¿Es su vida una carta viva?

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¿Es su vida una carta viva?

Refiriéndose a una carta de presentación respecto a su ministerio, el apóstol Pablo hace una declaración que da que pensar. Era común en esos días que los oradores llevaran consigo una carta introductoria o de recomendación cuando viajaban. Pablo afirmaba tener una, pero no del tipo que la gente esperaba.

En los primeros años de la Iglesia aparecieron ministros falsos que recorrían el mismo territorio que los apóstoles. En 2 Corintios 2:17, Pablo escribió: “Ya ven, no somos como tantos charlatanes que predican para provecho personal. Nosotros predicamos la palabra de Dios con sinceridad y con la autoridad de Cristo, sabiendo que Dios nos observa” (Nueva Traducción Viviente).

En el siguiente capítulo Pablo se apresura a reprender a quienes cuestionaban su legitimidad. “¿Otra vez comenzamos a elogiarnos a nosotros mismos? ¿Acaso somos como otros, que necesitan llevarles cartas de recomendación o que les piden que se escriban tales cartas en nombre de ellos? ¡Por supuesto que no!” (2 Corintios 3:1, NTV).

Pablo no necesitaba una carta de introducción de otros ni de los corintios. Él había fundado la Iglesia en Corinto; sin embargo, aun siendo su fundador, surgió la pregunta de quién era y cuáles eran sus credenciales y calificaciones. 

Pablo aprovechó esta oportunidad para declarar valientemente que tenía el mejor tipo de recomendación que alguien pudiese desear:

La única carta de recomendación que necesitamos son ustedes mismos. Sus vidas son una carta escrita en nuestro corazón; todos pueden leerla y reconocer el buen trabajo que hicimos entre ustedes. Es evidente que son una carta de Cristo que muestra el resultado de nuestro ministerio entre ustedes. Esta carta no está escrita con pluma y tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente. No está tallada en tablas de piedra, sino en corazones humanos”(2 Corintios 3:2-3, NTV, énfasis nuestro).

¡Genial! Pero, ¿qué significa todo esto?

La validación de Pablo como ministro no provenía de algún tipo de certificación o carta de recomendación de un extraño. Su legitimidad se basaba en los resultados y frutos de su apostolado. La gente podía ver cuántas vidas habían cambiado gracias a su predicación y servicio y a la obra de Jesucristo en sus vidas. Tal certificación no había sido escrita en un pedazo de papel o tabla, sino grabada en sus corazones. Pablo afirma claramente que el instrumento utilizado para escribirla fue el Espíritu Santo, y la tinta, la Palabra de Dios. 

¡Qué mejor carta de recomendación para autenticar a Pablo!

Veamos algunos antecedentes que explican la declaración que Pablo hizo inmediatamente después respecto a los corintios. Cuando les escribió esta segunda carta, la Iglesia había hecho cambios sustanciales a partir de lo que Pablo les había escrito anteriormente. Los corintios habían corregido su conducta y actitud pecaminosa e inapropiada. 

La amonestación en 1 Corintios fue muy severa. La congregación se había dividido en varios grupos y la gente se estaba demandando mutuamente ante la corte. Pero la ofensa más seria había sido un caso repugnante de conducta sexual en cierta familia, situación conocida y tolerada dentro de la congregación. Pablo estaba molesto por la falta de espiritualidad de los hermanos y los conminó duramente a que corrigiesen todas estas transgresiones a la ley y la decencia. Y así lo hicieron. 

Pablo envió a su siervo Tito a Corinto para averiguar cuál había sido la reacción de la Iglesia. Cuando Pablo recibió el informe de Tito, se dio cuenta de que habían tomado en serio su carta y actuado en consecuencia. Además se habían arrepentido, así que procedió a elogiarlos de la manera más entusiasta:

“Pues la clase de tristeza que Dios desea que suframos nos aleja del pecado y trae como resultado salvación. No hay que lamentarse por esa clase de tristeza; pero la tristeza del mundo, a la cual le falta arrepentimiento, resulta en muerte espiritual.

“¡Tan solo miren lo que produjo en ustedes esa tristeza que proviene de Dios! Tal fervor, tal ansiedad por limpiar su nombre, tal indignación, tal preocupación, tal deseo de verme, tal celo y tal disposición para castigar lo malo. Ustedes demostraron haber hecho todo lo necesario para corregir la situación. Mi propósito, entonces, no fue escribir acerca de quién causó el daño o quién resultó dañado. Les escribí para que, a los ojos de Dios, pudieran comprobar por sí mismos qué tan leales son a nosotros. Esto nos ha alentado en gran manera.

“Además de nuestro propio aliento, nos deleitamos particularmente al ver lo feliz que estaba Tito por la manera en que todos ustedes lo recibieron y lo tranquilizaron. Le dije lo orgulloso que estaba de ustedes, y no me decepcionaron. Siempre les he dicho la verdad, ¡y ahora mi jactancia ante Tito también resultó ser cierta!” (2 Corintios 7:10-15, NTV). 

Pablo se sentía satisfecho de que su labor con los corintios, además del poder transformador de Dios, hubieran producido una Iglesia tan maravillosa que podía considerarse una carta de recomendación del ministerio de Pablo: “Es evidente que son una carta de Cristo que muestra el resultado de nuestro ministerio entre ustedes” (2 Corintios 3:3, NTV).

¿Podemos ser una carta viva?

¿Podemos poner en práctica esta lección? ¿Pueden nuestras vidas ser consideradas una carta de referencia? Pueden serlo si examinamos los elementos que componen esta carta. 

Recuerde lo que Pablo dijo: que el instrumento utilizado para escribir su carta fue el Espíritu Santo. Nosotros recibimos el Espíritu Santo cuando nos bautizamos: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). 

Las palabras (que son la tinta de la carta) habladas e inspiradas por Dios deben ser escritas en nuestros corazones. Tales palabras ya no son dichos, refranes o adagios interesantes que pueden ser apreciados a distancia. Por el contrario, se graban en nuestros corazones y se vuelven parte inseparable de nuestro ser, mente y espíritu. Estas palabras deben ser grabadas tan profundamente, que pueden transformarnos de lo que éramos en una nueva hermosa creación de Dios. ¡Esto es un milagro!

Uno de los propósitos de Dios para el hombre es crear a un ser cuyo corazón sea moldeado y llegue a ser como el suyo. Sin embargo, esto es algo que debemos hacer de manera voluntaria y opcional. Dios no nos obliga, pero sí nos ayuda, y esto es algo que se le ofrece a todo el que lo desee. 

Cuando Dios entregó los Diez Mandamientos, reconoció que la gente que los recibió no tenía las herramientas para hacerlos parte de su ser. “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:29).

El Espíritu Santo generalmente no estaba disponible para estas personas, y por ello su comportamiento casi siempre era deficiente, incrédulo y rebelde. Pero el propósito de Dios era que la gente pusiera sus palabras en práctica y las hiciera parte de su vida. 

En Proverbios, Dios habla de interiorizar sus mandamientos y su camino de vida: “Hijo mío, guarda mis razones, y atesora contigo mis mandamientos. Guarda mis mandamientos y vivirás, y mi ley como las niñas de tus ojos. Lígalos a tus dedos; escríbelos en la tabla de tu corazón” (Proverbios 7:1-3).

El profeta Jeremías profetizó acerca de la venida de un nuevo pacto, el cual detalla lo que Dios está haciendo con el hombre y cómo finalmente toda la gente alcanzará su propósito de ser: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Eterno: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:33). 

En cierto sentido este es un proceso muy sencillo: usted se somete a Dios y accede a que él lleve a cabo su obra en su ser. Él le dará su Espíritu si usted lo desea y se lo pide. La obediencia da como resultado vida para nosotros y nuestra familia. 

Ríos de agua viva

Dios utiliza el Espíritu Santo para escribir su Palabra en nuestro corazón. Este Espíritu también se manifiesta como una función exterior, una muy valiosa y productiva. 

En una ocasión en que Jesús hablaba públicamente, prometió el Espíritu Santo e hizo una observación de cómo este operaría: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:37-39).

¡El Espíritu Santo que fluye en nosotros se vuelve parte nuestra y ahora cumple una función externa! Este Espíritu, descrito como agua viva, se desborda como un río de nuestro corazón y no se limita a quedarse allí, sino que fluye hacia el exterior dinámicamente, haciendo su obra. 

¿Qué ocurre con el agua que corre? Puede que nunca lo sepamos completamente, pero sí sabemos que el agua que corre da vida y que tiene la capacidad de sanar y nutrir. Es muy significativo que Jesucristo pudiera declarar con gran confianza que una persona que recibiera el Espíritu de Dios trabajaría para el bien y beneficio de otros. 

Un río llega a lugares que su fuente jamás imagina. Cuando Jesús describió las obras del Espíritu a sus discípulos, dijo “pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra” (Hechos 1:8, NTV). 

La obra de Dios, llevada a cabo mediante el Espíritu Santo que él les da a sus discípulos, tiene efectos de gran alcance. Mediante la obra santa del Espíritu de Dios, la palabra de Jesucristo fue difundida literalmente hasta “los lugares más lejanos de la tierra”.

El desbordante flujo del Espíritu de Dios tiene efectos a largo plazo en las vidas de las personas con las que nos contactamos. No subestime la amabilidad y el amor cristiano que usted expresa a quienes le rodean. Las palabras que hablamos pueden sanar, exhortar, y ser recordadas por años.  

Hace algún tiempo, cierta persona entregó una gran donación a una causa con la que yo estaba relacionado. Su gesto de generosidad me sorprendió, y lo llamé para agradecerle. Me dijo que hacía varias décadas había hablado conmigo en un momento difícil de su vida, y que yo pacientemente había dedicado tiempo a escucharlo hablar de su situación. Nunca se olvidó de ello, así que años más tarde, cuando vio que necesitábamos recursos para la gente que asistimos en países subdesarrollados, se acordó de cómo fue ayudado y quiso devolver la mano. 

Una carta viva

La frase “carta viva” que utilizó Pablo al dirigirse a la Iglesia en Corinto no es simplemente una expresión ingeniosa. Por el contrario, es muy profunda y comprende sustancia, vida, bondad, permanencia y eternidad. Señala el propósito y básicamente la razón misma de lo que es ser un cristiano. 

Tanto la Palabra como la mente de Dios deben estar indeleblemente grabadas en nuestro ser, incluso en la parte más profunda de nuestros corazones. El Espíritu Santo, siempre dinámico, continúa actuando en nosotros a medida que fluye hacia afuera de nuestro ser, tal como Cristo dijo, “hasta los lugares más lejanos de la tierra”. ¡Es una hermosa analogía, y es inspirador que Dios nos dé este gran obsequio a pesar de que somos seres tan imperfectos!  EC