#316 - 2 Corintios 10-13: "Falsos maestros identificados; la visión del tercer cielo"

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#316 - 2 Corintios 10-13

"Falsos maestros identificados; la visión del tercer cielo"

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Ellos portaban lo que parecía ser impresionantes recomendaciones de otros líderes de la iglesia, pero en realidad, eran cartas ilegítimas. Por eso, Pablo los ataca fuertemente en casi todas sus epístolas, pues venían como lobos disfrazados de ovejas para inyectar en la iglesia sus terribles herejías. Pablo los llama “falsos hermanos” y “falsos apóstoles”. 

Lo que más le preocupa a Pablo es que algunos hermanos estaban cayendo en la trampa. Estos falsos apóstoles vinieron del grupo que inició Simón el Mago. Simón el Mago fue bautizado e instruido por Felipe y tuvo contacto con los grandes apóstoles, Pedro y Juan (Hechos 8:13-18). Simón podía legítimamente reclamar que era uno de los cristianos originales de la iglesia. Con estas credenciales, podía enviar a los suyos para engañar a los hermanos. Dios detestaba este engaño, que fue muy real en los tiempos de Pablo y los demás apóstoles. 

Cristo felicita a los verdaderos apóstoles por haber desenmascarado a los falsos maestros: “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos”. Algunos de los seguidores de este Simón venían de Israel-de Samaria o de Judea. Podían hablar en arameo y en hebreo. La mayoría eran circuncidados, tal como eran los samaritanos, y conocían íntimamente el Antiguo Testamento. Tenían una mezcla de creencias que provenía de Babilonia y de la Biblia. Por eso Dios llama a este sistema: Misterio, Babilonia la Grande (Apocalipsis 17:5). Era un sistema muy astuto que se disfrazaba como si fuera el verdadero cristianismo, y por eso engañaba a tantos. Pero en realidad, eran lobos disfrazados en piel de ovejas, tal como predijo Cristo. 

Pablo fue uno de los primeros de los apóstoles que los desenmascaró. Dice: “Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo que estando presente ciertamente soy humilde entre vosotros, mas ausente soy osado para con vosotros; ruego, pues, que cuando esté presente, no tenga que usar de aquella osadía con que estoy dispuesto a proceder resueltamente contra algunos que nos tienen como si anduviésemos según la carne” (2 Corintios 10:1-2). 

Pablo tenía la autoridad para actuar fuertemente, pero no lo hizo. En vez, deseaba mantener esa ternura y mansedumbre hacia los hermanos. Era el espíritu de Cristo en él que lo hacía tener esa paciencia y misericordia. Él sabía quién estaba detrás de estos ataques contra él, y de dónde venían esas actitudes hostiles: de Satanás. Contra él se debía librar esa lucha espiritual. Dice: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta” (2 Corintios 10:3-6). Esa lucha estaba dirigida en forma específica a los falsos maestros, usados por Satanás, para engañar a los hermanos con argumentos astutos. Hasta que venga Cristo, siempre existirá esa lucha espiritual entre los seguidores de las verdades de Dios y estos obreros fraudulentos de un pseudo-cristianismo. 

Pablo le advierte a los hermanos que se están dejando engañar. Los amonesta: “Miráis las cosas según la apariencia. Si alguno está persuadido en sí mismo que es de Cristo, esto también piense por sí mismo, que como él es de Cristo, así también nosotros somos de Cristo. Porque aunque me gloríe algo más todavía de nuestra autoridad, la cual el Señor nos dio para edificación y no para vuestra destrucción, no me avergonzaré; para que no parezca como que os quiero amedrentar por cartas. Porque a la verdad, dicen, las cartas son duras y fuertes; mas la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable” (2 Corintios 10:7-10). 

Parece que, en realidad, uno de los puntos débiles de Pablo era su apariencia física. De una descripción que tenemos de él del segundo siglo, era de baja estatura, calvo, con nariz aguileña, y de piernas arqueadas. No se sabe si esta descripción es cierta o no, pero la Biblia sí nos dice que algunos lo menospreciaban por tener una “presencia corporal débil”. Además, los falsos maestros acusaban a Pablo de ser cobarde, pues decían que era valiente cuando estaba lejos y cuando escribía, pero al estar cerca, no se atrevía a mostrar su autoridad. Pablo explica que esto no era debilidad, sino que era el amor y la paciencia que tenía con ellos. Les advierte que sería mejor no verlo ejerciendo esa autoridad. 

También Pablo los censura por estar comparándose entre ellos mismos, en vez de compararse con Cristo. Les dice: “Porque no nos atrevemos a contarnos ni compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, comparándose consigo mismos, no son juiciosos. Pero nosotros no nos gloriaremos desmedidamente, sino conforme a la regla que Dios nos ha dado por medida (Jesucristo), para llegar también hasta vosotros” (2 Corintios 10:12-13). Los falsos maestros se estaban comparando entre ellos, e instaban a los hermanos igualmente. Así podían hacer que los hermanos se sintieran inferiores a ellos. Pablo tiene el remedio para evitar esas comparaciones dañinas a la fe, si alguien se quiere comparar, que se compare con Cristo (2 Corintios 10:13) y “el que se gloría, gloríese en el Señor; porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios 10:17). 

Pablo ahora ataca frontalmente a estos falsos apóstoles. Les dice a los hermanos: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, y otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis, y pienso que en nada he sido inferior a aquellos grandes apóstoles. Pues aunque sea tosco en palabra, no lo soy en conocimiento” (2 Corintios 11:2-6). 

Aquí muestra Pablo su gran humildad, que proviene de estar lleno del Espíritu Santo. Él no tenía que ser tan paciente, y tenía todo el derecho para imponer su autoridad. En vez, Pablo fue humilde, paciente, y a veces hasta parecía débil, pero era por el gran amor que tenía por los hermanos. No quería dañar la oportunidad que tenían hacia la salvación. Les dice que, al principio, ni siquiera quería recibir diezmos u ofrendas de ellos para que no pensaran que tenía el dinero en mente. En vez, despojó a otras iglesias para recibir su salario (2 Corintios 11:8-10). 

Como pastor, Pablo sentía gran indignación por la forma que algunos hermanos eran seducidos por estos falsos maestros. Noten aquí que los falsos ministros predicaban a “otro Jesús”, y tenían “otro espíritu”, es decir, no el Espíritu Santo de Dios, sino el del mundo. Este “otro Jesús” no era el descrito en las Escrituras, sino un Jesús místico, quizás un poco afeminado, que sólo hablaba de la gracia de Dios y no consideraba muchos los mandamientos de su Padre. Judas habla de estos falsos maestros que, “convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios” (Judas 4). 

Pablo ahora va a desenmascarar a estos falsos maestros. Dice: “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Corintios 11:13-15). 

En el libro, Babilonia, Misterio Religioso, Ralph a Woodrow escribe: “Satanás no aparece como un monstruo con cuernos, una larga cola y una horquilla. ¡No! Para engañar al pueblo, él aparece como un ángel de luz” (2 Corintios 11:14). Igualmente, cuando quería continuar el viejo paganismo, Satanás sabía que para engañar al mundo tendría que seguir haciéndolo oculto tras un disfraz, de modo que poco a poco los hombres mezclaran el paganismo babilónico con el cristianismo. Esto lo hizo suavemente, a lo largo de muchos años hasta que el paganismo se estableció en lo que terminó llamándose la Iglesia, ataviada ahora con otras vestiduras que aparentan ser ‘cristianas’. Jesús mismo nos previno de “falsos profetas… con vestidos de ovejas… mas que por dentro son lobos rapaces” (Mateo 7:15). De esta forma los lobos paganos se pusieron las vestiduras cristianas y esta ingeniosa mezcla ha engañado a millones. Pero es como si tratáramos de quitar la etiqueta que muestra los huesos cruzados de la muerte en una botella de veneno y la sustituyéramos por una etiqueta de dulces o chocolates. Esto no cambia su contenido. El veneno sigue siendo tan peligroso como antes. Así de peligroso es también el paganismo, no importa cómo luzca por fuera. Debido a la forma ingeniosa en que el paganismo se fue mezclando con la cristiandad, el verdadero origen babilónico del cristianismo apóstata se escondió llegando a ser un misterio, ‘Misterio, Babilonia la Grande’ (p. 255-256). Pero, cómo señala Woodrow, tal como lo hace un detective al buscar los datos y las claves para resolver un misterio, se pueden hallar las claves históricas y bíblicas para identificar a este falso sistema. Es uno de los propósitos de esta serie. 

Veamos ahora algunas de las claves que Pablo entrega para identificar a estos falsos apóstoles. Dice: “¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? También yo. ¿Son ministros de Cristo?... Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces” (2 Corintios 11:22-23). Estos falsos hermanos que se habían mezclado entre otros hermanos, en realidad eran infiltrados. Algunos provenían de Jerusalén o sus alrededores, y habían conocido a los 12 apóstoles originales. Se jactaban de esos contactos, pero cuando Santiago habló de ellos, dijo: “Por cuanto hemos oído de algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley [ritual]” (Hechos 15:24). Pablo llama a este grupo, “falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban a espiar nuestra libertad” (Gal 2:4). Pablo sería uno de los primeros que identifica a estos infiltrados como parte del movimiento satánico que llama “el misterio de la iniquidad” (2 Ts 2:7). Era un sistema babilónico, gnóstico, y seudo-cristiano.

Ahora Pablo habla de sus credenciales, no de letras de recomendaciones fraudulentas, sino de sus labores en Cristo. Dice: “De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno” (2 Corintios 11:24). Leemos en Deuteronomio 25:1-3 el reglamento para castigar a un delincuente: “Y si el delincuente mereciere ser azotado, entonces el juez le hará echar en tierra, y le hará azotar en su presencia; según el delito será el número de azotes. Se podrá dar cuarenta azotes, no más; no sea que, si lo hirieren con muchos azotes más que éstos, se sienta tu hermano envilecido delante de tus ojos”. Los rabinos interpretaron esta ley de la siguiente manera, que sería la forma que fue Pablo azotado cinco veces distintas: “Deben amarrar las dos manos en dos pilares, y el encargado de la sinagoga debe abrir las vestiduras del reo y tomar el azote, un látigo con cuatro cuerdas de cuero, tan largas que cuando es azotado el reo, las cuerdas deben llegar desde su hombro hasta su ombligo. Lo azotará 13 veces de frente, y 26 veces la espalda, y debe azotarlo con toda su fuerza. Si el reo muere por esto, el suministrador del castigo queda inocente. Pero si le pega más de los cuarenta azotes, y muere, entonces el que lo administra debe huir en exilio. Por eso se azota sólo 39 veces, para no pasarse por error de los 40”. 

Pablo sigue: “Tres veces he sido azotado con varas” (2 Corintios 11:25). Esto fue por las autoridades romanas, y aunque Pablo era ciudadano romano, a veces la turba prevalecía como pasó en Filipos (Hechos 16:23). 

Continúa Pablo: “Tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar” (2 Corintios 11:25). Navegar por mar en ese entonces era más peligroso que andar por los caminos. “Como disfruto”, escribió el poeta romano Lucrecio, “estar a la orilla de la playa y observar a los pobres marinos luchar contra el mar”. Tenemos el relato de otro naufragio más que tuvo Pablo en Hechos 27. Con razón Séneca dijo: “Ya me pueden convencer de cualquier cosa, pues me persuadieron navegar por mar”. Y eso no fue lo único que pasó Pablo. Dice: “En peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se hace tropezar, y yo no me indigno?” (2 Corintios 12:26-29). Pablo tenía suficientes “credenciales” para que dudaran de su ministerio. 

Es más, ahora les muestra el favor que Dios le dio: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo… al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar… Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera, respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:2-10). 

Pablo revela que tuvo una visión de parte de Dios que parecía tan real que era como si en verdad estuviera en el tercer cielo, el lugar donde moran Dios el Padre y Dios el Hijo. Hay tres cielos descritos en la Biblia: el primer cielo, nuestra atmósfera, donde vuelan los pájaros (Génesis 1:20). El segundo cielo es el espacio sideral, donde están todas las estrellas y las galaxias (Génesis 1:14-17). El tercer cielo es donde mora Dios el Padre y el Hijo, y los distintos ángeles (Apocalipsis 4:2-11). A Pablo se le permitió ver cómo era ese tercer cielo, y se le dijeron ciertas cosas que eran para él solo. Pero cada don de Dios tiene su contrapeso para que uno no se envanezca, y Pablo tuvo que recibir una molestia en su carne para que se mantuviera humilde. Se cree que era un malestar en los ojos, pues cuando fue a Galacia, los hermanos allí se compadecieron tanto de su enfermedad ocular que “si hubieseis podido, os hubierais sacado vuestros propios ojos para dármelos” (Gálatas 4:15). Luego dice que su vista era tan mala que no podía escribir las letras más pequeñas. Comenta: “Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano” (Gálatas 6:11). Pablo oró tres veces para que fuese totalmente sanado, y Dios le dijo que “no”. A veces las enfermedades tienen un propósito, y Pablo supo que era para que no se envaneciera. 

Pablo sigue humilde hasta el final. Quiere que rechacen a los falsos maestros antes de que él venga. Dice: “Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero… que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes; que cuando vuelva, me humille Dios entre vosotros, y quizá tenga que llorar por muchos de los que antes han pecado, y no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y lascivia que han cometido”. 

Los insta a examinarse espiritualmente para poder enmendarse. “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5). Pablo sabe que es mejor que la persona misma se corrija a tiempo en vez de esperar a ser corregida. Dice: Por esto os escribo estando ausente, para no usar de severidad cuando esté presente, conforme a la autoridad que el Señor me ha dado para edificación, y no para destrucción” (2 Corintios 13:10). 

Pero Pablo no quiere terminar, a pesar de los muchos problemas que hay en Corinto, en forma negativa. Concluye diciendo: “Por lo demás hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros. Saludaos unos a otros con ósculo santo. Todos los santos os saludan. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén” (2 Corintios 13:11-14).