¿Qué enseña la Biblia acerca de la gracia? 6ta parte
Última parte
Capítulo 6 - ¿Cómo puede usted crecer en gracia?
“Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18).
En el libro de Marcos encontramos el relato de un hombre ciego llamado Bartimeo. Dice así: “Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: Jesús, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí! Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Marcos 10:46-48).
¡Amenazaron a Bartimeo para que se callase! La multitud le dijo que cerrara la boca, pero en eso, Jesús oyó su clamor.
“Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. Él entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino” (Marcos 10:49-52).
Este hombre ciego, privado de la vista, en cierto modo veía mucho más y tenía mayor discernimiento que quienes lo rodeaban y sí tenían vista física.
Él reconoció a Jesús como el “Hijo de David”, un término usado en ese tiempo para el tan esperado Mesías, y describió su carácter, su persona y forma de actuar como misericordia. Jesús luego le dijo: “Tu fe te ha salvado”. Su fe le permitió ver lo que muchos no podían: ¡que Dios es un Dios de misericordia!
Bartimeo declaró una verdad profunda, capaz de transformar la vida de una persona.
Cómo confiar en la misericordia de Dios
Confiar en la misericordia y gracia de Dios implica dejar de inventar excusas para defender nuestro comportamiento. Cuando uno decide confiar en la misericordia de Dios, deja de lado todas las disculpas y excusas y ya no trata de justificar por qué pecó.
Si uno es enjuiciado en una corte civil, mientras dé excusas y justificaciones para sus acciones, se está sometiendo a la justicia. Pero si se presenta ante la corte y se declara culpable, sin ofrecer ninguna justificación ni disculpas, queda a la merced de esa corte.
Lo mismo sucede en el ámbito de Dios. Confiar en la misericordia significa renunciar por completo a depender de la justicia. Uno ya no tiene excusas, y no da ninguna. Necesita la gracia y misericordia de Dios –y el sacrificio de Jesucristo– si desea evitar la sentencia de muerte que merece y recibir a cambio el don de la vida eterna.
¿Cómo debe responder usted a la misericordia de Dios y acercarse a su trono de gracia?
El don de la gracia
El apóstol Pablo les recordó a los hermanos efesios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
La vida eterna es el resultado de la gracia y misericordia de Dios. Es un regalo inmerecido de su parte y que no nos hemos ganado. Nadie podrá jamás jactarse de que se ganó o merece el don de la vida eterna.
Pero agreguemos algo de equilibrio a la ecuación. Tal como el ciego Bartimeo nos mostró, Dios no es solo un Dios de justicia, sino también de misericordia. Fíjese en la última parte del segundo de los Diez Mandamientos: “. . . y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:6).
Dios equilibra la justicia –y su insistencia en que guardemos sus mandamientos– con misericordia, tomando en cuenta lo que hay en el corazón. Mientras que exista esa posibilidad, Dios no desea que nadie perezca (2 Pedro 3:9).
Podemos estar agradecidos de que Dios considere nuestra actitud. Quien esté dispuesto a “no pecar más” es elegible para recibir misericordia en lugar de condenación, tal como le dijo Jesús a la mujer que fue sorprendida cometiendo adulterio en Juan 8:11. Jesús mostró juicio (ella era claramente una pecadora), pero también gracia y misericordia: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.
La respuesta correcta a la gracia y la misericordia de Dios
Hay una lección aquí en cuanto a la respuesta correcta frente a la gracia y la misericordia de Dios. Como beneficiarios de ambas, la actitud correcta después de ser perdonados deber ser la de “no pecar más”. Tenemos que obedecer las leyes de Dios conforme a su plena intención espiritual, evitando hacer únicamente lo mínimo de lo que se ordena explícitamente.
En su famoso sermón del monte, Jesucristo se valió de varios ejemplos para dejar en claro la importancia de la intención espiritual de la ley de Dios. Explicó que no basta con no matar (el sexto de los Diez Mandamientos), sino que tampoco debemos tratar a otros con desprecio, ya que esto viola el espíritu de este mandamiento (Mateo 5:21-26).
A continuación dio otro ejemplo, indicando que el mandamiento contra el adulterio también comprende codiciar a otra persona, ya que esto es cometer adulterio en nuestro corazón y mente (versículos 27-30). En el resto del capítulo entregó otros ejemplos para mostrar que de ninguna manera estaba aboliendo la ley de Dios sino expandiendo su propósito espiritual, lo que exige un nivel aún mayor de obediencia, no solo en acciones, ¡sino también en pensamientos!
A lo largo del sermón del monte, Jesús muestra que la ley de Dios es nuestra guía continua para llegar a adoptar una forma de pensar y un comportamiento verdaderamente justos. Esa ley, y la magnificación que Cristo le dio en este mensaje, ayuda a definir lo que realmente significa ser uno de sus seguidores, un verdadero cristiano.
La palabra gracia es usada habitualmente por algunas personas religiosas como si reemplazara completamente la necesidad de obedecer la ley de Dios, pero esta es una conclusión terriblemente errónea por la siguiente razón: sin la ley –que define el pecado– no habría necesidad del perdón de la gracia. La gracia se refiere a cómo Dios extiende su favor y benevolencia a otros, incluyendo los pecadores arrepentidos, perdonando su antigua desobediencia a su ley (los pecados que cometieron en el pasado). Esto es necesario porque “Todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de la ley” (1 Juan 3:4, Nueva Versión Internacional). Si no hay ley que quebrantar, quiere decir que el pecado no existe (Romanos 5:13). Y si no hay pecado, la idea misma de la gracia como el perdón de Dios no significaría nada.
El don del Espíritu Santo
La gracia y misericordia de Dios es lo que nos permite ser perdonados por nuestros pecados cuando nos arrepentimos, aceptamos el sacrificio de Jesucristo, somos bautizados y recibimos el Espíritu de Dios. Es entonces que recibimos la promesa del don de la vida eterna.
La gracia, como hemos visto a lo largo de esta guía de estudio, abarca mucho más que el simple perdón de los pecados pasados. También comprende el obsequio del Espíritu Santo de Dios para ayudarnos a obedecer sus leyes, que definen el pecado según los estándares conductuales exigidos por Dios. De hecho, esto se refiere a todos los dones gratuitos e inmerecidos de Dios. Incluye su ayuda inicial para que podamos apartarnos del pecado, guiándonos a su verdad y camino de vida, su perdón de nuestros pecados pasados y, finalmente, su entrega del mejor obsequio de todos: ¡la vida eterna en su reino!
El Espíritu Santo de Dios es esencial en nuestra meta de erradicar el pecado (para aprender más, asegúrese de leer nuestra guía de estudio gratuita Transforme su vida: La verdadera conversión cristiana). La clave para resolver el problema del pecado es la ayuda que recibimos por medio de Jesucristo y el Espíritu de Dios. Jesús nació no solo para hacer posible el perdón del pasado, sino además para ayudarnos a vencer la atracción del pecado y los hábitos arraigados que son tan difíciles de eliminar de nuestras vidas.
Él es nuestro misericordioso Sumo Sacerdote en el cielo que intercede por nosotros ante el Padre, a cuya diestra se sienta. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). No obstante, ambos también están cerca de nosotros, e incluso viven en nosotros por medio del Espíritu Santo para ayudarnos a cambiar.
¿Qué debemos hacer?
En Hechos 2 se registra el establecimiento de la Iglesia en Jerusalén en el día de Pentecostés. Muchos entre la multitud se habían convencido de que sus pecados habían causado la muerte de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, y le preguntaron a Pedro y los otros apóstoles qué necesitaban hacer. La respuesta de Pedro en Hechos 2:38 fue clara: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”. (Luego, en Hechos 8:17, vemos que este Espíritu es entregado a través de la imposición de manos realizada por un verdadero ministro de Dios).
Luego Pedro añadió algo más: “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:39). Dios llama o escoge a la gente por medio de su gracia (Gálatas 1:15; 2 Timoteo 1:9), pero no está llamando a todo el mundo ahora mismo. Como Pablo escribió en Romanos 11:5 (NVI), “Así también hay en la actualidad un remanente escogido por gracia”.
Si usted está leyendo y comprendiendo ahora, ¡es muy posible que Dios esté llamándolo y escogiéndolo por medio de su gracia para un futuro incomparable y casi inimaginable!
¿Y cuál es ese futuro? Pablo nos dice en Efesios 1:4-6: “Incluso antes de haber hecho el mundo, Dios nos amó y nos eligió en Cristo para que seamos santos e intachables en sus ojos. Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran gusto hacerlo. De manera que alabamos a Dios por la abundante gracia que derramó sobre nosotros, los que pertenecemos a su Hijo amado” (Nueva Traducción Viviente).
Nuestro futuro en la familia de Dios
¡El plan de Dios es que usted sea miembro de su familia espiritual eterna e inmortal! En 2 Corintios 6:18 el apóstol Pablo cita a Dios diciendo: “Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”.
Esta verdad es confirmada muchas veces en las páginas de la Biblia. Por ejemplo, en Apocalipsis 21:7 Dios nos dice: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”.
Pablo escribe en Romanos 8:14: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Los versículos 16 y 17 nos dicen que el Espíritu de Dios que mora en nosotros “da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo . . .”
Aquí vemos la revelación de una increíble verdad: nuestro futuro no es permanecer en el cielo tocando arpas por toda la eternidad, sino ser “herederos de Dios y coherederos con Cristo”. ¿Qué significa esto? Hebreos 1:2 nos dice que el Hijo ha sido designado para ser “heredero de todo”. Hebreos 2:8 añade que el plan futuro de Dios para el hombre es que todas las cosas sean sujetas a nosotros, y a pesar de que aún no veamos esto, es algo que ciertamente se llevará a cabo con Jesucristo como líder, como se explica más extensamente aquí.
¿Qué debe ocurrir antes de que heredemos todas las cosas con Jesucristo? El apóstol Juan nos da más detalles en 1 Juan 3:1-3: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”.
Juan nos dice aquí que nuestro futuro es ser “como él es”, es decir, como Jesucristo, ahora resucitado como un ser espiritual glorioso. ¿Y cuál es su apariencia actual en su estado resucitado? Encontramos esta descripción en Apocalipsis 1:12-18 (NTV), donde Juan lo vio en una visión: “Cuando me di vuelta para ver quién me hablaba, vi siete candelabros de oro. Y de pie en medio de los candelabros había alguien semejante al Hijo del Hombre. Vestía una túnica larga con una banda de oro que cruzaba el pecho. La cabeza y el cabello eran blancos como la lana, tan blancos como la nieve, y los ojos eran como llamas de fuego. Los pies eran como bronce pulido refinado en un horno, y su voz tronaba como potentes olas del mar . . .
“Y la cara era semejante al sol cuando brilla en todo su esplendor. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso la mano derecha sobre mí y me dijo: ¡No tengas miedo! Yo soy el Primero y el Último. Yo soy el que vive. Estuve muerto, ¡pero mira! ¡Ahora estoy vivo por siempre y para siempre!”
Cuando Juan nos dice en 1 Juan 3:2 que “seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”, ¡este es el tipo de poder y gloria espiritual que compartiremos con él! (Para aprender más acerca de esto, asegúrese de leer nuestra guía de estudio gratuita ¿Por qué existimos?).
Pablo les dice a los miembros de la Iglesia en Gálatas 3:26 (NTV) que “todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”, y Juan 1:12 nos dice que “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Este es el magnífico futuro que Dios tiene planeado para quienes acepten su extraordinaria dádiva de la gracia y pongan manos a la obra para convertirse en su familia espiritual inmortal y ser transformados en seres espirituales glorificados, ¡tal como Jesucristo lo es ahora!
¿Pero cómo ocurre esto? ¿Y cómo recibimos este obsequio de la vida eterna? ¿Qué tenemos que hacer?
¿Qué es lo que la gracia debiera motivarnos a hacer?
Como hemos visto a lo largo de esta guía de estudio, la gracia no es una licencia para continuar una vida de pecado ni tampoco una excusa o medio para desechar la ley espiritual de Dios. “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”, nos dice Pablo (Romanos 7:12). Ya no estamos bajo el castigo que exige la ley, el cual es la muerte, sino bajo la gracia (Romanos 6:14).
Entonces, ¿qué es lo que la gracia debiera motivarnos a hacer? Como vimos en el capítulo anterior, la gracia debe motivarnos a agradecer y ser completamente leales a quien nos la dio, procurando complacerlo y servirle con todo nuestro ser.
Note lo que Pablo dijo sobre el rol que cumplió la gracia en la persona en que se había convertido y en la obra que llevaba a cabo: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Corintios 15:9-10).
La gracia de Dios le otorgó a Pablo paz con Dios el Padre y con Jesucristo, pero también lo llevó a cambiar de alguien que perseguía a la Iglesia en alguien que proclamaba el evangelio de Jesucristo y el Reino de Dios. ¡La gracia de Dios lo llevó a dedicar su vida a servirle a él con todo su ser!
La gracia debiera llevarnos a cambiar tanto en nuestra manera de pensar como de actuar, lo que en otras palabras es el arrepentimiento. Como Pablo les escribió a los cristianos en Roma: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4). La “benignidad” aquí deriva de la palabra chrestos, que puede significar “con gracia”, relacionada con la palabra griega charis. ¡La gracia de Dios puede y debe llevarlo a cambiar su vida!
La gracia conduce a una vida transformada
La Palabra de Dios describe claramente la vida de una persona transformada por la gracia de Dios. Pablo, el autor que escribió más que cualquier otro sobre la gracia, nuevamente nos explica esto en términos muy simples.
Él le escribió a la Iglesia en Corinto en 2 Corintios 9:8 (NVI) que “Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda buena obra abunde en ustedes”. Pablo nos dice que la gracia nos da todo lo necesario para que “toda buena obra abunde” en nosotros. ¡La gracia evidentemente debe producir buenas obras en nuestras vidas!
Esto es expresado aún más elocuentemente en Efesios 2:8-10 (NVI): “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte. Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica”. Vemos una vez más la clara expectativa de que recibir la gracia de Dios lleva a las “buenas obras”.
Pablo obviamente no compartía la perspectiva moderna de que una vez que uno es salvo por la gracia de Dios no hay nada más que hacer y tenemos un boleto gratis para la salvación. Por el contrario, él sabía que la gracia de Dios crea una mayor obligación de demostrar nuestra apreciación y gratitud porque ahora “somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras” (v. 10).
Como vimos en el capítulo anterior, Pablo consideraba a Dios el patrocinador supremo que da obsequios de gracia, y nosotros, como beneficiarios, estamos obligados desde ese punto en adelante a mostrarle siempre lealtad y devoción absoluta. Actuar de otra manera era algo inconcebible. ¡Qué enorme diferencia con el concepto erróneo de que la gracia nos libera de toda obligación de obedecer a Dios!
Los objetivos y metas de la gracia
Pablo le dijo a Tito, su compañero de ministerio, que la gracia tiene varias metas y objetivos: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:11-14).
Analicemos algunos de los puntos específicos que Pablo expone en este pasaje:
La gracia de Dios hace posible la salvación.
La gracia de Dios nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos.
La gracia de Dios nos enseña a vivir de una manera sensata, justa y piadosa mientras mantenemos nuestra gran esperanza del regreso de Jesucristo.
Jesucristo no vino a liberarnos de la ley, sino a “redimirnos” — a pagar el precio máximo (su muerte) por quebrantar su ley, evitando que paguemos la pena de la muerte eterna.
Jesucristo vino a limpiar (a purificar) para sí mismo a un pueblo que le pertenece.
Habiendo sido redimidos y purificados para Cristo, debemos ser celosos “de buenas obras”.
¡Qué perspectiva tan diferente del concepto común y erróneo de lo que es la gracia!
Pablo luego concluye esta instrucción a Tito diciéndole en el versículo 15: “Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad”. ¡Pablo quería estar seguro de que Tito entendiera estas cosas y las hiciera parte esencial de sus propias enseñanzas!
Llamados a una vida santa
Todo esto, desde luego, es parte del plan y propósito fundamental de Dios para nosotros: darnos vida eterna en su reino, a fin de que seamos parte de su familia para siempre. Esta gran promesa será cumplida al regreso de Jesucristo, del cual el apóstol Pablo predijo:
“¡No todos moriremos, pero todos seremos transformados! Sucederá en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando se toque la trompeta final. Pues, cuando suene la trompeta, los que hayan muerto resucitarán para vivir por siempre. Y nosotros, los que estemos vivos, también seremos transformados. Pues nuestros cuerpos mortales tienen que ser transformados en cuerpos que nunca morirán; nuestros cuerpos mortales deben ser transformados en cuerpos inmortales” (1 Corintios 15:51-53, NTV).
Este será el cumplimiento final de la gracia de Dios. Y el apóstol Pedro nos exhorta a mantener nuestras mentes enfocadas en esta promesa futura: “Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia; tengan dominio propio; pongan su esperanza completamente en la gracia que se les dará cuando se revele Jesucristo” (1 Pedro 1:13, NVI).
Pedro además enfatiza que, si vamos a recibir su obsequio de la salvación, debemos vivir una vida transformada — una vida santa. Él continúa: “Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: ‘Sean santos, porque yo soy santo’” (vv. 14-16, citando Levítico 11:44, 45; 19:2).
Pablo señala que vivir una “vida santa” que lleva a la salvación es lo que Dios planificó para nosotros desde el principio. “Pues Dios nos salvó y nos llamó para vivir una vida santa. No lo hizo porque lo mereciéramos, sino porque ese era su plan desde antes del comienzo del tiempo, para mostrarnos su gracia por medio de Cristo Jesús” (2 Timoteo 1:9, NTV).
Cómo mantener el rumbo con la ayuda de la gracia de Dios
Dios nunca dice que este camino será fácil (Mateo 7:13-14; Lucas 13:24). ¡Pero sí dice que valdrá la pena!
Pablo, encarcelado y golpeado muchas veces por su fe, pudo mantenerse optimista en medio de pruebas inmensas, y declaró: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios . . . Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:18-19, 28).
La vida siempre será un desafío mientras luchamos contra el pecado y las tentaciones de nuestra naturaleza egoísta y también contra un mundo que rechaza cada vez más a Dios y es hostil hacia su camino de vida.
Esto no es nada nuevo: siempre ha sido así para los fieles siervos de Dios. Hebreos 11 da muchos ejemplos de valerosos hombres y mujeres de la fe que perseveraron a pesar de tenerlo todo en contra, muchas veces a costa de sus propias vidas. Pero pudieron hacerlo con la ayuda de Dios, y él promete ayudarnos también a nosotros en todas las luchas de esta vida. Hebreos 4:16 nos dice: “Acerquémonos, pues,confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
¡Dios está dispuesto a ayudarnos y desea hacerlo! Y Pedro nos asegura que lo hará: “Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables” (1 Pedro 5:10, NVI).
Junto a nuestra gran esperanza tenemos la promesa de Dios de infundirnos su ánimo y fortaleza: “Que nuestro Señor Jesucristo mismo y Dios nuestro Padre, que nos amó y por su gracia nos dio consuelo eterno y una buena esperanza, los anime y les fortalezca el corazón, para que tanto en palabra como en obra hagan todo lo que sea bueno” (2 Tesalonicenses 2:16-17, NVI).
¿Y qué hacemos ahora?
Ahora que ha visto lo que la Biblia realmente enseña acerca de la gracia, ¿qué sigue? ¿Qué hará usted?
Sin importar su estrato social o condición en la vida, usted ha sido depositario de la gracia de Dios en algunas de sus muchas formas. Santiago 1:17 nos dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”.
Todo lo que tenemos y somos proviene de Dios por medio de su gracia. ¡Y él quiere darle aún más!
¿Es usted lo suficientemente humilde y dócil como para aceptar sus enseñanzas y hacer lo que él dice? Proverbios 3:34 dice de Dios: “Ciertamente él escarnecerá a los escarnecedores, y a los humildes dará gracia”.
La humildad es una característica altamente valorada por Dios, porque él sabe que puede trabajar con quienes están convencidos de que lo necesitan y desean servirle humildemente (Isaías 66:2). En contraste, ¡aquellos que no son humildes no se dan cuenta de lo vacías que son sus vidas sin Dios y sin una relación con él!
El apóstol Pablo tuvo que tratar con personas así en la Iglesia de Corinto en el primer siglo. En 2 Corintios 6:1 les dijo: “Así pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios”.
Obviamente algunos estaban en peligro de haber recibido la gracia de Dios en vano. No apreciaban todos los maravillosos regalos que se les habían dado, ni comprendían la profundidad del amor y preocupación de Dios y la esperanza que tenía para ellos. Pero lo más triste fue que no permitieron que la gracia transformara sus vidas. Esto es evidente en el resto de la carta de Pablo a medida que se refiere a sus muchos problemas, fracasos y vidas arruinadas.
Nuevamente le preguntamos, ¿qué hará usted? ¿Crecerá, como nos exhorta Pedro en 2 Pedro 3:18, “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”?
Es posible crecer en el favor y bendición de Dios el Padre y Jesucristo. Debemos entender que Dios nos da bendiciones y obsequios adicionales “porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22). A medida que hablamos con Dios, confiando en él para que nos ayude a seguir obedeciendo, nosotros mismos nos volvemos instrumentos de su gracia para bendecir a otros (1 Pedro 4:10), devolviéndole la gracia con gratitud y dedicado servicio y volviéndonos más y más como él.
Por tanto, sí podemos crecer en gracia, como nos muestran los numerosos ejemplos positivos en la Palabra de Dios. O podemos ir en la dirección opuesta y apartarnos de la gracia de Dios. Medite profundamente en esto.
Nuestra esperanza y oración es que usted elija seguir la exhortación de Dios en Hebreos 12:28: ¡“Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia”! EC