La tormenta antes de la calma

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La tormenta antes de la calma

Recientemente, durante un fin de semana largo, mi esposa y yo asistimos a la boda de unos amigos. Fue una ocasión encantadora, en la que los novios intercambiaron sus votos ante Dios y los testigos en un hermoso escenario al aire libre. Amigos y familiares acudieron de todo el país para presenciar el feliz momento. Después, los invitados compartieron, comieron, conversaron y se pusieron al día con sus amistades durante horas mientras disfrutaban de la comida y la bebida. Fue todo lo que debe ser una boda, una celebración de una institución ordenada por Dios y una bendición para las familias.

A principios de año, cuando recibimos la invitación por correo, pensamos en lo bonito que sería viajar al sur del país en primavera y asistir a esta boda. No obstante, algunas cosas han cambiado desde entonces. El precio de la gasolina se ha duplicado, lo que ha disparado el costo de los viajes. La inflación ha incrementado los precios de las habitaciones de hotel, lo que también exige un mayor desembolso, aunque sigue siendo manejable.

Por otro lado, el persistente coronavirus sigue activo. Antes de emprender este viaje se produjo un brote de contagio en una conferencia a la que asistimos. No fue algo serio, pero lo suficiente para recordarnos que el covid-19 todavía es una preocupación y todo lo que conlleva. Durante este mismo periodo Rusia invadió a Ucrania, y si bien esta guerra está lejos de la mayoría de nosotros, con el tiempo todos sentiremos su impacto. Mientras millones de personas en Ucrania atraviesan graves tribulaciones, muchos seguimos disfrutando la libertad de desplazarnos por nuestros países, llevar una vida normal y asistir a bodas. Pero uno se pregunta, ¿cuánto tiempo más será así?

El hecho es que se está gestando una fuerte tormenta. Felizmente esa tormenta llegará a su fin, pero no sin antes causar una gran destrucción. Por tanto, tenemos que prestar atención.

¿Vamos silbando por el cementerio?

¿Nos detenemos a analizar seriamente la condición de nuestro mundo mientras transcurre la vida? ¿O vamos, como dice una expresión, “silbando por el cementerio”, es decir, comportándonos alegremente mientras ignoramos el peligro o la crisis que tenemos por delante?

A pesar de lo agradable que fue asistir a la boda, admito que me asaltaron ciertos pensamientos: “¿Estamos ignorando la realidad de los tiempos?”, “¿Entendemos verdaderamente el grave momento de la historia en que nos encontramos?” No malentiendan mi intención: creo plenamente que la vida debe continuar y que no debemos suspender todos los placeres ahora mismo.

Pero a este momento precisamente se refirió Jesús cuando hizo una conocida declaración sobre el estado de la sociedad en los días previos a su regreso, su segunda venida. Repasemos lo que se conoce como “la profecía del sermón del monte”, registrada en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21, y llamada así porque fue pronunciada en el monte de los Olivos, junto a Jerusalén:

“Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24:37-39).

¿Suena esto como los tiempos actuales? Creo que sí. Se me vino a la mente este versículo mientras estaba en la boda, y estoy seguro de que volveré a recordarlo cuando asista a otra boda dentro de unos meses y a cualquier otra en el futuro.

Todos debiéramos meditar en lo que dijo Jesús sobre el espíritu que prevalecería en los tiempos que antecederán su venida. ¿Vivimos en un periodo semejante al que precedió el diluvio de Noé? ¿Acaso  las palabras de Cristo se refieren a ese momento, una época de gran tensión mundial que exige que estemos en guardia? Yo creo que sí. Nuestro tiempo se parece mucho a la descripción que hace Cristo de los días de Noé, y tal pensamiento debiera despertarnos a los peligros del momento.

Se avecina una terrible tormenta

Gran parte de lo que leo ahora proviene de personas de todo el mundo que están tratando de discernir estos tiempos. Todas están de acuerdo en que algo ha sucedido. Es como una gran corriente subterránea que se desliza por debajo de la superficie de los acontecimientos mundiales, trayendo consigo grandes cambios en todos los ámbitos de la vida y también incertidumbre, inquietud y aprensión acerca de lo que sucederá a continuación.

Los observadores perspicaces tratan de entender lo que está ocurriendo y hacia dónde se dirige todo esto. Algunos se centran en el aspecto tecnológico, convencidos de que todo es material. Otros consideran que las corrientes de la civilización se mueven como placas tectónicas cambiantes. Otros, en cambio, ven enormes fuerzas espirituales en acción y recurren a la religión para entenderlo. Con ese fin, citan las Escrituras y hacen alusiones al Antiguo Testamento. Cierto escritor utilizó al dios pagano Moloc para describir este momento: alguien con un hambre insaciable que devora los cuerpos y las almas de las personas que le son entregadas como alimento para apaciguar su terrible ira.

A lo largo de la historia el mundo siempre ha tenido problemas, entre ellos terribles guerras y otras catástrofes que alcanzaron niveles sin precedentes en las guerras mundiales del siglo pasado. No obstante, durante las últimas décadas muchas naciones han vivido en relativa calma y seguridad.

Sin embargo, como nos advierten las Escrituras, esto es “la calma antes de la tormenta”. La Biblia describe un tiempo venidero muy turbulento, como ningún otro desde el comienzo de la historia, llamado “la gran tribulación” (Daniel 12:1; Jeremías 30:7; Mateo 24:21).

El mundo se verá súbitamente atrapado en una vorágine masiva. Como Jesús dijo además en su profecía del monte de los Olivos: “Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria” (Lucas 21:25-27).

También dice de este tiempo: “Orad, pues . . . porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:20-22).

Antes del regreso de Cristo se producirá una tormenta de enormes proporciones que sacudirá los cimientos de la civilización y amenazará a la raza humana con la extinción. ¿Alcanzamos a ver las nubes de tormenta en el horizonte?

Durante más de dos años hemos experimentado un trastorno de los estándares convencionales. Este fenómeno carece de precedentes en nuestro tiempo y, si se compara con el resto de la historia, es potencialmente mucho más grave y relevante que lo ocurrido en cualquier período pasado.

De acuerdo a las conclusiones de muchos analistas, todos los componentes de la sociedad moderna –empresas, educación, medios de comunicación, tecnología, comercio– se han visto afectados por los recientes acontecimientos, y casi todo ha cambiado. Y aunque tal vez esperamos una vuelta a la “normalidad”, una evaluación realista afirma que probablemente no volveremos al mundo de hace apenas tres años. Esto puede ser muy preocupante. Más que nunca, necesitamos acudir a Dios y a su Palabra, la Biblia, para adquirir comprensión y una mente sana y equilibrada.

Jesús nos dice que vigilemos y estemos en guardia

Jesús entregó su profecía en el monte de los Olivos para responder una pregunta de sus discípulos: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? (Mateo 24:3). Jesús comenzó con una lista resumida de problemas crecientes: engaños por parte de falsos cristianos, guerras y rumores de guerras, hambrunas y epidemias de enfermedades junto a devastadores desastres naturales. A continuación habló de sucesos específicos del tiempo del fin.

Citó la profecía de Daniel sobre la abominación desoladora, una antigua profanación del culto en el templo judío que aún debía repetirse de alguna forma, y luego habló del tiempo de la gran tribulación ya mencionado.

Los tres relatos de la profecía de Jesús tienen algo en común: sus declaraciones advirtiendo seriamente a sus discípulos para que vigilaran, oraran y no se dejaran sorprender por los acontecimientos futuros y fueran capaces de afrontarlos con valor y determinación. Analicemos detenidamente lo que significa vigilar y comprender para no ser sorprendidos. Esta es quizá la lección más importante que debemos extraer de la enseñanza de Cristo.

El relato de Marcos 13 nos ofrece una sinopsis completa de la advertencia de Cristo a sus discípulos. Entender lo que significa su advertencia para nosotros en estos tiempos puede proporcionarnos el consuelo y la confianza que necesitamos para afrontar estos tiempos.

Después de repasar varias señales que muestran la proximidad de su regreso al final de la era, Cristo afirma: “Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre. Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo” (Marcos 13:32-33).

Y luego da un ejemplo para ilustrar su punto, comparándose a sí mismo con un hombre que deja instrucciones específicas a sus sirvientes antes de emprender un largo viaje: “Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo. Es como el hombre que yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase. Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (Marcos 13:32-37, énfasis nuestro en todo este artículo).

Tres veces dice Jesús a sus seguidores que velen. ¿Qué quiere decir con esto? La palabra griega gregoreo, traducida como “velar”, significa además estar alerta, mantenerse despierto, prestar atención y ser cauteloso. Él conoce bien nuestras tendencias humanas: que por negligencia o pereza podemos desfallecer y ser vencidos por el pecado, o que una calamidad repentina puede abrumarnos espiritualmente.

La advertencia del vigilante

La idea de velar se deriva de su uso en el período del Antiguo Testamento para describir lo que debía hacer un profeta por la nación: estar atento al peligro y hacer sonar una advertencia. Vemos esto de manera muy clara en la tarea que Dios le encomendó al profeta Ezequiel para advertir al pueblo de Israel. Dios le dijo: “Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte” (Ezequiel 3:17).

La imagen que aquí se presenta es la de un vigilante o centinela que monta guardia sobre campos o ciudades. En las sociedades agrarias del mundo antiguo se construían torres de vigilancia para supervisar los campos. Durante las semanas de maduración de las cosechas, los hombres montaban guardia en estas torres para evitar que los animales o los ladrones se llevaran las cosechas. Al estar en juego el suministro de alimentos de la comunidad, el papel del vigilante era fundamental para los habitantes del pueblo.

En épocas de peligro, los vigilantes también se apostaban en lo alto de las murallas para no perder de vista el exterior de las fortificaciones. Encaramado en un punto desde el cual observaba los accesos a la ciudad, el vigilante daba la voz de alarma si aparecía una amenaza, tras lo cual se cerraba la ciudad y se atrancaban sus puertas en preparación para la batalla.

Uno puede imaginarse también a un vigilante de este tipo en otros momentos, observando la vida cotidiana de la ciudad. Podía ver gran parte de la actividad de las calles y mercados y conocía a la gente, su tipo de trabajo, hábitos y estilo de vida. Si se hallaba apostado cerca de la puerta de la ciudad, también podía observar las transacciones comerciales realizadas por sus funcionarios (véase Rut 4:1-12). Su tarea de vigilante servía además para desalentar el crimen, como sucede con un policía moderno.

En cuanto a la analogía de la tormenta con la calamidad que se avecina, podemos considerar a los meteorólogos de hoy como vigilantes modernos que nos advierten sobre la inminencia de una tormenta peligrosa y nos sugieren tomar las medidas de emergencia necesarias. Si ignoramos sus advertencias, ya es problema nuestro.

Hoy en día, aplicar las instrucciones de Jesús para vigilar lo que sucede en términos de moralidad social y juicio inminente implica estar conscientes de las tendencias de nuestro mundo desde una perspectiva bíblica. Significa evaluar los cambios y la dirección de la cultura, los movimientos políticos y geopolíticos significativos, la educación y las tendencias religiosas comparándolos con la enseñanza y visión de la Biblia. También comprende un sólido entendimiento de la profecía bíblica, de cómo Dios ha guiado la historia para cumplir su propósito y de hacia dónde está finalmente dirigiendo las cosas.

Vigilar también significa examinar nuestras vidas comparándolas con los estándares de la Palabra de Dios para ver si cumplimos con sus estándares de justicia y si tenemos una relación con Dios el Padre y Jesucristo su Hijo.

Al decirnos que velemos y oremos siempre para que se nos considere dignos de escapar de los calamitosos acontecimientos del final de los tiempos y presentarnos ante él (Lucas 21:36), Jesús muestra que debemos comprometernos a vivir una vida piadosa. Y debemos reconocer que el objetivo principal en la vida es buscar los valores y la vida del Reino de Dios ahora, desarrollando  una relación personal con Dios y con Cristo para poder vivir por siempre en la familia divina (Mateo 6:33; Colosenses 3:1-4).

Este abnegado papel no solo consiste en advertir sobre  la calamidad, sino en anunciar cuando el peligro está pasando o cuando la ayuda está en camino, llevando un mensaje de esperanza.

El fin de la tormenta

Cuando los discípulos de Jesús se atemorizaron en medio de una fuerte tormenta, él “se levantó, reprendió al viento y ordenó al mar: —¡Silencio! ¡Cálmate! El viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo” (Marcos 4:39, Nueva Versión Internacional). De la misma manera, cuando Jesús regrese hará cesar la tormenta de destrucción de los últimos tiempos y traerá una gran calma a la Tierra y un periodo de paz junto con el Reino de Dios. En estos maravillosos “tiempos de refrigerio” (Hechos 3:19-21), el mundo entero por fin aprenderá y seguirá los caminos de Dios.

Dios quiere que sus centinelas comuniquen esta buena noticia del rescate y la salvación que se avecinan. Leamos en Isaías: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: Tu Dios reina! ¡Voz de tus atalayas! Alzarán la voz, juntamente darán voces de júbilo; porque ojo a ojo verán que el Eterno vuelve a traer a Sion. Cantad alabanzas, alegraos juntamente, soledades de Jerusalén; porque el Eterno ha consolado a su pueblo, a Jerusalén ha redimido. El Eterno desnudó su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro” (Isaías 52:7-10).

Al instruirnos para que vigilemos y oremos cuando se acerca una tormenta profética, Cristo básicamente nos está diciendo que saquemos fuerzas del evangelio durante estos tiempos sombríos. La verdad bíblica de que Cristo intervendrá en los asuntos del mundo para poner fin a la injusticia, la tragedia y la corrupción, da a los visionarios una esperanza que supera todas las demás promesas fallidas de las instituciones humanas. El Reino de Dios es la única esperanza para la supervivencia de la humanidad.

Dios les dice a Jerusalén y a la tierra de Israel que los centinelas mantendrán una constante vigilia de oración por la paz del pueblo: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis del Eterno, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra . . .

“Pasad, pasad por las puertas; barred el camino al pueblo; allanad, allanad la calzada, quitad las piedras, alzad pendón a los pueblos. He aquí que el Eterno hizo oír hasta lo último de la tierra: Decid a la hija de Sion: He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con él, y delante de él su obra (Isaías 62:6-11).

Estos vigilantes, con su presencia y sus oraciones, tratan de evitar que el pueblo sufra los devastadores efectos del mal y le ayudan a mantener viva la esperanza.

Llamados a servir ahora

Estos pasajes de Isaías describen a un grupo de personas piadosas con una visión única del mundo actual y el futuro. Ellas comprenden la aplicación universal del evangelio del Reino de Dios. Saben que Dios traerá ese reino a la Tierra y ofrecerá la salvación no solo a Israel, sino también a todas las naciones. Este grupo es la Iglesia de Dios, cuyos miembros consideran que su llamado no solo comprende vigilar y advertir, sino también ser un ejemplo del Reino de Dios venidero para que otros puedan ver buenos frutos y procuren hacer lo mismo.

Los miembros de la Iglesia de Dios también entienden cuál es la causa fundamental de los males de este mundo en estos tiempos y lo que está por venir. Ven los oscuros nubarrones que se acumulan en el horizonte mundial y que anuncian el fin del reinado de Satanás como dios de este mundo (2 Corintios 4:4) y autor de todo su mal. Esto les lleva a subir a los “muros” de la sociedad y a proclamar una advertencia a cualquiera que quiera oírla, que dice: “¡Dios es soberano! ¡Él traerá un tiempo de juicio sobre el mundo para demostrar que solo él es Dios! ¡Todos los demás dioses erigidos por la gente para ocultar su verdad serán destruidos!”

La proclamación de este mensaje incluye mostrar el camino hacia la paz personal a quienquiera que escuche. Este mensaje presenta la verdadera enseñanza de Dios y el camino a la salvación. Además, explica cómo uno puede optar por escapar de la hora de juicio que Dios traerá sobre el mundo. La advertencia de Cristo a sus discípulos de estar vigilando y en alerta señala el camino para entender los tiempos del fin de esta era. Este es uno de los aspectos reconfortantes del mensaje del evangelio.

En un momento de gran angustia, Dios ilumina un camino que podemos seguir. En el libro de Amós tenemos una promesa que Dios da a conocer a sus siervos y por medio de ellos: “¿Se tocará la trompeta en la ciudad, y no se alborotará el pueblo? ¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual el Eterno no haya hecho? Porque no hará nada el Eterno el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas. Si el león ruge, ¿quién no temerá? Si habla el Eterno el Señor, ¿quién no profetizará? (Amós 3:6-8).

Jesucristo fue un profeta; de hecho, el más grande de los profetas. Encargó a sus discípulos que llevaran el evangelio al mundo, y la Iglesia (el Cuerpo de Cristo) entiende que, como parte de su cometido, debe discernir los tiempos y someterse a él como la Cabeza (Efesios 1:22-23).

A nosotros, como sus discípulos, Cristo nos dice que vigilemos y oremos para que no nos hallemos desprevenidos. Él da discernimiento a su pueblo acerca de los grandes sucesos que están ocurriendo hoy, la funesta tormenta de acontecimientos que se está acumulando y cambiando al mundo. Por medio del lente de la Biblia y con la mente de Cristo, una visión clara de los acontecimientos mundiales de hoy puede darnos la clave de lo que todo esto significa.

Jesucristo y Dios el Padre han hecho el compromiso de reunir a los diversos pueblos y culturas en la única familia que están formando: la familia de Dios. Cuando Cristo nos dice que vigilemos y oremos, está diciendo que nos dará la comprensión que brinda paz mental, tranquilidad, fuerza y determinación. No tenemos que preocuparnos excesivamente por los acontecimientos mundiales que escapan a nuestro control.

Debe llenarnos de gran aliento saber que Dios es quien tiene el control final de la historia y que incluso permite el sufrimiento y el mal que ocurren por ahora, porque calzan en el contexto de su propósito general. De hecho, él nos ha revelado ese propósito y también su resultado en términos generales. La fe divina infunde una paz que sobrepasa todo entendimiento en el ámbito humano (Filipenses 4:7).

¿Por qué permite Dios, entonces, que una tormenta de maldad y sufrimiento azote al mundo antes del regreso de Cristo? La respuesta radica en entender la naturaleza del hombre y el propósito de la vida. Como dijimos, Dios está creando una familia y reproduciendo seres a su imagen y semejanza, pero la etapa presente del desarrollo de la humanidad es necesaria para que se lleve a cabo ese propósito supremo. Cada uno de nosotros debe elegir hacer un pacto de obediencia con Dios como preludio al don de la vida eterna que él promete. Este conocimiento tan vital es desconocido incluso para la mayoría de las personas de fe.

¿Estará usted vigilando y orando?

Es probable que usted sea una persona sincera que cree en Dios, y sin duda considera que va por buen camino para recibir las promesas de Dios que puedan estar en su futuro. Como sea, pídale a Dios que le ayude a asegurarse de estar viendo el panorama completo. Reconozca que podría estar en la categoría de los engañados por Satanás.

“El mundo entero está bajo el control del maligno” (1 Juan 5:19, NVI), pues Satanás, el diablo y archiengañador, “engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9). El gran engaño que Satanás ha perpetrado sobre la humanidad es la razón de la gran tormenta que se avecina. Él ha cegado las mentes de las personas (2 Corintios 4:4) al propósito de la vida humana, a la razón por la que fuimos puestos en este planeta excepcional por el Dios Creador. Y sin esa comprensión vital carecemos de un contexto en el cual situar la tormenta que se avecina.

Incluso si usted es un apasionado estudiante de la profecía bíblica y tiene conocimiento de las señales de la venida de Cristo, puede que ignore la importante razón de por qué vendrán estos tiempos tan turbulentos. La advertencia de Cristo de “velar y orar” no es suficiente por sí misma. Debemos velar y orar dentro del contexto de una comprensión más amplia de la Palabra de Dios, especialmente de los pasos del plan de salvación de Dios. Estos pasos están representados por sus festivales anuales revelados en la Biblia. En estos tiempos señalados por Dios, sus elegidos se reúnen ante él para recordar y representar el gran significado de la existencia humana.

Los festivales bíblicos de Dios muestran su plan de llevar a muchos hijos a su familia divina. Ese plan, establecido desde antes de la fundación del mundo, exige tener fe en Cristo como el Cordero de Dios. Cada uno de estos festivales muestra un aspecto de la obra de Cristo para traer la salvación eterna al mundo (vea “Las fiestas bíblicas: Lo que nos enseñan acerca de Jesucristo”, a partir de la página 20). Cuando uno entiende y celebra estos días en espíritu y en verdad, ve cómo Dios está guiando a este mundo a través de las tormentas de pruebas y dificultades y llevándolo hacia el tiempo de calma representado por el Reino de Dios en la Tierra que será establecido después de la segunda venida de Cristo.

La peor tormenta está aún por venir, pero llegará a su fin cuando Cristo regrese. Manténgase alerta y aguante la tormenta para alcanzar la paz y la calma que Dios ha prometido.  BN