis, habría significado una persona” (Zodhiates, p. 1711, énfasis nuestro en todo este artículo).

Morris señala: “¿Quién más podría estar relacionado con Dios el Padre de esta manera? ‘Uno’ es neutro, ‘una cosa’ y no ‘una persona’. No se habla de la identidad, sino de la unidad esencial. Los dos son inseparables. La afirmación no va más allá de las palabras con que comienza el Evangelio, pero sirven de apoyo” (The New International Commentary of the New Testament, Gospel of John, [Nuevo comentario internacional del Nuevo Testamento, Evangelio de Juan] 1973, p. 522).

Barclay agrega: “Si usamos la Biblia misma para la interpretación [del dicho ‘Yo y el Padre uno somos’], descubrimos que, de hecho, es tan simple que hasta el menos ilustrado puede comprenderlo. Veamos Juan 17, que habla de la oración de Jesús por sus seguidores antes de morir: ‘Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros somos uno’ (Juan 17:11). Jesús equiparó la unidad entre un cristiano y otro con la unidad entre él y Dios. En el mismo pasaje continúa: ‘Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, para que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste les he dado a ellos, para que sean uno así como nosotros somos uno' (Juan 17:20-22). Jesús habla con tal sencillez y claridad, que nadie puede malinterpretar que el propósito de la vida cristiana es que los cristianos deben ser uno, como él y su Padre son uno . . . Cuando Jesús dijo: ‘Yo y el Padre somos uno', no se refería al mundo de la filosofía, la metafísica y las idealizaciones, sino al ámbito de las relaciones personales . . . Era uno con Dios porque lo amaba y lo obedecía perfectamente; y vino a este mundo para hacernos como él es” (Daily Study Bible [Comentario al Nuevo Testamento], nota sobre Juan 10:30).

Finalmente, F. F. Bruce destaca otro punto importante: “El sentido de este texto específico implica una gran reciprocidad: Dios y Cristo están totalmente dedicados a cuidar de los creyentes. A quien Cristo protege, Dios protege; a quien Cristo tiene en su mano, Dios también . . . Aquí tenemos una aplicación particular de las declaraciones en Juan 5:19-23. El Hijo es tan cercano al Padre que es uno en mente, uno en propósito, uno en acción con él” (The Gospel of John [El evangelio de Juan], 1983, pp. 232-233).

3. ¿Por qué citó Jesús el salmo 82:6 cuando Dios se refirió a los jueces de Israel con el término “dioses” y usó la palabra hebrea elohim? Se trataba de ciertas circunstancias, como en Salmos 82:1 y 6, donde la Escritura llama “dioses” o elohim a los hombres encargados de juzgar. En Éxodo 21:6 y 22:8, el término elohim también hace referencia a jueces humanos.

Morris dice: “Si en algún sentido el Salmo utiliza este término para los hombres, entonces ‘cuánto más se puede aplicar a Aquel que el Padre santificó y envió al mundo . . . Él hace la distinción y separación entre sí mismo y los hombres. Su razonamiento hace énfasis en ‘Cuánto más . . .’” (ibíd., p. 522).

4. Seguidamente, Jesús agregó a su explicación el principio de que la Escritura “no puede ser quebrantada”, descartando la posibilidad de que el texto en sí mismo fuera un error. La declaración de Jesús es un respaldo contundente al concepto de la infalibilidad bíblica.

Como señala The Believer’s Bible Commentary (Comentario bíblico del creyente), “‘Y la Escritura no puede ser quebrantada’, dijo el Señor, expresando su convicción en la inspiración de las Escrituras del Antiguo Testamento. Se refiere a ellas como a escritos infalibles que deben cumplirse y que son irrefutables. De hecho, las palabras de las Escrituras son, en sí mismas, inspiradas, no únicamente sus conceptos e ideas” (nota sobre Juan 10:35).

Cuando termina de hablar la multitud quiere capturarlo, pero se les escapa. A esto Juan agrega: “Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando Juan; y se quedó allí” (Juan 10:40).

Posteriormente Jesús regresa por última vez a Jerusalén. Primero, haría uno de los milagros más grandes de todos los tiempos: resucitar a su amigo Lázaro, que había muerto y permanecido enterrado cuatro días.

Juan escribe: “Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana. María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume, y le enjugó los pies con sus cabellos. Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo. Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Luego, después de esto, dijo a los discípulos: Vamos a Judea otra vez. Le dijeron los discípulos: Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá? Respondió Jesús: ¿No tiene el día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él. Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle. Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará. Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él.

“Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él. Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano. Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo. Habiendo dicho esto, fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro está aquí y te llama. Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y vino a él.

“Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta le había encontrado. Entonces los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, diciendo: Va al sepulcro a llorar allí. María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano. Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró. Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba. Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?

“Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir. Entonces muchos de los judíos que habían venido para acompañar a María, y vieron lo que hizo Jesús, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho.

“Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así que, desde aquel día acordaron matarle. Por tanto, Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se alejó de allí a la región contigua al desierto, a una ciudad llamada Efraín; y se quedó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la pascua de los judíos; y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la pascua, para purificarse” (Juan 11:1-55).

Lo primero que se debe notar aquí es que la gente comprendía claramente el tema de la muerte y una futura resurrección. Nadie hablaba de que el “alma” de Lázaro fuera a subir para vivir en el cielo. De hecho, la idea de un alma inmortal es completamente ajena a las Escrituras. Los judíos creyentes entendían que primero había que morir y luego, en el futuro, habría una resurrección del cuerpo “en el día postrero”.

En segundo lugar, Lázaro había estado muerto durante cuatro días. Nunca mencionó haber estado consciente en el cielo ni en ningún otro lugar, y nadie se lo preguntó. Como Cristo dijo, Lázaro había estado dormido, inconsciente, mientras estuvo muerto. Luego había sido “despertado” por medio de una resurrección física, pero no espiritual, por la cual una persona se convierte en espíritu, lo que tendrá lugar solo cuando Cristo regrese a la Tierra. ¡Todos los hechos de este relato son bastante claros y no respaldan la doctrina del alma inmortal! EC