La caída de Lucifer
Para nuestros lectores jóvenes
¿Ha oído alguna vez la expresión “Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos aún más cerca”? Esto significa que si tenemos enemigos, no necesariamente debemos evitarlos; por el contrario, tenemos que esforzarnos por conocerlos mejor. De ese modo podremos comprender mejor cómo y cuándo podrían atacarnos.
Es de esperar que en tu vida no haya nadie a quien consideres un enemigo. Claro, todos tenemos personas con las que no nos llevamos bien pero, en general, la mayoría de nosotros no tenemos a alguien como el Guasón o el Acertijo intentando rastrearnos hasta nuestra guarida secreta y destruirnos.
¿O sí?
“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Satanás el diablo es verdaderamente nuestro enemigo. Ahora, para ser claro, no estoy diciendo que debas hacerte amigo de Satanás. ¡Absolutamente no! Sin embargo, considerando que es realmente nuestro enemigo, es conveniente que sepamos un poco sobre él para que podamos estar más conscientes de sus ataques.
De Lucifer a Satanás
Satanás el diablo no siempre fue Satanás el diablo. Antes de convertirse en Satanás, era Lucifer. Piensa en Darth Vader, quien era Anakin Skywalker antes de convertirse en Vader. Anakin era un buen hombre, hasta que algo dentro de él cambió. Al hablar del cambio que se produjo en Lucifer, Ezequiel 28:14-15 dice: “Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad”. En Lucifer se halló iniquidad, o pecado.
Un estudio más detallado muestra que la perdición de Satanás se debió específicamente al orgullo: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte” (Isaías 14:12-14).
Lucifer deseaba estar por encima de Dios literal y figuradamente, y a cargo de toda decisión, incluyendo lo que está bien y lo que está mal. Una vez que los motivos del corazón de Lucifer se convirtieron en un patrón de comportamiento claramente establecido, fue arrojado a la Tierra tal como Jesús describió en el libro de Lucas, y se convirtió en Satanás el diablo.
¿Significa esto acaso que si tenemos un pecado secreto dentro de nosotros, vamos a caer como le sucedió a Lucifer? ¿Nos maldecirá Dios y cambiará nuestro nombre para que seamos despreciados y nos convirtamos en el enemigo de toda la humanidad, como hizo con Satanás? ¡En absoluto! Dios nos permite buscar el perdón y arrepentirnos (1 Juan 1:9).
El objetivo de Satanás
Leímos anteriormente en 1 Pedro 5:8 que destruir a la humanidad es el modus operandi de Satanás, y hay muchos ejemplos específicos en la Biblia que lo confirman. En Job 1 leemos que Dios está hablando con Satanás y este procura entablar una especie de pelea, queriendo demostrar que los humanos solo obedecen a Dios por miedo y con el fin de obtener salud y riquezas de él. En Job 1:9-11 leemos: “Satanás le respondió al Señor: Sí, pero Job tiene una buena razón para temer a Dios: siempre has puesto un muro de protección alrededor de él, de su casa y de sus propiedades. Has hecho prosperar todo lo que hace. ¡Mira lo rico que es! Así que extiende tu mano y quítale todo lo que tiene, ¡ten por seguro que te maldecirá en tu propia cara!” (Nueva Traducción Viviente). El deseo de Satanás era quebrantar la voluntad de Job de obedecer a Dios, y así arruinar la relación entre ellos.
Felizmente, Job superó la prueba. Pero por desgracia, no todo el mundo la ha superado.
Judas Iscariote, uno de los más íntimos compañeros de Jesús, cayó en la tentación de la riqueza material: “Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce; y este fue y habló con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia, de cómo se lo entregaría. Ellos se alegraron, y convinieron en darle dinero” (Lucas 22:3-5). Se nos dice que Satanás entró en Judas Iscariote. Esto no significa que Judas estaba poseído y no tenía ningún control sobre sus acciones. Más bien significa que sucumbió a la tentación que Satanás le puso enfrente: treinta piezas de plata (compare Mateo 26:14-16).
Satanás no pudo elevarse por encima de Dios, como leemos en Isaías 14. Desde entonces, su meta ha sido que ningún hombre logre lo que él no pudo: formar parte de la familia de Dios.
Las herramientas de Satanás
Para lograr su objetivo de destruir al hombre, Satanás dispone de muchas herramientas. Para utilizar la cultura pop como ejemplo, piensa en la Estrella de la Muerte de La Guerra de las Galaxias, o en una de las trampas que el Guasón le ponía a Batman. Si bien son muchos los “artilugios” que utiliza Satanás, tal vez podrían reducirse a tres, todos básicos: la tentación, la duda y el miedo.
Si retrocedemos al principio de la Biblia vemos que Satanás, habiendo adoptado la imagen de una serpiente, entregó a Eva información bastante tentadora: “Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que el Eterno Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer” (Génesis 3:1-3). En pocas palabras, la única cosa que Dios había prohibido fue presentada a Eva en forma de tentación. Satanás le sirvió gustosamente el fruto literal y prohibido a Eva, de una manera que ella fue incapaz de resistir.
Una vez que Satanás tentó a Eva, plantó semillas de duda en su cabeza: “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-5). En realidad, aquí Satanás siembra dos dudas: primero, le dice que no morirá si desobedece a Dios. En segundo lugar, sugiere que Dios supuestamente está “reprimiendo” a Adán y Eva escondiéndoles información.
A partir de ahí, las cosas se deterioraron rápidamente. El miedo se apoderó de Adán y Eva cuando se hicieron ropas por primera vez y se escondieron de Dios. Adán empezó a jugar al “juego de la culpa”, acusando a Eva de darle el fruto prohibido, e incluso a Dios, por haberle dado a Eva como mujer. Finalmente, la separación que Satanás deseaba ver se produjo cuando Adán y Eva fueron expulsados del huerto de Edén.
En su esfuerzo por hacernos fracasar, Satanás planta tentaciones y nos anima a tener dudas y temores. Y aunque nuestro poderoso adversario aparentemente puede tener la ventaja en términos de fuerza, ¡nosotros contamos con nuestra propia arma secreta!
Nuestra batalla
¿Cuál es esta arma secreta? Leamos: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo”
(1 Pedro 5:8-9). La palabra clave aquí es resistir. Santiago, el hermano de Cristo, lo expresó de esta manera: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
Considere lo que podría haber sucedido si Eva hubiera resistido la tentación inicial que Satanás le puso por delante. Si al ser tentada hubiera respondido diciéndole a la serpiente: “No necesito comer de ese fruto. Si pudiera, Dios me lo habría dicho”, la secuencia de acontecimientos que siguió (duda, miedo y separación de Dios) se habría interrumpido. Del mismo modo, si Judas hubiera resistido la tentación de la riqueza material, tal vez su destino habría sido muy diferente.
Esto no quiere decir que resistir sea fácil, pero pone de manifiesto un principio clave: Satanás no intentó dominarlos físicamente, ni intimidarlos con alguna demostración de fuerza sobrenatural. Nunca podríamos derrotar a un ser espiritual poderoso como Satanás en ningún tipo de contienda física pero, con la ayuda de nuestro Dios Todopoderoso, podemos repelerlo en este campo de batalla tan crucial: el de nuestra mente.
“Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4-5). Esta guerra no es carnal o física, sino espiritual, y lo que está en juego es nuestra mente. Nosotros no necesitamos llevar a Satanás al cautiverio: Dios lo hará en su debido momento (Apocalipsis 20:1-3).
La batalla que debemos librar tiene que ver con el control de nuestros pensamientos. Por tal razón, debemos asegurarnos de que estos se alineen con la Palabra de Dios y no con otra cosa que intente ponerse por encima de Dios, como procuró hacer Lucifer.
¡Victoria!
Tal vez el detalle más curioso sobre Satanás el diablo sea su destino. Para él, sin importar la cantidad de gente que termine engañando, el resultado final será el mismo. Tras una condena de mil años de cautiverio, Satanás será liberado sobre la Tierra por un corto tiempo y después de eso recibirá su castigo final: “Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 20:7-10). Aunque no podemos afirmar con toda certeza qué es este lago de fuego, se nos dice que es un lugar de tormento, y que Satanás será desterrado allí para siempre.
El destino de Lucifer es muy triste. Él comenzó de manera muy promisoria, como un ángel creado por Dios y dotado de muchos talentos. Por desgracia, cayó en la tentación, pecó y se convirtió en Satanás el diablo. Debemos mantenernos plenamente conscientes de nuestro enemigo y sus tácticas, y aprender de sus errores. Si nos resistimos a él y a las tentaciones de la vida que conducen al pecado, ¡podremos ser testigos de cómo este enemigo será derrotado para siempre! EC