#294 - 1 Juan 1-2: "Las tres pruebas para detectar los falsos maestros"

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#294 - 1 Juan 1-2

"Las tres pruebas para detectar los falsos maestros"

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Lamentablemente, al tener en nuestras Biblias las epístolas de los apóstoles en el orden equivocado, solemos empezar por donde debemos terminar. Cuando se estudian las epístolas en su orden inspirado, las doctrinas bíblicas se desarrollan en forma natural desde lo más general a lo más específico. Una analogía nos puede ayudar a entender este principio con el siguiente gráfico de un árbol doctrinal que va desde las raíces (Santiago—lo más básico), al tronco (Pedro, Juan y Judas), y luego las ramas, o los detalles (Pablo):

Recuerden que por los primeros cuatrocientos años, en su gran mayoría, las epístolas de Pablo venían al final y no al principio de las epístolas de los apóstoles, como escribe el historiador Giuseppe Seggala: “La carta escrita por Atanasio para la Pascua del año 367, es precisamente obra del obispo de Alejandría. En esta carta se enumeran ‘sin vacilación’ la Escritura del Nuevo Testamento: los cuatro Evangelios; los Hechos de los apóstoles; las llamadas siete cartas católicas de los apóstoles (Santiago, Pedro, Juan y Judas); las catorce de Pablo; y el Apocalipsis. Este catálogo, dieciocho años más tarde, el año 385, será aceptado por Jerónimo y divulgado por él en occidente a través de su traducción oficial latina (la Vulgata) ... Las definiciones posteriores de los concilios, hasta el de Trento (1546), no dijeron nada nuevo respecto al canon del Nuevo Testamento, definido ‘sin vacilaciones’ por Atanasio en el año 367” (Panoramas del Nuevo Testamento, 1989, pp. 469-470).

Así, el actual ordenamiento erróneo de las epístolas nos obliga a estudiar primero “las pequeñas ramas doctrinales”, donde uno puede confundirse, para pasar luego a las más importantes “raíces y el tronco doctrinal”, que son verdades claras que sostienen esas ramas. Hasta Pablo nos ayuda a entender este principio al comparar a los gentiles cristianos con las ramas de un olivo silvestre que fueron injertadas en un olivo cultivado. Dijo: “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo [la historia y las verdades bíblicas del pueblo de Dios], no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti” (Romanos 11:17-18). 

Pablo jamás consideró que los gentiles cristianos eran un grupo o una iglesia aparte de los judíos cristianos, sino más bien que todos eran parte de “un solo olivo”, o una sola iglesia, y que los gentiles conversos entraron en el Israel espiritual (Gálatas 6:16). Pablo también les aclaró a los gentiles cristianos: “Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea” (I Tesalonicenses 2:14). 

Por eso Dios ordenó las epístolas en el Nuevo Testamento de tal manera que pusieran primero el énfasis en lo básico y luego en lo complejo. Estas verdades básicas fueron entregadas por los apóstoles originales (Pedro y Juan) o los hermanos conversos de Jesús (Santiago y Judas). En ellas están expuestas las doctrinas troncales del verdadero cristianismo, o como Judas dijo: “la fe que ha sido una vez dada a los santos [es decir, por Jesús y sus apóstoles]” (Judas 3). Luego, para mayor detalle y para entender cómo aplicar las enseñanzas bíblicas a los gentiles cristianos tenemos las epístolas de Pablo. Pero no constituyen la base de la fe, pues como advirtió Pedro, “hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen… para su propia perdición” (2 Pedro 3:16). Fácilmente se pueden mal entender las epístolas de Pablo y por eso son ramas doctrinales, pero no las troncales

Por ende, las epístolas de Juan continúan desarrollando el “tronco doctrinal” que ya dieron Santiago y Pedro. Como veremos, esta epístola se complementa maravillosamente con esas anteriores. 

Lo primero que llama la atención de esta epístola es que Juan ni siquiera tiene que identificarse, pues es tan bien conocido por todos los hermanos. Empieza: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido” (1 Juan 1:1-4). 

Como Juan era ya muy anciano y probablemente era el único apóstol que quedaba vivo entre los Doce, ni siquiera tiene que mencionar su nombre, sino que va directamente a la fuente de su autoridad sobre ellos. Testifica que él personalmente estuvo con Jesús, lo vio, lo escuchó y hasta palpó las heridas de un Jesús resucitado, “el Verbo de vida”. En la Biblia hay tres comienzos. El de Génesis 1:1, que cuenta que Dios creó el universo “en el principio”. Luego en Juan 1:1, que nos cuenta la relación que tenía el Padre y el Verbo “en el principio”. Y ahora Juan dice que él vio, escuchó y palpó ese mismo “Verbo” que estaba “en el principio”. ¡Vaya autoridad! Por eso, Juan no recibió estas verdades de segunda mano, sino directamente de Jesús, y por eso puede hablar con tanta convicción. 

Pedro también usó esta misma base cuando dijo: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (2 Pedro 1:16). Todos estos apóstoles fueron testigos oculares de los hechos y por eso quieren compartir esa verdadera fe con nosotros. 

Juan explica que el propósito de la epístola es para que tengan una fuerte comunión con los apóstoles al seguir sus enseñanzas troncales y para que desarrollen una estrecha comunión o relación con Dios el Padre y con Jesucristo, pues los falsos maestros estaban torciendo esas doctrinas y desviando la fe de muchos

Además, noten una prueba importante aquí que no existe tal relación con una supuesta tercera persona como dicen del Espíritu Santo. Juan enfatiza: “y nuestra comunión [del gr. koinonía “tener en común”] verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”. Sería un terrible insulto si existiera una tercera persona divina y no se tomara en cuenta en esta comunión, pero como no existe, no hay problema.

Juan luego explica algunos de los atributos de Dios el Padre y de Jesucristo para que podamos conocerlos mejor y tener esa confianza con ellos. “Este es el mensaje que hemos oído de él [Jesús], y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado [del gr. parakletos, “el que defiende el caso”] tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación [o el sacrificio] por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 1:5-10). Noten que el “parakletos” aquí es Jesús.

Aquí vemos la primera herejía que Juan ataca y que afectaba a algunos miembros de la iglesia, la creencia de que en realidad no tenían nada de qué arrepentirse, pues los pecados eran automáticamente perdonados por la gracia. Muchos comentaristas están perplejos al no poder identificar a estos falsos maestros. La mayoría piensa que se refiere a los gnósticos, pero este movimiento en gran parte surgió más tarde que la fecha de esta epístola. 

Sin embargo, la Biblia misma nos entrega la respuesta de quiénes eran estos herejes. El Nuevo Testamento identifica al primer y más peligroso hereje como Simón el Mago que quiso ser uno de los apóstoles y estuvo dispuesto a pagar por ese privilegio (Hechos 8:18-19). Pedro lo rechazó, y fue expulsado de la iglesia. La historia posterior relata que Simón no se detuvo, sino que formó su propia organización “cristiana” que más tarde llegaría a ser la Iglesia Católica, y de allí surgen las herejías mencionadas por Juan.

Las mismas cosas que Juan está atacando son las que los escritores del siglo dos le atribuyen a Simón el Mago. En La Historia de la Iglesia, Philip Schaff comenta sobre Simón Mago: “De acuerdo al testimonio unánime de la historia antigua, Simón Mago fue el autor o el primer representante de un paganismo “bautizado” [o cristiano], que sin duda adulteró el cristianismo con ideas y prácticas paganas, y Simón se presentó como la emanación misma de Dios” (Sección: El Cristianismo Apostólico, Tomo 2, p. 566). 

Unos cien años más tarde de la muerte de Simón Mago, Ireneo escribió: “Al ser rechazado por Pedro, Simón Mago se alejó de Dios y se dedicó en vez a luchar ardientemente contra los apóstoles para convertirse en un ser deslumbrante [en un apóstol mayor que ellos]... Este hombre fue glorificado por muchos como si fuera un dios y enseñó que él mismo era quien se manifestó entre los judíos como el Hijo [en vez de Jesús], pero que apareció entre los samaritanos como el Padre y a las demás naciones como el Espíritu Santo. En otras palabras, se presentó como si fuera un ser supremo con toda autoridad, es decir, que era el Padre de todos, y permitió que lo llamaran por cualquier título que los hombres desearan… Dijo que vino con el propósito de traer la salvación a los hombres… y los que confiaban en él ya no tenían que obedecer lo que decían los profetas [en el Antiguo Testamento], sino que ahora sus seguidores quedaban libres y podían vivir como quisieran, pues decía que los hombres eran salvos por la gracia y no por las obras justas. Predicó que el mundo un día sería destruido, pero que sus seguidores se salvarían. Por lo tanto, sus sacerdotes místicos [los falsos maestros que él entrenaba] que seguían esta secta vivían vidas inmorales [no se preocupaban de obedecer la ley de Dios] y practicaban la magia y encantos, usaban pociones y hasta contaban con la ayuda de espíritus [el espiritismo] que podían estorbar los sueños de quienes ellos escogían. Sus seguidores le hicieron a Simón y a Elena estatuas con las formas de Júpiter y Minerva” (Los Padres Ante Nicenos, Tomo 1, p. 347-348).

Este testimonio es clave para entender la epístola de Juan, pues por la evidencia expuesta, son principalmente los seguidores de Simón el Mago a quién Juan se refiere. Por eso Juan menciona que uno tiene que preocuparse de sus pecados, y confesarlos ante Dios el Padre o no recibirá el perdón. Según Juan, la primera prueba de un verdadero ministro es que sabe lo que es el pecado (la transgresión de la santa ley de Dios) y que hay que confesarlo. La gracia en sí no perdona el pecado automáticamente. 

Pedro también atacó el mismo problema al decir de estos falsos maestros: “Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. Les prometen libertad [de la ley y del pecado], y son ellos mismos esclavos de corrupción...[al] volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 Pedro 2:17-21). Judas es aún más explícito al decir de los seguidores de Simón el Mago: “estos son hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan [con sus obras] a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 4). Jesús también los identifica en Apocalipsis como falsos apóstoles, (según sabemos, Simón el Mago fue el único que reclamó ser un apóstol) al decirle a la iglesia: “Yo conozco tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos” (Apocalipsis 2:2). Esto es precisamente lo que hace en esta epístola Juan al probarlos y desenmascararlos. 

Ahora viene la segunda prueba para distinguir a un verdadero ministro de un falso: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:3-6). 

Juan va directamente a la herejía que ya Simón el Mago y sus seguidores habían propagado, que la ley de Dios está abolida, que es del “Antiguo Testamento”, que ahora estamos solo bajo la gracia. Todo el que enseña tales cosas, la Biblia nos dice que “es mentiroso y la verdad no está en él”. Juan muestra aquí que un verdadero ministro de Dios tiene que enseñar el respeto por todos los Diez Mandamientos, tal como lo hizo Jesucristo y todos los apóstoles, y no tan solo algunos.

Ahora viene la tercera prueba para distinguir a un verdadero ministro de uno falso. “Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio” (1 Juan 2:7). Tiene que ver con cumplir con el antiguo mandamiento de Dios, que fue amplificado por el amor de Jesús hacia sus seguidores. Es el mandamiento de amar al prójimo. Cristo mismo dijo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). Juan menciona que se va a ver quién es el verdadero ministro y el hermano por el amor fraternal que muestran en la iglesia. Dice: “Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos” (1 Juan 2:8-11). 

Cristo agregó algo al antiguo mandamiento, al dirigirlo a los hermanos de la fe. Dijo: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 13:12). Cristo magnificó ese antiguo mandamiento múltiples veces al tener que ahora amar a los hermanos de la fe hasta el punto en que lo hizo Jesús. 

Juan entrega esta tercera prueba porque está muy preocupado por las infiltraciones de los falsos hermanos y maestros, mayormente del grupo de Simón el Mago. Por eso, algunos miembros ya no siguen en la iglesia y han dejado de mostrar el amor hacia los hermanos. Pero si uno está en la verdad, va a amar, tolerar, perdonar y ayudar al hermano de la fe, por amor a Dios Padre y a Jesús. No se retirará a la oscuridad del mundo o seguirá un falso cristianismo donde sólo se habla de la gracia y el amor y no de guardar los mandamientos de Dios.

Juan pasa ahora a una sección muy tierna donde se dirige a la congregación no sólo según la edad cronológica, sino la espiritual. Los alaba por haber permanecidos fieles a pesar de los engaños de los falsos maestros: “Os escribo a vosotros, hijitos [de la fe, probablemente los recién convertidos], porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre [en el bautismo]. Os escribo a vosotros, padres [probablemente de la fe—o los más maduros], porque conocéis al que es desde el principio [han estado bastante tiempo en la iglesia]. Os escribo a vosotros, jóvenes [probablemente los espiritualmente adolescentes], porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre. Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno” (1 Juan 2:12-14). 

Juan quiere que los miembros no se mezclen con los falsos valores del mundo. Les dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15-17). Aquí Juan se refiere a las tres facetas principales del pecado, los deseos de la carne, o los pasionales que producen adulterios, iras, malas palabras. Los deseos de los ojos—el codiciar y adquirir a toda costa las cosas materiales; y la vanagloria de la vida, o la vanidad y el orgullo que impiden humillarse ante Dios.