Espíritu Santo
La clave para un cambio real en su vida
Siete semanas después de la resurrección de Jesús, sus seguidores se congregaron en Jerusalén para celebrar la fiesta anual de Pentecostés. De repente, el lugar donde se reunían se llenó con el sonido de un viento poderoso. Algo con la apariencia de lenguas de fuego se posó sobre ellos, y comenzaron a hablar en diferentes idiomas. De esta manera Dios anunció el derramamiento de su Espíritu Santo, tal como los profetas habían predicho.
Pentecostés es celebrado por muchas iglesias como un recordatorio de lo que les sucedió a estos primeros cristianos cuando Dios derramó su Espíritu sobre ellos.
El Nuevo Testamento está lleno de maravillosas historias de personas cuyas vidas cambiaron dramáticamente cuando recibieron el Espíritu de Dios para que morara en ellas. Este mismo Espíritu milagroso, que cambia la vida, está disponible hoy en día. Es un espíritu que no es de temor sino de poder, amor y dominio propio (2 Timoteo 1:7).
¿Caracterizaría usted su propia vida de esta manera? ¿Está lleno de temor? ¿O experimenta el poder espiritual y sirve a los demás con el amor de Dios? ¿Se siente constantemente atormentado por la culpa, el odio, la lujuria, la envidia y la confusión? ¿O tiene dominio propio?
¿Qué les sucede a las personas cuando reciben el Espíritu Santo de Dios que vive en ellas, como fue el caso de los seguidores de Jesús en ese gran día de Pentecostés?
El poder que esos primeros cristianos recibieron en Pentecostés es el mismo poder que Dios quiere entregarle. Muchos pasajes del Nuevo Testamento describen cómo interactúa el Espíritu de Dios con los seres humanos. En estos relatos leemos cómo el Espíritu de Dios produjo cambios dinámicos en sus vidas.
Pero esto no sucedió solamente durante aquella época. En realidad, Dios quiere crear esos mismos cambios en su vida. Él desea que experimente la conquista del miedo y la ansiedad, reemplazando el miedo por el poder espiritual, el amor desinteresado y la autodisciplina.
Examinemos tres aspectos del cambio monumental que el Espíritu de Dios puede lograr en su vida.
1 - Por medio de su Espíritu, Dios nos provee significado, guía y consuelo, lo que produce en nosotros dominio propio.
La mente humana, con toda su complejidad y habilidades, no logra comprender las grandes verdades espirituales a menos que Dios se las revele, verdades espirituales tales como: “¿Por qué existe Dios? ¿Tiene él un plan para mi vida? ¿Cómo puede uno siquiera conocer a Dios? ¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo?”
Todos estamos buscando esos momentos de inspiración, cuando adquirimos una notable perspectiva espiritual en cuanto al significado de la vida y la muerte. ¿Pero cómo podemos confiar en que esos momentos no sean simplemente productos de nuestra imaginación o respuestas completamente emocionales?
Encontramos la respuesta en el ejemplo de Saulo de Tarso en el Nuevo Testamento. Él era un hombre muy respetado en la comunidad religiosa y muy celoso de la tradición judía, al punto de perseguir a la Iglesia cristiana primitiva. Pero de repente, cierto día Saulo fue literalmente derribado y cegado por Jesucristo resucitado. Hasta este punto Saulo creía en Dios, pero rechazaba a Jesús como el Mesías o Cristo. Aquí vemos un momento de inspiración real que cambió su vida para siempre.
Debido a este encuentro, Saulo estuvo ciego durante tres días hasta que Dios envió a un maestro llamado Ananías para que hablara con él. Dios le devolvió a Saulo la vista, y fue bautizado y recibió el Espíritu Santo. Más tarde llegó a ser conocido como el apóstol Pablo, uno de los grandes maestros y escritores de la historia cristiana.
Cuando uno lee acerca de la vida de Pablo, encuentra dos puntos importantes acerca de ese gran momento de inspiración espiritual. Primero, cuando Cristo se reveló a sí mismo a Pablo, la vida de este giró dramáticamente en una nueva dirección que Dios le mostró y que él escogió seguir. Tuvo que olvidarse de sus sueños y deseos y dedicar su tiempo, esfuerzo y vida entera a Dios. Segundo, al leer los escritos de Pablo uno ve que él utiliza las Escrituras como la Palabra de Dios para definir el cambio en el camino de su vida.
Veamos lo que Pablo les escribe a los corintios, combinando pensamientos de diferentes pasajes bíblicos: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9). Pablo está hablando de lo que Dios hará en su vida y el futuro que quiere para usted en su reino, algo que va más allá de la imaginación.
Es necesario tener un momento de inspiración para comprender lo que Dios está haciendo. Pero, ¿de dónde provienen esos momentos de inspiración espirituales?
Fíjese en lo que Pablo dice a continuación: “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:10, 11).
Antes de su conversión, Saulo estaba absolutamente seguro de que lo tenía todo. Tenía una gran cantidad de conocimiento bíblico, pero al carecer del Espíritu Santo, su celo estaba equivocado, centrado en perseguir a los seguidores del mismo Mesías que estaba esperando.
Pablo continúa: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). “Mas nosotros”, hablando de aquellos que tienen el Espíritu de Dios en ellos, “tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16).
No podemos conocer a Dios el Padre ni a Jesucristo por nuestra propia cuenta, tal como Pablo tampoco pudo: Dios tiene que revelarse a nosotros. Esto probablemente no vendrá acompañado de ceguera física, como en su caso, pero Dios, por medio de su Espíritu, puede revelarnos el entendimiento y el poder de su Palabra que están en la Biblia. En este maravilloso libro descubrimos la mente de Cristo.
El poder del Espíritu Santo en nosotros es más importante que las expresiones exteriores como hablar en lenguas, e incluso que los milagros. Dios nos entrega su Espíritu para impartir en nosotros la mente de Cristo, para guiarnos a su Palabra. Todos necesitamos desesperadamente el Espíritu Santo para relacionarnos apropiadamente con Dios, comprender la Biblia y practicar la manera correcta de vivir. No hay mucho beneficio en mostrar exteriormente la espiritualidad si la persona interior no está buscando imitar a Cristo.
Entonces, ¿cómo podemos desarrollar la mente de Cristo en nosotros? Esto nos lleva al segundo aspecto del cambio que ocurre en nosotros al recibir el Espíritu de Dios.
2- El Espíritu Santo imparte en nuestros corazones y mentes la naturaleza misma de Dios
Acabamos de leer que a través del Espíritu de Dios recibimos “la mente de Cristo”. ¿Qué significa esto?
Seamos honestos: todos los seres humanos somos débiles y falibles. Muchas veces deambulamos por la vida con una vaga sensación de que nada ha cambiado realmente en nuestra persona interior a pesar de nuestros sentimientos religiosos y el esfuerzo que ponemos en la adoración. Tal vez descubra que sigue siendo la misma persona que solía ser; sin embargo, el cambio real es posible.
Tener la mente de Cristo se refiere a experimentar un cambio drástico en la persona interior. También llamado “la intención del Espíritu” (Romanos 8:27), viene por medio de Dios Padre y Cristo que viven en nosotros a través del Espíritu.
El apóstol Pedro aborda este cambio en su carta conocida como 2 Pedro. Refiriéndose a Dios, él afirma en el versículo 3 del capítulo 1 que “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”.
Detengámonos por un momento y reflexionemos acerca de esto. Pedro dice que por medio del poder divino de Dios, los seguidores de Cristo han recibido “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad”.
En las horas más oscuras de su existencia o cuando usted se enfrenta a la tentación de desobedecer a Dios, cuando sufre dudas, el Espíritu Santo le da todo lo que necesita en esta vida, incluso la fortaleza para superar el temor y reemplazarlo con poder, amor y dominio propio.
¿Y de quién es la mente que Dios desarrollará en usted? Bueno, Pablo ya nos lo dijo: de Jesucristo (vea también Filipenses 2:5).
Regresando a 2 Pedro capítulo 1, continuemos en el versículo 4: “. . . por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (énfasis nuestro en todo este artículo). ¿Cómo sería y actuaría una persona que ha llegado a ser participante de la naturaleza misma de Dios?
Primero que nada, el Espíritu Santo no nos “posee” ni nos obliga a obedecer a Dios. No elimina nuestro libre albedrío o la capacidad de tomar decisiones. Una persona en la cual mora el Espíritu Santo aún puede pecar y a veces lo hace, lo cual puede ser un poco decepcionante para un cristiano nuevo. El Espíritu de Dios no elimina inmediatamente nuestra corrupta naturaleza humana, los problemas emocionales, la atracción por el pecado o las dificultades de la vida cotidiana. Más bien, debemos desarrollar el carácter de Dios mediante el uso regular del Espíritu de Dios.
La vida cristiana es una travesía. Al someterse a la guía del Espíritu de Dios, la persona experimenta un proceso que durará toda la vida para llegar a ser como Cristo. El encuentro de Pablo con el Cristo vivo fue solo el comienzo, ya que el apóstol pasó el resto de su vida tratando de imitar a su Maestro.
Debemos entender que una conversión momentánea no es suficiente. Considere esta analogía: digamos que va a un concierto espectacular y tiene uno de esos momentos de inspiración. La música es ahora su pasión, y vuelve a casa con la intención de convertirse en un músico virtuoso. Lo intenta a como dé lugar, pero no tiene el talento ni la perseverancia para dominar un instrumento. Intenta tocar otros instrumentos, pero sin éxito. Se inscribe en clases, pero solo dura un mes antes de abandonarlas. Sabe que no mejorará sin practicar todos los días, pero en vez de eso se resigna a ver actuaciones inspiradoras en Internet una vez a la semana.
¿Podría esto sonar un poco como su estilo de vida cristiano? Ha descubierto a Dios; desea tener una relación con él; intenta y falla, y finalmente se conforma con ir a la iglesia una vez a la semana, pero no experimenta ningún cambio diario real en su vida.
Una vez que Dios nos da ese momento de inspiración, también debe proveernos la habilidad que necesitamos, tal como en esta metáfora, otorgándonos poder a través del Espíritu Santo. Usted y yo no podemos desarrollar la mente de Cristo por nuestra cuenta: debemos recibirla de Dios. Y una vez que Dios nos da el don del Espíritu Santo, se nos exige que pongamos en práctica nuestras vidas cristianas todos los días, siendo guiados por ese Espíritu y cambiados por él.
Por ello es que el énfasis en que hablar en lenguas en estado de éxtasis comprueba que el Espíritu Santo mora en uno, como algunos argumentan, es en realidad un concepto espiritual peligroso. El don de lenguas (o idiomas) dado a los seguidores de Jesús en el libro de los Hechos fue una señal especial para traer a muchos a la Iglesia en sus primeros años, y para ayudar a que el evangelio se extendiera más allá de las fronteras de Judea. La verdadera prueba de la presencia del Espíritu Santo es que la persona se está volviendo como Cristo.
Como se señaló anteriormente, Pablo le dijo a Timoteo que el Espíritu que Dios nos da no es de temor sino de poder, amor y autodisciplina (2 Timoteo 1:7). ¿Es eso evidente en su propia vida? Pregunté esto al principio, pero ahora quisiera que realmente mire dentro de sí, en su persona interior, y dé una respuesta honesta. ¿Está lleno de miedo? ¿O experimenta el poder espiritual y sirve a los demás con el amor de Dios? ¿Está constantemente lleno de culpa, odio, lujuria, envidia y confusión? ¿O tiene dominio propio?
Como dijimos, el hecho de que el Espíritu de Dios more en uno no elimina instantáneamente los pensamientos, emociones y comportamientos disfuncionales de nuestras vidas. Pero a medida que la mente de Cristo se desarrolla en usted, crecerá para superar estas faltas. Dios quiere perdonarlo y sanarlo de sus pecados, y también reemplazar su corazón y mente quebrantados con el fruto de su Espíritu, que Pablo describe como “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23).
El aspecto del gran cambio mencionado anteriormente, la dirección del Espíritu de Dios que forja en nosotros el dominio propio, se produce mediante este segundo aspecto del Espíritu y reemplaza nuestra corrupta naturaleza humana con la misma naturaleza divina de Dios. Y esto forma parte además de un tercer aspecto fundamental de nuestro cambio espiritual: una estrecha relación familiar.
3. Por medio del Espíritu Santo que vive en nosotros nos convertimos en hijos de Dios
Volviendo a la historia del apóstol Pablo, piense en la clase de hombre que era antes de que Dios lo llamara a ser cristiano y apóstol, cuando era un fariseo religioso llamado Saulo. Él adoraba a Dios y lo alababa. Lo entendía como Creador y trataba de vivir según sus leyes, pero no entendía realmente a Dios como Padre ni la naturaleza de la familia divina.
En su momento de inspiración, cuando se enfrentó a Cristo, a Saulo se le dio una visión de Dios Padre y de Jesucristo. Cuando el Espíritu Santo empezó a morar en él pudo ver claramente la impresionante realidad del amor que Dios tenía por él, como el de un padre por su hijo.
Fíjese en lo que Pablo escribió a los cristianos en Romanos 8: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: ¡Abba! ¡Padre!” (vv. 14-15, Nueva Versión Internacional).
¿Entiende el significado y el poder de las palabras de Pablo?
Cuando un ser humano recibe el Espíritu de Dios, se convierte literalmente en hijo de Dios. Esta relación nos permite presentarnos ante el asombroso y todopoderoso Creador del universo y clamar a él como un niño pequeño ante un padre amoroso.
Sé que no todo el mundo puede identificarse con el concepto de un padre amoroso, dependiendo de su experiencia personal pasada. Pero Pablo nos dice que la relación padre-hijo más amorosa y dedicada que podemos experimentar es con Dios, a pesar de lo mala que pueda haber sido nuestra relación con nuestros propios padres humanos. Él dice que podemos clamar a Dios: “¡Abba, Padre!”
Abba es una palabra aramea que expresa una tierna intimidad y una confianza infantil junto con respeto. Algunos la traducen como “Querido Padre”. Imagínese a una niñita que corre hacia su madre cuando algo le duele. Según Pablo, solo aquellos que son verdaderamente “guiados por el Espíritu de Dios” pueden experimentar tal intimidad con nuestro Padre celestial.
Por supuesto, ser hijo de Dios comprende mucho más que tener la capacidad de relacionarse con él con el amor y la confianza de un niño pequeño hacia un padre. Los niños no se quedan pequeños para siempre. Crecen, con la esperanza de seguir confiando en sus padres y admirándolos, y la mayoría de los padres siempre sienten un gran amor por sus hijos adultos, un amor que los motiva a hacer sacrificios por su continuo bienestar.
Si los niños no crecieran, nunca experimentarían una vida plena ni podrían salir al mundo. ¿No es ese el objetivo de criarlos, protegerlos y nutrirlos mientras se les enseña, ayudando a equiparlos para la vida real? Necesitan aprender a manejar las dificultades, a no ser egoístas y a tomar decisiones sabias y éticas. Los padres esperan que sus hijos se conviertan en adultos bien adaptados que puedan tener la misma relación padre-hijo con sus hijos.
Esta dinámica es parecida a nuestra relación con Dios cuando somos guiados por su Espíritu.
Comenzamos como niños muy pequeños. Lo necesitamos, corremos a él con todos nuestros problemas, le clamamos en nuestros momentos de necesidad, y él está ahí para ayudarnos.
Pero Dios no nos creó solo para recibir su amor. En realidad fuimos creados para crecer y aprender a amarlo recíprocamente y para amar también a otros que fueron hechos a su imagen. Jesús dijo que el más grande de los mandamientos es amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, mientras que el segundo es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-39).
Al ser guiados por el Espíritu Santo aprendemos a amar a Dios, tanto al Padre como a Jesucristo. El Espíritu de Dios nos ayuda a crecer en madurez espiritual para que cuando lo obedezcamos, lo hagamos porque lo amamos. Jesús dijo a sus seguidores: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). ¡Amar a Dios es obedecerlo!
Por medio de sus enseñanzas aprendemos también a amar a nuestro prójimo. Aprendemos a cuidar a otros tal como Cristo lo hizo, y a tener su mismo deseo de que todas las personas conozcan al Eterno.
Consideremos ahora lo que Pablo dijo a continuación en Romanos 8: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (vv. 16-17).
¿Lo entendió? Pablo dice aquí que una persona que es guiada por el Espíritu de Dios se convierte en heredero de todo lo que el Padre posee.
Piense en esto por un minuto: ¿Qué es lo que no posee Dios? ¿Qué está excluido en esa promesa? Nada. ¡Dios es dueño de todo! Este es el impresionante futuro que Dios ha preparado para aquellos que reciben el Espíritu para que more en ellos.
Pero mientras tanto, aquí y ahora, la vida puede ser muy complicada y difícil. Todos nos enfrentamos a tiempos en los cuales parece no haber respuestas a los problemas, cuando le clamamos a Dios: “¡Abba, Padre!” Puede ser una enfermedad, una calamidad financiera, o la infidelidad de un cónyuge. Y tal vez en la oscuridad uno ni siquiera puede orar, ya que no le salen las palabras.
Anímese leyendo sobre las experiencias de Pablo con el dolor, las dificultades, la soledad y la desesperación. Lea lo que escribió un poco más adelante en Romanos 8: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (v. 26).
Por medio de su Espíritu, Dios está íntimamente en contacto con sus pensamientos y emociones. Lo entiende mejor de lo que usted se entiende a sí mismo y puede guiarlo cuando no hay esperanza. A través de su Espíritu, le dará consuelo cuando el consuelo parezca imposible. Cuando la paz parezca inalcanzable, él puede darle una paz que sobrepasa el entendimiento (Filipenses 4:7).
Saulo, el líder farisaico, practicaba la religión. Pablo, el apóstol, tenía una relación íntima con Dios Padre y con Jesucristo mediante el Espíritu de Dios. Él y otros cristianos de la Iglesia del Nuevo Testamento tenían dentro de ellos el mismo poder y naturaleza de Dios para transformar sus vidas: el Espíritu Santo que los hizo hijos de Dios y a Dios, su Padre amoroso. ¡Usted también necesita este poder en su vida! BN