¿Adopción o filiación?

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Como explica este folleto, las Escrituras revelan que el propósito del hombre es ser procreado por Dios en un sentido real, con su Espíritu Santo implantado en nuestras mentes para engendrarnos como sus propios hijos. Sin embargo, unos cuantos versículos del apóstol Pablo han sido usados para afirmar que Dios nos adopta en lugar de engendrarnos directamente como sus hijos. ¿Cuál es la diferencia entre ambas cosas? ¿Y cuál es la verdad de este asunto?

Como comúnmente se traduce, Romanos 8:15 dice que los cristianos “habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” El versículo 23 dice que nosotros, “que tenemos las primicias del espíritu, también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. El siguiente capítulo, de acuerdo a la mayoría de las traducciones hispanas de la Biblia, dice que Israel, la nación de Dios, recibió la promesa de “adopción” (9:4). De manera parecida, tanto Gálatas 4:5 como Efesios 1:5 usan la frase “adopción como hijos” para la categoría que Dios nos otorga.

Otras versiones, sin embargo, usan el término “filiación” (Recobro del Nuevo Testamento) o su equivalente, en Romanos 8:15. El Diccionario Expositivo Completo de Palabras del Antiguo y Nuevo Testamento, de Vine (1985) explica que la palabra griega original aquí es “huiothesia . . . de huios, ‘un hijo’ y thesis, ‘un puesto’, semejante a tithemi, ‘colocar o poner’; es decir, colocar a alguien como hijo. Los eruditos han observado que esta palabra se usaba ocasionalmente en el griego antiguo en relación a la adopción, por lo que su uso se considera apropiado.

“Adopción” significa acoger a un hijo de otros padres como nuestro propio hijo o hija. Es un acto muy noble el proveer un hogar y una familia a alguien que lo necesite, y generalmente es una gran bendición tanto para los padres adoptivos como para el hijo adoptado. Hay muchos que aceptan y aman a sus hijos adoptados tanto como a los biológicos, y deben hacerlo, porque él o ella es un ser humano hecho a semejanza de Dios. (Tome en cuenta que Jesucristo mismo fue básicamente adoptado por José, que no era su padre verdadero, sino que Dios el Padre).

Sin embargo, surgen problemas al aplicar la terminología de adopción a nuestra relación con Dios. Algunos se imaginan que somos transferidos de nuestra paternidad biológica o de la paternidad del demonio (vea Juan 8:44), a Dios como nuestro nuevo padre. Sin embargo, todos los seres humanos son esencialmente el linaje de Dios desde el comienzo, aun en el aspecto biológico (Hechos 17:28-29), igual como él fue el padre de Adán y Eva al crearlos (Lucas 3:38) y porque él está involucrado en el proceso de procreación en el vientre (Salmo 139:13-16).

Satanás ha sido un padre para los seres humanos solo en el sentido de ejercer dominio e influencia sobre ellos para moldearlos a su manera. Pero en realidad, los seres humanos son hijos legítimos de Dios, y él los redime (los compra de nuevo) mediante su plan de salvación. Más aún, cuando Dios nos engendra espiritualmente como sus propios hijos, como un producto de su propio ser, esto de ninguna manera se compara con la adopción.

El comentarista bíblico Vine afirma: “La expresión ‘adopción de hijos’ de la Biblia King James (Nota nuestra: equivalente a la Reina-Valera en español) es una traducción equivocada y engañosa. Dios no ‘adopta’ a los creyentes como hijos, sino que son engendrados como tales por su Espíritu Santo mediante la fe”. Es muy importante que reconozcamos esto, porque afecta nuestro futuro de manera directa. En la adopción humana, los hijos adoptados son tan humanos como sus nuevos padres, pero sólo porque los niños fueron adoptados de otros padres humanos que los procrearon físicamente. Pero si Dios solamente nos adoptara y no nos engendrara a su imagen, seríamos seres de una clase muy distinta a la suya, porque no nos estaría adoptando de otros padres de su misma clase, la clase divina. Esto se podría comparar tal vez con adoptar una mascota como miembro de la familia (aunque en este caso, la mascota sería capaz de hablar).

Desafortunadamente, esto es lo que más se acerca a lo que muchos se imaginan—que somos y seremos eternamente seres diferentes e inferiores a Dios. Así es que no tienen ningún problema en interpretar la palabra griega como “adopción” en los versículos que hemos visto. Pero esta noción del propósito de Dios no es verdadera, ya que la Escritura afirma claramente que Dios en realidad nos engendra espiritualmente según su propia imagen, con la intención de que finalmente lleguemos a pertenecer a la misma especie de seres de la cual él y Jesucristo son parte ahora.

¿De qué estaba hablando Pablo, entonces?  Aunque la palabra huio-thesia (colocar o establecer a alguien como hijo) indudablemente se aplicaba a la adopción, Pablo obviamente estaba usándola en otro sentido.

Podemos comenzar a ver lo que él quiso decir en Gálatas 4:1-5, donde la Biblia Dios Habla Hoy habla traduce el término como “derechos de hijos de Dios”. Note el significado de esto en el contexto: “Lo que quiero decir es esto: Mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo de la familia, aunque sea en realidad el dueño de todo. Hay personas que lo cuidan y que se encargan de sus asuntos, hasta el tiempo que su padre haya señalado. Lo mismo pasa con nosotros: cuando éramos menores de edad, estábamos sometidos a los poderes que dominan este mundo. Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés, para rescatarnos a los que estábamos bajo esa ley y concedernos gozar de los derechos de hijos de Dios”.

Note que en esta comparación, aquel que recibe el huiothesia (el otorgamiento de su derecho como hijo) ya era hijo de su padre, del que estaba entregándole ese derecho. Por lo tanto, esta circunstancia no tenía que ver con adopción.

El lenguaje figurado de Pablo encaja muy bien con el mundo romano de entonces. El historiador Will Durant nos dice: “El niño se encontraba inmerso en la más básica y característica de las instituciones romanas—la familia patriarcal. El poder del padre era prácticamente absoluto . . . En los inicios de la república, él era el único miembro de la familia que tenía derechos legales . . . Sobre sus hijos, tenía el poder de la vida, de la muerte, y de venderlos como esclavos” (The Story of Civilization [Historia de la civilización], Vol. 3: Caesar and Christ, 1972, p. 57). Ya en los tiempos de Pablo esto se había flexibilizado un poco, pero todavía era la regla general. 

Durante los años de la adolescencia de un muchacho, su padre determinaba cuándo era tiempo para que él pasara de la niñez a la edad adulta, generalmente alrededor de los 14 años o un poco más. En una ceremonia pública formal, habiéndose despojado de su toga infantil, se presentaba ataviado con la toga virilis (toga de la virilidad), la marca de su ciudadanía y su derecho a votar en la asamblea:

“Cuando el muchacho estaba listo, comenzaba la procesión rumbo al Foro. El padre reunía a sus esclavos, sus empleados, clientes, parientes y amigos, usando toda su influencia para que la escolta de su hijo fuera numerosa e imponente. En el Foro se agregaba el nombre del muchacho a la lista de ciudadanos, y se le extendían formalmente las felicitaciones . . . Finalmente, todos regresaban a la casa, donde concluían el día con una cena festiva auspiciada por el padre en honor del nuevo ciudadano romano” (Roman Children [Los niños romanos], Classicsunveiled.com).

Después de esta ceremonia, la condición social del hijo subía de categoría. Ahora estaba investido legalmente con todos los derechos, poderes y privilegios como hijo y heredero de su padre, y también como ciudadano.

Probablemente Pablo se refería a esta iniciación a la edad madura. Dios nos ha engendrado como sus hijos, y en cierto sentido considera que poseemos ya un cierto grado de madurez, habiendo superado la condición de esclavos hasta convertirnos en hijos con ciertos privilegios (¡aunque todavía seamos como simples bebés!). Sin embargo, la plenitud de nuestra iniciación a la madurez todavía se halla en el futuro, al momento de “la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos 8:19).

En Romanos 8:23 en la versión Recobro del Nuevo Testamento dice: “Y no sólo esto, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu . . . también gemimos dentro de nosotros mismos, aguardando con anhelo la plena filiación [huiothesia] de nuestro cuerpo”.

Así es que estos versículos de Pablo de ninguna manera restan significado a nuestro destino como hijos verdaderos y legítimos de Dios. De hecho, ¡solo confirman y aclaran más aún esta increíble verdad bíblica!