#295 - 1 Juan 2-5: "Los anticristos; las tres pruebas clave de la fe"

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#295 - 1 Juan 2-5

"Los anticristos; las tres pruebas clave de la fe"

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Como vimos al comienzo de la epístola de Juan, lo primero que hace Juan es desenmascarar a los falsos maestros por medio de tres pruebas claves de la fe que distinguen al verdadero cristiano del falso, (1) saber lo que es Dios, el Padre y el Hijo, y lo que es el pecado, la transgresión de la santa ley de Dios, y con Jesús como su abogado defensor, confesar esas transgresiones ante Dios; (2) saber que se deben guardar todos los mandamientos de Dios (3) y saber que la práctica del compañerismo cristiano es dentro de la iglesia.

Recuerden que el falso sistema que están combatiendo los apóstoles no es el gnosticismo en sí, que es un movimiento menor que pronto desaparecería, sino el sistema que inició Simón el Mago y que eventualmente llegaría a ser la Iglesia Católica Romana (para más información, vea el estudio #271). Ese sí sería el sistema peligroso que Dios profetiza tendría gran éxito en el mundo [y no una iglesia gnóstica]. En Apocalipsis 17 es simbolizado como una mujer impía que reinaría sobre gran parte del mundo hasta que Jesús regrese. Es cierto que durante ese “siglo perdido” (70-170 d.C.) del que hablan los historiadores, este sistema logró encubrir sus huellas con bastante astucia, destruyendo o cambiando muchos de los documentos históricos que podrían delatarlo. Luego de cambiar las doctrinas básicas y atacar ferozmente a todos los que la cuestionan o se le oponen, se presentaría como la supuesta iglesia apostólica. 

A los comentaristas bíblicos no les conviene delatarla, pues ellos mismos pertenecen a iglesias protestantes que salieron de la misma Iglesia Católica, y se incriminarían a ellos mismos al seguir muchas de las mismas doctrinas falsas. En cambio, la verdadera iglesia rastrea su historia desde su jefatura en Jerusalén y no en Roma, a través del apóstol Juan en Éfeso, y luego su sucesor, Policarpo y más tarde, Polícrates, todos quienes combatieron a esa naciente Iglesia Católica y como muestra la historia, ellos siguieron guardando el sábado, las Fiestas Santas y las demás doctrinas apostólicas.

Ahora Juan revela que falsos maestros habían estado dentro de la iglesia, pero gracias a tres pruebas claves, pudieron ser descubiertos y expulsados (Apocalipsis 2:2). Les explica a los hermanos que no deben alarmarse, pues Jesús mismo profetizó que vendrían falsos maestros entre ellos y así se probaría la fidelidad de los miembros. Jesús dijo: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán...Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:4-5, 13). También Pablo advirtió: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20:29-30). Juan anuncia que esos falsos maestros ya han llegado y los llama precursores del Anticristo que vendrá en los tiempos del fin. Anuncia: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo” (1 Juan 2:18). Explica Vine: “Anticristo puede significar ‘en contra de Cristo’ o ‘en lugar de Cristo’, o también una combinación de las dos cosas. Wescott lo traduce: ‘uno que, disfrazándose como Cristo, se opone a Él’ (Diccionario Expositor, p. 62).

Juan continúa: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:19). Aquí Juan revela que los falsos maestros o hermanos en un momento dado habían pertenecido a la iglesia. En cambio, los gnósticos venían de afuera de la iglesia, pero este otro sistema que llegó a ser el católico era más parecido al verdadero y mucho más peligroso

Juan refuta la idea de que hay que mantener a toda costa a las personas dentro de la iglesia, pues explica que siempre habrá algunos que “están con nosotros, pero no son de nosotros”. Dios siempre está limpiando a su iglesia (Juan 15:1-4). Hay personas que no se convierten totalmente y se dejan engañar. Tarde o temprano, se verán quiénes son. Juan dice que un verdadero miembro va a permanecer fiel dentro de ella, no porque las personas allí sean perfectas o porque todo sea de su gusto, sino porque allí es donde: (1) están las verdaderas creencias, (2) está la verdadera actitud de temor a Dios y humildad dada por el Espíritu Santo, y (3) porque allí se está haciendo la Obra de Dios de llevar el verdadero evangelio como testimonio a todas las naciones. Juan está seguro de que los que tienen el Espíritu Santo de Dios seguirán en la verdad y no se dejarán engañar. Explica: “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas. No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad” (1 Juan 2:20-21). 

Luego Juan les advierte a los hermanos acerca de una creencia falsa: “¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. Lo que habéis oído desde el principio [de los apóstoles], permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna. Os he escrito esto sobre los que os engañan” (1 Juan 2:22-26). 

De aquí surgen dos antiguas herejías que todavía existen en diferentes formas. (1.) Hay algunos que creen en Jesús, pero enseñan que no es divino. Por ejemplo, los Testigos de Jehová no creen que Jesús es divino y eterno, sino que fue creado por Dios. Otra manifestación de esta herejía es la Trinidad, al considerar que el Espíritu Santo es una persona divina, y así niegan que uno permanece solo “en el Hijo y en el Padre”. (2.) La otra herejía es la inmortalidad del alma, pues Juan aquí aclara que la promesa de Dios es recibir la vida eterna, no que uno ya la tiene. Juan les advierte a los hermanos no creer esas mentiras. Dice: “Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados. Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1 Juan 2:28-29). Nos insta a retener las verdades originales para que cuando Jesús vuelva, podamos ser parte de la primera resurrección y no alejarnos avergonzados de Él. 

Juan luego pasa a otro tema que explica el proceso para entrar en el reino de Dios. Dice: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios, por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:1-2). 

Juan describe aquí las dos etapas de la salvación. La primera empieza con el bautismo, cuando iniciamos ese proceso. Somos hijos de Dios, porque ya tenemos el Espíritu Santo en nosotros y es el primer depósito para entrar en el reino. Pero falta la segunda etapa, que es cuando perseveramos hasta el fin y nacemos en el futuro reino de Dios como hijos glorificados. Entonces seremos “semejantes a él” es decir, tendremos el mismo tipo de cuerpo espiritual que tiene Jesús y seremos hermanos menores de él e hijos divinos de Dios el Padre. Esta es una verdad bíblica que el mundo cristiano rechaza. 

Juan explica que, para entrar en ese reino, debemos cumplir la segunda prueba de la fe—el estar guardando los mandamientos de Dios. Dice: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. Todo aquel que comete pecado [gr. hamartía] infringe también la ley; pues el pecado [gr. anomos] es infracción de la ley. Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él”. Juan usa dos términos para definir el pecado—hamartía o “errar el blanco” y anomos, “no tomar en cuenta la ley de Dios”. Mientras que hamartía normalmente se refiere a la transgresión de una ley específica, anomía significa violar la ley de Dios en general, como un estilo de vida. 

Juan explica que nadie que peca así puede ser un verdadero cristiano: “Todo aquel que permanece en él, no peca [no sigue en pecado]; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio” (1 Juan 3:6-9). En esta segunda prueba vemos que el verdadero cristiano va a luchar contra el pecado y va a obedecer los mandamientos de Dios.

Además, cumplirá con la tercera prueba, al practicar el verdadero compañerismo en la iglesia. “Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros… Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano [en la iglesia], permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida [no está convertido]; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:11-15). Juan explica que ese amor debe ser mostrado no sólo con palabras sino con las obras. “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:17-18). En Santiago 2 tenemos el mismo principio —la verdadera fe se muestra por las obras. Se van a ver esas obras que Dios hace en uno y nos preocuparemos por los hermanos enfermos o necesitados. Debido a ello, Dios contestará las oraciones: Dice: “Y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él...Y el que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (1 Juan 3:22-24). 

Luego, Juan nos explica cómo saber si algo viene del Espíritu de Dios o de Satanás y sus demonios, que a veces se disfrazan como ángeles de luz. Dice: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1). ¿Cómo se pueden probar los espíritus, si proceden de Dios o de los demonios? Juan contesta que se puede saber al someterlo a las tres pruebas claves que ya ha entregado. He aquí la primera: “En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo. Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:2-4). La primera prueba es saber lo que es Dios, pues aquí se ataca un concepto de la Trinidad. Según esta doctrina, el Verbo, como una hipóstasis (manifestación) de Dios, permaneció arriba en el cielo mientras su emanación, en forma de Jesucristo, estaba aquí en la tierra. Ellos no creen que el Verbo realmente descendió y estuvo separado de Dios el Padre al estar aquí “en la carne”. No creen que Jesús estuvo realmente muerto tres días y tres noches, pues aseguran que su hipóstasis o presencia, siempre estuvo al lado del Padre. Esta es una forma de negar al Hijo y al Padre.

Juan también sabe que los que permanecen en la iglesia reconocerán su autoridad y seguirán sólo las enseñanzas apostólicas. Dice escuetamente: “Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye. Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error” (1 Juan 4:5-6). La tercera prueba muestra si están “oyendo o no” a Juan. Dice: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8). Todo el que se bautiza sinceramente en la verdadera iglesia va a mostrar ese amor hacia los hermanos, pues la principal característica del Espíritu Santo es el amor, o en gr. ágape, que es el amor que se auto sacrifica por Dios y los de la fe. Dios mismo dio el ejemplo máximo de ese autosacrificio al entregar a su Hijo por nuestros pecados. 

Si tenemos ese amor en la iglesia, tendremos confianza ante el juicio. Explica: “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día de juicio; pues como él es, así somos nosotros [con ese amor fraternal] en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo [por una conciencia culpable]. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso” (1 Juan 4:17-19).

Juan ahora reitera la segunda prueba: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:2-3). El término “gravoso” viene del gr. barus, o “pesado” que Jesús usa al decir de los fariseos: “atan cargas pesadas y difíciles de llevar” (Mateo 23:4). En cambio, Juan dice que los mandamientos de Dios no son pesados, sino placenteros y provechosos para guardar.

Juan vuelve a la primera prueba para refutar a los que niegan que Jesús realmente vino en la carne para pagar por nuestros pecados. “Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre” (1 Juan 5:6). Algunos falsos maestros negaban que Jesús realmente “sufrió en la carne” pues creían que su “hipóstasis” o espíritu seguía en el cielo, pero no fue así. El Verbo realmente murió por completo durante tres días y tuvo que ser resucitado por Dios el Padre. Esto refuta la idea de la Trinidad. 

Ahora aparecen los únicos versículos falsos en la Biblia, (partes de 1 Juan 5:7-8) que fueron añadidos siglos más tarde que el original, como todos los eruditos reconocen hoy día. Versículos 7 y 8 dicen: “Porque tres son los que dan testimonio [en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra]”. Todas las palabras en cursivas no son parte del texto bíblico original y deben ser tachadas de nuestras Biblias. 

¿Cómo surgió semejante error? Hasta La Biblia de Jerusalén, que es una Biblia católica, admite: “El texto de los vv. 7-8 está recargado en la Vulgata por un inciso (más abajo, entre paréntesis) ausente de los manuscritos griegos antiguos, de las antiguas versiones y de los mejores manuscritos de la Vulgata, y que parece una glosa marginal introducida tardíamente en el texto”. Explica Robertson: “Erasmo no incluyó ese texto en su primera edición del Nuevo Testamento, pero neciamente declaró que lo incluiría si encontraban algún manuscrito griego que lo tenía. Y de repente, como si fuera hecha a pedido, se fabricó el manuscrito griego #34 (del tiempo de Erasmo) con esa adición. Así llegó ese texto a la versión del Texto Recibido por la estupidez de Erasmo” (Imágenes del Nuevo Testamento, 1 Juan 5:7).

Estos falsos versículos ni siquiera encajan en el contexto, pues ¿cómo pueden dar testimonio de Jesucristo, el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, ya que el Verbo es el mismo Jesucristo? Los que dan testimonio de Jesucristo, como dice el original, son el Espíritu, el agua y la sangre. El primer testimonio fue cuando el poder del Espíritu descendió físicamente sobre Él; el segundo testimonio fue durante el bautismo en agua, cuando Dios el Padre dijo que estaba complacido de Él, y el tercer testimonio fue por la sangre que derramó al sacrificarse y entregar su vida por nosotros. 

Juan explica: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios. Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:13-14). Tenemos que pedir no de acuerdo con nuestra voluntad, sino de acuerdo con la de Dios

Además, Juan aclara que, si no seguimos cumpliendo con las tres pruebas de un verdadero cristiano, podemos ser desechados al cometer el pecado de muerte. Dice: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte” (1 Juan 5:16-17). El pecado de muerte (o que llevará a la segunda muerte) se comete al apartarse definitivamente del camino de Dios y, como los falsos maestros, volverse en su contra. También es llamado “el pecado imperdonable” en Mateo 12:32 al rechazar el Espíritu de Dios. Pablo explica: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (Hebreos 6:4-6). Jesucristo no se sacrificará dos veces por uno. Por eso tenemos una sola oportunidad para recibir el perdón, bautizarnos y dirigirnos al reino de Dios. Si abandonamos el camino y no deseamos el perdón de Dios nos aguarda “una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:27). 

Juan termina amonestándonos a permanecer en la fe, y así obtener la vida eterna. También nos advierte de rechazar los ídolos (1 Juan 5:21), pues ya la iglesia falsa estaba introduciendo imágenes [de Simón el Mago, pero decían que era de Pedro] y supuestos símbolos cristianos [como crucifijos] que serían doctrinas de la Iglesia Católica.