Trasfondo Histórico de los Evangelios: Lección 37
En su discurso final durante la Pascua, Cristo continúa consolándolos a sabiendas de que pronto morirá, pero les dice que deben estar listos para ser incomprendidos y perseguidos como él lo fue.
Les dice: “Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros” (Juan 16:1-4).
Luego les advierte que ellos, por ser judíos cristianos, serían perseguidos por sus familiares y expulsados de sus queridas sinagogas. Esto fue absolutamente inesperado para ellos, pues pensaban que su pueblo acogería a Jesús como el Mesías y a ellos también. La sinagoga era su centro social y religioso de instrucción y confraternidad, y ser excluidos sería muy duro ya que tenían familiares e hijos que asistían a ella cada sábado. Y quienes los iban a perseguir pensarían que realmente estaban sirviendo a Dios. Un ejemplo de ello fue Pablo, quien antes de su conversión creía que al perseguir a los cristianos estaba haciendo lo correcto como judío. Posteriormente, los sacerdotes católicos torturaron y mataron a muchos supuestos herejes mediante la Inquisición, creyendo que le estaban haciendo un servicio a Dios.
Jesús continúa: “Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:5-15).
Observe primero que Jesús es quien les enviará el poder del Espíritu Santo. También menciona que él irá al Padre y no al Padre y al Espíritu Santo. Después de todo, si hubiese habido dos Personas divinas en el cielo mientras Jesús estaba en la Tierra, hubiera sido un insulto dejar a la otra Persona fuera de la escena, pero él solo menciona al Padre.
Además, como Jesús está hablando del “paracleto” (en el griego es parakletos), que en la gramática griega es de género masculino, como ya hemos comentado en esta serie, no significa que tiene que ser una persona, sino que muy bien puede ser una cosa.
Como menciona The International Standard Bible Encyclopedia (Enciclopedia bíblica internacional estándar): “Otros escritores del NT [además de Juan] no usaron el griego parakletos, pero ocasionalmente usaron frases similares como ‘el Espíritu de Jesús’ (Hechos 16:7), ‘el Espíritu de Jesucristo’ (Fil. 1:19), o ‘el Espíritu de Cristo’ (1 P. 1:11). En la figura del paracleto, más que en ninguna otra parte, el Espíritu de Dios lleva un rostro humano, y ese rostro es el de Jesús” (1982, vol. 3, p. 660). Aquí tenemos una admisión clara de que el rostro del paracleto es Jesucristo y no el de una tercera persona.
Jesús luego les da ánimo diciéndoles que, aunque va a morir, volverán a verlo cuando sea resucitado por el Padre. Además, les dice que el Espíritu Santo operaría en los corazones de las personas, aguijoneando sus conciencias. Pedro más tarde atestiguó lo mismo en Hechos 2:36-38, cuando los oyentes se convencieron de lo que realmente era el pecado(la violación de las leyes santas de Dios, 1 Juan 3:4), lo que verdaderamente era la justicia (obedecer las leyes de Dios en el espíritu y la letra, Salmos 119:172), y lo que era el juicio (que vamos a ser juzgados por las leyes de Dios), creando un temor saludable, o un profundo respeto, por Dios, sus caminos y sus leyes.
The People´s New Testament Commentary (Comentario del Nuevo Testamento del pueblo) señala: “En el relato de Pedro encontramos que, a través del Espíritu Santo, los oyentes se convencerían (1) de pecado, porque quienes lo escucharon habían rechazado al Señor de la vida y la gloria;(2) de justicia, porque se demostró por los milagros de ese momento que Dios había exaltado al Señor a quien habían condenado, sentándolo a su misma diestra; (3) de juicio, porque se les habló de la ‘ira venidera’, y se les advirtió que se salvasen ‘de esta generación perversa’” (notas sobre Juan 16:8).
Luego, Jesús añade: “Estas cosas os he hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre. En aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre” (Juan 16:25-28).
Es importante aprender esta sección para poder refutar los argumentos trinitarios. El término “alegoría” en griego es paroimía, y es de donde proviene la palabra “parábola”. Como menciona Barclay: “La palabra griega es paroimía, que es la que se usa para las parábolas de Jesús, pero que significa básicamente algo que es difícil de entender, un dicho cuyo sentido está velado para el que lo escucha casualmente, que requiere meditación para descubrir lo que quiere decir” (Comentario Al Nuevo Testamento, notas sobre Juan 16:25).
En la época de Cristo, era típico en la cultura judía y helenística personificar muchos conceptos espirituales tales como la sabiduría, el amor y el Espíritu Santo y atribuirles capacidades tales como pensar, hablar o actuar, pero nadie creía en ese entonces que se trataba de personajes reales. Más bien eran ideas abstractas convertidas en parábolas o alegorías para hacerlas más vívidas u ocultar su significado. Así pues, Jesús se valió de imágenes o metáforas (como paracleto) para describir esa futura relación con Dios Padre y con él.
En aquella noche pascual, Cristo ya les había entregado varias parábolas usando ilustraciones: la vid, el parto de una mujer y el Consolador (el Espíritu Santo) que entra en una persona y le infunde el poder de Dios Padre y de Cristo. Desgraciadamente, algunos más tarde interpretaron literalmente el término figurado Consolador como si fuera una persona, pero esa no era la intención. De modo que el Espíritu Santo no es una persona, sino que es Dios el Padre y Cristo viviendo en uno.
Por ejemplo, Juan estaba muy consciente de que Cristo utilizaba un lenguaje figurado para describir al paracleto, y más tarde, en su primera epístola, pudo utilizar un lenguaje más claro y preciso para disipar cualquier duda de lo que Jesús había querido decir con el paracleto. Dijo: “Y si alguno hubiere pecado, tenemos un abogado [en griego: paracletos] ante el Padre, Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). Cristo es el abogado. Si hubiera una tercera persona en el cielo, llamado el paracleto, entonces habría dos abogados o mediadores: Jesucristo y el Espíritu Santo. Sin embargo, como indican las Escrituras, “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).
En un raro momento de franqueza, The New Catholic Encyclopedia (Nueva enciclopedia católica) admite: “La mayoría de los textos del NT revelan que el Espíritu de Dios es algo, no alguien; esto es especialmente claro en el paralelismo entre el Espíritu y el poder de Dios. Cuando se le atribuye al Espíritu de Dios una habilidad casi personal, por ejemplo, hablar, impedir, desear, habitar (He 8:29; 16:7; Ro 8:9), no se justifica concluir inmediatamente que en estos pasajes el Espíritu de Dios es considerado como una Persona; las mismas expresiones se utilizan con respecto a cosas personificadas retóricamente o a ideas abstractas (véase Ro 6:6; 7:17). Así, el contexto de la ‘blasfemia’ contra el Espíritu (Mt. 12:31) muestra que se refiere al poder de Dios” (1965, “El Espíritu de Dios”, tomo 13, p. 575).
Juan continúa con la narración: “Le dijeron sus discípulos: He aquí ahora hablas claramente, y ninguna alegoría dices. Ahora entendemos que sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios. Jesús les respondió: ¿Ahora creéis? He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”
(Juan 16:29-33).
Jesús nuevamente los consuela, aunque sabe que aún no entienden lo que pronto le sucederá, y los perdona por abandonarlo. Sabe que aún no tienen el Espíritu Santo en ellos para infundirles valor espiritual y discernimiento a fin de entender las cosas espirituales.
Antes de terminar su charla, Jesús eleva una oración al Padre usando las palabras más inspiradas que se hayan oído jamás. Se enfoca en la gloria que tuvo antes de bajar a la Tierra y en el cuidado y la unidad de sus discípulos.
Leemos: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste” (Juan 17:1-8).
Esta es una de las escrituras que revela la preexistencia de Cristo, pues él compartió esa gloria con Dios Padre desde el comienzo, antes de que el universo existiera.
Luego sigue: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:9-16).
Puede parecer extraño que Cristo diga que no ora por el mundo, pero él no está tratando de salvar a toda la humanidad ahora mismo. Este es un mundo inconverso que en su mayoría no está siendo llamado actualmente. Los que sí necesitan sus oraciones son aquellos con los que Dios está trabajando ahora. Él le pide al Padre que los proteja y los guarde en el nombre del Padre. Es por eso que en el Nuevo Testamento el nombre de la verdadera Iglesia se menciona doce veces como “iglesia de Dios”: porque lleva el nombre del Padre, ya que él está a cargo de todo.
Jesús dice entonces que toda la verdad espiritual se encuentra en la Palabra de Dios, y menciona la unidad que él desea ver entre los hermanos, la misma que existe entre el Padre y él. Cristo pide al Padre: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:17-23).
Vemos una vez más que el Espíritu Santo no es una persona, pues esa unidad espiritual solamente se da entre Dios Padre y el Hijo. Además, el término “uno” en griego puede significar el numeral uno (heis), o figurativamente “uno” en espíritu (hen). Aquí Cristo revela que Dios Padre y él son “uno” usando el vocablo griego hen, que significa que son uno en espíritu, pero no numéricamente. Dios el Padre y Jesucristo no son un solo Ser, sino dos, que comparten esa gloria (doxa en el griego), es decir, ese poder resplandeciente del Espíritu Santo. Noten también la equivalencia de los términos aquí: “Para que [ellos] sean uno, así como nosotros somos uno”. Nosotros no somos “uno” numéricamente, y Jesús está diciendo que Dios el Padre y él son uno como nosotros somos uno, pues compartimos ese mismo atributo de unidad, aunque de manera imperfecta.
Jesús termina su oración diciendo: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17:24-26).
He aquí otra escritura que comprueba la preexistencia de Cristo, pues dice que Dios Padre amó al Cristo preencarnado “antes de la fundación del mundo”. Luego le pide a Dios Padre que sus discípulos estén con él en el reino venidero. Su atención se enfoca en ellos, no en sí mismo. Quiere que finalmente el amor del Padre esté también en sus discípulos, y eso nos incluye a todos nosotros. ¡Qué forma tan maravillosa de concluir su oración ante Dios! EC