Lección 28 - Trasfondo histórico de los evangelios
Juan 11-12
Llegamos ahora a la última semana de la vida de Cristo, ¡que sorprendentemente abarca un tercio de los evangelios! Es decir, de los 89 capítulos de los evangelios, 29 tienen que ver con la última semana de Jesús en esta Tierra.
Luego de la milagrosa resurrección de Lázaro en Betania, Juan escribe: “Así que, desde aquel día acordaron matarle. Por tanto, Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se alejó de allí a la región contigua al desierto, a una ciudad llamada Efraín; y se quedó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la pascua de los judíos; y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la pascua, para purificarse. Y buscaban a Jesús, y estando ellos en el templo, se preguntaban unos a otros: ¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta? Y los principales sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno supiese dónde estaba, lo manifestase, para que le prendiesen” (Juan 11:53-57).
Como resultado de la resurrección de Lázaro, “muchos de los judíos . . . creyeron en él” (Juan 11:45). Este milagro asombroso, después de haber estado Lázaro cuatro días en la tumba, hace que las autoridades judías entren en pánico. Claramente ven amenazados su prestigio y autoridad religiosa. Entonces convocaron apresuradamente un consejo del sanedrín, compuesto principalmente por saduceos y fariseos y presidido por el sumo sacerdote. Desconcertados, pues, los asistentes exclamaron: “¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación” (Juan 11:47-48). En otras palabras, temían que si por causa de Jesús y sus seguidores perdían su poder, los romanos acabarían con la poca libertad que tenían y los destruyeran como pueblo.
Entonces Caifás, el sumo sacerdote, interviene y hábilmente hace notar el beneficio político de eliminar a Jesús. Juan registra sus palabras proféticas: “Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así que, desde aquel día acordaron matarle” (Juan 11:49-53).
Caifás no tenía idea de que estaba cumpliendo una antigua profecía acerca de la venida del Mesías y su sacrificio como el Cordero de la Pascua para pagar así la pena por los pecados de la humanidad y convertirse en su redentor y supremo sacrificio por sus pecados (véase Isaías 53:3-8; Juan 1:29; Mateo 20:28; Hebreos 9:11-14; 10:1-15).
Refiriéndose a Caifás, The Preacher’s Bible Commentary [Comentario del predicador] explica que este, “por una misteriosa ironía interpretó el verdadero significado de la muerte de Jesús”, aunque de una manera directamente opuesta a como él la entendía. “La muerte de Jesús, urdida por Caifás y los otros miembros del consejo, no era solo por la salvación de Israel, sino por todos los hijos de Dios dispersos en el extranjero. No solo aquellos en diferentes lugares, sino también los alejados cultural y espiritualmente. Toda la humanidad, judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, se sentiría atraída hacia Jesús, 'levantada' (Juan 12:32), participando en una vida común con él y con los demás. De esta 'reunión' es lo que Juan le habla a la Iglesia. Los dispersos de Dios serán reunidos por Jesús en una familia” (nota sobre Juan 11:49).
Entonces se toma la decisión, y el concilio empieza a confabularse para matar a Jesús. Consciente de sus planes, Cristo se retira a Efraín, un área solitaria al noreste de Jerusalén, hasta que llegue el momento adecuado para entrar a la ciudad. Entre tanto, las autoridades judías emiten el equivalente a una orden de arresto contra él.
El relato continúa así: “Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella. Entonces Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis.
“Gran multitud de los judíos supieron entonces que él estaba allí, y vinieron, no solamente por causa de Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien había resucitado de los muertos. Pero los principales sacerdotes acordaron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús” (Juan 12:1-11).
Note la desesperación de estos líderes religiosos al darse cuenta de la posibilidad de perder su riqueza, poder y prestigio. Llegaron a la conclusión de que era conveniente matar tanto a Jesús como a Lázaro, pues no podían negar que Jesús lo había resucitado milagrosamente de los muertos y ahora había muchos testigos en Jerusalén que estaban dando testimonio al respecto. Entonces, según creían, ¡tenían que matar tanto al autor de ese asombroso milagro como a la prueba viviente de esa resurrección!
The Preacher’s Bible Commentary narra la visita de Cristo a Betania: “Jesús asiste a una cena en Betania. Esta fiesta de agradecimiento [por la resurrección de Lázaro], en la que participan Lázaro, Marta y María, pudo haber sido en la casa de Simón el leproso si se trata del mismo suceso de Mateo 26:6-13 y Marcos 14:3-9. Marta está, como siempre, sirviendo, mientras que Lázaro, más vivo que nunca, está en la mesa con Jesús. Incluso, uno casi puede escuchar la alegría y la risa suave de su animada conversación mientras comen y beben. Es María quien se arrodilla y unge los pies de Jesús, derramando generosamente un costoso ungüento perfumado con un valor equivalente al salario de un año de trabajo, y luego le seca los pies con su cabello. Esto es un símbolo de consagración para la obra divina que Jesús está a punto de cumplir, una preparación anticipada para su muerte. También es un tributo especial reservado solo para la realeza. En unos días Jesús entraría a Jerusalén como el Rey ungido.
“La fragancia de este espléndido regalo, derramado con tanta gratitud, inunda la casa con mucho más que su dulce olor: emite el cálido y penetrante aroma del amor. Este acto de amor es tan inusual que Judas, quien obviamente siente que esto ha sido un desperdicio, pregunta con disgusto si ese dinero no podría haberse entregado a los pobres. Dijo eso no porque le importara, sino porque era un ladrón egoísta. A él se le había encargado la tesorería así que tenía la responsabilidad de las finanzas del grupo, lo que terminó siendo su ruina. Qué fácil es desviarnos por causa de lo que es nuestra fortaleza. El predicador talentoso puede sucumbir a su ego, el contador brillante convertirse en un estafador, o el consejero compasivo ceder al adulterio” (nota sobre Juan 12:1).
Juan continúa: “El siguiente día, grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sion; he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna.
“Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho. Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual también había venido la gente a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal. Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él. Había ciertos griegos [probablemente prosélitos] entre los que habían subido a adorar en la fiesta. Estos, pues, se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue y se lo dijo a Andrés; entonces Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús.
“Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará. Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. Y la multitud que estaba allí, y había oído la voz, decía que había sido un trueno.
“Otros decían: Un ángel le ha hablado. Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir” (Juan 12:12-33).
Aquí vemos que Jesús está angustiado por el terrible sacrificio que le espera. Así se demuestra que él no era una especie de “robot” irracional ejecutando un plan automatizado. En cambio, estaba consciente, y voluntaria y amorosamente llevaría a cabo esa decisión trascendental para nuestro beneficio, confiriéndole aún más significado y valor.
Como acertadamente señala sobre toda esta escena The Bible Knowledge Commentary (Comentario del conocimiento bíblico), “Se desató un entusiasmo desenfrenado por Jesús. Miles de peregrinos de Galilea habían ido a la Pascua, y habían visto muchas de sus obras portentosas. Poco antes había rehusado ser un Mesías político, aunque, pensaron, quizás ahora fuera el momento oportuno. Jerusalén era la ciudad del gran Rey y él estaba acercándose. Agitando ramas de palma, símbolos de victoria, la gente gritaba ‘¡Hosanna!’, que en hebreo significa ‘por favor, sálvanos’ o ‘sálvanos ahora’ (Salmos 118:25), lo cual se convirtió en un grito de alabanza. Citando el Salmo 118:26, le atribuyeron títulos mesiánicos: ‘El que viene’ y Rey de Israel. El hecho de que Jesús entrara a la ciudad en un pollino era una señal de paz. No llegó en un caballo de guerra ni llevaba una espada ni tampoco una corona.
“La multitud siguió aumentando. La noticia de la señal del gran milagro, Lázaro resucitado de los muertos, se extendió por la ciudad, y otros grupos salieron a su encuentro. Fue un día de gran aclamación popular, pero lamentablemente la gente tenía poca percepción espiritual. El masivo frenesí por Jesús complicó los planes de los fariseos, ‘y buscaban los principales sacerdotes y los escribas cómo prenderle por engaño y matarle. Y decían: No durante la fiesta para que no se haga alboroto del pueblo’ (Marcos 14:1-2).
“Con pesimismo reconocieron que todo el mundo lo había seguido. La ironía nuevamente se hace evidente, pues la mayoría de esas personas realmente no creían en Jesús. Él había estado avanzando hacia su hora decisiva. La aparición de los griegos confirmó que había llegado la hora de que el Hijo del Hombre fuera glorificado. Para la mayoría de las personas la muerte es una tragedia, pero para Jesús la muerte era el camino hacia la gloria. Su disposición a morir por los pecados de otros en obediencia al Padre le dio renombre. ’De cierto, de cierto o digo’ antecede a una afirmación solemne. La analogía de un grano de trigo que ‘muere’ en el suelo para producir muchas semillas enseña que la muerte es necesaria para que haya una cosecha. La analogía del trigo ilustra un principio paradójico general: la muerte es el camino a la vida. En el caso de Jesús, su muerte condujo a la gloria y la vida, no solo para sí mismo, sino también para los demás.
“En el caso de un discípulo de Jesús, el principio es similar. Un discípulo debe odiar [o amar menos (Mateo 10:37)] su vida en este mundo . . . Por otro lado, el hombre que ama su vida la perderá. Cualquier cosa en la vida puede convertirse en un ídolo, bien sean deseos, intereses y amores. El creyente debe experimentar la muerte espiritual de su yo. Para ser siervo de Jesús se requiere seguirlo. Muchos de los siervos originales de Jesús lo siguieron en su muerte y, según la tradición, los primeros discípulos fueron martirizados. La palabra de Jesús fue, por tanto, una profecía y también una promesa. Sus verdaderos discípulos (los que le sirven) lo siguen en su humillación, pero después en su honor y gloria” (nota sobre Juan 12:12).
The Preacher’s Bible Commentary agrega otros detalles importantes: “Ahora vienen los griegos. Las ‘otras ovejas, que no son de este redil’, han escuchado la voz del Pastor. Los hijos de Dios, que están dispersos en varias partes, están siendo reunidos. Estos eran gentiles temerosos de Dios, posiblemente prosélitos, que se habían unido a la fiesta y buscaban a Felipe porque se identificaban con él. Su nombre es griego y proviene de un área eminentemente gentil. Él era a quien más fácilmente podían acercarse, uno de su propia ’red social’. De hecho, los lazos personales, familiares y amistosos de quienes comparten el mismo evangelio son los más duraderos. Al expresar su solicitud, se dirigen a Felipe con respeto: ‘Señor, quisiéramos ver a Jesús’ (Juan 12:21). No se trata de mirarlo o encontrarse con una ‘celebridad’, sino de visitarlo y conocerlo . . .
“El Hombre que se había sentido cansado cerca del pozo y que había llorado ante una tumba, no iba a [ser crucificado] automática o fortuitamente. La carne se retrae ante esta muerte [insoportable]. Aquí se describe descarnadamente la angustia, el anhelo de Jesús de evitar esta [muerte]. Pero no hay vuelta atrás en la decisión tomada por el consejo eterno.
“Jesús ha venido en obediencia amorosa a la voluntad del Padre y cada paso de su ministerio ha correspondido a ese plan. Esa fidelidad lo ha llevado a esta hora. Y a menos que Jesús cumpla su misión, nunca habrá una cosecha, los griegos nunca sabrán [lo que es la salvación]. ¡Para este propósito ha venido! Por ello el trémulo y acongojado clamor, ‘Padre, sálvame de esta hora’, es respondido por la exclamación de fiel obediencia del Hijo, ‘Padre, glorifica tu nombre’” (nota sobre Juan 12:27).
Ojalá que esta explicación sirva para aprender muchas lecciones importantes que, además, sean útiles para que apreciemos profundamente el increíble sacrificio de Jesús por la humanidad que Dios el Padre, en su amor hacia nosotros, permitió que ocurriera. EC