Lección 29 - Trasfondo histórico de los evangelios
Mateo 21; Lucas 19
Al analizar la última semana de la vida de Cristo, debemos recordar el extraordinario trasfondo de los eventos que estaban ocurriendo para apreciar mejor el significado completo de la situación.
William Barclay ofrece un buen trasfondo histórico de esos últimos días en Jerusalén: “Era el tiempo de la Pascua, y Jerusalén y todo el país de alrededor estaba abarrotado de peregrinos. Treinta años después, un gobernador [de Roma, Cestio Galo, en el año 66 d. C., según Josefo] tuvo que hacer el censo de los corderos que se mataron en Jerusalén para la Pascua, y descubrió que su número se acercaba al cuarto de millón. La norma de la Pascua era que tenían que reunirse por lo menos diez personas para cada cordero, lo que quiere decir que en esa Pascua hubo en Jerusalén más de dos millones y medio de personas.
“La ley era que todos los varones judíos que vivieran en un radio de cuarenta kilómetros de Jerusalén tenían que venir a la Pascua; pero no solo venían los judíos de Palestina, sino de todos los rincones del mundo para estar presentes en la mayor de sus fiestas nacionales. Jesús no podía haber elegido un momento más dramático. Se dirigió a una ciudad abarrotada de gente y cargada de expectaciones religiosas. No creemos que esta fuera una decisión repentina de Jesús, adoptada casualmente en un momento. Era algo que había preparado de antemano” (Comentario al Nuevo Testamento, nota sobre Mateo 21:9).
Jesús llora por Jerusalén
Lucas relata: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación” (Lucas 19:41-44, énfasis agregado).
En cuanto al “tiempo de tu visitación”, un concepto profético importante que se debe comprender, se refiere principalmente a la venida profetizada del Mesías a Jerusalén descrita en la profecía de las setenta semanas de Daniel 9, que se cumpliría parcialmente en sus días. Según esta profecía, en realidad habría dos venidas del Mesías a la Tierra. La primera sería para morir por los pecados de la humanidad. Como Daniel 9:24 describe, vendría “para terminar la transgresión, para poner fin a los pecados, [y] para hacer la reconciliación por la iniquidad”. La segunda venida se describe en la última parte del mismo versículo, cuando viene como Rey de reyes a Jerusalén, “para traer la justicia eterna, sellar la visión y la profecía, y ungir al Santísimo”. Trágicamente, el pueblo judío y sus líderes como conjunto no serían capaces de “discernir las señales de los tiempos” debido a su engaño religioso (Mateo 16:3).
Como Jesús estaba consciente de la devastación total profetizada para Jerusalén y su gente, lloró y lamentó lo que le sucedería en el futuro.
Como relata The Bible Knowledge Commentary (Comentario del conocimiento bíblico), “Jesús mostró compasión por Jerusalén, pero también predijo que próximamente quedaría en ruinas. Jesús rechazó a Jerusalén porque Jerusalén lo rechazó a él. Lloró sobre la ciudad porque su gente no entendía el significado de los sucesos de ese día: que si como nación lo hubieran aceptado, ese mismo día habrían tenido paz. Debido a que la gente no reconoció el momento de la venida de Dios (Lucas 19:44), la ciudad sería totalmente destruida, cosa que los soldados romanos hicieron a partir del año 70 d. C.” (nota sobre Lucas 19:41).
También debemos recordar que hay una dualidad en esta profecía del asedio y destrucción de Jerusalén, como Jesús señaló: “Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes . . . porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:15-22). ¡Esto va a ocurrir en algún momento en el futuro!
Cristo expulsa a los cambistas
A continuación Jesús entra a Jerusalén montado en un pollino, tal como había sido profetizado acerca del Mesías en Zacarías 9:9: que llegaría con la actitud pacífica de un rey, ofreciendo salvación, y no con la de un conquistador dominante en un caballo de guerra y blandiendo una espada.
Algunas personas incluso tendieron parte de sus ropas o ramas de árboles delante de él (Mateo 21:8) y también agitaron hojas de palma (Juan 12:13) como símbolos de respeto y honor, como lo hacían con un rey (2 Reyes 9:13). Aquel gesto era el equivalente moderno de “extender la alfombra roja” para personas importantes. Jesús les estaba ofreciendo la salvación, pero sabía que lo rechazarían y que, además, lo ejecutarían. Sin embargo, resueltamente se dirige al magnífico templo para cumplir su futuro sacrificio simbolizado por el Cordero de la Pascua (Juan 1:29; 1 Corintios 5:7). Cuando llega, nuevamente se enfurece al ver lo que sucede en la casa santa de su Padre.
Lucas dice: “Y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él, diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle. Y no hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba suspenso oyéndole” (Lucas 19:45-48).
¿Por qué se disgustó tanto Jesús? Porque los sumos sacerdotes habían establecido un sistema corrupto mediante el cual los peregrinos que acudían a pagar el impuesto del templo y comprar los sacrificios no podían pagar directamente, sino que tenían que cambiar el dinero por la versión “autorizada” y estaban siendo estafados por los inescrupulosos cambistas.
Barclay comenta: “El escenario de este incidente fue el Atrio de los Gentiles, en el que cualquiera podía entrar. Siempre había gente y actividad en él; pero en la Pascua estaba abarrotado a más no poder con peregrinos de todo el mundo. Habría allí, en cualquier época, muchos gentiles, porque el templo de Jerusalén era famoso en todo el mundo, hasta el punto que hasta los escritores latinos lo describían como uno de los edificios más maravillosos del mundo.
“En este Atrio de los Gentiles se llevaban a cabo dos clases de transacciones. Una era el cambio de dinero. Todos los judíos tenían que pagar el impuesto del templo de medio siclo, y ese impuesto se pagaba poco antes de la Pascua. Un mes antes se instalaban puestos en todos los pueblos y aldeas, donde se podía pagar en dinero; pero después de una cierta fecha solo se podía pagar en el templo mismo; y sería allí donde lo pagaría la gran mayoría peregrinos judíos de otras tierras. Este impuesto tenía que pagarse en cierta moneda en curso . . .
“La función de los cambistas era cambiar la moneda no aceptable por otra aceptable. Esa parecía ser a todas luces una función necesaria; pero el problema era que estos cambistas cargaban el equivalente de 2 céntimos [un tercio del salario diario de un trabajador] por hacer el cambio; y, si la moneda era de mayor valor que el medio siclo, cargaban otros 2 céntimos por devolver el cambio. Es decir: muchos peregrinos tenían que pagar, no solo su medio siclo –el equivalente de unos 9 céntimos–, sino además otros 2 céntimos por comisión; y esto hay que compararlo con el salario de un trabajador que sería de unos 6 céntimos al día [equivalente a un denario romano] . . . un par de palomas podía costar 6 céntimos fuera del templo, y tanto como 150 dentro . . . Además, estos puestos donde se vendían las víctimas [de sacrificio] se llamaban los bazares de Anás, porque eran propiedad privada de la familia del sumo sacerdote de ese nombre [Juan 18:13] . . . Por todas partes acechaban a los pobres y humildes peregrinos toda clase de peligros de explotación desvergonzada — y fue esa explotación la que puso al rojo vivo la indignación de Jesús” (nota sobre Mateo 21:12).
Jesús hace milagros en Jerusalén
Cabe destacar que después de este incidente de la expulsión de los cambistas, Jesús resueltamente hizo milagros prodigiosos frente a todos estos sacerdotes furiosos sanando a ciegos y cojos, lo que iba en contra de algunas de las tradiciones religiosas creadas por las autoridades judías.
Mateo señala: “Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó. Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David!, se indignaron, y le dijeron: ¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo: Sí. ¿Nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza? Y dejándolos, salió fuera de la ciudad a Betania, y posó allí” (Mateo 21:14-17).
The Expositor’s Commentary (Comentario del expositor) señala: “La mayoría de las autoridades judías prohibían que cualquier persona coja, ciega, sorda o muda ofreciera un sacrificio, y se ‘presentara ante el Señor en su templo’. Pero Jesús los sana, mostrando así que ‘uno más grande que el templo está aquí’ (Mateo 12:6). Él mismo no podía ser contaminado, y sana y purifica a quienes entran en contacto con él. Estos dos hechos –la limpieza del templo y los milagros de curación– demuestran su superioridad sobre el templo y suscitan el interrogante sobre el origen de su autoridad” (nota sobre Mateo 21:14).
“Al aceptar sus alabanzas”, agrega el Comentario del conocimiento bíblico, “Jesús estaba declarando que era digno de ser alabado como su Mesías. Al rechazar a Jesús, los líderes religiosos ni siquiera tenían la perspectiva de los niños que lo estaban exaltando. En consecuencia, Jesús dejó a los líderes y se fue del templo. Regresó a la ciudad de Betania, a unos tres kilómetros de distancia pasado el monte de los Olivos, donde pasó la noche, probablemente en la casa de María, Marta y Lázaro” (nota sobre Mateo 21:15-17).
Maldición de la higuera
Luego viene lo que para algunos podría ser un relato desconcertante: la maldición de la higuera. Mateo escribe: “Por la mañana, volviendo a la ciudad, tuvo hambre. Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera. Viendo esto los discípulos, decían maravillados: ¿Cómo es que se secó en seguida la higuera? Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (vv. 18-22).
La higuera es un árbol excepcional, ya que produce fruto dos veces al año. El primero de ellos es un pequeño higo verde que aparece antes de que salgan las hojas y es comestible. Si hasta ese momento la higuera no había producido ninguno de estos higos verdes, significaba que después tampoco produciría frutos.
The Preacher’s Bible Commentary (Comentario bíblico del predicador) hace una buena acotación, pues Jesús había estado señalando las obras infructuosas e incluso malvadas de los líderes judíos y sus secuaces (Mateo 21:12-17). Dice: “Marcos agrega que ‘aún no era el tiempo de los higos’, es decir, de los higos maduros. Los higos verdes deberían haber aparecido entre las hojas en abril, aunque la fruta comenzó a madurar en junio . . . Swartley dice: ‘La moraleja del relato de la higuera no es que Jesús las detestara, con fruto o sin él, fuera o no de temporada, sino que el destino de esta higuera prefiguraba la destrucción del templo’. Ilustraba a la nación judía que ofrecía una promesa de fruto espiritual para el mundo, pero cuando Jesús vino a su templo encontró que el mismo atrio que debía estar abierto al mundo gentil bullía de actividad, pero carecía de vitalidad espiritual” (nota sobre Mateo 21:18).
Así que Cristo mostró dos cosas con este ejemplo de la higuera sin frutos. Primero, ilustró la importancia de tener no solo una apariencia agradable, sino también de mostrar verdaderos frutos de conversión (Juan 15:1-5, 8). En segundo lugar, como sucedía con la higuera, los líderes judíos procuraban ser admirados por los hombres, pero carecían del fruto espiritual. A continuación se ilustran en más detalle estas lecciones mediante dos parábolas: la de los dos hijos y la de los viñadores malvados.
La parábola de los dos hijos
Mateo continúa: “Cuando vino al templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él mientras enseñaba, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿y quién te dio esta autoridad? Respondiendo Jesús, les dijo: Yo también os haré una pregunta, y si me la contestáis, también yo os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres? Ellos entonces discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta. Y respondiendo a Jesús, dijeron: No sabemos. Y él también les dijo: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas.
“Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle” (Mateo 21:23-32).
El punto que se quiere destacar aquí es que una persona ocasionalmente puede no tener la mejor actitud o comportamiento, pero luego se arrepiente y obedece las leyes de Dios, mientras que otra que parece obedecerle en realidad no guarda sus leyes según lo enseña Cristo. Como Jesús dice, incluso aquellos que fueron grandes pecadores, cuando se arrepintieron iban adelante de aquellos que parecían ser justos, como el caso de la mayoría de los líderes judíos, que realmente no se arrepintieron ni obedecieron las leyes de Dios en la letra y el espíritu.
The Believer’s Bible Commentary (Comentario bíblico del creyente) observa: “El Señor interpretó la parábola. Los recaudadores de impuestos y las rameras eran como el primer hijo: inicialmente parecían no obedecer a Juan el Bautista, pero finalmente muchos de ellos se arrepintieron y creyeron en Jesús. Los líderes religiosos eran como el segundo hijo: pretendían aprobar la predicación de Juan, pero nunca confesaron sus pecados ni confiaron en el Salvador. Por lo tanto, los pecadores consumados [entrarían] en el reino de Dios, mientras que los presumidos líderes religiosos se quedarían afuera” (nota sobre Mateo 21:32).
La parábola de los viñadores malvados
Para ilustrar aún más el principio que enseña la maldición de la higuera, Jesús entrega otra parábola: “Oíd otra parábola: Hubo un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos. Y cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos. Mas los labradores, tomando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon. Envió de nuevo otros siervos, más que los primeros; e hicieron con ellos de la misma manera. Finalmente les envió su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo. Mas los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad. Y tomándole, le echaron fuera de la viña, y le mataron. Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores? Le dijeron: A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros labradores, que le paguen el fruto a su tiempo. Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos? Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él. Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará. Y oyendo sus parábolas los principales sacerdotes y los fariseos, entendieron que hablaba de ellos. Pero al buscar cómo echarle mano, temían al pueblo, porque éste le tenía por profeta” (Mateo 21:33-46).
Cristo estaba profetizando sobre lo que estos líderes judíos le harían en breve como “el hijo del señor de la viña”. Por ello fue que dijo que la responsabilidad de enseñar y prepararse para el Reino de Dios se les quitaría, por ser líderes indignos del pueblo de Dios, y se les daría a otras personas, es decir, a la Iglesia de Dios a lo largo de los siglos. Ellas son lo que Pablo llama “el Israel de Dios” (Gálatas 6:16), es decir, los conversos de muchas naciones alrededor del mundo, tanto judíos como gentiles. Esta nueva nación espiritual, que obedecería las enseñanzas de Jesucristo y estaría bajo su liderazgo, proclamaría el evangelio al mundo y prepararía a un pueblo para su reino venidero. En lo sucesivo, ellos serían quienes Dios guiaría y en los cuales centraría su atención.
Cuando estos líderes judíos escucharon esta parábola, se dieron cuenta de que tenía que ver con ellos y se sintieron muy ofendidos. Querían arrestar de inmediato a Jesús, pero tenían miedo de apresarlo en público porque era muy respetado y el común de la gente lo consideraba un profeta. Después de todo, había estado haciendo grandes milagros, comenzando con la resurrección de Lázaro unos días antes y ahora sanando resueltamente a los ciegos y los cojos en Jerusalén. Así, el Cordero de Dios estaba mostrando su amor mientras los líderes judíos manifestaban su envidia y odio. ¡Qué marcado contraste, y cómo llevaría finalmente a la confrontación final! EC