#261 - Juan 15-17: "Discursos finales de Jesús antes de ser arrestado"

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#261 - Juan 15-17

"Discursos finales de Jesús antes de ser arrestado"

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Cristo les está entregando las instrucciones finales, pues pronto moriría, pero los consuela al decirles que resucitaría y lo verían durante 40 días. Luego, 10 días más tarde, en Pentecostés, recibirían el Espíritu Santo dentro de ellos.

Ellos tenían el Espíritu Santo con ellos, pero no en ellos. Jesús les dijo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir… pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:16-17).

La Biblia indica que antes del bautismo y la imposición de manos, la persona que es llamada por Dios tiene el Espíritu Santo con él, pero no dentro de él. El Espíritu los ayuda a entender las verdades espirituales de Dios, algo que está velado para el resto del mundo. Pablo explica: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura [indescifrables], y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).

Una de las grandes tragedias en el mundo es que Satanás ha engañado gran parte del mundo cristiano, al hacerlos creer que pueden recibir el Espíritu Santo, por ejemplo, cuando uno es sólo un bebé, o al ir a una iglesia dónde se entregan emocionalmente “al Señor”—y basta. Pero el Espíritu Santo no se entrega por impulso o emoción, sino sólo como dijo Pablo, después de que “se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:20). Primero uno tiene que mirarse en el espejo de la ley de Dios y encontrarse sucio y pecador. Santiago lo dijo claramente: “Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:23-25).

Por eso el verdadero arrepentimiento consiste en decidir guardar y respetar esas leyes de Dios de por vida. Si no, la conversión es falsa —ha sido engañado por el dios de este mundo (2 Corintios 4:4), y no tiene el Espíritu de Dios. Pablo dice: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación… pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Corintios 8:10). Por eso, no se recibe el Espíritu Santo sin primero haberle mostrado a Dios que en su corazón está listo para obedecerle. Pedro dijo: “Somos testigos suyos y… el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5:32).

La forma de recibir del Espíritu Santo sería novedosa. Ahora bien, en el AT, Dios siempre había inspirado y guiado a sus siervos por medio de ese mismo Espíritu Santo. Dice la Biblia: “...ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:20-21). Aunque Dios les dio su Espíritu Santo a sus servidores, jamás formó en el AT una iglesia de personas imbuidas con el Espíritu Santo. El pueblo de Israel era un grupo de personas inconversas, salvo por sus profetas o los siervos de Dios.

Dios ahora comenzaría una nueva etapa donde entregaría el Espíritu Santo a un grupo colectivo de servidores que formarían su Iglesia en vez de seguir tratando individualmente con unos pocos siervos. Ahora los miembros tendrían el mismo espíritu de Dios que los profetas, puesto que provendría del Padre y del Verbo, con el Verbo guiándolos personalmente. Nos dice la Biblia: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Pedro 1:10-11).

Pronto, el espíritu del Padre y Jesús entraría en un grupo de discípulos. Jesús les advirtió, sin embargo, cuál sería la reacción del mundo: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra… Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mí Padre… Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre [sale del Padre], él dará testimonio acerca de mí” (Juan 15:18-26).

El término “Consolador” es una manera vívida de describir la presencia de Dios el Padre y de Jesús en el creyente. Esa fuerza aún no podía entrar en ellos porque tenía que ser enviada por Jesús en los cielos. Por lo tanto, Jesús tenía que primero subir al cielo y recibir la autoridad del Padre para hacerlo. Dijo: “Yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:7-8).

De ese modo, Jesús estaría en sus discípulos, y les daría el denuedo y el entendimiento para convencer al mundo de sus pecados, de lo que es la justicia, como lo define la Biblia: “Todos tus mandamientos son justicia” (Salmos 119:172), y del juicio venidero —o la venida del reino- y cuáles son las etapas de juicio para la humanidad. Sus discípulos, llenos del Espíritu Santo, harían saber estas cosas al mundo. Fue lo que hizo Pablo ante el gobernador Félix: “Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó” (Hechos 24:25). Eso es lo que, en el momento dado, el Espíritu Santo hace en uno.

Cristo sabía que aún no le entendían bien lo que decía, porque todavía no tenían el Espíritu Santo en ellos. Les dijo: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta [al provenir de Dios], sino que hablará todo lo que oyere [al transmitirlo], y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará [el espíritu de Jesús en ellos]; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:12-15).

A veces, Cristo usaba alegorías como éstas para hacer más entendible su mensaje a sus discípulos. Ya había usado ejemplos como ser “el Pan del cielo”, “el Camino”, o “la Vid”, pero ninguno de sus discípulos pensó que Jesús se convertiría en un pan literal, etc. Eran ilustraciones para aclarar principios espirituales.

Cuando usó la analogía de un paracleto, o un ayudador en momentos difíciles, ninguno pensó que estaba hablando de una tercera persona en el cielo. Jamás le hicieron una pregunta al respecto. Sobre la palabra paracleto, Barclay dice: “Es la palabra para exhortar a los hombres a que realicen obras nobles y a que cultiven pensamientos elevados; especialmente, es la palabra para infundir valor ante la batalla. La vida nos está llamando continuamente a la lucha, y el único que nos capacita para hacer frente a las fuerzas enemigas, para competir con la vida y conquistarla, es el parakletos, el Espíritu Santo, que no es sino la presencia y el poder del Cristo resucitado” (Palabras Griegas del Nuevo Testamento, p. 169). Es una sorprendente admisión de un trinitario como William Barclay, al decir que el paracleto se refiere a Jesús y no a una tercera persona.

Cristo anima a sus discípulos, pues sabe de la alegría que pronto tendrán al verlo resucitado. Dice: “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Juan 16:20-22).

Ahora les explica por qué usaba estas alegorías como el paracleto, la vid, o el pan de vida. Dice: “Estas cosas os he hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre” (Juan 16:25). ¿Qué es una alegoría? De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia, “alegoría” viene del griego allos “otro” y agoreo, “hablar, arengar”, u “otro hablar”. Dice: “Ficción en virtud de la cual una cosa representa a otra”. Así, el paracleto es una forma simbólica de hablar de la presencia de Cristo y Dios el Padre en el creyente -algo real y perceptible según crece.

¿Por qué usó Jesús el símbolo del paracleto para referirse a sí mismo? Porque quería explicar que estaría a la vez en el creyente y en el cielo. ¿Cómo puede Jesús estar en el cielo y en el creyente? Pues, a través de su Espíritu Santo. Por eso usó esta expresión, para indicar cómo Dios puede estar en el cielo y a la vez en el converso. Eso es lo que quería decir y no una tercera persona, algo completamente ajeno en toda la Biblia.

Una vez recibido el Espíritu Santo, hay un contacto directo con Dios Padre y con Jesús. Les dijo: “En aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios… Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:26-28, Juan 16:33). Noten que el amor viene de ambos, de Jesús y del Padre. No son un solo ser, sino dos seres que tienen esa unidad de pensamiento y sentir, por eso “Dios es amor” (1 Juan 4:8).

Antes de terminar la cena, Jesús hace una oración al Padre: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti… He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra… Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son… Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17:1-11).

Cristo ora por sus discípulos, y le pide al Padre que los guarde en el nombre del Padre. Por eso, el único nombre legítimo para la iglesia es: Iglesia de Dios. No tendría formalmente el nombre de Cristo, ni tampoco otros nombres. En el Nuevo Testamento hay 11 veces que se nombra la iglesia como la Iglesia de Dios y es el único nombre bíblico y legítimo. (Se puede añadir un término al final para diferenciarlo legalmente). Es una de las pruebas bíblicas para encontrar la verdadera iglesia. Debe tener el nombre bíblico. He aquí las once veces que aparece el nombre de la iglesia:

Apariciones del nombre de la Iglesia de Dios

Jesús sigue, “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14-16). He aquí el concepto de que el cristiano está en el mundo, pero no es del mundo. Simplemente quiere decir que vivimos en medio de una sociedad que sigue falsos valores, pero que nosotros no seguimos esos falsos valores, sino los verdaderos que enseña la Palabra de Dios. Como dice Isaías 8:20, “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido”. Por eso el mundo nos va a aborrecer, como aborreció a Jesús y a sus discípulos que hablaron sólo de acuerdo con la Palabra de Dios.

Cristo luego le pidió al Padre: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad” (Juan 17:17-18).

Aquí Cristo contesta la pregunta que le haría Poncio Pilato en el siguiente capítulo, “¿Qué es la verdad?” (Juan 18:38). No le dio la respuesta a Pilato, pues era un hombre incrédulo, pero sí se la dio a sus discípulos: es la Palabra de Dios la que contiene la verdad. De aquí deben partir todas las enseñanzas religiosas y filosóficas, y es la base para la verdadera ciencia. Por eso en uno de los muros de la Universidad Ambassador estaba grabada la frase: “La Palabra de Dios es el fundamento del saber”. No significa que es todo el saber, sino sólo la base correcta. Como el mundo rechazó esta base, existe tanta confusión religiosa y filosófica que vemos derredor.

Teniendo la base de la verdad en común, los creyentes pueden tener verdadera unidad. Donde no existe acuerdo sobre la verdad de Dios, no puede haber unidad. Cristo dijo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:20-23).

Aquí vemos de nuevo el término “uno”, en el griego hen, para indicar unidad de pensamiento y acción, y no heis, que significa “uno numéricamente”. Por eso Jesús y Dios el Padre son uno en armonía y pensamiento, pero son dos seres distintos. Noten que nosotros debemos tener esa misma unidad de pensamiento y acción que tienen Dios el Padre y Jesús. Dice: “Que también ellos sean uno en nosotros… para que sean uno, así como nosotros somos uno”. Cuando somos añadidos a la iglesia de Dios, no nos volvemos uno literalmente, sino uno en pensar y actuar. Estamos de acuerdo con las verdades bíblicas y cómo deben ser obedecidas. Aquí vemos un ejemplo de por qué la doctrina de la Trinidad es falsa, pues pretende usar “uno” en forma numérica y no figuradamente, en vez de cómo lo usó Jesús aquí.

La oración termina con un deseo de Jesús: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17:24-26).

Cristo siempre piensa en los demás. Quiere que todos sus discípulos estén en su reino y compartan esa gloria que Dios Padre le ha dado. Dios le reveló a Daniel: “Pero se sentará el Juez [Jesús], y le quitarán [a la Bestia] su dominio para que sea destruido y arruinado hasta el fin, y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos… sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán” (Daniel 7:26-28).

Este es el gran mensaje de la Biblia: cómo uno puede llegar a ser parte de ese grandioso reino. Como Cristo trajo el mensaje, así él envía a sus siervos para que proclamen el mismo mensaje de las buenas noticias del reino venidero de Dios. Es la principal misión de la Iglesia y jamás debe dejar de cumplirla, o Dios tendrá que llamar a otros para llevarlo a cabo, pues ese mensaje no puede desaparecer. Cristo dijo: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio [no necesariamente la conversión] a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14).

Una vez terminada la oración, y cantado un himno (Mateo 26:30), Jesús y los discípulos salieron del recinto para visitar el huerto de Getsemaní, al costado del Monte de los Olivos, donde pronto sería arrestado por la horda guiada por Judas Iscariote. “Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos. Y también Júdas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos” (Juan 18:1-2). En el siguiente estudio estaremos repasando el arresto injusto de Jesús.