#262 - Mateo 26-27: "Panorámica de Jerusalén; el arresto de Jesús"

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#262 - Mateo 26-27

"Panorámica de Jerusalén; el arresto de Jesús"

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“El espectáculo que Jerusalén ofreció a Jesús y a sus discípulos podemos apreciarlo por las descripciones que poseemos de aquella época. ‘Quien no ha visto a Jerusalén en su belleza, no ha visto ciudad bella y grande en su vida; y quien no ha visto el edificio de su segundo Templo, jamás ha visto en su vida una construcción impresionante’, escribían con orgullo los rabinos judíos de aquel tiempo. Las investigaciones realizadas sobre la antigua Jerusalén las resumió el arqueólogo inglés Garstang de la siguiente forma: ‘En ningún momento de su historia pueden haber ofrecido el santuario y la ciudad un aspecto más maravilloso. El ritmo y la armonía del arte grecorromano [con su teatro, hipódromo, y palacios], destacaba de manera impresionante sobre el cielo oriental’. A 75 metros sobre la superficie del valle se levantan las formidables murallas de la ciudad. Enfrente del Monte de los Olivos [y el huerto de Getsemaní] está situado el Templo, que sobrepasa en esplendor a todas las otras edificaciones. Su amplia fachada de 50 metros de altura está orientada hacia el Este, y es toda de mármol blanco. Los adornos son de oro auténtico, y parecía, según Josefo, como una ‘montaña cubierta de nieve’. Junto a la parte noroeste del Templo se levanta la fortaleza llamada ‘Antonia’ [nombrada así por Herodes el Grande para honrar a su amigo, el famoso romano Marco Antonio]. Cada una de las poderosas torres tiene 35 metros de altura. Las descripciones del juicio, de la condena y de la crucifixión, que figuran en los Evangelios, han sido examinados y comprobados por numerosos eruditos con objetividad científica y han podido ser confirmados hasta en sus menores detalles como relatos fieles desde el punto de vista histórico” (Y la Biblia Tenía Razón, p.367-368).

Sobre el huerto de Getsemaní, (que significa ‘prensa de olivos’) todavía existe un lugar muy parecido. Dice el Comentario Arqueológico de la Biblia, “Casi no hay duda de que se hallaba situado más o menos en el área donde puede verse hoy el huerto que lleva ese nombre. Los datos bíblicos coinciden con su ubicación. Este huerto contiene olivos de mucha talla y edad” p. 231).

Acerca de la Torre Antonia, donde estaba el tribunal de Poncio Pilato y donde Jesús fue escarnecido por los romanos, Keller explica: “De la casa de Pilato, la fortaleza Antonia, donde se desarrolló la parte romana del juicio contra Jesús, sobrevivió a la destrucción de Jerusalén del año 70 d.C. el ‘Enlosado’ (Juan 19:13). Exactamente allí donde estaba situado el patio de esta fortaleza encontró Vincent un pavimento liso de 2,500 metros cuadrados de construcción romana y típica de la época de Jesús. El camino que conducía desde la cárcel en la Torre Antonia a la colina de Gólgota era, afortunadamente, corto, y estaba junto al camino principal que desde el Noroeste llevaba a Jerusalén. Un peregrino de Burdeos, Francia, que visitó esta ciudad el año 333 menciona expresamente ‘la pequeña colina del Gólgota, donde el Señor fue crucificado” (p. 371-372).

Con esta descripción de la ciudad, podemos captar mejor cómo sucedieron las cosas. Empecemos con el relato en Getsemaní. “Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú… Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Mateo 26:36-39; Lucas 22:43-44). Explica Barclay: “Esta no era ninguna actuación fingida de Jesús, sino una lucha sin cuartel donde el destino de la humanidad pendía de un hilo. En el huerto de Getsemaní se jugaba la salvación de todo el mundo, pues hasta Cristo podía haber desistido, y el propósito de Dios se hubiera frustrado”. Dice la Biblia sobre la intensa lucha: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia, y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:7-9).

La “copa” que no deseaba tomar se refería a los tres aspectos del sacrificio que le esperaba: 1) las torturas físicas, la crucifixión y la muerte; 2) el tomar encima los pecados de la humanidad y así convertirse en pecado ante su Padre 3) el tener que ser abandonado por su Padre al representar esos pecados. Tres veces oró fervientemente a su Padre para que pudiera evitar este tremendo sufrimiento que le aguardaba y a la vez cumplir con su misión; pero no había forma de evitarlo. Jesús concluyó diciendo: “Padre mío, [en Marcos 14:36 dice ‘Abba, Padre’] si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26:42). Respecto a la palabra Abba, explica Barclay: “El uso del término Abba por Jesús no tiene paralelos en la literatura judía. Es la palabra usada por un hijo pequeño hacia su papá, que nadie anteriormente se atrevió a usar para Dios. Él hablaba con su Padre celestial como lo haría un niño a su padre, con seguridad, confianza, inocencia e intimidad”.

Los tres discípulos no pudieron quedarse despiertos para apoyarle ni animarle, pero Jesús tenía a Dios y sus ángeles apoyándolo. Terminadas sus oraciones, les dijo: “Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega. Mientras todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo” (Mateo 26:45-46). Los soldados, incluyendo a los romanos (Juan 18:3) estaban preparados para cualquier acto de resistencia de parte de Jesús y sus discípulos.

Pero, en vez se encontraron con un Jesús listo para recibirlos y para ser arrestado. “Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba. Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra… más esta es vuestra hora y la potestad de las tinieblas” (Juan 18:4-6; Lucas 22:53).

Bruce comenta: “Cuando dijo, ‘Yo Soy’ [Yavéh] usó el estilo lingüístico para indicar que era Dios (vea Juan 8:58)”. Cristo sabía quién estaba inspirando todo esto—Satanás. Satanás mismo había poseído a Judas (Juan 13:27), y era quién guiaba invisiblemente a esa horda. Por eso, al decirles su nombre divino, cayeron para atrás. En la Biblia, cuando uno está guiado por Dios, ante su presencia, cae hacia delante para honrarle y adorarle, pero cuando uno está guiado por Satanás y se enfrenta al poder de Dios, siempre cae hacia atrás, al ser repelido. Esto es lo que sucedió.

Luego de ese suceso, Judas lo traiciona. “Y en seguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve, Maestro! Y le besó. Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron” (Mateo 26:49-50). Este tipo de actitud, de amar por afuera, pero aborrecer por dentro, está en Proverbios 27:5-6: “Vale más reprender con franqueza que amar en secreto. Más se puede confiar en el amigo que hiere que en el enemigo que besa” (Versión Popular).

¿Qué sucedió luego? “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?... Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?... Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó. En aquella hora dijo Jesús a la gente: ¿Cómo contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme? Cada día me sentaba con vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis. Mas todo esto sucede, para que se cumplan las Escrituras de los profetas. Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Juan 18:10-11; Mateo 26:52-56; Lucas 22:51).

Ahora lo llevan para juzgarlo. En realidad, Jesús pasaría por seis juicios, tres religiosos y tres civiles:

  1. Ante Anás
  2. Ante Caifás
  3. Ante el Sanhedrín
  1. Ante Pilato
  2. Ante Herodes Antipas
  3. 2° vez—Pilato

“Entonces… le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año… Y seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Y este discípulo era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote; mas Pedro estaba fuera, a la puerta” (Juan 18:12-16). Por su modestia, es característico de Juan no nombrarse en su Evangelio (vea Juan 20:2-8) pero él estuvo presente en la interrogación y así dejó el único relato de esta parte del juicio.

“Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote” (Juan 18:19-24). Aquí vemos el ejemplo que dejó Jesús de no responder mal por mal. Se defendió, pero sin violencia, como debemos hacer nosotros.

El segundo juicio tuvo lugar en la casa de Caifás. “Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos. Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin. Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos, que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo. Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Mas Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios” (Mateo 26:57-63).

Así llegó el juicio a su punto culminante. Barclay explica: “He aquí el momento crucial, y se puede decir que todo el universo aguantó la respiración. Si decía “No lo soy”, podía salir libre, pero la humanidad quedaba sin su Salvador. Si decía “Sí lo soy” acababa de firmar su sentencia de muerte. ¿Qué dijo? “Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”. Cristo usó el nombre sagrado “Yo Soy” o Yavéh, identificándose como Dios el Verbo, y que era el Mesías que vendría de nuevo para establecer el reino de Dios sobre la tierra.

“Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras [algo prohibido, según Levítico 21:10], diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia [según ellos, por Levítico 24:16]. ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos: ¡Es reo de muerte! Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban, diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó” (Mateo 26:65-68). Robertson menciona: “No había necesidad de testigos, ahora, porque Jesús se había autoinculpado al declarar bajo juramento que él era el Mesías, el Hijo de Dios. Ahora bien, no sería blasfemia que el verdadero Mesías hiciera tal declaración, pero era intolerable admitir que Jesús pudiera ser el Mesías de la esperanza judía”.

Luego llega el momento en que Pedro traiciona también a Cristo al negarlo tres veces. Pedro había dicho: “Aunque me sea necesario morir, no te negaré” (Mateo 26:35). Sin embargo, ¿qué pasó? “Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices. Saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno. Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre. Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo… entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente” (Mateo 26:69-74; Lucas 22:61-62). Primero Pedro mintió, luego añadió un juramento, algo más serio, y en efecto dijo: “No conozco a ese tipo”. Finalmente, usó una maldición, o sea, que, si estaba equivocado, que Dios le diera muerte. Todo esto lo hizo por el temor que sentía en ese momento. Pero lo peor debe haber sido la mirada de Jesús. En ese momento se dio cuenta de que no era tan fuerte como pensaba. Se desinfló por completo y huyó del lugar.

Ahora viene la tercera y última etapa del juicio religioso, en frente de todo el Sanhedrín, los 71 líderes religiosos del pueblo. “Venida la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo entraron en consejo contra Jesús, para entregarle a muerte. Y le llevaron atado, y le entregaron a Poncio Pilato, el gobernador” (Mateo 27:1-2).

Hubo un momento en que los críticos dudaron de que realmente existiera el gobernador romano Poncio Pilato. Sin embargo, comenta una fuente: “En las excavaciones de 1961 en las ruinas del teatro romano de Cesarea se encontró una losa con una inscripción estropeada por haber sido usada la losa como descanso de una escalera. El resto legible dice en parte: “Tiberium… [Pon]tius Pilatus… [Praef]ectus Iud[ea]e”. Es hasta hoy la única inscripción que se ha hallado con el nombre de Pilato” (Comentario Arqueológico de la Biblia, p. 233). En el siguiente estudio seguiremos con el juicio de Jesús.

Losa con el nombre de Poncio Pilato en Cesarea