#333 - 2 Timoteo 1-2
"Cuida el evangelio; un obrero aprobado de la Palabra"
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#333 - 2 Timoteo 1-2: "Cuida el evangelio; un obrero aprobado de la Palabra"
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A pesar de estar en prisión y a punto de ser sentenciado a muerte, jamás se queja de su situación; en cambio, sigue con la mente puesta en alto y es valiente hasta el fin. ¡Qué gran ejemplo nos da para que afrontemos nuestras pruebas!
Si la fecha tradicional de la epístola es correcta, (alrededor del año 66 d. C.), y así parece ser, el terrible incendio en Roma del año 64 d. C. ya había ocurrido. Nerón, el malvado emperador, acusó falsamente a los cristianos de este incendio para desligarse de las acusaciones de que él lo había iniciado a fin de reconstruir Roma a su gusto. Por eso, el decreto de Nerón decía: "Si alguien confiesa ser cristiano, que sea ejecutado sumariamente como un enemigo convicto de la humanidad”. Así, miles murieron en esta primera gran persecución romana. Algunos fueron cosidos en pieles de animales y alimentados a las bestias, otros fueron crucificados y muchos terminaron como antorchas humanas para iluminar los jardines de Nerón.
Pablo, como líder del cristianismo, fue apresado y llevado a Roma. A pesar de ser un ciudadano romano, el juicio preliminar le fue adverso y ahora su ejecución solo era cuestión de tiempo. No obstante, uno de sus colegas, Onesíforo, lo buscó por toda Roma hasta hallarlo encadenado y resguardado por un soldado. Por eso, Pablo le escribió esta carta a Timoteo, su amado asistente, dándole ánimo y sus últimas instrucciones. Sus enseñanzas siguen muy vigentes para nosotros.
Él comienza: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, según la promesa de la vida que es en Cristo Jesús, a Timoteo, amado hijo: Gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Señor” (2 Timoteo 1:1-2).
Según su costumbre, Pablo se enfoca primero en su apostolado, que vino de Dios y no de los hombres. No puede olvidar las instrucciones que Cristo le dio camino a Damasco y las que le dio a Ananías: “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hch 9:15-16). Esto es un buen resumen de su vida. Él había resuelto mantenerse fiel hasta el final, porque sabía que heredaría, junto con los santos, “la promesa de la vida que es en Cristo Jesús”. Aquí está hablando de la vida eterna. Noten también que la gracia (el favor inmerecido), la misericordia (el perdón inmerecido) y la paz (la paz interior) solo vienen de parte de Dios Padre y Jesucristo, y no de alguna supuesta tercera persona en el cielo.
Luego añade: “Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (2 Timoteo 1:3-5). Vemos cuánto cariño sentía Pablo por él y cómo quería que fuera a verlo antes de morir. Lo alaba por esa “fe no fingida” de su abuela y su madre. Así, Timoteo era un cristiano de tercera generación que no había perdido el celo ni el amor por los caminos de Dios. ¡Qué lección para hoy!
Pablo le insta: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:6-7). Como Timoteo tenía buena estirpe religiosa, lo exhorta a no decaer sino a avivar el Espíritu de Dios que, al igual que el fuego, debe ser alimentado para que no se apague. Timoteo todavía era relativamente joven y tenía una naturaleza tímida, por eso Pablo debía animarlo a ser valiente y perseverante.
Le recuerda: “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles” (2 Timoteo 1:8-11).
Aunque estaba en una sucia cárcel, Pablo todavía podía elevar su vista e inspirarlo a enorgullecerse de su llamamiento y ministerio, que no vinieron por algo que había hecho, sino porque Dios había predestinado o pre-planeado los puestos en su obra y su Reino venidero, antes del inicio del tiempo. Estos puestos serían ocupados por los que fueran llamados, siempre y cuando se mantuviese fiel hasta el fin, pues es un privilegio, pero no una garantía. Luego dice que Cristo “quitó la muerte”, a pesar de que él pronto moriría, pero consideraba esa muerte sólo como un sueño temporal (1 Tesalonicenses 5:9-11). Como dijo Jesús: “No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed” (Lucas 12:4-5). Así, es la segunda muerte que él ya no teme y por eso dice que Cristo trajo la “inmortalidad” o la posibilidad de tener vida eterna, algo que no nacemos poseyendo, ni tampoco un alma inmortal.
Pablo afirma: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12).
Él sabe que puede depender de esas promesas para que guarde “su espíritu” (vea Lucas 23:46) hasta que llegue “aquel día”, o sea, el día de la venida de Cristo, cuando sucede esa primera resurrección.
Viéndose enfrentado a la muerte, Pablo le insta: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros” (2 Timoteo 1:13-14).
Lo que más le preocupa es que Timoteo siga transmitiendo fielmente esas verdades que Pablo recibió de Cristo y que ahora Timoteo recibe de él.
Luego Pablo tristemente revela por qué eso es tan vital: “Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia, de los cuales son Figelo y Hermógenes” (2 Timoteo 1:15).
El Comentario del Creyente explica la probable causa: “Es posible que los cristianos en Asia se desasociaran de Pablo cuando se enteraron de que había sido arrestado y encarcelado. Lo abandonaron en el preciso momento en que más necesitaba ese apoyo. Lo más razonable es que temieran por su propia vida y seguridad. El gobierno romano estaba buscando a todos los que querían propagar la fe cristiana, y el apóstol Pablo era uno de los líderes más conocidos. Cualquiera que se atrevía a contactarse públicamente con él sería acusado de ser un colaborador suyo”.
Por otra parte, Pablo recuerda la fidelidad de Onesíforo y su familia al decir: “Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas, sino que cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me halló. Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día. Y cuánto nos ayudó en Éfeso, tú lo sabes mejor” (2 Timoteo 1:16-18).
En vez de enfocarse en los que lo abandonaron, se fija en la lealtad de Onesíforo, y su familia (2 Timoteo 4:19). Él no se había avergonzado de las cadenas de Pablo y había arriesgado su vida al ministrarle en esa situación tan peligrosa. Por eso Pablo ora a Dios que esos hechos sean tomados en cuenta cuando ellos compadezcan ante el juicio de Cristo.
Entonces le recuerda a Timoteo: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:1-2).
Él enfatiza ese vital proceso de mentoreo mediante el cual él le entrega las verdades a Timoteo, que a la vez se las pasa a personas fieles que enseñan a otros, de una generación a otra. Es lo que nosotros también intentamos hacer hoy día.
Luego le exhorta: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado. Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero. Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo” (2 Timoteo 2:3-7).
Pablo usa tres magníficas ilustraciones para inspirarlo y animarlo a ser un buen y fiel ministro. Primero necesita el enfoque y la fortaleza de un soldado que no se deja distraer por cosas mundanas, sino cumple las instrucciones dadas por sus superiores. Luego, se requiere la disciplina de un atleta que se prepara cuidadosamente y sigue las reglas para calificar en su evento. De hecho, en los Juegos Olímpicos a los atletas se les exigía jurar que habían entrenado diligentemente por lo menos durante diez meses. Finalmente tenemos el ejemplo del paciente agricultor que debe trabajar arduamente por mucho tiempo antes de disfrutar los primeros frutos de su labor. Tales son los rigores de la vida ministerial, que exige un decidido enfoque para mantenerse fiel hasta el fin y disciplina para mantenerse cerca de Dios y su Palabra alejándose de los caminos del mundo. Solo mediante paciencia y dedicación al camino de Dios el ministro podrá cosechar las recompensas, ahora y en el futuro.
De hecho, Pablo aplicó los mismos principios en la cárcel y dice: “Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa. Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna” (2 Timoteo. 2:8-10).
Le recuerda el gran ejemplo que dejó Cristo al andar y sufrir como un hombre, “del linaje de David”, pero luego fue “resucitado de los muertos” y ahora se sienta a la diestra de Dios Padre. Esta verdad, dice, no está limitada por cadenas, como él. Por eso Timoteo tiene que seguir con la buena obra y Pablo debe seguir cuidando las ovejas de Dios hasta el fin para ayudarlas a que “obtengan la salvación,” pues eso se puede descuidar o perder.
Por eso dice: “Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; Si sufrimos, también reinaremos con él; Si le negáremos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:11-13).
Estas estrofas vienen de un himno cantado en ese entonces y muestra que la salvación es condicional, pues insta a mantenernos fieles hasta el fin. Si en el futuro negamos a Cristo, él también nos negará en el gran juicio. Si nos desviamos, él seguirá siendo fiel a su naturaleza divina y será un juez fiel y justo. Luego dice: “Recuérdales esto, exhortándoles delante del Señor a que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes. Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:14-15).
Ellos vivían en una sociedad supersticiosa y filosóficamente especulativa. Por eso Timoteo, como fiel obrero de la Palabra, solo debe enseñar sólidas verdades bíblicas. El término “aprobado” viene del griego dokimos, que significa ser probado y pasar el grado. La frase “que usa bien” la verdad viene del gr. orthotomeo, que quiere decir “cortar rectamente”, tal como arar derechamente un surco o manejar un barco por el centro del río. Como Dios dijo: “Mirad, pues, que hagáis como el Eterno vuestro Dios os ha mandado; no os apartéis a diestra ni a siniestra” (Deuteronomio 5:32).
Pablo le advierte: “Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad. Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos” (2 Timoteo 2:16-18).
“Gangrena” viene del griego gággraina – una enfermedad que pudre y se esparce. Himeneo y Fileto estaban diseminando falsa doctrina, y ya Himeneo había sido removido de la Iglesia (1 Timoteo 1:20). Ambos reclamaban que “la resurrección ya se efectuó”, probablemente refiriéndose a una resurrección “espiritual” (como en el bautismo) pero no una literal. En ese entonces, la enseñanza popular era que uno tenía un alma inmortal atrapada en el cuerpo y por eso la idea de una resurrección corporal era extraña. Así, era fácil formular herejías que rechazaban la resurrección del cuerpo (vea Hch 17:32; 1 Corintios 15:12).
Como explica el Comentario del Conocimiento Bíblico: “La herejía de Himeneo y Fileto probablemente consiste en que la resurrección era solo algo espiritual, como ocurría en el simbolismo del bautismo. Pero como Pablo mostró, la resurrección corporal es la base de la doctrina bíblica (1 Corintios 15:1-58). Sin ello, el edificio entero del evangelio colapsa. Con razón él decía que estaban trastornando la fe de algunos. De hecho, más tarde, fueron los gnósticos quienes se iban a aprovechar plenamente de esa idea para propagar muchas enseñanzas falsas.