El dilema de Habacuc

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El dilema de Habacuc

No le da la impresión de que la mayoría de la gente no tiene interés en aprender la verdad de Dios, en escuchar sus enseñanzas y prestar atención a sus advertencias expuestas claramente en las Sagradas Escrituras? Si alguna vez ha pensado así, sepa que no está solo.

Jesucristo encomendó a sus discípulos una misión crucial. Después de declarar que “será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14), les dijo “Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura” (Marcos 16:15, Nueva Versión Internacional). Además, los exhortó así: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19-20).

Al principio Habacuc se preguntaba si Dios castigaría a Judá, ¡pero después se angustió ante la posibilidad de que su nación fuera aniquilada!

Los primeros discípulos de Jesús y otros que les siguieron llevaron a cabo ese cometido con diligencia, pero siempre ha sido una tarea ardua. Ahora, en el siglo xxi, la Iglesia de Dios lleva a cabo esa misma misión en medio de una resistencia cada vez mayor. En las últimas décadas, el pecado y la irreverencia hacia Dios no han dejado de agravarse. ¿Seguirán sin ser escuchadas sus palabras?

Hace unos 2600 años Habacuc, el profeta de Dios, tuvo pensamientos comparables y los expresó en una oración a su Creador mediante una pregunta. Aunque Dios respondió, a Habacuc no le gustó mucho lo que oyó y quedó perplejo. Así que se atrevió a hacerle otra pregunta a Dios, y a su debido tiempo empezó a comprender.

Habacuc escribió su libro profético en Judá, probablemente inmediatamente después del reinado del justo rey Josías, cuando su malvado hijo Joaquín fue nombrado gobernante. La nación había experimentado un período de relativa prosperidad material y ahora se estaba alejando de Dios. Aunque Josías instituyó varias reformas espirituales, el crimen y la violencia iban ahora en aumento. Además, los malvados prosperaban, las viudas y los huérfanos eran abandonados y la anarquía se estaba generalizando.

Como consecuencia, Dios encomendó a Habacuc y a otros profetas que advirtieran al pueblo sobre esta escalada de pecados. Él informó a los dirigentes y ciudadanos del país que Dios sencillamente no toleraría tal comportamiento, y que a menos que se produjera un cambio, tendría que castigar a la nación.

La oración urgente de Habacuc a Dios

¿Qué produjeron los muchos años de predicación y advertencias de Habacuc? Tristemente poco o nada, ya que la mayoría de la gente se negó a prestar atención a sus palabras dadas por Dios. Después de experimentar este fracaso, Habacuc se desanimó y procuró saber por qué Dios no actuaba de manera inmediata y lidiaba con los pecados de Judá.

En su oración suplicó: “Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo clamaré a causa de la violencia sin que vengas a librarnos? ¿Por qué me haces ver tanta angustia y maldad? Estoy rodeado de violencia y destrucción; por todas partes hay pleitos y luchas. No se aplica la ley, se pisotea el derecho, el malo persigue al bueno y se tuerce la justicia” (Habacuc 1:2-4, Dios Habla Hoy).

Debido a todo lo que presenciaba y ante la ausencia de algo que lo frenara, Habacuc se llenó de angustia. ¿Podemos identificarnos con su doloroso dilema cuando vemos el rápido aumento de la violencia, perversión y anarquía en nuestra sociedad? (Véase Ezequiel 9:4).

En respuesta a la oración de Habacuc, Dios explicó que estaba plenamente consciente de las iniquidades de Judá y que castigaría a la nación a menos que el pueblo se arrepintiera. Si no lo hacían, el país sería invadido y conquistado, y su pueblo expulsado de la tierra por una nación sumamente cruel y violenta: los caldeos, también conocidos como babilonios (Habacuc 1:6-9).

Después de oír esto, ¡Habacuc quedó atónito! La sola idea de que su pueblo fuera vencido por una nación tan despótica y depravada le horrorizaba por completo. Al enterarse de esto, ¡el dilema de Habacuc se acrecentó aún más! Aunque al principio se preguntaba si Dios castigaría siquiera a Judá, ¡aparentemente ahora se angustiaba ante la posibilidad de que su nación fuera totalmente eliminada! (compare con el versículo 12, Nueva Traducción Viviente).

Y aunque estaba profundamente atribulado, este fiel profeta esperó pacientemente a que Dios le proporcionara más información (Habacuc 2:1). Pronto Dios hizo precisamente eso, y le dijo a Habacuc que escribiera lo que había oído para que otros también pudieran entenderlo (versículo 2).

La profecía puede ser también para un tiempo futuro

Continuando en el capítulo 2, Dios procedió a decirle a Habacuc que ciertamente sabía que los caldeos eran arrogantes, idólatras y despiadados. Pero reveló además que, a su debido tiempo, ellos también serían duramente castigados y su reino enteramente demolido. Esto sucedió en el año 539 a. C., cuando la capital de los caldeos, Babilonia, fue derrocada por las fuerzas del Imperio medo-persa.

Pero ahí no termina la historia, ya que las profecías bíblicas a menudo son de naturaleza dual. Dios le dijo a Habacuc: “Esta visión es para un tiempo futuro. Describe el fin, y este se cumplirá. Aunque parezca que se demora en llegar, espera con paciencia, porque sin lugar a dudas sucederá. No se tardará” (Habacuc 2:3, NTV).

Esta declaración fue una clave vital para resolver el dilema de Habacuc. Dios le mostró que lo que estaba haciendo al advertir a Judá no era solo para su tiempo. Como explican otras profecías bíblicas, también era para un período futuro: “el tiempo del fin” (Daniel 12:4), el período que conduce a los tres años y medio de espantosos problemas mundiales que culminarán con la segunda venida de Jesucristo. Pero Habacuc no entendió esto al principio, así que Dios tuvo que ayudarle a ver más allá del limitado enfoque de su propio tiempo.

Sin embargo, no es difícil entender cómo se sentía Habacuc. Simplemente quería que su mundo se arreglara y que su pueblo se arrepintiera en ese mismo momento. Sinceramente, ¿no es así como nos sentimos en ocasiones? ¿No deseamos a veces que nuestra sociedad no tuviera que sufrir la violencia y el sufrimiento que se avecinan, según revela la profecía bíblica?

Al igual que Habacuc, lo último que quisiéramos es que nuestras naciones sean invadidas y derrotadas y que sus ciudades, pueblos y zonas rurales sucumban al fuego, y sus habitantes mueran por todas partes debido al hambre y el sufrimiento. Y aunque Dios protegerá eficazmente de varios aspectos de este horrible desastre a muchos de sus fieles seguidores, es muy posible que afecte a nuestros propios familiares, amigos y vecinos.

Pero a menos que se produzca un arrepentimiento, esos terribles castigos lamentablemente seguirán encaminándose velozmente hacia nuestras naciones. Como revela la profecía, cerca del fin de esta era Dios permitirá que los líderes humanos, influenciados por Satanás el diablo, formen el imperio más tiránico y cruel que jamás haya gobernado sobre la Tierra (2 Tesalonicenses 2:9; Apocalipsis 13:1-4). La profecía bíblica revela que, poco antes de la segunda venida de Cristo, surgirá en Europa este poderoso sistema de gobierno mundial de tipo babilónico (Apocalipsis 18:3).

Esta gran superpotencia, descrita como una bestia terrible (Daniel 7:7; Apocalipsis 13), infligirá un terrible castigo a las naciones del Israel actual (Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y otras) debido a su flagrante y continua desobediencia a los mandamientos de Dios (compare Levítico 26:18, 24, 28, y consulte nuestra guía de estudio gratuita Los Estados Unidos y Gran Bretaña en la profecía bíblica).

Las Escrituras se refieren a este devastador período como “tiempo de angustia para Jacob” (Jeremías 30:5-8). El antiguo desplome profetizado de Judá fue un precursor de lo que está por venir, que según Cristo será la peor época de toda la historia humana (Mateo 24:21). Y más tarde, al igual que su antiguo predecesor caldeo, esta potencia mundial y bestial de los últimos tiempos será destruida (Apocalipsis 18:9-11).

¿Qué debemos hacer?

¡Así que las palabras de Dios a Habacuc sobre “el fin” se aplican al tiempo que tenemos por delante! ¿Qué debemos hacer entonces? Además de permanecer personalmente cerca de Dios, debemos apoyar firmemente la labor de la Iglesia de predicar el evangelio a todas las naciones.

También podemos orar para que muchas más personas puedan ser alcanzadas con el mensaje divino de testimonio, advertencia y arrepentimiento (Mateo 24:14; Isaías 58:1). Y lo que es igual de importante, podemos imitar personalmente a Jesucristo como ejemplos vivientes del mensaje del evangelio mediante nuestra conducta virtuosa, para que otros también puedan dar gloria a Dios (Mateo 5:14-16).

Finalmente, gracias a la gran ayuda de Dios, el dilema de Habacuc se resolvió. Después él continuó predicando el arrepentimiento, viviendo justamente por fe y dando honor a su Creador Eterno (Habacuc 2:4; 3:19). Lo hizo sabiendo que Dios tenía el control absoluto y que se ocuparía de todo a su debido tiempo. Por tanto, ¡sigamos el ejemplo de confianza de Habacuc, creciendo y fortaleciéndonos espiritualmente, preparándonos diligentemente para el regreso de Jesucristo, y apoyando la gran obra de Dios en todo el mundo! BN