#191 - Ezequiel 1-3: "La extraña comisión de Ezequiel; los querubines"

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#191 - Ezequiel 1-3

"La extraña comisión de Ezequiel; los querubines"

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Llegamos al tercero de los profetas mayores, Ezequiel, llamados así no porque los demás sean menos importantes, sino por la extensión del libro. Por ejemplo, Isaías tiene 66 capítulos, Jeremías, 52 y Ezequiel, 48 y Daniel 12 capítulos, pero muy largos. Los demás profetas tienen pocos capítulos y por ello se llaman los profetas menores.

Ezequiel significa en hebreo “Dios fortalece” y era de familia sacerdotal, tal como Isaías y Jeremías. Mientras que Jeremías tenía muchos años en su ministerio en Jerusalén, Ezequiel aún se preparaba para convertirse en sacerdote a los 30 años. Lamentablemente, nunca logró ejercer su oficio, pues cuando tenía alrededor de 25 años, los babilonios tomaron a los nobles de Jerusalén, junto con el rey Joaquín y los llevaron a Babilonia. Esto sucedió en 597 a.C. y fueron llevadas unas 10,000 personas como cautivos (2 Reyes 24:14).

Mientras tanto, Daniel había llegado a Babilonia con la primera deportación unos 9 años antes (606 a.C.) y ya era famoso en Babilonia por su sabiduría. Quizás se conocieron personalmente, pues Ezequiel lo menciona tres veces y vivió unos kilómetros al sur de Babilonia (Ezequiel 14:14,20; Ezequiel 28:3). 

En definitiva, el libro de Ezequiel es uno de los libros menos entendidos por el mundo. Muchos eruditos están confundidos sobre el propósito del libro: “La misión de Ezequiel parece haber sido explicar y justificar el hecho de que Dios causará o permitiera el cautiverio de Israel” (Halley, p. 289). A otros les parece ridículo que un profeta esclavo que está a cientos de kilómetros de Jerusalén crea que lo escuchen. Comentan: “Parece algo absurdo que Ezequiel esté en Babilonia lanzando denuncias a una ciudad que está a cientos de kilómetros de distancia” (Nuevo Comentario Bíblico, p. 664). 

La clave está en entender a quienes se dirige Ezequiel. La mayoría de los eruditos no captan que la casa de Israel es distinta a la casa de Judá y se equivocan al pensar que Ezequiel se dirigió exclusivamente a los judíos en Judá. Noten sin embargo lo que Dios le dice a Ezequiel: “Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel” (Ezequiel 2:3). No está dirigida principalmente a la casa de Judá. A principios del siglo, un destacado erudito, el profesor C. Totten, de la Universidad de Yale, dijo: “Nunca podré agradecerle lo suficiente a Dios que en mi juventud usó al profesor Wilson para mostrarme la diferencia entre las dos casas del pueblo de Dios. Esta diferencia es la CLAVE para entender casi toda la Biblia, y no puedo hacer suficiente énfasis en que la persona que no entiende que la casa de Israel y la casa de Judá son distintas, todavía está en la infancia, en el abecedario del estudio bíblico y hasta hoy día, estarían cerradas siete octavas partes de la Biblia a su entendimiento” (El Cetro de Judá y la Primogenitura de José, p. 79). 

Es el Espíritu de Dios que “os guiará a toda la verdad” (Juan 15:13). Así, el Sr. Armstrong llegó a esta verdad tan importante y a compartirla: “Ezequiel, por su parte, no fue profeta para la casa de Judá, si bien estaba entre los judíos cautivos. Su profecía iba dirigida a la casa de Israel, la cual había partido 130 años antes y estaba ya perdida… El profeta se hallaba entre los cautivos judíos más de 100 años después de la conquista de Israel, cuando los asirios ya habían emigrado desde el mar Caspio hacia la tierra que hoy llamamos Alemania. El pueblo de la casa de Israel emigró con ellos rumbo al noroeste, pero no se detuvo en Alemania, sino que continuó hasta llegar a Europa Occidental: Francia, Bélgica, Holanda, los países escandinavos y las islas británicas… y allí se encuentran hoy con excepción de la tribu de Manasés que emigró mucho después a Norteamérica y vino a formar los Estados Unidos de América”. 

Continúa: “El profeta Ezequiel recibió la comisión de ir desde donde estaba, entre los judíos, a la CASA DE ISRAEL: “Ve y habla a la casa de Israel” (Ezequiel 3:1) y “Entra a la casa de Israel” (Ezequiel 3:4). Pero Ezequiel nunca llevó aquel mensaje a la casa de Israel. No podía llevarlo porque era esclavo también. Hoy, sin embargo, sí se está llevando el mensaje, escrito en su libro en la Biblia y comunicado a ese mismo pueblo por medio de los siervos de Dios a quienes ha sido revelado el verdadero significado de la profecía” (La Llave Maestra de la Profecía, pp. 105, 143). 

Ahora bien, siempre existen los detractores que dirán que cuando Ezequiel hablaba de la casa de Israel, en realidad está hablándoles a los judíos en Judá. ¿Se puede comprobar que no fue así? Desde luego que sí. Veamos cómo Ezequiel distingue entre la casa de Israel y la casa de Judá a través de todo el libro, tal como vimos anteriormente que lo hicieron Isaías y Jeremías: 

  1. Ezequiel 4:5-6: “Yo te he dado los años de su maldad por el número de los días, trescientos noventa días; y así llevarás tú la maldad de la casa de Israel. Cumplidos éstos, te acostarás sobre tu lado derecho segunda vez, y llevarás la maldad de la casa de Judá cuarenta días; día por año, día por año te lo he dado”. 
  2. Ezequiel 9:9: “Y me dijo: La maldad de la casa de Israel y de Judá es grande sobremanera”. 
  3. Ezequiel 25:3: “Por cuanto dijiste: ¡Ea, bien!, cuando mi santuario era profanado, y la tierra de Israel era asolada, y llevada en cautiverio la casa de Judá”. 
  4. Ezequiel 37:16-24: “Hijo de hombre, toma ahora un palo, y escribe en él: Para Judá… Toma después otro palo, y escribe en él: Para José, palo de Efraín, y para toda la casa de Israel sus compañeros: júntalos luego el uno con el otro, para que sean uno solo, y serán uno solo en tu mano… los pondré con el palo de Judá… Yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra...y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos… Mi siervo David será rey sobre ellos”. 

De modo que Ezequiel entiende perfectamente bien la diferencia entre estas dos casas. Por eso hay que prestar mucha atención hacia cuál de ellas Dios se dirige para saber de qué se trata la profecía. Cuando se dirige a Judá o Jerusalén, está hablándoles a los judíos allá. Cuando se dirige a Israel, es a las 10 tribus norteñas “perdidas” y es una profecía para los tiempos del fin.

Veamos entonces de qué se tratan estas profecías: “Aconteció en el año treinta, en el mes cuarto, a los cinco días del mes, que estando yo en medio de los cautivos junto al río Quebar, los cielos se abrieron, y vi visiones de Dios: En el quinto año de la deportación del rey Joaquín, a los cinco días del mes, vino palabra del Eterno al sacerdote Ezequiel hijo de Buzi” (Ezequiel 1:1-2).

La mayoría de los comentarios están de acuerdo que los “treinta años” se refieren a la edad de Ezequiel cuando comenzó su ministerio profético. En la Biblia, era a los 30 años que el sacerdote podía comenzar a ministrar (Números 4:3) pues se consideraba con suficiente madurez. Cristo y Juan el Bautista también comenzaron su ministerio a los 30 años (Lucas 3:23). 

¿Qué fue lo que vio Ezequiel? “Y miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, y una gran nube con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor, y en medio del fuego, algo que parecía como bronce refulgente, y en medio de ella la figura de cuatro seres vivientesCada uno tenía cuatro caras y cuatro alas… Y el aspecto de sus caras era cara de hombre, cara de león… cara de buey… y cara de águila… Y los seres vivientes corrían y volvían a semejanza de relámpagos… y he aquí una rueda sobre la tierra junto a los seres vivientes, a los cuatro lados… Y sobre las cabezas de los seres vivientes aparecía una expansión a manera de cristal maravilloso, extendido encima sobre sus cabezas… Y sobre la expansión que había sobre sus cabezas se veía la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro [azul]; y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él”. 

Continúa: “Y vi apariencia como de bronce refulgente… desde el aspecto de sus lomos para arriba; y desde sus lomos para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor. Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria del Eterno. Y cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba” (Ezequiel 1:4-28).

Esta representación del trono de Dios con los querubines que los transportan también fue visto por Isaías y Juan, pero esta vez, en forma estacionaria en el tercer cielo (Isaías 6:1-3; Apocalipsis 4:6-8). Esto demuestra que realmente existe tal trono, pues todos estos hombres, sin ponerse de acuerdo, fueron inspirados por Dios y vieron lo mismo. Como veremos en un estudio más adelante, Ezequiel hasta vio lo mismo dos veces. 

Esto nos revela que Dios está rodeado de diferentes tipos de ángeles. Existen los serafines, que tienen seis alas y distintas caras (Isaías 6:2; Apocalipsis 4:7-8). Luego están los querubines, visto aquí por Ezequiel que tiene cuatro rostros cada uno, cuatro alas y están debajo del trono de Dios, para transportarlo. La Biblia revela que Lucifer fue un querubín que se rebeló contra Dios y es hoy llamado Satanás (Ezequiel 28:14-16). Había dos querubines montados sobre el Arca del Pacto, y es probable que representen a Gabriel y Miguel, aunque no son llamados querubines en la Biblia. Sí vemos que es Miguel el que está a cargo de una gran multitud de ángeles que le hacen resistencia a Satanás y su tercera parte de los ángeles caídos (Apocalipsis 12:7-9). Por eso se supone que Miguel, al tener el mismo rango, debe ser también un querubín. Pero sólo es llamado un “arcángel” que significa un ángel principal (Judas 9) y “uno de los principales príncipes” (Daniel 10:13), dando a entender que existen más de uno. Gabriel es también considerado uno por su preeminencia en ambos Testamentos (Daniel 8:16-26; Daniel 9:21-27; Lucas 1:11-20; Lucas 1:26-38). Los ángeles normales siempre son vistos con la figura humana (Hechos 1:10) y sin alas.

Ahora, ante esta imponente visión que sólo a Ezequiel le es permitido ver, Dios le explica que ha venido a entregarle una misión muy importante, llevar a las casas de Israel y de Judá un mensaje de advertencia principalmente para los tiempos del fin. Al estudiar todo este libro cuidadosamente, se llega en forma ineludiblemente a la misma conclusión que llegó el Sr. Armstrong. Aunque tiene un propósito secundario a los habitantes de Jerusalén, el mensaje principal es para las casas de Israel y Judá en los últimos días

Dice el Sr. Armstrong: “Los ministros y dirigentes eclesiásticos de hoy se formaron en los seminarios teológicos de sus respectivas religiones. Sus libros de enseñanza eran primordialmente libros sectarios… ¡no la Biblia! Muchas de esas denominaciones dicen: “Nosotros somos una iglesia del NUEVO Testamento”, y dan por hecho que las profecías del Antiguo Testamento se refieren sólo a aquellos tiempos y carecen de significado para nosotros hoy en día. ¡Esto es un error y un engaño! Muchas de las profecías del Antiguo Testamento no se escribieron para los israelitas de aquella época ni fueron leídas por ellos. La Iglesia de Dios, que es del Nuevo Testamento, está, sin embargo, estructurada sobre el FUNDAMENTO de los profetas del Antiguo Testamento, así como de los apóstoles (Efesios 2:20). Daniel escribió después de que Israel y Judá habían caído en la esclavitud, lejos de Palestina. No tenía los medios para comunicar sus profecías a sus compatriotas, y además, el significado estaba cerrado y sellado hasta nuestros tiempos (Daniel 12:8-9)”. 

Continúa: “Ezequiel, por su parte, no fue profeta para la casa de Judá, si bien estaba entre los judíos cautivos… Dicha profecía habría de dirigirse a la casa de Israel HOY, en este siglo 20, llegando a ella por medio de los ministros de Dios que ahora sí conocen su identidad” (La Llave Maestra de la Profecía, p. 105). 

Dios le dice a Ezequiel: “Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a gentes rebeldes que se rebelaron contra mí… Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho el Eterno el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos” (Ezequiel 2:3-5). 

Ezequiel, según las mismas Escrituras y la historia, jamás salió de su poblado babilonio de Tel-abib. Sus mensajes fueron preservados por los judíos allí, y aunque es probable que algunas de sus cartas o mensajes pueden haber llegado a Jerusalén antes de su destrucción, ni Jeremías ni otros de los profetas comentan al respecto. Es aún más extraño que Jeremías no hubiera hecho alusión a ellos, pues estaba entregando en Judá un mensaje parecido, y aunque los dos eran profetas y sacerdotes, nunca Jeremías los usa como buen respaldo. Es por eso poco probable que los escritos de Ezequiel hayan llegado a Jerusalén. Más bien, como veremos, estas profecías fueron principalmente dadas como una revelación personal a Ezequiel para ser registradas y cumplidas en los postreros tiempos

Dios le dice: “Hijo de hombre, come lo que hallas; come este rollo y ve y habla a la casa de Israel. Y abrí mi boca, y me hizo comer aquel rollo… y lo comí y fue dulce como miel” (Ezequiel 3:1-3). Esto le sucedió también a Juan cuando comió (aceptó la comisión) el rollo: “Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre” (Apocalipsis 10:10). A Ezequiel le ocurrió lo mismo, pues dice, “Me levantó, pues, el Espíritu, y me tomó; y fui en amargura, en la indignación de mi espíritu, pero la mano del Eterno era fuerte sobre mí. Y vine a los cautivos en Tel-abib, que moraban junto al río Quebar, y me senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí siete días atónito entre ellos” (Ezequiel 3:14-15). 

Por eso, Ezequiel tuvo una de las misiones más extrañas jamás dada a un profeta. No se sabe cuántos judíos cautivos estaban allí, quizás unas mil personas, o menos, puesto que los babilonios no desearan tener una concentración de esclavos muy grande donde pudieran conspirar o rebelarse. Lo común era dividir los cautivos en pequeños grupos. Es entonces extraño que Ezequiel hiciera todas sus denuncias ante este grupo perplejo de cautivos, que no eran rebeldes, y dirigir sus denuncias a Jerusalén. Dios le dice: “Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel… He aquí yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra sus frentes. Como diamante, más fuerte que pedernal he hecho tu frente; no los temas, ni tengas miedo delante de ellos, porque son casa rebelde” (Ezequiel 3:4-9). 

Luego le explica su comisión: “Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel… Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares… el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad… él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma… Pero si al justo amonestares para que no peque, y no pecare, de cierto vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás librado tu alma” (Ezequiel 3:17-21). 

He aquí una verdad maravillosa, que no se conocía bien en ese entonces: se llama la responsabilidad individual por el pecado. En esos días, todo estaba prácticamente basado en la responsabilidad familiar o nacional. Lo que hacía uno, toda la familia lo pagaba. Pero Dios ahora hace énfasis en que los padres no pagarán por los pecados de los hijos ni los hijos por los pecados de los padres. Esto se desarrollará mucho más en el Nuevo Testamento. Y lo veremos con más detalles en los siguientes estudios.