Humildad y valentía: Cómo servir y liderar

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Humildad y valentía

Cómo servir y liderar

No cabe duda de que uno de los acontecimientos más impactantes y a la vez inspiradores que protagonizó Jesús tuvo lugar en la última cena con sus discípulos. Se levantó, se ciñó, vertió agua en una jofaina y procedió a lavar y secar los pies de cada uno de ellos (Juan 13:1-17).
Esta fue una lección crucial para sus seguidores: él era su Señor, Maestro y Líder. Jesús declaró que si no efectuaba este acto de servicio, ellos no tendrían parte con él. Quiso enseñarles que ellos, que serían siervos de Dios, siempre deberían tener corazones humildes como el suyo. Debían aprender que su papel de enseñar y servir incluía también la humildad.

Es preciso que andemos humildemente ante Dios, ya que él es el Gran Dador de todo (Miqueas 6:8). Si carecemos de humildad, no tendremos parte con Cristo. Al mismo tiempo, los siervos de Dios deben ser valientes (Efesios 6:19-20). Los discípulos tuvieron que esforzarse por aprender esta lección, y lo mismo se requiere de todos los que deseen ser seguidores de Cristo.

Una vida de servicio

Una de las personas más admiradas y conocidas de los últimos 75 años fue la reina Isabel II, la monarca del Imperio británico. Fue muy respetada por su actitud de servicio a la humanidad y su gran devoción a sus creencias religiosas. Lo asombroso de ella es que su coronación en 1953 fue el acontecimiento más visto de la historia de la televisión en aquella época, y su funeral en 2022 fue el acontecimiento más visto de la historia de la televisión, pues contó con unos 2500 millones de telespectadores en todo el mundo. Isabel II dio un extraordinario ejemplo de humildad durante toda su vida, sin dejar de desempeñar su cargo de reina.

Lo que el público no siempre sabe es que durante su coronación tuvo lugar un acontecimiento privado y personal que se consideró demasiado sagrado como para mostrarlo en televisión. Isabel Windsor, sin ningún adorno real y ataviada con un sencillo vestido blanco, fue ungida y ordenada como una sierva de Dios para el pueblo, antes de ser coronada reina. Lo significativo de su coronación no fue la gran cantidad de personas que la vieron, sino cuán consciente estaba ella de aquello a lo que se comprometía. Juró servir al pueblo como sierva de Dios, y este fue sin duda el momento más solemne e importante de toda su vida. Cada elemento del servicio representaba un hecho único y muy especial: ella estaba jurando servir a su pueblo como sierva de Dios. Mientras se cantaba el himno “Sadoc el Sacerdote”, de Handel, la reina fue despojada de los símbolos de estatus real: la túnica de terciopelo carmesí, la diadema de diamantes y el collar de la coronación. Y allí quedó ella, con un sencillo vestido blanco.

Isabel ya había emprendido la senda del servicio a los 21 años, cuando en un discurso radiofónico proclamó: “Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, sea larga o corta, estará dedicada a su servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos. Que Dios me ayude a cumplir mi voto”. La reina Isabel desempeñó el papel de primera dama del imperio y de humilde sierva de Dios ante el pueblo durante 70 años. A su muerte, se le quitaron todas las vestiduras y elementos de la realeza: la persona, la sierva de Dios, fue enterrada sin galas reales, sino simplemente como Isabel Windsor, la mujer que había pedido humildemente la ayuda de Dios al principio de su carrera de líder, y que fue muy respetada por cumplir su papel con toda humildad en un mundo atribulado.

Los líderes deben ser humildes

La historia del mundo, así como la de Israel, está colmada de hombres que fueron incapaces de ataviarse con la virtud de la humildad al mismo tiempo que portaban las vestiduras del liderazgo. El penoso relato del rey Saúl de Israel (1 Samuel 15:17-35) es uno de los muchos que demuestran que un siervo de Dios debe, primero que nada, mantenerse  humilde y, por tanto, obediente a Dios por encima de todo. El rey Salomón fue otro que fue elegido por Dios para ser siervo del pueblo, pero que no se mantuvo humilde ante Dios y él lo destituyó como líder.

El libro de Daniel contiene un fascinante relato sobre el rey Nabucodonosor de Babilonia. Aunque no era un rey israelita, comprendía que Dios era quien lo había hecho rey. Nabucodonosor fue humilde al principio, pero su orgullo creció hasta el punto en que Dios ya no quiso utilizarlo y, en su misericordia, le dio una lección a este monarca gentil. El Dios todopoderoso es el único Dios, y él pone a los reyes en el poder, pero también los destituye cuando la arrogancia, la vanidad y el orgullo se apoderan de ellos. Daniel 4:34-37 registra las últimas palabras de Nabucodonosor y la lección que aprendió: “Ahora yo, Nabucodonosor, alabo, ensalzo y honro al Rey del cielo, todas cuyas obras son verdad, y sus caminos justicia. Y a los que andan con soberbia, él es capaz de derribarlos”.

El Dios todopoderoso es verdaderamente omnipotente, y controla absolutamente todos los asuntos de este mundo. Todos aquellos que son colocados por él en una posición de liderazgo, en primer lugar deben entender y seguir la lección de humildad, y en segundo lugar la de autoridad y poder. Esa fue la lección que Cristo quiso dejar grabada en sus seguidores aquella noche de Pascua. Cristo vino a servir y no a ser servido (Mateo 20:28), y todos los que quieran agradar a Dios y caminar con el Padre y el Hijo deben tener esta mentalidad. Sin esta rara cualidad, no tenemos parte con Cristo.

A nuestro Padre celestial le encanta dar buenos regalos a sus hijos. Los bendice de muchas maneras y procura darles el don imperecedero de la vida eterna. Todos podemos tener dones, grandes o pequeños, y por tanto cada uno de nosotros tiene la oportunidad de servir a los demás en algún momento. Sin embargo, Dios busca a alguien que no deje de ser humilde, sin importar el papel de liderazgo o servicio que ocupe. Marcos 9:35, 39-50 declara la necesidad de ser siervos en todo lo que hacemos, para ser considerados “los primeros” por Dios.

La lección que Cristo enseñó no es únicamente para los ministros, sino para cada miembro de la Iglesia de Dios. El apóstol Pedro había aprendido esta lección vital gracias a su cercana relación con Cristo, y les enseñó a sus colaboradores en el ministerio a servir como pastores que realmente se preocupan por aquellos a quienes dirigen. Les dijo que debían ser ejemplos para quienes servían. En sus palabras de aliento a sus compañeros ministros, Pedro hizo hincapié en la importancia de un liderazgo servidor (1 Pedro 5:1-4).

Puede que nos parezca una contradicción ser humildes cuando se nos pide que tomemos decisiones o nos enfrentemos a dificultades y, a veces, a la oposición. Pero si queremos el apoyo y la ayuda de Dios todopoderoso, ese es el único camino hacia el éxito que él acepta. Ser siervo de Dios no excluye ser audaz y fuerte. Todo el éxito depende de su bendición, y no se logra cuando el orgullo, la vanidad y el ego toman la delantera.

Montamos dos caballos

En la Iglesia somos como personas que montan dos caballos: uno se llama Humilde, y el otro, Valiente. ¡Cabalgamos humildes y valientes! ¿Cómo hacemos para montar dos caballos a la vez? Primero debemos montar a Humilde, y luego a Valiente. Los caballos tienen diferentes pasos, tamaños, ritmos, etc. Así que se necesita práctica y entrenamiento constantes para mantener la pericia que permite a un jinete experto montar dos caballos. El jinete también  puede tener “un mal día” a raíz de mareos, dolor de cabeza, miedo, etc., incluso en una pista donde es posible montar dos caballos a pelo.

El primer caballo en ser montado, que es el que se encuentra más cerca del jinete, debe ser más apacible y paciente, mientras que el segundo caballo, o el que se halla en la parte de afuera, es más excitable y veloz. Se pueden hacer trucos maravillosos, pero solo si un pie está sobre el caballo manso, mientras que el otro descansa con firmeza sobre el caballo que tiene menos control. Cuando se entiende este importante principio y se sigue en nuestras vidas, siempre tendremos el apoyo y el amor de Dios Padre y de Cristo Hijo en nuestros corazones.

Dios nos ofrece a nosotros, los humanos mortales, el don inestimable de la vida eterna. No hay nada que podamos hacer para ganar o merecer esa dádiva pero, por culpa del orgullo, podemos perder el favor que Dios nos ofrece y también nuestra vida espiritual (Marcos 8:36-37). Las vestiduras de liderazgo son importantes para una madre y un padre, así como para los líderes de las naciones o los miembros de la Iglesia. Llevémoslas bien, pero siempre sobre el vestido blanco de la humildad. EC