¿Qué enseña la Biblia acerca de la gracia? 4ta parte

Usted está aquí

¿Qué enseña la Biblia acerca de la gracia? 4ta parte

Capítulo 4: La gracia y la ley: ¿Qué dice la Biblia?

“Son impíos que cambian en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Jesucristo, nuestro único Soberano y Señor” (Judas 4, NVI).

Cuando analizamos lo que la Biblia enseña acerca de la gracia, una cosa es muy evidente: la gracia personifica la naturaleza y el carácter de Dios. La gracia es quién y qué es él. La gracia es cómo él piensa y actúa. La gracia lo define y caracteriza, ¡y debemos estar muy agradecidos de ello!

Entonces, ¿qué relación tiene la gracia con la ley de Dios? Muchas personas se confunden al pensar en esto. Puede que no hayan analizado con ojo crítico su manera de pensar y no se den cuenta de que sus conceptos en cuanto a Dios son inconsecuentes y contradictorios.

¿Y qué acerca de usted? ¿Están sus creencias en cuanto a Dios basadas en la verdad o en ideas erróneas que por siglos han enmascarado la verdad?

Basándose en la tergiversación de algunos de los escritos del apóstol Pablo, mucha gente ha enseñado o interpretado incorrectamente que la ley de Dios es un tipo de maldición o castigo. Sin embargo, Pablo mismo dijo que “la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12).

Pablo también escribió: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (v. 22); o, como lo expresa la Nueva Traducción Viviente, “Amo la ley de Dios con todo mi corazón”.

La gracia y la ley reflejan la mente y el carácter perfectos de Dios

Lo que demasiada gente no alcanza a entender es que tal como la gracia es un reflejo perfecto de la mente y el carácter de Dios, su ley es un reflejo perfecto de lo mismo. Por ello fue que el rey David, un hombre conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22), escribió: “La ley del Eterno es perfecta, que convierte el alma” (Salmos 19:7).

La ley de Dios revela su forma de pensar y su camino, un camino que conduce a grandes bendiciones. Por medio de Moisés, él le dijo al antiguo Israel: “Y guarda sus estatutos y sus mandamientos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que el Eterno tu Dios te da para siempre” (Deuteronomio 4:40).

Esta promesa es reiterada en palabras similares en Deuteronomio 12:28: “Guarda y escucha todas estas palabras que yo te mando, para que haciendo lo bueno y lo recto ante los ojos del Eterno tu Dios, te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti para siempre”.

Por medio de Moisés, Dios les dijo a los israelitas que si obedecían su ley serían respetados y admirados por las naciones que los rodeaban: “Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como el Eterno mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta.

“Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está el Eterno nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Deuteronomio 4:5-8).

Salmos 119 –el capítulo más largo de la Biblia– es una extensa alabanza de gratitud a Dios por su ley y las bendiciones que brinda a todos los que viven según ella. ¡A todos aquellos que ven la ley de Dios negativamente les haría bien leer y estudiar cuidadosamente las palabras que Dios inspiró en este pasaje!

Un prejuicio muy antiguo en contra de las leyes de Dios

Estos pasajes y muchos otros dejan muy claro que Dios quiso que sus leyes fuesen una bendición tanto para los individuos como para las naciones. En dos extensos capítulos de la Biblia, Levítico 26 y Deuteronomio 28, Dios describe muchas bendiciones nacionales que serían derramadas sobre los pueblos por obedecer sus leyes y también las consecuencias (en forma de maldiciones) que caerían sobre quienes las rechazaran y desobedecieran.

Tomando en cuenta el hecho de que Dios con tanta frecuencia promete bendiciones por la obediencia a sus leyes, ¿cómo llegaron estas a ser consideradas de manera tan negativa, incluso entre iglesias y denominaciones que dicen ser cristianas?

La respuesta más concisa se encuentra en Romanos 8:7: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”.

Dada esta hostilidad innata hacia las leyes de Dios, tanto hombres como mujeres –incluyendo a muchos que se consideran profundamente religiosos– tratan de justificarse e ignoran la necesidad de vivir según las leyes de Dios.

Pero esto no es nada nuevo: se remonta a las primeras décadas de la Iglesia. A pesar de que Jesucristo le dijo claramente a la gente que no pensara que había venido a “abrogar la ley o los profetas” (refiriéndose a la porción de la Biblia que conocemos como el Antiguo Testamento), y también que “hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”, y aún más, “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos” (Mateo 5:17-19), algunas personas tergiversan incluso estas palabras para que sean interpretadas de manera diametralmente opuesta a lo que Cristo estipuló.

Cómo abusan algunos del don de la gracia de Dios

Una de las formas en que la gente ha intentado eliminar la necesidad de obedecer la ley de Dios es argumentando que la gracia hace que ello no sea necesario. Ellos razonan que como la gracia de Dios produce el perdón, uno puede continuar pecando y Dios continuará perdonando.

Judas, el medio hermano de Jesucristo, entendió que esto hace mofa de la gracia de Dios: “He deseado intensamente escribirles acerca de la salvación que tenemos en común, y ahora siento la necesidad de hacerlo para rogarles que sigan luchando vigorosamente por la fe encomendada una vez por todas a los santos”, escribió en cuanto a aquellos que estaban enseñando un mensaje diferente. “El problema es que se han infiltrado entre ustedes ciertos individuos que desde hace mucho tiempo han estado señalados para condenación. Son impíos que cambian en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Jesucristo, nuestro único Soberano y Señor” (Judas 3-4, Nueva Versión Internacional).

Al considerar la gracia de Dios como permiso para continuar una vida de pecado sin arrepentimiento, estos falsos maestros estaban abusando de la misericordia y el perdón de Dios. Cuando se continúa viviendo una vida pecaminosa, se hace burla del sacrificio de Jesucristo que paga el precio por nuestros pecados, básicamente negando al Maestro y Señor que entregó su vida por ellos.

El libro de Hebreos condena lapidariamente a quienes abusan de la gracia de Dios bajo la presunción de que ella nos permite continuar pecando: “Si después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no hay sacrificio por los pecados. Solo queda una terrible expectativa de juicio, el fuego ardiente que ha de devorar a los enemigos de Dios.

“Cualquiera que rechazaba la ley de Moisés moría irremediablemente por el testimonio de dos o tres testigos. ¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merece el que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha profanado la sangre del pacto por la cual había sido santificado, y que ha insultado al Espíritu de la gracia?” (Hebreos 10:26-29, NVI).

Claramente, ¡la gracia de Dios no nos da permiso para que continuemos pecando!

¿Salvados “solo por fe”?

Una frase teológica importante que surgió de la revolución protestante hace cinco siglos fue sola fide, o “solo por fe”. El monje católico Martín Lutero se opuso firmemente a ciertas enseñanzas y prácticas no bíblicas y corruptas de la iglesia romana de la que formaba parte, en particular la venta de “indulgencias” basadas en la idea de que la gente podía, mediante actos como pagos financieros, obsequios o servicio a la iglesia, disminuir su castigo o el de sus seres queridos en un supuesto “purgatorio” en la otra vida. Lutero condenó estas ventas como un medio engañoso para llenar las arcas de la iglesia y los bolsillos de sus líderes.

El objetivo de Lutero era reformar la Iglesia católica. Sin embargo, su disconformidad con las prácticas y enseñanzas católicas contagió a muchas otras personas, y cuanto más intentaba la iglesia romana acabar con la disidencia, más crecía esta. Con el tiempo, las críticas de Lutero dieron lugar a la Reforma protestante, un movimiento de rebelión que sí condujo a una reestructuración, aunque principalmente mediante el surgimiento de muchas iglesias protestantes nuevas en lugar de la principal iglesia dominante y universal (el significado de “católica”) que había existido previamente.

“Solo por fe”, el lema de Lutero, resumía su oposición no solo a prácticas como la venta de indulgencias y la noción de que la gente podía comprar su salvación celestial, sino también a la idea de que se requería algún tipo de obras para la salvación, incluyendo la obediencia a la ley de Dios.

Lutero insistió en que solo la fe era necesaria para la salvación, añadiendo “solo” a esta a pesar de que dicho concepto no aparece en ninguna parte de la Biblia. Él llegó a esa conclusión por lo que escribió el apóstol Pablo quince siglos antes, sin tener en cuenta lo que sus palabras significaron para su audiencia original del primer siglo. En realidad, el libro de Santiago afirma explícitamente que “el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2:24), ¡y por esto Lutero lo llamó “una epístola de paja” y argumentó que debía ser eliminada de la Biblia! (Veremos más acerca de Santiago en breve.)

Al combatir la idea equivocada de que uno puede ganarse la salvación por las obras, Lutero y los que apoyaron su causa se fueron al otro extremo. Así, de la Reforma protestante surgió la idea no bíblica de que la gracia es lo opuesto a la ley y la ley es lo opuesto a la gracia. En realidad, lo opuesto a la ley no es la gracia sino la anarquía, y lo opuesto a la gracia no es la ley sino la deshonra. ¡Siempre debemos leer la Biblia cuidadosamente y no saltar a conclusiones no respaldadas por las Escrituras!

La malinterpretación de “por gracia sois salvos por medio de la fe”

¿De dónde surgieron las perspectivas erróneas de Lutero y otros reformadores protestantes? En parte provinieron de la interpretación errónea de Efesios 2:8-9, que dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, no por obras, para que nadie se gloríe”.

Estos reformadores se valieron de este pasaje como prueba de que la salvación proviene de la gracia a través de la fe y no por las obras, y de ahí surgió el razonamiento de solo fide, “solo por fe”, de Lutero. Pero debieron haber leído un poco más adelante, ya que Pablo explica en el siguiente versículo: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (v. 10); esto quiere decir, como notamos anteriormente, “que las pongamos en práctica” (NVI).

Lutero estaba en lo correcto al decir que no somos salvos por las obras. No podemos ganar el don de salvación de Dios por medio de lo que hagamos o podamos hacer, incluyendo los actos de obediencia a la ley de Dios. Sin embargo, como Pablo dice claramente, todos fuimos creados “para buenas obras” y “para que anduviésemos en ellas”, ¡haciendo de estas buenas obras algo regular y habitual en nuestras vidas!

Por tanto, en vez de decir que las buenas obras son innecesarias para un cristiano, ¡Pablo afirma enfáticamente que las buenas obras son parte necesaria en la vida de un cristiano!

Lo que Pablo nos dice aquí es que “por gracia” –mediante el perdón misericordioso de nuestros pecados, por los cuales merecíamos la pena de muerte (Romanos 6:23)– hemos sido “salvados por medio de la fe . . .” ¿A qué fe se está refiriendo?

La palabra “fe”, al igual que “gracia”, tiene un amplio rango de significados. La intención específica debe ser discernida a partir del contexto. La fe a la que Pablo se refiere en Efesios 2 es una fe activa y viva. Nuestra confianza profunda en que Dios el Padre nos ha escogido personalmente para tener una relación mutuamente amorosa con él y con su Hijo Jesucristo, en la cual debemos andar en buenas obras con su ayuda, nos lleva a vivir según lo que creemos.

El significado es evidente, según lo que Pablo escribe en unos versículos más adelante: “Él vino y proclamó paz a ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban cerca. Pues por medio de él tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu. Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular.

“En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor. En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu” (vv. 17-22, NVI).

Como miembros de la familia de Dios, en los cuales Dios mora por medio de su Espíritu Santo, nuestras vidas deben caracterizarse naturalmente por buenas obras, porque estas reflejan la naturaleza y el carácter mismo de Dios viviendo en nosotros mediante su Espíritu. En Gálatas 5:22-23 Pablo describió así “el fruto del Espíritu” que se produce en nuestras vidas: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. ¡Estas características deben ser evidentes en la vida de un cristiano guiado por el Espíritu Santo!

La fe sin obras es muerta

Examinemos más a fondo lo que dice el libro de Santiago, el cual Lutero rechazó. Aquí el apóstol Santiago, el medio hermano de Jesucristo, dejó muy claro que las buenas obras deben ser evidentes en la vida de un creyente cristiano. Él pregunta: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (Santiago 2:14-16).

Santiago luego dice: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.

“¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? . . . Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe . . . Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:17-26).

Santiago y Pablo dan la misma explicación: la vida de un cristiano es transformada por la fe y una relación estrecha con Dios, y a través de su Espíritu que trabaja en la persona para desarrollar la naturaleza y el carácter de Dios en ella. Esta es la evidencia de que una persona está siendo verdaderamente convertida por la gracia de Dios.

La obediencia a Dios requiere que nos esforcemos

Cabe hacer notar que la mayoría de los teólogos protestantes actuales aceptan el libro de Santiago, pero bajo el argumento de que él simplemente dice que las buenas obras son automáticamente evidentes en la vida de un cristiano, no que se requiere algún tipo de esfuerzo de parte nuestra para ser salvos. Pero nuestro esfuerzo continuo es indudablemente un requisito.

Jesús dijo: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha” (Lucas 13:24, NVI). Hebreos 12:4 nos dice que debemos estar “combatiendo contra el pecado”, tal como Jesús lo hizo. Pablo además dice que debemos “proseguir a la meta” (Filipenses 3:14) y que en realidad peleamos, pero no “como quien da golpes al aire” (1 Corintios 9:26, NVI), y “teniendo una meta bien clara“ (Nueva Biblia Viva). Jesús, Pablo y Santiago eran enfáticos respecto a que debemos ser hacedores de la ley de Dios y no solo oidores (Mateo 7:21; Romanos 2:13; Santiago 1:22).

Como ya dijimos, esto no quiere decir que podemos ganar la salvación por medio de la obediencia, ya que necesitamos la gracia y la misericordia que Dios nos brinda gratuitamente por el perdón de los pecados que todos hemos cometido. Ninguna cantidad de buenas obras puede comprar nuestra entrada a la vida eterna en el Reino de Dios. Pero la falta de esfuerzo por continuar haciendo obras justas después de que nos hemos arrepentido nos dejará fuera del Reino de Dios.

Esto de ninguna manera nos hace ganar la salvación. La fortaleza, e incluso la motivación para obedecer provienen de Dios como otro aspecto de su gracia: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Esto significa que él “da el deseo y el poder para que hagan lo que a él le agrada” (NTV). No obstante, aún así podemos desviarnos de su camino y perder la salvación a pesar de lo que muchos afirman, por lo que debemos mantenernos fieles.

Es fundamental que permanezcamos sometidos a Dios, colaborando con lo que él está haciendo en nuestras vidas mediante una verdadera relación de sociedad con él. Como Pablo dijo, “para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí” (Colosenses 1:29). Aún así pecaremos ocasionalmente, lo que demuestra la continua necesidad del perdón de Dios a través de Cristo, pero ciertamente debemos arrepentirnos y continuar esforzándonos por obedecer (1 Juan 1:7-2:6).

Comprenda entonces que continuar en la gracia que nos salva es condicional y depende de nuestro continuo esfuerzo por vivir en obediencia a la ley de Dios. No obstante, podemos alcanzar esta meta si continuamos confiando en la gracia de Dios. EC