El arrepentimiento

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El arrepentimiento

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El arrepentimiento de las obras muertas aparece en Hebreos 6:1 como parte del fundamento que nos lleva a la perfección y a la vida eterna. Jesús recalcó la importancia del arrepentimiento cuando en dos ocasiones afirmó que “si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3, Lucas 13:5). Dios requiere que todos se arrepientan (Hechos 17:30; 2 Pedro 3:9).

En el primer sermón de que se tiene conocimiento en tiempos de la iglesia del Nuevo Testamento, Pedro exhortó a sus oyentes a que se arrepintieran (Hechos 2:38). El arrepentimiento va más allá de sentir pesar y remordimiento por las acciones del pasado (2 Corintios 7:8-11). El verdadero arrepentimiento implica el reconocimiento de que nuestra naturaleza se opone a Dios (Romanos 8:7). Esto exige una transformación, un giro completo de nuestra vida, un cambio en el que dejamos de seguir el camino del mundo para seguir el camino de Dios (Isaías 55:7-8; Hechos 26:20). Es un sometimiento total y una obediencia voluntaria, basados en el conocimiento de la forma en que Dios quiere que vivamos nuestra vida.

El arrepentimiento comienza con nuestra súplica para que Dios perdone nuestros pecados y la aceptación de Jesucristo como nuestro Salvador personal. No es una decisión basada únicamente en las emociones, aunque éstas desempeñan un papel importante (Hechos 2:37), sino que es una decisión de obedecer sinceramente a Dios por la fe en Jesucristo. Por medio de la fe en Jesucristo, su justicia se convierte en nuestra justicia (Filipenses 3:8-9; Romanos 8:1-4). El arrepentimiento no es una simple conformidad con un sistema religioso o cierto código de leyes. La confianza en Dios y sus caminos nos lleva a vivir de acuerdo con su voluntad y manifestarlo por medio de obras de justicia (Santiago 2:17-26). El verdadero arrepentimiento no es algo que la persona pueda originar por su propia fuerza. Es un don de Dios (2 Timoteo 2:25), una de las cosas buenas que nos da nuestro Padre celestial (Santiago 1:17). Él es quien nos guía al arrepentimiento (Romanos 2:4).

El arrepentimiento es uno de los aspectos principales en el proceso de conversión, y Pedro lo expresó muy bien en su primer sermón: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). Debemos arrepentirnos del pecado, que es la transgresión de la ley de Dios (1 Juan 3:4). El arrepentimiento precede al bautismo.

Después del arrepentimiento y el bautismo, a la persona le es dado el Espíritu de Dios mediante la imposición de las manos (2 Timoteo 1:6). Entonces el Espíritu Santo nos guía para que vivamos de acuerdo con el camino de Dios (Romanos 8:14). Ahora tenemos el amor de Dios, que nos motiva para cumplir con sus leyes (1 Juan 5:3). Los verdaderos cristianos tienen el Espíritu de Dios (Romanos 8:9) y luchan por vivir de la misma forma en que vivió Cristo (1 Juan 2:6).

El arrepentimiento comprende tanto tristeza como gozo. El arrepentimiento nos conduce a una maravillosa y eterna relación con nuestro amoroso Dios, nuestro Creador y el dador de la vida. El arrepentimiento hace que nos fijemos en el amor y la misericordia de Dios, y el perdón de los pecados hecho posible por el sacrificio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El arrepentimiento es necesario para que podamos despojarnos del “viejo hombre” y llegar a formar parte de la familia de Dios (Efesios 4:20-24). Jesús dijo: “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Ciertamente, una de las razones que tenemos para alegrarnos es ¡la expectativa de formar parte del Reino de Dios!

Poco después de arrepentirnos, debemos ser bautizados y recibir el don del Espíritu Santo (Hechos 2:37-38) para que sean perdonados todos nuestros pecados pasados (Romanos 3:25). Después debemos vivir una vida guiada por el Espíritu de Dios, creciendo en la gracia y en el conocimiento, dando fruto y siendo cada vez más perfeccionados en santidad y en justicia (2 Pedro 3:18; Mateo 13:23; 2 Corintios 7:1).

El arrepentimiento es un proceso continuo y no un suceso único en la vida del creyente. Una persona convertida deberá seguir batallando continuamente contra el pecado en su vida (1 Juan 1:8-10; 1 Juan 2:1). La naturaleza humana estará presente todo el tiempo que vivamos y luchará continuamente con nuestra mente, incitándonos a pecar (Romanos 7:17, Romanos 7:20-21). No obstante, sentiremos la necesidad de obedecer y complacer a Dios. El amor de Dios que está presente en la persona (Romanos 5:5) reconoce el camino perfecto de Dios y desea seguirlo, pero también se da cuenta de la debilidad de la carne (Romanos 7:12-25).

Mientras el creyente mantenga una actitud arrepentida, luchando continuamente por vencer el pecado (Apocalipsis 2:7, Apocalipsis 2:11, Apocalipsis 2:17, Apocalipsis 2:26; Apocalipsis 3:5, Apocalipsis 3:12, Apocalipsis 3:21), Dios no le condena (Romanos 8:1). Mediante el arrepentimiento y la fe en que el sacrificio de Jesucristo cubre nuestros pecados, una persona convertida se mantiene en este proceso de lucha y de conversión durante toda su vida.

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