La trascendental tarea del rey Carlos III

Usted está aquí

La trascendental tarea del rey Carlos III

Nota del editor: Melanie Phillips es una experimentada periodista, columnista y comentarista judío-británica, autora de 11 libros sobre importantes temas sociales y geopolíticos. Con su autorización, reimprimimos aquí su comentario del 16 de septiembre de 2022 sobre el fallecimiento de la reina Isabel II y el hecho de que, como ella dice, “la monarquía británica sigue el modelo del antiguo Israel”. Quisimos compartirlo con nuestros lectores por su extraordinaria perspectiva histórica y sus implicancias para la actualidad.

Durante la última semana, la vida normal en Gran Bretaña prácticamente se detuvo, pues el país ha experimentado una asombrosa catarsis.

Desde la muerte de la reina, diariamente se han visto emotivas escenas en las calles a medida que su ataúd avanzaba a la vista del público, desde el castillo de Balmoral en Escocia, donde murió, hasta su velación en Londres antes de las honras fúnebres el lunes.

En cada etapa de su recorrido final, grandes multitudes se apostaron en las calles para permanecer en silencio al paso lento de su carro fúnebre.

Su ataúd, que iba cubierto con el estandarte real y llevaba la corona y una sobria guirnalda de flores blancas, ahora descansa sobre una tarima bajo los altísimos arcos normandos de Westminster Hall. Mientras tanto, el público desfila en silencio, algunos inclinando la cabeza, muchos llorando, en serpenteantes filas a lo largo de muchos kilómetros por las calles de Londres.

El nuevo rey Carlos III, que ha estado visitando todas las naciones que conforman el Reino Unido, ha conmovido a muchos por su evidente dolor, sus expresiones de amor por su madre y la promesa de imitar su ejemplo de servicio público desinteresado.

La palabra que me viene a la mente al ver estas conmovedoras escenas es devoción: la devoción de la difunta reina por el pueblo y la recíproca devoción de este por ella.

Devoción, por supuesto, tiene un significado religioso. En Gran Bretaña, que en su mayor parte es secular y atea, existe un fuerte componente de lo sagrado en esta relación entre el pueblo y la Corona.

El monarca en Gran Bretaña está consagrado a un Rey superior. En la coronación, que tendrá lugar el próximo año, Carlos será ungido, y el juramento que prestará no será ante el pueblo sino ante Dios.

Por eso es que su deber de servir al pueblo es inquebrantable. Y es por eso que el monarca actúa como una fuerza unificadora que fusiona a la gente como nación. La familia real contribuye a que el país sea una especie de familia nacional.

Normalmente, a los ciudadanos de las repúblicas les resulta difícil comprender los beneficios de una monarquía constitucional. Al proteger la identidad de la nación por sobre la política temporal, el monarca constitucional actúa como un foco de unidad del que a menudo carecen los países en que se eligen presidentes como jefes de Estado.

Además, pocos valoran el hecho de que la monarquía británica sigue el modelo del antiguo Israel. Por eso se unge al monarca; por eso es que “Zadok the Priest” (El Sacerdote Sadoc), de Friedrich Händel, que toma sus palabras del primer libro de los Reyes, se ha cantado en cada coronación inglesa desde 973 d. C. Se cree incluso que en el pasado algunos monarcas británicos rastreaban su linaje hasta el rey David.

Es cierto que el antiguo Israel era una teocracia y también que finalmente fue destruido por divisiones internas. Sin embargo, desarrolló un concepto de gobierno que serviría como modelo tanto para Gran Bretaña como para Estados Unidos.

La genialidad de la monarquía inventada por el rey David fue que reunió, bajo un gobierno nacional, tribus que de otro modo hubieran estado en desigualdad y potencialmente en guerra.

Aún más revolucionario era el concepto de gobierno restringido de los antiguos israelitas. Su rey no gozaba de poder absoluto. Estaba limitado desde abajo por la autoridad conferida a los sacerdotes, profetas y jueces, y desde arriba por la creencia de que el gobernante supremo cuyas leyes incluso el rey tenía que seguir era el Todopoderoso mismo.

Durante la guerra civil inglesa del siglo xvii, que condujo al sistema de gobierno parlamentario bajo la Corona, los pensadores políticos buscaron en el judaísmo la respuesta a muchas preguntas sobre la relación entre las Escrituras, los soberanos y los súbditos.

Bajo Oliver Cromwell, algunos incluso abogaron por convertir el Parlamento en un sanedrín o consejo supremo inspirado en el tribunal superior bíblico de Judea.

Y tal como la monarquía constitucional de Gran Bretaña generalmente no es comprendida en los países republicanos, tampoco lo es en Gran Bretaña la relación entre Iglesia y Estado, en la cual la Corona juega un papel central.

Gran Bretaña tiene una iglesia oficial, la Iglesia anglicana. Debido a que esta es benigna y tolerante, actúa como una sombrilla protectora para otras religiones minoritarias como el judaísmo y previene una competencia por el poder entre religiones, en la que el judaísmo sería el perdedor.

El monarca es el Defensor de la Fe, es decir, del protestantismo. La reina, que asumió este papel con la mayor seriedad, era una cristiana devota. En 1994, cuando Carlos era príncipe de Gales, causó no poca consternación cuando dijo que no quería ser Defensor de la Fe sino “defender la fe”.

Él cree que todas las religiones están unidas por una espiritualidad común que promueve la unidad del mundo natural, y se siente atraído por elementos particulares del islam.

Esto generó temores entre muchos judíos británicos (y de otros países) de que fomentaría una mezcolanza de múltiples religiones y, por lo tanto, socavaría la protección de la que han disfrutado los judíos. Sin embargo, él explicó que simplemente quería usar su punto de vista cristiano para asegurar protección a otras religiones.

Y en su primer discurso a la nación después de la muerte de su madre, se comprometió a preservar su responsabilidad particular como soberano hacia la Iglesia de Inglaterra.

El rey ha mostrado mucha amistad y cordialidad a los judíos británicos. Sin embargo, muchos judíos han interpretado como una señal de antipatía de la familia real hacia el pueblo judío el hecho de que la reina nunca visitó Israel.

Esto es un malentendido. La realeza no asume ningún compromiso en el extranjero a menos que el Ministerio de Relaciones Exteriores del Reino Unido así lo desee. Y la ambivalencia del Gobierno británico sobre el territorio nacional judío se remonta al período del Mandato en las décadas de 1930 y 1940, cuando Gran Bretaña incumplió su obligación de asentar al pueblo judío en toda Palestina.

De hecho, primero el príncipe William y luego el príncipe Carlos, en su cargo anterior, hicieron visitas oficiales a Israel en 2018 y 2020, lo que casi seguramente se debió a un cambio en la actitud del Gobierno. Esto se debió al creciente número de ministros proisraelíes en las administraciones conservadoras de Theresa May y Boris Johnson, combinado con el desarrollo de la relación con Israel por parte de los Estados del Golfo, con los cuales el Gobierno británico ha sido generoso durante mucho tiempo.

Es una ironía que el actual Estado de Israel, heredero directo del antiguo reino davídico, no tenga una monarquía. Tal vez esa sea una de las razones por las cuales sus divisiones internas son tan turbulentas y tan potencialmente peligrosas para su estabilidad a largo plazo.

Aunque Estados Unidos se creó tras su rechazo a la Corona británica, la Biblia hebrea es parte integral de las instituciones y leyes fundamentales estadounidenses. La Campana de la Libertad está grabada con una inscripción de Levítico: “Proclamad libertad por toda la tierra a todos sus habitantes”. Los padres fundadores de Estados Unidos se refirieron a la Biblia en reiteradas ocasiones.

Pocos, sin embargo, reconocen la crucial importancia de los valores bíblicos –que han sido atacados constantemente durante décadas por ideologías irreligiosas como el relativismo moral y cultural– para fortalecer y sostener a Occidente. Principios como el deber hacia los demás, la humildad, y la gratitud por las muchas cosas buenas del mundo, tienen origen en la Biblia hebrea.

La reina encarnó y defendió estos valores. A diferencia de Carlos, quien manifestó sus puntos de vista personales sobre una serie de temas siendo príncipe de Gales, nadie sabía lo que pensaba su madre, quien evitó todo lo que pudiera causar división; simplemente encarnó el desinterés, el estoicismo y el servicio público. Y como el mismo judaísmo, ella también irradiaba esperanza en el futuro.

Por eso era tan querida. Y es por eso que ha habido un dolor tan terrible en Gran Bretaña por la muerte de una mujer de 96 años: porque la gente teme que, con su muerte, también esté llegando a su fin la Gran Bretaña que una vez defendió los principios y la sociedad que ella personificó.

Esperemos a ver si el rey Carlos III, el próximo monarca británico en la tradición davídica, estará a la altura de esa trascendental tarea.  BN