¿De dónde proviene la maldad, y cómo acabará?

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¿De dónde proviene la maldad, y cómo acabará?

¿Por qué vemos en nuestro mundo horrores tales como genocidios, terrorismo, tortura y asesinatos en serie? ¿A qué se debe la interminable seguidilla de guerras sin sentido en diferentes partes, que empeoran las cosas y truncan las vidas de gente ya empobrecida y desesperada?

En los últimos cien años ha habido un gran aumento de dichas atrocidades, que han provocado la muerte de cientos de millones y han condenado a otros miles de millones a la miseria y la esclavitud política y económica.

Sin importar cuánto se condene la maldad producida por las guerras, los disturbios políticos, los malos gobiernos y el desmoronamiento social, en realidad nada cambia para mejorar la situación. Por el contrario, debido a la proliferación de medios cada vez más poderosos para causar una devastación global, la probabilidad de aniquilación de la raza humana sigue en aumento.

Las normas de conducta están en franco deterioro. Lo que antes se consideraba pecaminoso, espantoso e inmoral, es ahora cada vez más aceptable. Un meme [idea o mensaje propagado en las redes sociales] aparecido recientemente en Facebook y atribuido al escritor y locutor Dwight Longenecker, lo describe así: “Primero, pasamos por alto la maldad. Luego la permitimos. Después la legalizamos. Después la promovemos. Luego la celebramos, y finalmente perseguimos a quienes la llaman maldad”.

Claramente hemos llegado al punto descrito por el profeta Isaías: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Isaías 5:20-21).

Un ejemplo obvio de ello es el aborto. En los años cincuenta y sesenta el aborto era ilegal. ¡Matar a un niño recién concebido en el útero era algo impensable! ¡Era asesinato! La conciencia tanto individual como comunitaria respetaba la vida en el útero como algo sagrado y sostenía que debíamos ejercer responsabilidad moral frente a esa vida. ¡Pero eso ha cambiado! El niño en el vientre, con un corazón que late, ha sido degradado a un “tejido humano” que puede ser destruido y desechado como basura sin el más mínimo escrúpulo.

Incluso se afirma que esto es un derecho y se lleva a cabo sin ninguna vergüenza. Cualquier oposición a esta terrible práctica suscita fuertes declaraciones, tales como “¡Mantén tus leyes alejadas de mi cuerpo!” Lo que una vez fuera ilegal e inmoral se ha vuelto legal y aprobado, y como resultado ha habido más de 60 millones de abortos desde 1973 solo en los Estados Unidos. Además, una nueva legislación en este país permite que también los bebés casi a punto de nacer sean abortados.

El apóstol Pablo predijo un aumento significativo del pensamiento malvado y corrupto, que pondría a la sociedad en gran peligro: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Timoteo 3:1-5, énfasis añadido en todo este artículo).

¡Estamos viviendo precisamente en esos tiempos profetizados, cuando el enojo, el odio, la venganza, el egoísmo y el trauma sicológico de la maldad se hallan fuera de todo control! Esto es lo que vemos a diario en las noticias; pero las cosas empeorarán aún más.

¿De dónde provino toda esta maldad? ¿Por qué Dios la permite, y cómo será posible finalmente acabar con ella?

Si Dios es bueno y todopoderoso, ¿cómo es posible que exista la maldad?

Muchos ateos alegan que una de las principales razones de por qué no creen en Dios es que no logran entender cómo puede existir un Dios amoroso y todopoderoso que no es capaz de acabar con las guerras, el sufrimiento y la injusticia. ¿Cómo es posible que un Dios compasivo que nos creó a su imagen no pueda ponerle fin a todo el mal? ¿Cómo puede ser tan frío y ciego?

Ciertos personajes bíblicos de gran relevancia hicieron las mismas preguntas. Note esta oración del profeta Jeremías: “Justo eres tú, oh Eterno, para que yo dispute contigo; sin embargo, alegaré mi causa ante ti. ¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y tienen bien todos los que se portan deslealmente?” (Jeremías 12:1).

De la misma manera, Job se queja diciendo: “¿Por qué prosperan los malvados mientras se vuelven viejos y poderosos? Llegan a ver a sus hijos crecidos y establecidos, y disfrutan de sus nietos. Sus hogares no corren ningún peligro, y Dios no los castiga” (Job 21:7-9, Nueva Traducción Viviente).

Leemos una pregunta similar en el libro de los Salmos: “¿Hasta cuándo los impíos, hasta cuándo, oh Eterno, se gozarán los impíos?” (Salmos 94:3).

Quizá nosotros también estemos enfadados porque la maldad continua y desenfrenada es contraria a nuestro sentido de justicia. Si consideramos la gran cantidad de filósofos, religiones y expertos que se han referido a la maldad, ¿hay acaso alguna fuente confiable a la que podamos acudir en búsqueda de respuestas claras? ¿Será posible que la maldad llegue a su fin? ¿Triunfaremos sobre el mal, o el mal triunfará sobre nosotros?

Numerosas culturas y religiones han intentado comprender la aparente dicotomía entre los aspectos opuestos del bien y el mal en la naturaleza humana y han procurado explicarla de varias maneras, usando términos como dualismo o fuerzas positivas y negativas. La religión de oriente presenta los principios o energías del Yin y el Yang como las que le dan forma a esta dinámica. Entre los pensadores seculares y religiosos que intentan explicar el lado oscuro de la naturaleza humana abundan las teorías, ¿pero cuáles son las verdaderas respuestas?

La Biblia entrega explicaciones creíbles, claras y verdaderas a todos estos interrogantes. Aquellos que toman en serio la Biblia y aprenden lo que realmente enseña, pueden encontrar en sus páginas la descripción del mal y la cronología de su origen, desarrollo y destrucción final.

Revelación del origen y futuro del mal

La palabra mal o maldad aparece más de 590 veces en la Biblia. Además, hay muchos términos sinónimos, como “malvado”, “iniquidad” y “pecado”. No cabe duda de que este tema es abordado exhaustivamente en las Escrituras.

¿Qué podemos aprender entonces?

La Biblia revela que el origen del mal se remonta a mucho antes de la creación de los primeros seres humanos. La historia comienza con la rebelión de un poderoso ser angelical llamado Lucifer (según su traducción al latín). El profeta Isaías describe cómo el orgullo de este ser lo llevó a perpetrar un lamentable ataque en contra de Dios, y sus consiguientes consecuencias:

“¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.

“Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo. Se inclinarán hacia ti los que te vean, te contemplarán, diciendo: ¿Es éste aquel varón que hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos; que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel?” (Isaías 14:12-17).

Un siglo después de Isaías, el profeta Ezequiel escribió un relato paralelo sobre el destino final de este mismo ángel rebelde y corrupto que había sido uno de los querubines que cubría el trono de Dios, según es representado en la escultura ubicada encima del arca del pacto:

“Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación.

“Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad.

“A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector.

“Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti.

“Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran. Todos los que te conocieron de entre los pueblos se maravillarán sobre ti; espanto serás, y para siempre dejarás de ser” (Ezequiel 28:12-19).

El gobernador de este mundo y dios de esta era

Este fue el inicio de los malos pensamientos y actitudes en contra de Dios y su camino. Comenzó con el autoengrandecimiento y orgullo distorsionado de Lucifer que lo llevaron al descontento, a la crítica, la amargura y la rebelión, y a un fallido ataque contra Dios.

Dios había permitido que Lucifer y el resto de los ángeles tuviesen libertad moral, ya fuera para escoger el camino de Dios, lleno de amor y evidente preocupación por otros, o la búsqueda del egoísmo. Lucifer y sus cómplices angelicales, que ahora son demonios, escogieron lo último y Lucifer pasó a conocerse como Satanás el diablo, que significa adversario o acusador mentiroso.

La rebelión de Satanás y sus demonios –un tercio de los ángeles– fue un fracaso y todos fueron derrotados y arrojados a la Tierra: “También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas [que simbolizan los poderes mundiales que surgen a partir de él]; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese” (Apocalipsis 12:3-4; compare con Lucas 10:18).

Se nos dice además que habrá una guerra futura en el cielo (Apocalipsis 12:7-8), a raíz de la cual Satanás y sus secuaces serán nuevamente arrojados a la Tierra: “Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él” (v. 9).

Desde esta rebelión inicial, Satanás ha estado lleno de odio contra Dios y el hombre y ha corrompido el mundo al cual fue confinado. Actualmente está intensamente ocupado en destruir la creación de Dios.

Este ser malvado también es llamado “príncipe de este mundo”, “príncipe de la potestad del aire”, “Beelzebú”, “Belial”, “padre de mentira” y “el tentador”.

El mundo en que vivimos es dominio de Satanás, al menos por ahora. Pablo nos dice lo que Satanás está haciendo diligentemente hoy entre los habitantes del mundo, “en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4).

Pablo les recuerda a los cristianos que anteriormente estuvieron bajo este gran engaño y control de Satanás: “. . . en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:2-3).

En Lucas 4 leemos que cuando Jesucristo fue tentado por Satanás, este era gobernador de “todos los reinos de la Tierra” y ofreció dárselos a Jesús con la condición de que lo adorara. Todavía acariciaba su sueño de derrocar a Dios: “Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos” (Lucas 4:5-7).

No obstante, Jesucristo lo rechazó y el diablo se alejó.

La maldad pasa a formar parte de la experiencia humana

Volviendo al relato del origen del hombre, vemos que los seres humanos fueron creados con características y rasgos divinos: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). El hombre fue hecho de manera única para que tuviera un significado y propósito superior al de cualquier otra forma de vida: fue creado para tener una relación especial con Dios, como parte de su familia divina.

Dios puso a los primeros seres humanos en un ambiente ideal llamado huerto del Edén, y les permitió el acceso directo y personal a su Creador. Como muestra Génesis 2, también colocó en el huerto dos árboles. Ambos fueron puestos a propósito en un lugar accesible para el hombre, y Dios les dio a Adán y a Eva instrucciones explícitas y claras respecto a ellos.

Aquí es donde vemos que la palabra “mal” aparece por primera vez en las Escrituras. Uno de los árboles fue llamado “árbol de la ciencia del bien y del mal”, y el otro, “árbol de la vida”. Se les dijo a Adán y a Eva que podían comer a su gusto del árbol de la vida, pero se les advirtió que comer del árbol de la ciencia del bien y del mal les provocaría la muerte. No podían comer de ambos, pero la decisión era suya.

El árbol de la vida, como indica obviamente su nombre, representaba la perpetuidad de la vida. El árbol de la ciencia del bien y el mal simbolizaba el decidir buscar uno mismo lo que es bueno o malo. Era un árbol que incitaba a adquirir conocimiento a través de la experimentación, con resultados inciertos y dudosos.

Después de darles sus instrucciones a Adán y Eva, Dios se apartó y observó a la distancia lo que harían.

En ese momento la serpiente, que era Satanás el diablo según nos dice Apocalipsis 12:9, se arrastró por el huerto y se acercó a la primera pareja humana. El dominio de Satanás todavía era este mundo. Rápidamente se aprovechó de lo que Dios les había dicho y desechó su instrucción y advertencia.

También acusó a Dios de esconder de ellos lo que él mismo codiciaba, es decir, ser como Dios y tenerlo todo: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5). Satanás no pudo disimular su codicia y ambición de poder.

Adán imitó a Eva y ambos hicieron exactamente lo que Dios les dijo que no hicieran: comieron del fruto prohibido, y el resultado fue catastrófico. Fueron expulsados del huerto del Edén y se les negó el acceso al árbol de la vida. Luego fueron arrojados al mundo del mismo ser malvado que habían seguido hasta que los hizo pecar: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Nosotros también hemos heredado la muerte y las cosas que llevan a la muerte.

El mundo que Adán y Eva escogieron y al que fueron exiliados no era el paraíso en el que habían estado, y poco después fue corrompido por el pecado y la violencia. Caín, su primer hijo, asesinó a su hermano Abel y el mundo continuó su marcha por unos 1600 años hasta el diluvio en tiempos de Noé. Esta es la evaluación que Dios hizo de aquel período: “Y vio el Eterno que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió el Eterno de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón” (Génesis 6:5-6).

Dios castigó la maldad de aquel entonces con juicio divino, y el diluvio que envió redujo la raza humana a solo ocho personas. Sin embargo, él no pretendía eliminar toda la maldad del mundo en ese tiempo. La familia de Noé creció y poco a poco comenzó a repoblar el mundo, ¡el cual seguía bajo la profunda influencia del espíritu malvado de Satanás! Según la perspectiva de fuentes bíblicas y seculares, la historia del mundo es una crónica escabrosamente dolorosa de interminables disputas, guerras y todo mal imaginable e inimaginable.

¿Le importa a Dios?

Indudablemente, Dios es todopoderoso y podría eliminar la maldad en cualquier momento. Sin embargo, si lo hiciera, se invalidaría la razón por la cual él permite que el mal exista y continúe momentáneamente. El propósito de Dios al crear seres humanos con voluntad propia requiere que se les permita escoger la opción de la maldad. Más aún, al permitir que estas decisiones vayan acompañadas de consecuencias, ellos aprenden importantes lecciones. Y si bien las tentaciones de Satanás incitan a los seres humanos a la maldad, aquellos que con la ayuda de Dios lo resisten desarrollan un carácter justo.

Pero Dios solo permitirá que la maldad continúe por un tiempo limitado, hasta que sus propósitos se cumplan.

A Dios ciertamente le preocupa lo que usted y yo vemos en este mundo que nos sirve de hogar. Por el bien de aquellos que están dispuestos a arrepentirse, Jesucristo vino en la carne para llevar sobre sí mismo la carga de la pena de muerte y el sufrimiento que la maldad ha causado, y regresará para enderezar el mundo.

El gobierno de Satanás está empeñado en destruir lo que Dios está haciendo, pero tenga la seguridad de que no podrá desbaratar los propósitos divinos, ¡y que la maldad del reino de Satanás llegará a su fin dentro de poco!

Jesús regresará a la Tierra a establecer y restaurar el Reino de Dios. En la oración modelo que él les dio a sus discípulos en Mateo 6:9-13, nos dice que oremos regularmente por aquel reino futuro que vendrá y acabará con el poder de Satanás sobre el mundo. En ese mismo bosquejo de oración Jesús nos dice que le pidamos a Dios “líbranos del mal”. Debemos orar para que nos proteja en el peligroso ambiente de este mundo y también de su líder hostil.

Satanás y sus demonios serán encarcelados por mil años durante el gobierno justo de Cristo sobre la Tierra, y luego liberados una vez más por un breve período (Apocalipsis 20:1-3) para que se cumplan los propósitos de Dios de ayudar a las personas a aprender lecciones y crecer mientras resisten la tentación.

El reinado de Satanás llegará a su fin y él será arrojado junto a sus demonios a un lago de fuego (Apocalipsis 20:7-10; Mateo 25:41). Al final, toda la gente que escoja el camino del diablo y continúe rechazando a Dios y rehusándose a arrepentirse también será arrojada al lago de fuego y aniquilada (Apocalipsis 20:13-15; 21:8). La maldad dejará de existir para siempre.

La Biblia nos dice lo siguiente en cuanto a lo que sucederá cuando la maldad ya no exista: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).

Sí, ¡a Dios sí le importa! Toda la maldad y el dolor que esta produce serán abolidos y habrá amplio acceso al árbol de la vida (Apocalipsis 2:7; 22:1-3, 14).

Aún más, todo el sufrimiento provocado por los males de esta era será puesto en la perspectiva correcta. A pesar de lo difíciles que son las pruebas, Pablo dice: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). Al final, todo lo que la gente haya soportado en esta vida valdrá la pena.

La maldad se acabará por fin y para siempre. ¡Que Dios acelere la llegada de ese tiempo tan maravilloso! BN