Lección 30 - Trasfondo histórico de los evangelios
Mateo 22
Durante la última semana de Cristo en la Tierra, regresa al área del templo después de haber expulsado a los cambistas corruptos, sanado a muchos y entregado algunas parábolas incriminando a los líderes judíos. Esta vez va a enseñar a la gran multitud reunida allí para celebrar la Pascua y los Días de Panes sin Levadura.
Sin embargo, algunos líderes religiosos aprovechan la ocasión para hacerle preguntas malintencionadas en un intento de atraparlo en algún error y acusarlo de oponerse a las autoridades romanas. Como menciona Lucas sobre los jefes de los sacerdotes y los escribas: “Y acechándole enviaron espías que se simulasen justos, a fin de sorprenderle en alguna palabra, para entregarle al poder y autoridad del gobernador” (Lucas 20:20, énfasis nuestro en todo este artículo).
Como de costumbre, Jesús les respondió en parábolas, o historias que tenían un significado oculto del que no podían estar seguros a menos que él mismo revelara el mensaje central. Tal vez estaba poniendo en práctica el principio que había enseñado a sus discípulos de ser “prudentes como serpientes y sencillos como palomas” (Mateo 10:16).
Anteriormente, en la parábola de los dos hijos, él había expuesto la hipocresía de los líderes judíos, quienes eran exteriormente piadosos pero interiormente insinceros. En la parábola de los viñadores malvados, Cristo puso de manifiesto los celos y el odio de ellos al rechazar a un profeta como Juan el Bautista y mostrar lo que finalmente le harían a él mismo como Hijo de Dios, es decir, matarlo. Esta vez les entrega una tercera parábola para ilustrar lo lejos que estaban de ser parte del reino venidero de Dios.
La parábola de la fiesta de bodas
Jesús menciona: “El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo, y envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas; más éstos no quisieron venir. Volvió a enviar otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí, he preparado mi comida; mis toros y animales engordados han sido muertos, y todo está dispuesto; venid a las bodas. Mas ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a su labranza, y otro a sus negocios; y otros, tomando a los siervos, los afrentaron y los mataron. Al oírlo el rey, se enojó; y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad. Entonces dijo a sus siervos: Las bodas a la verdad están preparadas; mas los que fueron convidados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis. Y saliendo los siervos por los caminos, juntaron a todos los que hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas fueron llenas de convidados. Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera, allí será el lloro y el crujir de dientes [que significa miedo y amarga frustración]. Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mateo 22:2-14).
Esta parábola representa la invitación o el llamado de Dios al pueblo judío para que acepte al Mesías y le obedezca y entrar así en el Reino de Dios. Sin embargo, este llamado en gran medida había sido rechazado. Como Juan resumió, “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no lo conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:10-13).
La obra Word Pictures (Imágenes en palabras), de Robertson, destaca: “Los profetas de antaño le habían dado la invitación de Dios al pueblo judío. Ahora [Juan] el Bautista y Jesús le había extendido una segunda invitación diciéndole que la fiesta estaba lista, ‘mas . . . no quisieron venir’. Esta [respuesta] negativa caracteriza el obstinado rechazo de los líderes judíos a aceptar a Jesús como Hijo de Dios (Juan 1:11)” (nota sobre Mateo 22:3).
De hecho, después de haber matado a Jesús, se cumpliría la profecía de esta parábola. Unas décadas más tarde los ejércitos romanos destruirían Jerusalén y el templo, y esclavizarían a la mayor parte del pueblo judío.
The Bible Knowledge Commentary (Comentario del conocimiento bíblico) entrega un buen resumen de esta parábola: “En una tercera parábola dirigida a los líderes religiosos, Jesús se refirió de nuevo a la obra de Dios al ofrecer el reino. La metáfora del banquete de bodas retrata aquí la Edad Milenaria (cf. Mateo 9:15; Isaías 25:6; Lucas 14:15).
“El rey en esta parábola había hecho planes para un banquete de boda en honor de su hijo. Sus sirvientes habían dicho a los invitados que era hora del banquete, pero la invitación fue ignorada y los invitados se negaron a venir. Se hizo un esfuerzo adicional para extender la invitación, pero se obtuvo el mismo resultado. Como la oferta fue rechazada hasta el punto de maltratar y matar a los sirvientes, el rey se enfureció. Envió su ejército, destruyó a los asesinos e incendió su ciudad.
“Jesús tenía en mente el efecto del rechazo de la nación hacia él. Dios había hecho planes para el reinado milenario de su Hijo y había extendido una invitación. Pero la predicación de Juan el Bautista, Jesús y los discípulos había sido en gran medida ignorada. La nación incluso mataría a aquellos que extendieran la oferta. Finalmente, en el año 70 d. C., el ejército romano vendría, mataría a la mayoría de los judíos que vivían en Jerusalén y destruiría el templo” (nota sobre Mateo 22:4).
Sin embargo, los planes finales de Dios no se verían frustrados. Una vez que los invitados judíos, en su conjunto, rechazan la invitación a entrar en el Reino de Dios y terminan por matar a Jesús, se lleva a cabo el siguiente paso del plan de salvación de Dios. El Cristo resucitado instruye a sus siervos para que vayan por todo el mundo y extiendan una invitación a los llamados de todas las naciones a formar parte de ese reino cuando él regrese (Mateo 28:18-20). La Iglesia de Dios a través de los tiempos sería el principal instrumento utilizado para ese fin. Así que la Iglesia estaría compuesta por judíos y gentiles creyentes, lo que Pablo más tarde llama “el Israel de Dios” (Gálatas 6:16).
A propósito, esta parábola de la fiesta de bodas también responde a la pregunta “¿Puede un creyente ser parte de ese reino sin obedecer primero los mandamientos de Dios?” Aquí se muestra lo que sucede cuando alguien invitado se presenta en un banquete de bodas sin llevar la ropa adecuada. Como esta fiesta representa la entrada al Reino de Dios, la vestimenta de la boda es un símbolo de la preparación espiritual de una persona para dicha ocasión. En Apocalipsis 19:7-8 se explica claramente lo que significa el símbolo de los vestidos de boda: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y brillante, porque el lino fino es las acciones justas de los santos”.
Fariseos y herodianos plantean una pregunta política
Con estas tres parábolas, Jesús hace su alegato contra los líderes religiosos y la mayoría de los judíos incrédulos. Los líderes judíos, sin embargo, continuaron con sus preguntas engañosas para tratar de avergonzarlo e incriminarlo.
Mateo escribe: “Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra. Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que con verdad enseñas el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres. Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: “¿Por qué me tentáis, hipócritas?” (Mateo 22:15-18).
Los herodianos eran judíos que apoyaban al gobierno de Herodes (basado en la dinastía gobernante de este monarca) y al gobierno romano. Normalmente se oponían a los fariseos, que se resistían a Roma y a sus intentos de entrometerse en el modo de vida judío. Sin embargo, ahora ambas facciones estaban unidas en su oposición a Jesús. Le hicieron una pregunta malintencionada y estaban seguros de que lo atraparían sin importar lo que respondiera. Si respondía “No”, entonces tenían a los herodianos allí mismo como testigos para arrestarlo por sedición y por negarse a obedecer las órdenes romanas de pagar impuestos. Si respondía “Sí”, quería decir que estaba apoyando a los romanos y sería considerado desleal a las autoridades religiosas farisaicas.
Como señala Nelson’s Bible Commentary (Comentario bíblico de Nelson), “El dilema es obvio: ponerse del lado de los fariseos y arriesgarse a ser acusado de insurrección contra el gobierno romano, o ponerse del lado de los herodianos y perder el favor de las masas. Los impuestos incluían un tributo anual pagado por cada adulto judío al gobierno romano. Los judíos detestaban pagar este impuesto a sus odiados opresores” (nota sobre Mateo 22:17).
Sin embargo, Jesús tenía la respuesta perfecta para ellos y les dijo: “Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Entonces les dijo: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción? Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Oyendo esto, se maravillaron, y dejándole, se fueron” (Mateo 22:19-22).
De hecho, ¡Cristo había superado en astucia a los astutos humanos! Así que estos líderes judíos se fueron asombrados y avergonzados por su respuesta.
El Comentario bíblico de Nelson tiene una nota interesante sobre las monedas en aquellos días: “Las monedas en circulación en Palestina incluían tanto las romanas como las locales. La típica moneda romana tenía en una cara un retrato del emperador o de otra persona importante (Mateo 22:20). En la otra cara había un diseño simbólico, como un templo por ejemplo. Las letras alrededor de los retratos imperiales no hacía mucho habían empezado a incluir las letras ‘DIV’, abreviación de ‘divino’. Julio César fue la primera persona viva que apareció en las monedas oficiales romanas” (nota sobre Mateo 22:21).
Además, en tiempos antiguos las monedas eran un símbolo del gobierno a cargo. Tan pronto un nuevo rey subía al trono, normalmente hacían nuevas monedas con su imagen para mostrar la legitimidad de su reinado y por tanto las monedas representaban al rey cuya imagen estaba estampada en ellas. Así, Cristo ingeniosamente mostró que hay ciertos deberes hacia Dios y otras responsabilidades hacia los gobernantes.
De hecho, los miembros de la Iglesia tienen una doble ciudadanía. La primera y más importante es cuando uno se bautiza y se convierte en ciudadano del Reino de Dios. Pablo dijo: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). La otra ciudadanía, que recibimos en el país donde nacemos o por naturalización, está subordinada a la primera. Así que cuando ambas están en conflicto, nuestro deber es elegir la primera ciudadanía. Como dijeron los apóstoles, “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Los saduceos intentan atrapar a Jesús con una pregunta sobre la resurrección
Luego vinieron los saduceos, con una de sus preguntas capciosas favoritas que Jesús no podría responder, de eso estaban seguros. Mateo registra: “Aquel día vinieron los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron, diciendo: Maestro, Moisés dijo: Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará descendencia a su hermano. Hubo pues, entre nosotros siete hermanos. El primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano. De la misma manera también el segundo, y el tercero, hasta el séptimo. Y después de todos murió también la mujer. En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron?” (Mateo 22: 24-28).
No hay duda de que este argumento había sido cuidadosamente elaborado por los saduceos para intentar mostrar lo absurdo de creer en una futura resurrección, señalando lo que parecía un rompecabezas imposible de armar. Sin embargo, Jesús no se inmutó en absoluto y explicó que la respuesta estaba en el Pentateuco que tanto respetaban.
Jesús les respondió: “Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios. Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como ángeles de Dios en el cielo. Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Oyendo esto la gente, se admiraba de su doctrina” (Mateo 22:29-33).
Como señala William Barclay en su Daily Study Bible (Comentario al Nuevo Testamento): “Los saduceos no eran muchos en número; pero eran los ricos, los aristócratas y la clase gobernante. Los jefes de los sacerdotes, por ejemplo, eran saduceos. En política eran colaboracionistas, muy dispuestos a cooperar con el gobierno romano si la cooperación era el precio de la retención de sus propios privilegios. En pensamiento, estaban bastante dispuestos a abrir sus mentes a las ideas griegas. En cuanto a sus creencias judías, eran tradicionalistas. Se negaban a aceptar la ley oral y de los escribas, que para los fariseos era de suma importancia. Pero iban aún más lejos; la única parte de la Escritura que consideraban obligatoria era el Pentateuco, la Ley por excelencia, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. No aceptaban en absoluto a los profetas ni los libros poéticos como parte de la Escritura. En particular negaban completamente cualquier posibilidad de vida después de la muerte, una creencia en la que los fariseos insistían y con la que los saduceos estaban en absoluto desacuerdo. Los fariseos, en efecto, afirmaban que cualquier hombre que negara la resurrección de los muertos estaba excluido de Dios.
“Los saduceos insistían en que la doctrina de la vida después de la muerte no podía ser probada en el Pentateuco . . . Concibieron una pregunta que, según creían, reducía la doctrina de la resurrección del cuerpo a una aberración . . . [Citaron] un caso de matrimonio levirato (Deuteronomio 25:5-10), en el que siete hermanos, todos los cuales murieron sin hijos, se casaron uno tras otro con la misma mujer; y luego preguntaron: ‘Cuando la resurrección tenga lugar, ¿de quién será esta mujer casada tantas veces?’ Aquí sí que había una pregunta capciosa” (nota sobre Mateo 22:23).
Cristo primero les dijo que no conocían las Escrituras o el poder de Dios. Les explicó que en la resurrección (en este caso, refiriéndose a la primera resurrección), después de que los humanos sean transformados en seres espirituales, todas las relaciones serán muy superiores a las existentes en la Tierra, y que tal como sucede con los ángeles, no habrá matrimonio como lo conocemos ahora. Los seres espirituales no estarán compuestos de carne y sangre sino de espíritu, y no morirán jamás. Lo que sabemos por el momento es que los matrimonios concertados en la Tierra se transformarán radicalmente, ya que los cónyuges ahora serán seres espirituales y parte de la familia eterna de Dios. Todos los justos se casarán espiritualmente con Jesucristo, el Novio, y la relación con él será superior y diferente (Apocalipsis 19:7-8; 22:17).
Jesús también hace trizas sus argumentos contra la resurrección de los muertos. Menciona cómo Dios se llamó a sí mismo el Dios de Abraham, Isaac y Jacob después de que estos ya habían muerto, y aun así habló de ellos como que algún día resucitarían. Como Jesús había dicho, ellos serían parte de aquel reino futuro: “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mateo 8:11).
Como resultado, este grupo de saduceos, ahora avergonzados, también se escabullen mientras las multitudes se maravillan de sus claras respuestas. Lucas añade una nota de reconocimiento a su sabiduría: “Respondiéndole algunos de los escribas, dijeron: Maestro, bien has dicho. Y no osaron preguntarle nada más” (Lucas 20:39-40).
Otra pregunta engañosa de los fariseos
Los saduceos podrían haberse rendido, pero no los fariseos. En la siguiente ronda se les ocurre otra pregunta capciosa.
Mateo menciona: “Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento.
“Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más” (Mateo 22:34-46).
En el Talmud, parte de la literatura farisaica, se menciona que había una controversia entre los rabinos sobre cuál era el mandamiento más importante. Ya que enfatizaban tanto la ley ritual y oral, algunos consideraban que el más importante era, por difícil que sea creerlo, ¡el uso de flecos en sus vestimentas!
Como afirma The Preacher’s Bible Commentary (Comentario bíblico del predicador), “El asunto era probar nuevamente a Jesús, buscando una respuesta que pudiera condenarlo de blasfemia. Los escribas decían que había 613 leyes, de las cuales 248 eran afirmativas y 365 negativas. ¡Algunos incluso afirmaban que el mandamiento de llevar flecos en las vestiduras era el más grande de los 613! Esto nos ayuda a reconocer la prueba a la que presumían que le sometían” (nota sobre Mateo 22:36).
En consecuencia, Cristo los pone en su lugar con la respuesta correcta, basada en un resumen de los primeros cuatro y los últimos seis mandamientos. También les hace una pregunta que revela que en el Antiguo Testamento se hace referencia a dos “Señores” (identificados más tarde en Juan 1:1-3 y 14 como Dios), que se convirtió en el Padre, y el Verbo, que más tarde se convirtió en Jesús, o, como su otro nombre indica, Emanuel, o “Dios con nosotros” (Mateo 1:23).
Los fariseos no podían o no querían responderle, porque esto iba en contra de su propia teología sobre Dios que afirmaba que él consistía de una sola persona. Junto con aquella pregunta insidiosa, también abandonaron sus intentos de ser más listos que él en lo concerniente a la Palabra de Dios. ¡Qué ejemplo tan increíble nos dio Cristo en cuanto a escudriñar adecuadamente las Escrituras y conocerlas lo suficientemente bien como para dar a todos una respuesta adecuada, como nos insta a hacer 1 Pedro 3:15-16! EC