#296 - La segunda y tercera epístolas de Juan: "La verdad contra la falsa doctrina""

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#296 - La segunda y tercera epístolas de Juan

"La verdad contra la falsa doctrina""

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Las dos epístolas tienen casi el mismo tamaño y no es por casualidad. Tal como hoy día usamos una hoja de tamaño carta para escribir nuestra correspondencia (8 por 11 pulgadas), en los tiempos de Juan usaban una hoja de papiro que era solo un poco más chica (8 por 10 pulgadas). Si Juan hubiese continuado escribiendo, tendría que haber usado otra hoja o la parte de atrás del papiro, que no se presta bien para escribir. 

Por la similitud con la primera epístola y el cargo que tenía Juan en Éfeso, su segunda epístola parece ser dirigida también a una de las iglesias en Asia Menor que se encuentra descrita en Apocalipsis 2-3. Juan comienza: “El anciano a la señora elegida y a sus hijos, a quienes yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad, a causa de la verdad que permanece en nosotros, y estará para siempre con nosotros” (2 Juan 1-2). 

Con la típica modestia y humildad de Santiago y Pedro, Juan también rehúsa usar títulos rimbombantes para identificarse, y simplemente se llama “el anciano”. Ya vimos que, en su primera epístola, por su autoridad apostólica y su edad, Juan llama afectuosamente a los miembros “hijos” y se siente como el anciano espiritual de ellos. Explica El Comentario Evangélico: “El término ‘anciano’ [presbíteros en griego] que usa Juan se refiere a su edad, a una identidad específica que conocen todos, a su cargo en la iglesia y a la autoridad que tiene sobre un grupo de personas”. Recuerden que Juan se consideraba tan indigno de ser apóstol de Jesucristo y era tan humilde que en su evangelio sólo se nombra como “el discípulo que Jesús amaba” (Juan 13:23; Juan 20:2; Juan 21:7). 

Juan se dirige a esta iglesia en particular como “la señora elegida y a sus hijos”. A través del Antiguo y el Nuevo Testamento, el pueblo de Dios es simbolizado como una mujer que es la “madre” de todos nosotros y somos sus “hijos” (Isaías 54:1,4; Ezequiel 16, Lamentaciones 1:1; Gálatas 4:26; Efesios 5:22-23). 

Por otra parte, es posible que Juan también estaba usando estos términos por la censura del correo que practicaba el gobierno romano. Luego del incendio de Roma del año 64 que Nerón atribuyó a los cristianos, se declaró la iglesia cristiana como “religión ilegal” y se desató una feroz persecución contra ella. De esta manera, si un censor leyera la carta, parecería escrita por un anciano a una señora. Los censores no notarían nada extraño y dejarían pasar la carta. A la vez, al recibirla, los hermanos se darían cuenta inmediatamente de quién era la carta y a quiénes iba. La fecha más probable para esta epístola es alrededor del año 65 d.C.—es decir, después de la persecución de Nerón, pero antes de la guerra judía de los años 66-70 d.C. que destruyó Jerusalén, el templo y llevó al cautiverio a los judíos. Sin embargo, tampoco se puede descartar una fecha posterior para esta epístola.

El primer tema que toca Juan es familiar—se enfoca en las verdades de Dios que unen a todos los miembros de la iglesia. Recuerden que “el amor a la verdad” es la segunda prueba clave de las tres que dio Juan para saber si uno es un verdadero o un falso cristiano. En su comentario, John Stott resume lo que dice Juan: “La verdad es la clave para el amor recíproco cristiano. No nos amamos porque nuestros temperamentos sean necesariamente compatibles ni por tener una afinidad natural, sino porque compartimos las mismas verdades. No sólo hemos llegado a conocer la verdad en forma objetiva, sino que mora en nosotros como una fuerza interior que debe permanecer en nosotros para siempre”. 

El concepto de la verdad que estará en nosotros “para siempre” es impresionante. Significa que la verdad de Dios jamás cambiará y que es la base para gobernar eternamente el futuro reino de Dios (vea Isaías 9:6-7; 11:9). Pedro lo dice de esta manera: “La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra de Dios permanece para siempre” (1 Pedro 1:25). Las doctrinas bíblicas no cambian, sino que requieren ser aclaradas en el tiempo según el Espíritu Santo nos lleva “a toda la verdad” (Juan 16:13). Esto se logra al procurar ser un “obrero aprobado por Dios, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15) y al comparar todo con la Biblia.

Juan termina el saludo inicial al decir: “Sea con vosotros gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor” (vs. 3). Otra vez vemos aquí el concepto de Dios Padre y de Jesucristo, el Hijo del Padre, como el de una familia divina. Además, notamos la distinción que hace Juan entre Dios el Padre y Dios el Hijo. Las bendiciones vienen de los dos y no de un solo Ser o de tres. También noten aquí la ausencia del Espíritu Santo, que, si fuera en realidad un miembro de la familia divina, tendría también que enviarles esas mismas bendiciones. Sería un gran insulto no incluirlo aquí si existiera en realidad la Trinidad y la persona del Espíritu Santo, pero como no es así, Juan no está cometiendo ningún sacrilegio.

Juan sigue: “Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento del Padre” (vs. 4). Noten que Juan dice que la verdad es igual al mandamiento del Padre. El mandamiento del Padre no va en contra del mandamiento del Hijo, sino que los dos se complementan, como dijo Jesús: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Juan 15:10).

Tal como Juan lo hizo en su primera epístola, él muestra que, si uno está guardando los mandamientos, tiene un deber de amar a los que están también guardándolos y cultivará esa hermandad en la iglesia.

Dice: “Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio” (vv. 5-6). Otra vez Juan hace énfasis en el grado de amor que debemos tener entre nosotros, que es el nuevo mandamiento dado por Jesús--el amarnos hasta el nivel que él lo hizo. Él dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). 

¿Por qué tiene Juan que mencionar esta segunda prueba? Ahora va a aclarar la razón: “Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo” (vs. 7). Recuerden que Juan había mencionado que estaba contento porque algunos hermanos andaban en la verdad (vs. 4) e indica que otros no estaban siguiendo el camino de la verdad e intentaban sacar a los hermanos de la iglesia para seguirlos a ellos. 

Recuerden que la primera prueba del verdadero cristiano era el concepto correcto de la naturaleza de Dios y aquí algunos estaban negando que Cristo “vino en carne” o sea, que el Verbo se había encarnado. 

En ese entonces había dos herejías al respecto: una era que el Verbo no sufrió en realidad en la carne, sino que descendió cuando Jesús fue bautizado y se apartó de él cuando fue crucificado, para así no sufrir. Un hereje que enseñó esto se llamó Cerinto, de acuerdo con Ireneo, un escritor del segundo siglo (170 d.C.). Dice de Cerinto: “Cerinto enseñó que Jesús no nació de una virgen, sino que era el hijo natural de José y María, aunque también decía que Jesús fue más justo, prudente y sabio que los demás hombres. Además, dijo que luego de su bautismo, el Cristo descendió sobre Jesús en la forma de una paloma enviada del Rey Supremo, y que entonces Cristo proclamó al Padre desconocido y llevó a cabo milagros. Pero finalmente, el Cristo salió de Jesús antes de que Jesús padeciera y resucitara, y así el Cristo se mantuvo impasible [en el cielo], puesto que era un ser espiritual… Les escribo respecto a todos los que han corrompido la verdad y dañado la predicación de la iglesia, que son discípulos y sucesores de Simón el Mago de Samaria. A pesar de que no confesaban el nombre de su maestro para poder así seducir más fácilmente a los demás, no obstante, enseñaban sus doctrinas. Ellos usan el nombre de Jesucristo como un tipo de carnada, pero luego introducen varias formas de doctrinas falsas de Simón, y así destruyen multitudes de hermanos, diseminando maliciosamente sus propias doctrinas al usar el Buen Nombre [de Jesucristo] y por ese medio, endulzar y embellecer el mensaje que en realidad es el maligno veneno de la Serpiente [Satanás], que es el gran autor de la apostasía” (Contra Herejes, pp. 352-353). 

Cerinto era un líder de un grupo extremista con ideas gnósticas que había estado dentro de la verdadera iglesia (1 Juan 2:19). Pero otros grupos salidos del movimiento apóstata de Simón el Mago moderaron o eliminaron sus ideas gnósticas para ganar más adeptos. Ellos serían los más peligrosos y Jesucristo nos advierte que ellos formarían una gran iglesia que estaría vigente hasta los tiempos del fin y que tendría “hijas” (Apocalipsis 17:4-5) o “denominaciones” con doctrinas parecidas a ella al salir de ella. Este grupo no negaría que Cristo vino “en carne” o que se encarnó, pero sí negaría más tarde que el Verbo murió por completo. Dirían más bien que todavía había una hipóstasis de él en el cielo. Tal creencia falsa es parte de la actual doctrina de la Trinidad.

Juan explica que sólo hay un Dios Padre y un Hijo del Padre y les advierte no creer cosas falsas respecto a la naturaleza de Dios. Les dice: “Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo” (vs. 8). Vemos aquí que un miembro puede perder su salvación si se descuida y se desvía. Cristo añade en Apocalipsis 3:11: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”. Sí, podemos perder nuestro galardón y por eso debemos “ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12).

Juan menciona que el concepto correcto de lo que es Dios es de suma importancia. Dice: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo” (vs. 9). Otra vez notamos la ausencia del Espíritu Santo como persona cuando Juan describe la familia de Dios y esto es una doctrina fundamental de Cristo (vea Juan 17). Juan explica que Dios no tolerará que distorsionen este concepto de su familia divina, pues es el propósito magno que tiene, el traer “muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10). 

Luego Juan dice: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras” (vv. 10-11). Noten la importancia de tener las doctrinas correctas. El mundo a menudo acepta y le da la bienvenida a cualquier grupo religioso que toca sus puertas, pero en realidad, aquí dice que una vez conocidas las verdades de Dios no debemos recibirlos. Juan dice que uno se está volviendo en cómplice al darle la bienvenida al que no trae las doctrinas bíblicas. Sin embargo, eso no significa que debemos ser descortés, sino amablemente rechazarlos.

Juan termina la epístola al despedirse de ellos. Dice: “Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido. Los hijos de tu hermana, la elegida, te saludan” (vv. 12-13). Parece que Juan, probablemente por la censura romana y la seguridad, prefiere hablar de estos problemas en detalle y en persona. 

La Tercera Epístola de Juan

La Tercera Epístola de Juan es el libro más corto en la Biblia. Juan se dirige esta vez a un miembro y líder de la iglesia llamado Gayo. Dice: “El anciano a Gayo, el amado, a quien amo en la verdad” (vs. 1). Otra vez Juan hace énfasis en que nuestro amor se basa en la verdad que compartimos dentro de la iglesia. 

Luego dice: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (vs. 2). Aquí vemos que es el deseo de Dios que uno prospere no solo espiritualmente, sino también materialmente. Dios no desea la pobreza para nosotros, sino que prosperemos (vea Proverbios 22:4).

Sigue Juan: “Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (vv. 3-4). Vemos la importancia que Juan atribuye a compartir y permanecer en esas doctrinas apostólicas (Hechos 2:42).

Ahora Juan va al meollo de la carta: “Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje. Porque ellos salieron por amor del nombre de él, sin aceptar nada de [ayuda económica de] los gentiles. Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad” (vv. 5-8). Juan le agradece a Gayo por recibir a los ministros o líderes de la congregación que él envió a estas regiones para enseñar a los hermanos.

Juan ahora explica la importancia de que Gayo haya hecho esto al decir: “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se los prohíbe, y los expulsa de la iglesia” (vv. 9-10). 

Aquí vemos que Diótrefes, el encargado de al menos una iglesia no estaba obedeciendo las instrucciones emitidas por Juan y estaba en el proceso de apostatar de la fe. El Comentario Expositor menciona: “Parece que Juan estaba tratando de contrarrestar la inundación de falsas doctrinas en la región y había enviado a sus emisarios para corregir la situación. Pero esta acción había sido rechazada por Diótrefes y estaba produciendo una división en la iglesia”. 

Incluso vemos que Juan se queja de que Diótrefes lo estaba calumniando, al estar “parloteando con palabras malignas contra nosotros” (vs. 10). Aquí vemos que Diótrefes, el ministro o líder de la congregación, usó su autoridad para prohibir que los emisarios de Juan asistieran a la iglesia e inclusive “expulsaba” a los miembros que recibían a estos emisarios. En otras palabras, Diótrefes estaba usando su autoridad para separar a su iglesia de las que eran dirigidas por Juan y estaba introduciendo doctrinas diferentes a las enseñadas por el apóstol Juan. ¿Cuál era el motivo principal? Juan señala que Diótrefes “le gusta tener el primer lugar entre ellos [de la iglesia]” (vs. 9). Es la ambición por el poder, el mismo motivo de la rebelión de Satanás.

Ahora, proyectemos esta situación a nuestros días. ¿Qué hubiera pasado si nosotros fuéramos miembros o ancianos en la congregación dirigida por Diótrefes? Si hubiésemos insistido en guardar las doctrinas de los apóstoles de Cristo, como los mandamientos del Padre sobre el sábado, las Fiestas Santas, los diezmos o los alimentos bíblicos, Diótrefes habría usado su autoridad para intimidarnos a seguirlo a él y sus “nuevas” enseñanzas, que en realidad eran antiguas herejías. Nos hubiera amenazado con expulsarnos de la iglesia si no seguíamos sus “innovaciones”. Si hubiera descubierto que estábamos correspondiendo con los que estaban apoyando las enseñanzas apostólicas, o que estábamos reuniéndonos o dando alojamiento a los que se oponían a él, nos habría, como dice aquí, “expulsado de la iglesia”. Por eso, la historia de la lucha entre los verdaderos seguidores de las doctrinas apostólicas y los que se desvían se repite una vez tras otra. 

La exhortación que Juan nos entrega nos sirve igual ahora como en ese entonces. Dice: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios. Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y también nosotros damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro testimonio es verdadero” (vv. 11-12). Aquí Juan anima a Gayo a contactarse con Demetrio, que ha rechazado a Diótrefes, y que quizás ha sido ya expulsado de esa iglesia, para que puedan reorganizar a los que resisten a Diótrefes y siguen las verdades apostólicas. Probablemente tendrían que reunirse en otro lugar mientras tanto, y seguir apoyando al apóstol Juan.

Juan termina su epístola diciendo: “Yo tenía muchas cosas que escribirte pero no quiero escribírtelas con tinta y pluma, porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara. La paz sea contigo. Los amigos te saludan. Saluda tú a los amigos, a cada uno en particular” (vv. 13-15). De nuevo Juan se despide queriendo hablar de los detalles en forma personal. A propósito, la tinta que aquí menciona estaba hecha de hollín mezclado con goma y aceite y la pluma era en realidad una caña con un cuchillo especial insertado en la punta.