El evangelio y el trono de David

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El evangelio y el trono de David

¿Por qué tantos millones de personas de todo el mundo vieron por diversos medios de comunicación el funeral de la reina Isabel II, una mujer de 96 años que reinó durante 70? ¿Por qué en este mundo moderno la gente todavía se siente cautivada por la persona que lleva la corona de Gran Bretaña? ¿No están acaso los reyes y las reinas pasados de moda y fuera de lugar en nuestro mundo tecnológico actual?

¿Podría haber algo más que fama y esplendor relacionados con esta antigua institución conocida como “la monarquía británica”?

La monarquía británica es una de las más antiguas del mundo. Se remonta a los primeros reyes ingleses y normandos, así como a los gobernantes de Escocia. Es una monarquía constitucional, lo que significa que el soberano no tiene poder absoluto. Sin embargo, la monarquía británica tiene una historia y una mística que la hacen única entre todas las demás del mundo actual.

La atención, la fascinación y el impacto emocional que suscitó el fallecimiento de la reina apuntan a algo que trasciende este momento. Cuando comprendemos la historia completa, vemos en la familia real mucho más que riqueza, fama, privilegio y renombre. Podemos concluir que existe una conexión con Dios, con la historia bíblica, con una comprensión vital sobre el mundo actual y con la profecía futura.

Cómo rastrear el linaje real hasta el rey David

En una columna escrita pocos días después de la muerte de la reina Isabel II, la periodista británica Melanie Phillips reflexionó en cuanto al rol fundamental de la monarquía británica en la cohesión del Reino Unido. Mientras las multitudes se agolpaban en las calles mostrando su devoción a la difunta monarca, Phillips escribió:

“La devoción . . . tiene un significado religioso. En Gran Bretaña, que en su mayor parte es secular y atea, existe un fuerte componente de lo sagrado en esta relación entre el pueblo y la Corona. El monarca en Gran Bretaña está consagrado a un rey superior . . . y el juramento que presta no se hace ante el pueblo sino ante Dios. Por eso es que su deber de servir al pueblo es inquebrantable. Y es por eso que el monarca actúa como una fuerza unificadora que fusiona a la gente como nación. La familia real contribuye a que el país sea una especie de familia nacional” (“The Momentous Task for King Charles III” [La trascendental tarea del rey Carlos III], 16 de septiembre de 2022).

A continuación, Phillips establece una notable conexión con cierta enseñanza bíblica: “Además, pocos valoran el hecho de que la monarquía británica sigue el modelo del antiguo Israel. Por eso se unge al monarca; por eso es que “Zadok the Priest” (El Sacerdote Sadoc), de Friedrich Händel, que toma sus palabras del primer libro de los Reyes, se ha cantado en cada coronación . . . Se cree incluso que en el pasado algunos monarcas británicos rastreaban su linaje hasta el rey David” (énfasis nuestro en esta cita y en el resto de este artículo; véase la reimpresión completa del artículo de Phillips en la página 16 de esta edición de Las Buenas Noticias).

Deberíamos considerar seriamente lo que dice esta escritora británica. Ella vincula los acontecimientos actuales (la muerte de la reina Isabel y la coronación del rey Carlos) con los elementos de la larga historia de la monarquía británica, y finalmente con la Biblia y la historia de Israel y su líder más famoso, el rey David.

Esta conexión es vital para que entendamos no solamente esta transición de liderazgo en el Reino Unido y las demás naciones de la Mancomunidad Británica. Este es el fundamento de una perspectiva bíblica del mundo, lo que llamamos una cosmovisión bíblica. Si utilizamos la Biblia como guía, podemos entender el mundo actual y lo que les espera a las naciones, en particular a aquellas de habla inglesa como Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

El impacto mundial que la reina Isabel tuvo tanto en su vida como en su muerte, y la próxima coronación de un nuevo monarca, son vivo testimonio de que las promesas y los pactos de Dios con los patriarcas bíblicos todavía son relevantes en el mundo actual. Esas promesas siguen moldeando los acontecimientos mundiales y ejercerán un impacto aún mayor en el futuro.

El hecho de que las naciones de habla inglesa del mundo hayan  tenido la mayor parte de la riqueza mundial y sigan ejerciendo un impacto significativo en el mundo moderno no es una simple coincidencia histórica. Todo esto está relacionado con el propósito que Dios está llevando a cabo en la historia. A fin de cuentas, este conocimiento es una parte integral del evangelio o buenas noticias sobre el reino que Jesucristo traerá a la Tierra: el Reino de Dios.

Promesas de lo que Jesús haría y sería

En el Evangelio de Lucas vemos que el ángel le anuncia a María que dará a luz un hijo, quien se llamará Jesús y será el Hijo de Dios. Su destino será el de recibir el famoso trono de David, quien fuera el rey más grandioso de Israel.

Este anuncio forma parte del evangelio o buenas noticias del Reino de Dios y de su Rey, y del medio para entrar en ese reino. Abarca todo lo que Israel había esperado, y era la respuesta a los mensajes de todos los profetas anteriores. Cuando se comprende cabalmente este anuncio del ángel a María, vemos que se refiere a la futura intervención de Cristo en los asuntos de este mundo cuando venga por segunda vez. Fíjese en lo que dice:

“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María . . . el ángel le dijo . . . concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:26-33).

Este anuncio encierra el meollo del mensaje del evangelio. El Mesías, nacido de una virgen, sería “el Hijo del Altísimo”, y en cumplimiento de muchas profecías se le daría autoridad eterna, que ejercería por medio de su reino. Este es el evangelio, las buenas noticias de Jesucristo como Rey de reyes.

El trono de su padre David

En efecto, esto es exactamente lo que es el Mesías, Jesucristo de Nazaret: el Rey de Israel profetizado que reinará sobre todas las naciones. Y para confirmar la exactitud de estas profecías, Dios dijo que el trono de David perduraría a través de todas las generaciones. Este trono nunca ha dejado de existir y ha seguido reinando sobre los pueblos israelitas. Y esto es testimonio de lo que está por venir.

El Reino de Dios es un reino literal que Cristo establecerá sobre todas las naciones a su regreso. El anuncio del ángel Gabriel a María fue también una profecía. Debemos reconocer que el trono del reino, desde el cual gobernará Jesucristo, será una continuación del trono del rey David, quien gobernó sobre la nación de Israel, como está descrito en nuestra Biblia.

¿Y cuál era ese trono en el que se sentaba David? David fue el segundo rey humano que reinó sobre todo Israel después de Saúl. Lo que la gente suele olvidar es que Dios fue el primer y verdadero “Rey” de las tribus de Israel. Los israelitas querían un rey como las demás naciones, y acudieron al profeta Samuel para exigirle que les diera un monarca:

“Pero no agradó a Samuel esta palabra que dijeron: Danos un rey que nos juzgue. Y Samuel oró al Eterno. Y dijo el Eterno a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo” (1 Samuel 8:6-8; compárese con 12:12).

Dios reinó sobre los israelitas desde el momento en que los liberó de la esclavitud egipcia. Y aunque les dio un rey físico como ellos le pidieron, el trono que este ocupaba seguía siendo de Dios, aunque delegado en parte a un gobernante humano temporal.

Dios eligió inicialmente a Saúl, pero luego, debido a su desobediencia, lo destituyó y eligió a David. Como David era un hombre conforme al corazón de Dios, él le prometió una dinastía duradera. Fíjese en lo que Dios le dijo: “El Eterno te hace saber [a David] que él te hará casa [una dinastía gobernante] . . . yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino . . . Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (2 Samuel 7:11-16).

En otra referencia, este pacto con la casa de David se denomina “pacto de sal” (2 Crónicas 13:5), por ser la “sal” un símbolo de permanencia. Esta promesa es reiterada en el Salmo 89 (versículos 3-4, 25-27) y de nuevo por el profeta Jeremías (Jeremías 33:17-26).

Algunos pueden decir que Jesús cumplió todo esto, ¡pero no es cierto! Jesús no asumió el trono en su primera venida, sino que se comparó con un noble que “se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver” (Lucas 19:12).

Los judíos y los discípulos de Cristo pensaban que el reino sería restaurado durante su vida. Pero no sería en aquel entonces, sino en un tiempo futuro. Cuando regrese, Cristo se sentará en el trono de su padre [o antepasado] David, pero bajo circunstancias completamente diferentes. Será su trono legítimo, reservado según una promesa. Como aquel miembro de la familia de Dios que condujo a los israelitas a través del mar, Cristo fue la Roca espiritual que los acompañó y sobre la cual se estableció la nación
(1 Corintios 10:4).

Un testigo vivo

Entonces, ¿qué pasó con la dinastía davídica? Vemos que el pacto era para siempre, y esa historia es contada por medio de profecías entregadas a Jeremías y Ezequiel. Son parte de una serie de acontecimientos bíblicos, profecías y promesas estrechamente relacionados con la fidelidad duradera de Dios a Abraham, a sus descendientes y a todas las naciones y pueblos de la Tierra. Cuando contemplamos estas cosas desde la perspectiva bíblica, entendemos mejor lo que es el evangelio de Dios que se está llevando a cabo por medio de Cristo. El mismo Dios que sujetó todas las cosas a Cristo ha dirigido la historia y todos sus giros y vueltas para mantener intactos los componentes claves de sus promesas y su Palabra.

Basándonos en estos pasajes bíblicos, podemos concluir que en algún lugar, alguien que pueda trazar su linaje hasta el rey David se sentará, o podrá sentarse, en el trono davídico de forma continua, generación tras generación, hasta que Cristo regrese y lo reclame para sí. En el Evangelio de Lucas es evidente que Cristo es el último que lo reclamará: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre” (Lucas 1:32).

Pero las profecías no pueden cumplirse si Cristo es el único candidato al trono. (Para más información sobre esto, asegúrese de leer “La identidad bíblica de la familia real británica”, a partir de la página 4). El trono de David debe existir hoy en algún lugar. Cristo vendrá, sus pies se posarán en el monte de los Olivos, y gobernará en el trono de su padre David desde Jerusalén. Dios se ha comprometido a cumplir estas promesas y dice que es algo tan seguro como la rotación de la Tierra sobre su eje (Jeremías 33:20-21)

El hecho de que algunos monarcas británicos, incluida la reina Victoria (que reinó más de 63 años, desde 1837 hasta 1901) hayan creído que la monarquía británica descendía del rey David, es un argumento contundente. Aunque muchos lo nieguen, las genealogías existen, y muchas personas de la familia real o relacionadas con ella así lo han creído. Esto no es una leyenda ni un conjunto de interpretaciones confusas y retorcidas de las Escrituras, sino que forma parte del hilo que conecta la Biblia con la historia moderna relevante. Cuando se entiende esto, es posible comprender y explicar mucho mejor el mundo moderno.

Junto con el evangelio de Dios está su promesa de traer la salvación espiritual a todos los pueblos y naciones por medio de su Hijo, Jesucristo de Nazaret. Todas las promesas de Dios con respecto a sus siervos, los profetas y su Hijo son seguras y fieles. Él las cumple hasta el más mínimo detalle, aunque nuestras historias y registros humanos no relaten cada acontecimiento con la exactitud de los métodos y criterios modernos. Debemos considerar verdaderas las promesas de Dios a David. O son ciertas, o no lo son.

¿Por qué es relevante esto? Notemos que cuando Jesús estaba a punto de ascender al cielo, sus discípulos le hicieron una importante pregunta: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6). Esto revela que el  mensaje crucial y medular que entendieron durante el tiempo que pasaron con Cristo fue el de la restauración del reino de Israel y la exaltación de su trono por medio de él. Al responderles no negó este enfoque clave, pero les dijo que no les correspondía a ellos saber el momento en que esto sucedería y que debían continuar como testigos de Cristo (versículos 7-8).

En algún momento, Cristo regresará a la Tierra y se sentará en el trono de su padre David, un trono que todavía existe. En el trono de Gran Bretaña tenemos un testigo vivo del propósito de Dios en el mundo actual. Cristo está a la diestra del Padre en el cielo, esperando el momento de regresar y establecer un reino de justicia, un reino no traspasado a otras personas, un reino diferente de cualquier reino actual. Esto nos infunde confianza en la fidelidad de Dios para cumplir todas sus promesas a todos los pueblos.

¿Y qué pasará con Israel?

La fidelidad imperecedera de Dios a Abraham alcanzará su plenitud cuando Jesucristo se siente en este trono de David en el reino venidero. Entonces Israel será restaurado como pueblo, y Cristo se valdrá de él para enseñar el camino de la salvación a las naciones.

Esta verdad clave explica por qué una parte desproporcionada de la riqueza mundial se encuentra hoy en las principales naciones de habla inglesa. Dios le dijo a Abraham que su descendencia sería una multitud de naciones, una promesa especificada a Jacob como nación y conjunto de naciones (Génesis 35:11). Jacob le traspasó esas promesas a su hijo José, diciendo que al final de los tiempos la descendencia de Jacob sería una “rama fructífera” (Génesis 49:22).

El hecho de que Dios haya hecho esto, que haya cumplido su palabra, es un indicador (una garantía) de que hará lo mismo con todos los pueblos y naciones. Cuando el velo del engaño se levante de las naciones, aprenderán el camino de Dios:

“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Eterno como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno” (Isaías 2:2-3).

El evangelio de salvación será enseñado desde Jerusalén y habrá un tiempo de restauración de las bendiciones a Israel. La gran pregunta que el apóstol Pablo hizo acerca de su pueblo será contestada.

Pablo sabía que las diez tribus que formaban el reino norteño de Israel habían sido llevadas cautivas siglos antes y ahora estaban dispersas entre las naciones, al igual que muchos integrantes de las dos tribus que formaban el reino sureño de Judá. Por eso el apóstol Santiago dirigió su epístola “a las doce tribus que están en la dispersión” (Santiago 1:1).

Pablo, que había sido fariseo, había llevado el evangelio a los judíos pero estos en su gran mayoría habían rechazado el mensaje. En un lamento registrado en su carta a los romanos, Pablo  afirma estar dispuesto a ser maldecido si eso permitiese salvar a sus compatriotas israelitas (Romanos 9:3).

Escribió: “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios” (Romanos 10:1-3). La salvación no ha llegado a Israel, generalmente hablando, pero lo hará en el período del reinado de Cristo sobre la Tierra.

Dios le devolverá a Israel el estatus que siempre quiso que tuviera: el de una nación que sea una luz para el mundo. “Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como el Eterno mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta” (Deuteronomio 4:5-6).

¡En el mundo venidero, Dios utilizará a Israel para enseñar a todas las naciones de la Tierra!

Fíjese cómo Pablo saca a la luz esto: “¿Acaso el pueblo de Dios tropezó y cayó sin posibilidad de recuperarse? ¡De ninguna manera! El pueblo fue desobediente, por eso Dios puso la salvación al alcance de los gentiles. Sin embargo, él quería que su propio pueblo sintiera celos y la reclamara para sí. Ahora bien, si los gentiles fueron enriquecidos porque los israelitas rechazaron la oferta de salvación de Dios, imagínense cuánto más grande será la bendición para el mundo cuando ellos por fin la acepten.

“Menciono todo lo anterior especialmente para ustedes, los gentiles. Dios me designó apóstol a los gentiles. Pongo énfasis en esto porque, de alguna manera, quiero hacer que los hijos de Israel sientan celos de lo que tienen ustedes, los gentiles, y entonces yo pueda salvar a algunos de ellos. Pues, si el rechazo de ellos hizo que Dios ofreciera la salvación al resto del mundo, la aceptación de ellos será algo aún más maravilloso. ¡Será vida para los que estaban muertos!” (Romanos 11:11-15, Nueva Traducción Viviente).

Pablo comprendió que su pueblo Israel había rechazado a Dios por un periodo y con un propósito. Durante ese tiempo, Jesucristo vino y murió y fue rechazado por su propia nación para que se abriera la puerta de la salvación a los gentiles y así pudieran ser “enriquecidos”. Así como la obra de salvación espiritual no ha terminado con Israel, tampoco ha terminado con las otras naciones del mundo. Cuando ocurra la “aceptación” de Israel en el tiempo de la restauración, las naciones llegarán a conocer plenamente el evangelio de Dios y comenzará un periodo de salvación para todo el mundo.

Pablo sabía que Dios no había desechado a su pueblo Israel. Sabía que su esperanza de vida eterna se cumpliría (Hechos 26:6-7). Dios restaurará el reino a Israel cuando Jesús de Nazaret se siente en el trono que le dio a David, y la justicia será finalmente enseñada desde ese trono por el mismo Rey de Justicia. Dios ciertamente tiene asuntos pendientes con su pueblo Israel.

Dios no ha dejado de darnos testimonio de su fe y de su intención de cumplir su gran propósito de salvación para todos los pueblos. Una monarquía moderna, sentada en un trono legendario cuyas raíces se remontan al antiguo Israel y al rey David, es uno de los testimonios que Dios nos ha proporcionado.

La burla, la negación y el rechazo de los hechos no cambian la verdad. La Palabra de Dios es verdad. Algunos señalan las debilidades y defectos de la monarquía británica, tanto en el presente como en el pasado. Algunos miembros de la familia real ciertamente son humanos y profundamente imperfectos; pero también lo eran el rey David y muchos de sus descendientes que reinaron en la antigua Judá. Algunos de ellos eran incuestionablemente malvados, pero a pesar de ello Dios ha preservado la monarquía davídica y se ha mantenido fiel a su propósito en cada detalle. Las Escrituras nos enseñan esto. ¡Tenemos un testigo!

Como dijo Melanie Phillips en su artículo, citado anteriormente: Se cree incluso que en el pasado algunos monarcas británicos rastreaban su linaje hasta el rey David”. Hay una razón por la cual lo hicieron. ¡Este artículo contiene más entendimiento y verdad bíblica de lo que la mayoría se imagina!  BN