#255 - Mateo 22-23: "Preguntas capciosas de líderes religiosos; ayes contra fariseos"

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#255 - Mateo 22-23

"Preguntas capciosas de líderes religiosos; ayes contra fariseos"

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La primera fue la parábola de los dos hijos que muestra que ellos no se arrepintieron de sus pecados. En la parábola de los labradores malvados, Cristo les indica cuántas veces Dios el Padre envió a sus profetas para advertirles, pero ellos no obedecieron. Finalmente envió a su Hijo, al cual mataron. Cristo aquí profetiza lo que harían con él. 

Ahora entrega la tercera parábola: la fiesta de bodas, para mostrar otra vez a estos líderes que no estaban cumpliendo con la verdadera voluntad de Dios.

Dijo: “El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo [Cristo]; y envió a sus siervos [profetas] a llamar a los convidados a las bodas; mas éstos no quisieron venir. Volvió a enviar otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí, he preparado mi comida; mis toros y animales engordados han sido muertos, y todo está dispuesto; venid a las bodas. Mas ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a su labranza, y otro a sus negocios; otros, tomando a los siervos, los afrentaron y los mataron. Al oírlo el rey, se enojó; y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y quemó la ciudad. Entonces dijo a sus siervos: Las bodas a la verdad están preparadas; mas los que fueron convidados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis. Y saliendo los siervos por los caminos, juntaron a todos los que hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas fueron llenas de convidados. Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció [de vergüenza]. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas afuera; allí será el lloro y crujir de dientes. Porque muchos son llamados y pocos escogidos” (Mateo 22:1-14). 

Esta parábola representa la invitación o el llamado para entrar en el reino de Dios. Menciona Robertson: “Los profetas de la antigüedad habían dado la invitación de Dios al pueblo judío. Ahora Juan el Bautista y Jesús habían dado la segunda invitación de que la fiesta estaba dispuesta. ‘Mas ellos no quisieron venir’, que caracteriza el terco rechazo de los líderes judíos a aceptar a Jesús como el Hijo de Dios. Ésta es la tragedia judía”.

Luego de matar a Jesús, se cumpliría la profecía de esta parábola al venir unos años más tarde los romanos que destruyen a Jerusalén y a gran parte del país. 

Una vez que los invitados rechazaron a Jesús, aquí se revela que Dios entonces llama a los gentiles de todas partes del mundo para poder participar en esta “Primera Resurrección” cuando venga el reino. Ahora la Iglesia está compuesta de judíos y gentiles conversos—todos con los mismos derechos ante Dios, y serán parte de “las bodas del Cordero” cuando vuelva (Apocalipsis 19:7-9).

Ahora bien, ¿puede un gentil entrar en la Iglesia y en el futuro reino sin obedecer a Dios? Esta parábola contesta esta pregunta al mostrar lo que sucedió al que entró a la boda sin tener un vestido de bodas. Puesto que las bodas aquí representan la entrada al reino de Dios, las vestimentas para las bodas entonces simbolizan la actitud de obediencia que viene con la conversión de la persona. Pablo mencionó: “En cuanto a la pasada manera de vivir [al ser desobedientes], despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24). En Colosenses 3:12 repite: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados… soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro”. Así, en las bodas del Cordero, las vestimentas simbolizan la obediencia a la ley de Dios.: Dice: “Gocémonos… porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa [la Iglesia] se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es [simbólico de] las acciones justas de los santos… Dichosos los que guardan sus Mandamientos, para que tengan derecho al árbol de la vida...” (Apocalipsis 19:7-8; Apocalipsis 22:14, NRV). 

Al dar estas tres parábolas contra los líderes judíos, Jesús concluyó su caso contra ellos. Pero ahora les toca a ellos arremeter contra Cristo con sus preguntas capciosas [engañosas]. “Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra. Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos” (Mateo 22:15-16). Los herodianos eran el partido que apoyaba a la familia de los Herodes y a los romanos. Normalmente eran enemigos acérrimos de los fariseos, pero ahora se unieron por su odio común contra Jesús. Vinieron ante él como serpientes astutas y sutiles.

Le preguntaron: “Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres. Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Entonces les dijo: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción? Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Oyendo esto, se maravillaron, y dejándole, se fueron” (Mateo 22:16-22).

Comenta Barclay: “En Israel había tres impuestos que se debían pagar al gobierno romano. Primero era el impuesto a los productos: un diezmo del grano y un quinto del vino y del aceite. Luego estaba el de la renta, el uno por ciento de sus ingresos. Y finalmente, el de cabeza, un denario anual por persona en hombres de 14 a 65 años, y mujeres de 12 a 65 años. Este último era el tributo al que se referían los fariseos y herodianos”.

Había un dilema. Si Jesús decía que no lo apoyaba, lo reportarían al gobierno romano y sería arrestado. Pero si apoyaba pagarlo, quedaría desacreditado ante muchos judíos que consideraban que sólo se le debía pagar tributos a Dios y no al gobierno pagano de Roma.

Jesús pudo esquivar ambas respuestas al hacerles una pregunta sobre quién representaba la moneda. Pidió ver un denario. En la antigüedad, las monedas eran un símbolo del gobernante a cargo. Tan pronto como subía un nuevo rey al trono, hacía imprimir monedas con su imagen para mostrar la legitimidad de su gobierno. Así, las monedas en realidad pertenecían al rey cuya imagen aparecía en ellas. Así, Cristo ingeniosamente mostró que había ciertos deberes que cumplir ante Dios y ante los gobernantes. Es decir, tenemos una ciudadanía dual: la primera y más importante es cuando uno se bautiza y se convierte en ciudadano del reino de Dios. Pablo dice: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). La otra ciudadanía, que recibimos al nacer en un país, está subordinada a la otra. Pablo aclara: “Sométase toda persona a las autoridades superiores… Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (Romanos 13:1, 7). Pedro los resume así: “Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:17). Así, cuando un rey le pide que haga algo que vaya en contra de la Palabra de Dios, entonces hay que poner a Dios por encima del rey. Pedro y los apóstoles respondieron [a las autoridades judías], “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

Al verse vencidos momentáneamente los fariseos y herodianos, entran los saduceos al escenario. “Aquel día vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay resurrección” (Mateo 22:23). 

Explica Barclay: “Los saduceos no eran muchos en número, pero eran la clase rica, aristocrática y gobernante. Por ejemplo, los principales sacerdotes eran todos saduceos. En cuanto a la política, colaboraban con los romanos para poder mantener sus privilegios. En cuanto a lo intelectual, estaban dispuestos a aceptar las ideas griegas, pero en sus creencias judías eran conservadores. No aceptaban la ley oral de los escribas y fariseos al no ser parte del Antiguo Testamento. Es más, sólo aceptaban como autoridad los primeros cinco libros de la Biblia, o la sección denominada, la ley de Moisés. No reconocían así las otras dos secciones del Antiguo Testamento, los Profetas y los Escritos. Ellos insistían en que la doctrina de la resurrección de los muertos no se podía comprobar en estos primeros cinco libros de la Biblia. Por eso, los fariseos contendían arduamente contra ellos y había grandes y acalorados debates para mostrarles que sí había una resurrección de los muertos”. 

Ahora los saduceos involucran a Jesús en este debate. Le preguntaron: “Maestro, Moisés dijo: Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará descendencia a su hermano. Hubo, pues, entre nosotros siete hermanos; el primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano. De la misma manera también el segundo, y el tercero, hasta el séptimo. Y después de todos murió también la mujer. En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron?” (Mateo 22:24-28). 

Aquí se referían a la ley de la viuda sin hijos en Deuteronomio 25:5-10. Para preservar el linaje de la familia, el hermano soltero del fallecido debía casarse con la viuda y si no lo hacía, “ella [en público] le quitará el calzado del pie, y le escupirá en el rostro, y dirá: Así será hecho al varón que no quiere edificar la casa de su hermano” (Deuteronomio 25:9).

Los saduceos tenían en jaque a los fariseos con esta pregunta, pero Cristo la contestó fácilmente. Les dijo: “Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios. Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo”. Jesús les muestra primero que no están interpretando correctamente las Escrituras, ni están guiados por el poder de Dios. Les menciona que en la resurrección [de los justos], al ser transformados en espíritu, todas las relaciones serán infinitamente superiores a las que tuvimos en la tierra. Las personas ya no serán de carne y hueso ni podrán morir. La relación de los matrimonios hechos en la tierra será dramáticamente transformada al ser los cónyuges ahora seres espirituales y parte de una gran familia de Dios. Todos los justos estarán desposados con Cristo como su esposa [en espíritu y en mente] y será una relación distinta. Eso es todo lo que sabemos por ahora.

Cristo prosigue a destruir los argumentos de los saduceos contra la resurrección de los muertos. “Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Oyendo esto la gente, se admiraba de su doctrina” (Mateo 22:31-33).

Cristo mostró que se podía comprobar la resurrección de los muertos en los primeros cinco libros de la Biblia. Luego que murieron Abraham, Isaac y Jacob, Dios sigue hablando de ellos como si vivirán de nuevo. Si ellos no resucitan, entonces Dios no hablaría así de ellos. Tal como dice Hebreos 11:13 “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos y… saludándolo [la venida de esa resurrección]”.

Ahora los fariseos vuelven al ataque. “Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?”

Respecto a la ley de Dios, los fariseos que “colaban el mosquito y se tragaban el camello” ahora querían tener un largo debate con Jesús sobre cuál de todos era el mandamiento más importante. Dice Robertson: “Los escribas declaraban que había 248 preceptos afirmativos… y 365 negativos… siendo su total 613, pero Jesús cortó por lo sano a través de estas sutilezas, y se centró en el núcleo de la cuestión”.

“Jesús les dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas [el Antiguo Testamento]”. Aquí el término “depende” en griego es kremanumi, de colgar algo en un gancho o en un clavo. Toda la ley de Dios se “cuelga” en estos dos grandes principios: amor a Dios y al prójimo.

Cristo luego toma la iniciativa de nuevo y les pregunta a los fariseos: “¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más” (Mateo 22:41-46). Jesús fácilmente ganó el debate. Jesús deseaba que reconocieran que el Hijo de David, o el Mesías, era más que solo un hombre. Que era también el Hijo de Dios, al ser eterno y vivir antes que David. Por eso Dios el Padre le podía decir a Dios el Verbo, quien sería su Hijo, que se sentara a su diestra. A propósito, es una buena prueba de que hay dos seres en el Eloim llamados “Dios” [aquí es Adonai, “Mi Señor”].

Al ver Jesucristo que nadie quería tentarlo más, ahora se enfoca específicamente en cuáles eran los principales problemas de los fariseos; es un duro ataque.

“Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen” (Mateo 23:1-3).

La “cátedra de Moisés” era el lugar [el Sanedrín] donde se aplicaban los juicios y dictámenes de la ley de Dios. Venía de los tiempos de Esdras el escriba. Barclay explica: “Cristo no está apoyando a los escribas y fariseos en todas sus reglas y tradiciones, sino en cuanto a la misma ley de Dios que ellos enseñaban, sí se debía guardar y respetar sus juicios, pero no en lo demás”.

Cristo sigue: “Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar [añadieron reglas y tradiciones], y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas”. Barclay aclara: “Hemos visto cómo los grandes principios de la ley de Dios fueron desmenuzados por los escribas y fariseos en miles de pequeñas reglas inventadas por ellos. Por ejemplo, no era suficiente para ellos que alguien solo descansara en el sábado, sino que tenían que legislar qué era trabajo, hasta determinar cuántos pasos se podían caminar, o cuán pesada era la carga que podía llevar [el peso de dos higos]. Cuando terminaron los escribas de establecer todas estas reglas, requería de 50 tomos de reglamentos escritos. Sin embargo, al ser ellos los intérpretes, podían encontrar resquicios para no tener que cumplir con todos estos reglamentos, pero sí se lo exigían a los demás”.

Cristo sigue: “Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos [para darse más importancia], y aman los primeros asientos en las cenas [serían los de derecha e izquierda del anfitrión], y las primeras sillas en las sinagogas [las que miraban hacia el grupo, y así poner unas caras piadosas y verse humilde ante los demás], y las salutaciones en las plazas [muy formales y llenas de pleitesía, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí [o mi gran señor]. Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro [o Señor], el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra [en sentido religioso. “Abba era un título de honor para los rabinos y grandes hombres del pasado. El “Papa” que significa “Padre” no se debe usar”—Robertson]. Ni seáis llamados maestros [de kathegetai; o el más honorable Rabí], porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mateo 23:5-12).

El Talmud menciona siete diferentes tipos de fariseos, y hasta ellos mismos admitían que seis de ellos eran negativos, mientras que sólo uno era positivo.

  1. El fariseo con hombreras. Era el que hacía las cosas para jactarse ante los hombres. Tenía sus buenas obras “en las hombreras”, listas para ser mostradas.
  2. El fariseo incumplidor. Este se especializaba en buscar los resquicios de la ley para justificar el incumplimiento, siempre hallaba la excusa legal.
  3. El fariseo magullado. Querían ser tan “justos” que cuando pasaba una mujer, cerraban los ojos y chocaban contra paredes o tropezaban sobre objetos. Portaban sus golpes, y heridas como medallas de justicia.
  4. El fariseo jorobado. Este andaba agachado disimulando humildad hasta el punto de que arrastraba los pies en el suelo y a menudo tropezaba.
  5. El fariseo contador. Este siempre estaba al tanto de todas sus buenas obras para mantener un saldo positivo ante Dios y a él en deuda (vea Lucas 18:11-12).
  6. El fariseo miedoso. Este siempre temía el castigo divino y vivía aterrorizado del juicio de Dios. Procuraba hacer todo lo que le pedía la ley farisea para evitar que cayera sobre él ese gran castigo de Dios. 
  7. El fariseo que temía correctamente a Dios. Este era el único positivo del grupo, que amaba a Dios de corazón y disfrutaba obedecer la ley de Dios, a pesar de todos los reglamentos humanos añadidos. Un ejemplo de ellos fue Nicodemo, que era fariseo, pero aceptó a Jesús.

Hay mucho más que comentar, y seguiremos en el próximo estudio estudiando lo que queda del capítulo 23 de Mateo sobre las denuncias contra los fariseos.