El pecado y la ley de Dios

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Nosotros creemos que Dios ha creado al hombre con el propósito de que llegue a ser parte de su familia, reciba la inmortalidad y viva en armonía con él y con sus semejantes por la eternidad (Hebreos 2:6-13). Para poder disfrutar de la eternidad junto a Dios, debemos compartir también su forma de pensar, estar de acuerdo con su perspectiva, seguir su camino de vida, y apreciar y preservar los principios que están expresados en su ley (Filipenses 2:5-13). En las Sagradas Escrituras, que son la revelación escrita de Dios a la humanidad, él nos revela el conocimiento esencial que necesitamos, por medio de sus leyes y enseñanzas (2 Timoteo 3:15-17). Esto establece los cimientos de la relación eterna que Dios desea tener con nosotros. De ahí que sea imperativo que cualquiera que desee tener esa clase de relación con Dios obedezca las directrices de la ley de Dios tal como están reveladas en su Palabra.

El pecado, que es la transgresión de la ley, entró en la humanidad en el huerto del Edén. Satanás les mintió a Adán y a Eva respecto al árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 3:4; Juan 8:44). Contrariamente a la engañosa predicción de Satanás, Adán y Eva sí murieron. Como descendientes de ellos, todos somos mortales (Hebreos 9:27). No es una coincidencia que la presencia universal del pecado en todos los seres humanos (Romanos 3:23) esté relacionada con la muerte y con el hecho de que Dios ha retenido su don de la vida eterna (Romanos 6:23).

La forma en que el pecado se extiende se demuestra claramente en la tendencia generalizada que tienen los seres humanos de hacer caso omiso de la ley de Dios y desobedecerla (Romanos 8:7). A menudo, el autoengaño es una característica que comparten aquellos que se apartan del camino perfecto de Dios (Jeremías 17:9; Jeremías 10:23). La influencia de Satanás se distingue claramente, tanto directa (Efesios 2:1-3) como indirectamente por el comportamiento de aquellos a quienes engaña (2 Corintios 11:13-15).

Después de convertirse en el enemigo de Dios debido a su rebelión, Satanás ha ido reclutando encubiertamente a toda la humanidad en su propia batalla, ya que todo pecado, además de las consecuencias que trae para los seres humanos, es por definición algo contrario a Dios (Génesis 39:9; Salmos 51:4).

La violación de cualquier instrucción de Dios es pecado (1 Juan 5:17), pero también podemos pecar cuando no hacemos lo que sabemos es correcto (Santiago 4:17) y cuando actuamos en contra de nuestra conciencia (Romanos 14:23). Además, el pecado es una fuerza que nos esclaviza y de la cual necesitamos ser liberados y redimidos (Romanos 7:23-25). Nosotros no podemos liberarnos por nuestros propios medios (1 Pedro 1:18-19). Debido a que cualquier forma de pecado nos aleja de Dios (Isaías 59:1-3; Efesios 4:17-19) y finalmente produce la muerte, no importa cuánto obedezcamos después de haber caído en transgresión, ya no podemos eliminar sus consecuencias (aunque la obediencia es un requisito que Dios espera que cumplamos). Solamente el sacrificio perfecto de Jesucristo puede liberarnos (Hebreos 2:14-15) y reconciliarnos con Dios.

La gracia de Dios nos permite obtener el perdón de nuestros pecados (Romanos 3:24), y así el cristiano encuentra libertad por medio de la obediencia a la ley de Dios (Santiago 1:21-25). En lugar de ser esclavos del pecado debido a la desobediencia, servimos a Dios obedeciéndole y siguiendo su camino, lo que lleva a la vida eterna en su reino. Esto se nos ofrece como una dádiva generosa e inmerecida (Romanos 6:16-23).

A los ojos de Dios es muy grave volver a nuestra antigua vida pecaminosa (2 Pedro 2:20-22). Sin embargo, el único pecado que no puede ser perdonado es el rechazo voluntario del sacrificio de Jesucristo, por el cual se hace posible el perdón de los pecados (Hebreos 6:4-6). Este pecado es descrito por Cristo como “la blasfemia contra el Espíritu Santo” (Mateo 12:31); es el rechazo deliberado y consciente del poder y la autoridad de Dios. Después de que todos los seres humanos hayan recibido la oportunidad de ser salvos, aquellos que no hayan querido arrepentirse serán destruidos (Apocalipsis 20:14-15); así se cumplirá el castigo por el pecado, la segunda muerte.

Aunque cada persona debe responder por su propio pecado (Ezequiel 18:4, 20), Satanás el diablo es identificado como el engañador de la humanidad, el verdadero responsable de que ésta haya seguido el camino del pecado (Apocalipsis 12:9; 20:1-3).

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