¿Para qué diezmar en estos tiempos?
Vivimos en un mundo que exige respuestas a problemas muy profundos y generalmente insolubles. Nuestra sociedad es egoísta y materialista, y necesita desesperadamente hallar un rumbo espiritual. Sin embargo, la mayoría de las personas dedican casi todos sus recursos físicos a la adquisición de bienes materiales y servicios que les brinden una mejor vida a ellas y a sus descendientes.
No obstante, Dios espera que quienes él está llamando tengan una perspectiva distinta, y que reconozcan que las necesidades y valores espirituales son tan importantes como sus equivalentes físicos. Nuestro Padre quiere transmitirnos verdades espirituales invaluables en este mundo entenebrecido y engañado.
El propósito actual de la Iglesia
Dios está llevando a cabo un maravilloso plan, mediante el cual toda la humanidad tendrá la oportunidad de recibir la vida eterna incluso después de la muerte. Solo las enseñanzas y valores espirituales de Dios son capaces de llenar el vacío espiritual y emocional que actualmente aflige a la humanidad.
Jesucristo comisionó a sus siervos para que predicaran el evangelio al mundo entero y llevaran a todas las naciones las magníficas verdades que él ha revelado, y para instruir a quienes Dios ha llamado a su camino de vida (Mateo 24:14; Mateo 28:18-20). Por lo tanto, su Iglesia todavía tiene una gran obra por realizar.
Durante el siglo recién pasado, los medios de comunicación —la prensa, la radio, la televisión y, más recientemente, el Internet— han jugado un papel clave, facilitando a la Iglesia el cumplimiento de su misión de predicar el evangelio. La Iglesia ha debido enfrentarse al interrogante de cómo desea Dios que se financie su obra. Al examinar la Biblia de manera concienzuda y meticulosa, encontramos en sus páginas abundante evidencia de un método financiero consistente y eficaz. Ese método se llama “diezmo”.
La palabra diezmo se deriva de una antigua palabra castellana que significa “décimo”. Diezmar, por lo tanto, es simplemente la práctica de devolverle a Dios el diez por ciento de nuestro sueldo (vea Levítico 27:32). El diezmar es sencillamente una forma de dar, lo cual también es una práctica ordenada por Dios (Mateo 19:21).
Examinemos algunas preguntas muy importantes: ¿constituye el diezmo una responsabilidad personal?, ¿cuál es el fundamento bíblico para esta práctica? Y, tal vez aún más importante, ¿con qué espíritu y actitud debe uno diezmar? Pasemos a analizar algunas escrituras claves.
El diezmo es una forma de adoración con la cual mostramos respeto a Dios: “Honra al Eterno con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto” (Proverbios 3:9-10).
Es necesario que entendamos este crucial aspecto de nuestra relación con Dios, y que nos preguntemos si nuestras acciones reflejan la siguiente actitud: “Le entregaré a Dios mi corazón, mi alabanza, mi gratitud, pero no mi apoyo financiero para su obra”.
El diezmo en la historia bíblica
Antes de que los israelitas entraran en la tierra que Dios les había prometido, él les dijo: “Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, del Eterno es; es cosa dedicada al Eterno” (Levítico 27:30, énfasis nuestro en todo este folleto).
¿Por qué se adjudicó Dios el derecho a exigir el diez por ciento de todo el producto que obtenían de la tierra? Porque su petición estaba basada, y aún lo está, en una verdad muy simple y que con frecuencia se pasa por alto: ¡él es el dueño de todo lo que existe!
Esta premisa fundamental se repite una y otra vez en la Biblia: “Del Eterno es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Salmos 24:1; compare con Éxodo 19:5 y Job 41:11). El diezmo es simplemente la porción divinamente ordenada con que nuestro Padre espera que le honremos y agradezcamos, devolviéndole un décimo de todolo que él nos da.
El primer relato bíblico de esta antigua práctica se encuentra en Génesis 14:18-22. Después de derrotar a cuatro reyes, Abraham diezmó del botín de guerra a Melquisedec, el sacerdote del Dios Altísimo. Obviamente, Abraham entendía muy bien que una forma apropiada de honrar a Dios era entregarle el diezmo de sus posesiones físicas.
Este ejemplo muestra varios principios importantes que podemos aplicar hoy en día. Abraham, cuya ejemplar vida de servicio y obediencia a Dios hizo que el Eterno lo describiera como “el padre de todos los creyentes” (Romanos 4:11), diezmaba voluntariamente, en un acto de gran humildad. Él mostraba respeto y reverencia a Dios y a Melquisedec, quien era al mismo tiempo “rey de Salem” y “sacerdote del Dios Altísimo” (Hebreos 7:1).
En realidad, Melquisedec era una manifestación de Jesucristo antes de su concepción y nacimiento como ser humano (vea nuestros folletos gratuitos ¿Existe Dios?, La verdadera historia de Jesucristo y ¿Quién es Dios?). Hasta ahora, él sigue sirviendo en esa misma capacidad real y sacerdotal (Hebreos 6:20), y el hecho de diezmar es una forma apropiada de rendirle el honor que se merece.
Este ejemplo también refleja la enorme integridad personal y el gran carácter de Abraham, quien decidió guardar su promesa a Dios y no ceder a la tentación de usar el botín de su victoria para sí mismo (Génesis 14:22-23). Él entendía perfectamente el principio de dar un diezmo a Dios, porque él es el dueño “de los cielos y de la tierra” (v. 19). Abraham reconoció que había sido bendecido por el Dios Altísimo, quien hizo posibles su victoria y todas sus bendiciones.
Miopía humana
Los seres humanos solemos pensar que nuestras posesiones son el resultado de nuestros esfuerzos personales. Dios está consciente de esta propensión nuestra, y ordenó a Moisés advertirles a los israelitas que no pensaran “mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza”. En cambio, debían acordarse “del Eterno tu Dios porque élte da el poder para hacer las riquezas” (Deuteronomio 8:17-18). Deberían servir a Dios “con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas” (Deuteronomio 28:47).
Por sobre todo, el diezmo es un acto de adoración a Dios, mediante el cual lo reconocemos como la fuente de nuestra existencia y de todas las bendiciones y favores que recibimos. Jacob, siguiendo el ejemplo de su abuelo Abraham, reconoció esto. Cuando Dios le reconfirmó las promesas hechas a Abraham, Jacob le prometió a Dios: “de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (Génesis 28:20-22).
La práctica de diezmar fue incorporada más tarde en el pacto con Israel, como una ley escrita y codificada. La tribu de Leví, que no recibió como herencia terrenos de los cuales podría obtener ganancias (Números 18:23), recibiría el diezmo de Dios de los frutos de la tierra, en pago por su servicio eclesiástico a la nación. A su vez, y conforme a lo que habían recibido de los diezmos del pueblo, los levitas diezmaban a la familia sacerdotal de Aarón (Números 18:26-28).
En los años subsiguientes el pago del diezmo fue descuidado y olvidado, con devastadoras consecuencias. Ya en tiempos de Nehemías todo el sistema divino de culto se había desmoronado y desintegrado; la adoración en el templo y la observancia del sábado se hallaban seriamente afectadas (Nehemías 13) y, debido a que no existía apoyo financiero para los levitas, éstos habían vuelto a trabajar sus campos para poder mantenerse (v. 10). El sistema de culto establecido por Dios había sido completamente abandonado.
Nehemías se dio cuenta de que para restaurar el culto divino era indispensable restablecer el diezmo. El corrigió enérgicamente a la nación por ser negligentes con sus diezmos (vv. 11-12) y reanudó esta práctica (Nehemías 10:37-38; Nehemías 12:44), lo que a su vez permitió que los levitas llevaran a cabo la obra de Dios que les había sido originalmente asignada (Números 18:21).
Hoy en día, la práctica del diezmo juega un papel vital en el sistema general de adoración a Dios dentro de la Iglesia, y promueve nuestra confianza en él. Nos motiva a evaluar cuidadosamente el uso de nuestros recursos físicos, lo que nos asegura un enfoque más equilibrado y apropiado en nuestra relación con el Creador. La negligencia en relación al diezmo impacta negativamente al sistema bíblico de adoración, con consecuencias de largo alcance tanto para nosotros como para la Iglesia.
Otro ejemplo que ilustra lo que significa para Dios el no diezmar fielmente se encuentra en Malaquías 3:8-10. Vemos que el contexto de este pasaje, escrito alrededor del tiempo en que Nehemías luchaba por reformar la nación de Judá, muestra que el diezmo tiene también una aplicación para los tiempos del fin. En este pasaje, Dios corrige a la nación en los términos más duros: les dice que la negligencia en cuanto al pago del diezmo es comparable a robarle a él, y que quienes le desobedecen se exponen a terribles consecuencias.
No obstante, Dios también promete que si reanudamos nuestra obediencia a su ley del diezmo, él nos recompensará con una abundancia “tan grande que no tendrán suficiente espacio para guardarla” (v. 10, Nueva Traducción Viviente). Dios toma muy en serio sus leyes y compromisos con nosotros y, por supuesto, también nuestros compromisos con él.
El diezmo en el Nuevo Testamento
En lo que se refiere al Nuevo Testamento y la experiencia de la Iglesia original, debemos tomar en cuenta varios puntos muy importantes. Primero, el surgimiento de la Iglesia no significó un abandono radical de las prácticas de la nación de Israel. Solo varias décadas después del establecimiento de la Iglesia del Nuevo Testamento, el libro de Hebreos aclara el impacto que la nueva administración de Cristo tuvo sobre la Iglesia y el sacerdocio vigente en esos días. Incluso aquí, es evidente que la mayoría de las leyes relacionadas con Israel no fueron abolidas, sino que a veces se aplicaban de distinta manera.
Durante décadas, la Iglesia fue considerada por los gentiles simplemente como otra secta de los judíos, con la diferencia de que creía en la divinidad de Jesucristo. La Iglesia es el equivalente espiritual del Israel físico y hasta es llamada “el Israel de Dios” (Gálatas 6:16). Pero debido a la desobediencia del Israel físico, la oportunidad de salvación en ese tiempo fue extendida más allá de este pueblo y ofrecida a otros — a aquellos que serían llamados de entre todas las naciones a formar parte de la Iglesia (Mateo 21:43; 1 Pedro 2:9-10). Mediante un corazón convertido, esta nuevanación espiritual por fin obedecería a Dios según su voluntad.
Cuando la Iglesia comenzó, no hubo ningún quiebre brusco en la aplicación de las leyes y principios del Antiguo Testamento. De hecho, el Nuevo Testamento aún no había sido escrito, pero se afirma que la Iglesia fue edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20).
Se nos dice que las enseñanzas y ejemplos del Antiguo Testamento fueron escritos para el beneficio de la Iglesia del Nuevo Testamento (Romanos 15:4; 1 Corintios 10:11), de manera que pudiéramos concentrar nuestra atención en ellos. En una de las profecías que hablan del tiempo de la segunda venida de Cristo, se nos amonesta: “Acordaos de la ley de Moisés, mi siervo” (Malaquías 4:4). Fue Dios mismo quien dio su ley a Israel a través de Moisés. Esa ley y la correcta aplicación de sus principios siguen vigentes y son muy relevantes para los miembros de la Iglesia de Dios.
Instrucciones de Jesucristo y los apóstoles
El mismo Jesucristo claramente obedeció la ley del diezmo. En un duro reproche a los hipócritas líderes religiosos, les dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mateo 23:23). Como quedó registrado aquí, solo días antes de su muerte Cristo confirmó sin ambages que el diezmo debía practicarse, junto con un sincero apego a “lo más importante” de los aspectos espirituales, que obviamente los escribas y fariseos estaban descuidando.
Los israelitas sostenían económicamente a la tribu de Leví por su servicio en el templo, entregándoles a los levitas el diezmo de Dios. Esta manutención hacía posible que Israel adorara a Dios y fuera instruido de acuerdo a su voluntad. Debido a que por razones prácticas el mensaje divino de salvación ya no era predicado por el sacerdocio levítico, esta responsabilidad ahora había recaído sobre la Iglesia del Nuevo Testamento. Los seguidores del mensaje del evangelio daban ayuda monetaria y de variados tipos a Jesús y a sus discípulos y más tarde a otros obreros de la fe, para que pudieran hacer la obra que Cristo le había encomendado a su Iglesia. Algunos ejemplos de este apoyo y los principios relativos a él se encuentran en varios pasajes del Nuevo Testamento, tales como Lucas 8:3; Lucas 10:7-8; 2 Corintios 11:7-9 y Filipenses 4:14-18.
El libro de Hebreos describe el cambio de administración que se produjo cuando la Iglesia del Nuevo Testamento —el templo espiritual de Dios (1 Corintios 3:16; Efesios 2:19-22)— reemplazó en importancia al templo físico. Ahora, el dinero era entregado a los apóstoles del Nuevo Testamento (vea Hechos 4:35-37).
¿El diezmo, abolido en Hebreos?
Hebreos 7 comienza relatando cómo Abraham dio diezmos a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote de Dios. Como ya hemos visto, él era el mismo Jesucristo preencarnado, según se puede apreciar en la descripción que se hace de él y de sus títulos en este pasaje. Con el establecimiento posterior de Israel como su nación, Dios instituyó un sacerdocio diferente y desde entonces los diezmos fueron entregados a los descendientes de Leví, quienes sirvieron en este nuevo sacerdocio (v. 5). Conforme cambió la administración, también lo hicieron los depositarios de los diezmos. El libro de Hebreos demuestra la forma en que las prácticas y principios respecto al templo físico, los sacrificios y el sacerdocio, ahora se aplican al Sumo Sacerdote, Jesucristo (vv. 22-28).
Lejos de afirmar que el diezmo ha sido abolido, esta sección de las Escrituras enfatiza su apoyo a la reanudación de un sacerdocio “según el orden de Melquisedec” (vv. 15-17). En todos los aspectos, este sacerdocio de Jesucristo es muy superior al sacerdocio de Leví. Se necesitaba un “cambio de la ley” (v. 12) en cuanto al sacerdocio, porque la ley que Dios había entregado a Israel por medio de Moisés no incluía ninguna instrucción que hablara de un Sumo Sacerdote proveniente de Judá (vv. 13-14).
Este cambio de ley comprendía una modificación de tipo administrativo, es decir, la administración de los diezmos cambiaría junto con el traspaso del sacerdocio de Leví a Melquisedec (Cristo). Así, hoy en día los miembros de la Iglesia siguen diezmando aunque el sacerdocio levítico haya concluido, al igual que Abraham diezmó a Melquisedec antes de que se estableciera el sacerdocio de Leví.
El apóstol Pablo se valió de una analogía para señalar que, de la misma manera que quienes servían en el templo eran mantenidos por las ofrendas recibidas en el templo, aquellos que ministraban en la Iglesia debían recibir apoyo económico de ésta. “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio”, escribió él en 1 Corintios 9:14.
Una cuestión de fe
Cuando usted diezma, está sincronizando su actitud y conducta con los principios universales que se originan en Dios mismo, el gran Dador (Mateo 10:8; Mateo 19:21; Mateo 20:28; Lucas 6:38; Lucas 12:32; Hechos 20:35). El acto de diezmar refleja la naturaleza altruista y generosa de nuestro Creador y Proveedor. Él desea que tengamos la misma actitud suya de dar, de manera voluntaria y alegre (2 Corintios 9:6-8). Mediante los diezmos y ofrendas honramos a Dios y al mismo tiempo apoyamos de manera física la predicación del evangelio. Jesucristo dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).
Debe destacarse que todo el que diezma debe hacerlo voluntariamente. Aunque Dios compara el no pago de los diezmos con robarle a él (Malaquías 3:8-10), él no obliga a nadie a diezmar. Tal como es el caso de obediencia a las otras leyes de Dios, si diezmamos o no siempre dependerá de nuestra propia decisión. En la actualidad la Iglesia no se rige por la administración levítica de Israel. Bajo dicha administración, el diezmo estaba relacionado con una nación física.
Hoy en día la Iglesia es un organismo espiritual, una comunidad sin fronteras esparcida por muchas naciones. Ahora, tal como fue en el caso de Abraham, no existe ninguna sanción impuesta por seres humanos si no diezmamos; no obstante, el no diezmar conlleva su propia penalidad: primero, disminuye nuestro potencial para el servicio eficaz y una mayordomía responsable ante los ojos de Dios (Lucas 16:10); segundo, nos perdemos las bendiciones tanto físicas como espirituales que Dios promete a quienes dan voluntariamente (Lucas 6:38) y aún más, podemos acarrear una maldición sobre nosotros mismos (Malaquías 3:8-10).
La decisión de diezmar es un asunto de fe. Como le ocurre a la mayoría de nosotros, las necesidades básicas de la vida consumen casi todos nuestros ingresos. El tener fe y diezmar —y de esa manera apoyar la obra de Dios de predicar el evangelio y cuidar a la Iglesia— es una obligación bíblica que ninguno de aquellos que Dios ha llamado puede descuidar. Pero Dios indudablemente bendecirá a los que tienen una fe respaldada por buenas obras, y ellos serán participantes del proyecto empresarial más importante sobre la Tierra, el de proclamar las maravillosas nuevas del Reino de Dios a este mundo caótico y hastiado de las guerras.
El diezmo es un principio universal que no se limita a un pacto en particular; está relacionado con todos los formatos administrativos más importantes que Dios ha usado para trabajar con los seres humanos a través de los siglos. El diezmo se aplica a toda la gente en la actualidad. Dios define los fundamentos de cómo debemos rendirle culto y, sin duda alguna, el honrarlo con una porción de las ganancias que nos entrega es parte de la adoración que él nos ordena.
Cómo profundizar nuestra relación con Dios
Nuestra fe para diezmar está basada en el conocimiento de que Dios es el dueño de todo, incluyéndonos a nosotros, y que lo reconocemos como nuestro Creador y el gran Dador de todas las cosas buenas.
Al devolverle a Dios un diez por ciento de nuestros ingresos, desarrollamos una relación especial con nuestro Creador y dueño. Nos dedicamos a servirle y sostener económicamente la comisión que Jesucristo nos asignó de predicar el evangelio y alimentar a la Iglesia, y como recompensa, Dios promete bendecirnos. Por lo tanto, el diezmo es un asunto profundamente personal entre nosotros y Dios — una manera de demostrarle la intensidad de nuestro compromiso y de nuestra relación con él.
Dios diseñó la práctica de diezmar para que aprendamos a dar de nuestras pertenencias y así apoyar su obra en la Tierra. Con el diezmo le expresamos a Dios en forma limitada, pero tangible, nuestra gratitud por la abundancia de sus posesiones, que él nos permite usar para nuestro beneficio material. En definitiva, aprendemos a convertirnos en lo que él es, en dadores de lo que tenemos para el beneficio de otros.
Vemos, entonces, que el diezmo es precisamente lo opuesto a un enfoque egoísta de la vida. Dios está presto a apoyar esta generosa actitud bendiciéndonos de muchas formas. Él invita a todos a cobrarle su promesa: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice el Eterno de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10).