Las fiestas bíblicas que nos enseñan acerca de Jesucristo
Las fiestas solemnes del Eterno, las cuales proclamaréis como santas convocaciones, serán estas” (Levítico 23:2).
Esto suena muy importante, ¿verdad? El Dios todopoderoso está diciendo en las Escrituras “Estas son mis fiestas”.
Sin embargo, la mayoría de la cristiandad tradicional cree que estas “fiestas solemnes del Eterno” solo eran válidas para el antiguo Israel y que no tienen valor para los cristianos. De hecho, han sido reemplazadas por otros festivales religiosos que no se encuentran en la Biblia.
¿Cómo llegó a suceder esto? ¿Cuál es el verdadero significado de “las fiestas del Eterno”? ¿Tienen algo que ver con Jesucristo, o acaso su simbolismo se limita a sucesos acaecidos hace muchísimo tiempo? ¿Revelan las Escrituras si estas fiestas nos enseñan importantes verdades acerca de Jesucristo?
La Pascua: ¿Es Cristo su centro?
La Pascua es la primera fiesta anual que se menciona en las Escrituras. Conmemora el acontecimiento más grandioso en la historia del pueblo de Israel: su milagrosa liberación de Egipto. El Éxodo, el segundo libro de la Biblia, está dedicado a la narración de esta historia. Los judíos practicantes han estado celebrando esta fiesta por más de 3400 años.
Pero ¿conmemora esta fiesta solamente la liberación de Israel? ¿O tiene el Nuevo Testamento algo que decir al respecto?
Cuando Juan el Bautista vio a Jesús llegando al río Jordán para ser bautizado, exclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29, énfasis nuestro en todo este artículo).
En la Biblia el cordero es un símbolo pascual, ya que los israelitas sacrificaban corderos en la Pascua. Ellos sabían que la sangre de los corderos había protegido de la muerte a sus primogénitos en esa Pascua que guardaron en Egipto (Éxodo 12:12-13).
En el Nuevo Testamento leemos que Jesús celebró varias veces la Pascua con sus discípulos. En la víspera de su muerte, él sabía que estaba cumpliendo con el simbolismo del cordero de la Pascua.
Leamos Lucas 22:14-16: “Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios”.
Luego Jesús instituyó los nuevos símbolos que representaban no el sacrificio de un cordero, sino algo muchísimo más grande: el sacrificio de sí mismo. Desde entonces, el pan sin levadura simboliza su cuerpo sin pecado que fue azotado por nosotros, y el vino simboliza la sangre que derramó para lavar nuestras transgresiones.
A partir de ese momento, esta fiesta adquirió un significado mucho mayor para los cristianos. En lugar de abolirla, Dios ahora revelaba su verdadero propósito. Los discípulos se dieron cuenta entonces de que los corderos de la Pascua prefiguraban aquel sacrificio perfecto de Jesucristo. Ellos guardarían ahora esta fiesta con mucho más entendimiento y comprensión de su propósito.
Aproximadamente 25 años después de la muerte de Jesús, el apóstol Pablo instruyó a la congregación de Corinto, compuesta tanto de judíos creyentes como de gentiles, acerca de la Pascua: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7).
Pablo comprendía que con el sacrificio de Jesús se había revelado el verdadero significado de la antigua fiesta de la Pascua. La muerte de Jesús por los pecados del mundo era parte del plan de Dios para la redención de toda la humanidad, y la Pascua la prefiguraba. Por ello, lejos de quedar obsoleta, la Pascua ha cobrado un significado sumamente importante para los cristianos, ya que la piedra angular de esta fiesta es Jesucristo.
El apóstol Pablo explicó esta nueva dimensión de la Pascua: “Yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado [la noche de la Pascua], tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí” (1 Corintios 11:23-25).
Así, en el Nuevo Testamento vemos que Jesucristo convirtió la Pascua en una conmemoración anual de su sacrificio por todos nosotros.
Los Días de los Panes sin Levadura: ¿Es Cristo su centro?
¿Qué podemos decir acerca de la Fiesta de los Panes sin Levadura? ¿Acaso es obsoleta, una reliquia de los ritos del Antiguo Testamento? En el Antiguo Testamento, la Fiesta de los Panes sin Levadura se entendía como un recordatorio de lo ocurrido después de la Pascua.
A la mañana siguiente los israelitas empacaron sus pertenencias y viajaron a un lugar de convocación cercano, listos para partir. Esa noche salieron de Egipto. “Es noche de guardar para el Eterno, por haberlos sacado en ella de la tierra de Egipto” (Éxodo 12:42).
Pero antes de esa tarde ocurrió algo más: “Y cocieron tortas sin levadura de la masa que habían sacado de Egipto, pues no había leudado, porque al echarlos fuera los egipcios, no habían tenido tiempo ni para prepararse comida” (Éxodo 12:39).
La observancia de esta fiesta del Eterno está ordenada en Levítico 23:6: “Y a los quince días de este mes es la fiesta solemne de los panes sin levadura al Eterno; siete días comeréis panes sin levadura”.
Pero ¿qué relación tiene esta fiesta con Jesucristo? ¿Qué nos enseña acerca de él? El pan sin levadura se describe en la Biblia como algo puro e incorrupto. Todas las ofrendas de cereales debían estar sin levadura. “Ninguna ofrenda que ofreciereis al Eterno será con levadura; porque de ninguna cosa leuda, ni de ninguna miel, se ha de quemar ofrenda para el Eterno” (Levítico 2:11).
En el Nuevo Testamento el apóstol Pablo explica el simbolismo espiritual del pan sin levadura. Mientras reprende a los miembros de la Iglesia en Corinto por su tolerancia al pecado, les dice: “No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:6-7).
En efecto, tal como lo afirma Pablo, el sacrificio de Jesucristo limpia nuestros pecados y, por ende, en sentido espiritual nos convertimos en personas “sin levadura”. Por lo tanto, él también se convierte en el centro de esta fiesta, que está directamente relacionada con lo que Jesús hace por todos nosotros para limpiarnos de nuestros pecados y para ayudarnos a vivir vidas espiritualmente puras.
Pablo les dijo a los corintios que debían continuar guardando esta fiesta que viene enseguida de la Pascua: “Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (v. 8).
Podemos ver, pues, que el propósito espiritual de la Fiesta de los Panes sin Levadura ya fue revelado. Y su significado más profundo no radica en lo que ocurrió en el Antiguo Testamento sino en Jesucristo, quien vivió sin pecado, expió nuestras transgresiones y nos dio la oportunidad de ser espiritualmente “sin levadura” ante Dios.
Por tanto, Jesús también está en el centro mismo de esta segunda fiesta anual de Dios. Tenemos que participar de él como “el pan de vida” y “el pan que descendió del cielo” (Juan 6:35, 41, 48, 50, 51) para llegar a ser espiritualmente sin levadura, tal como lo es él.
Pentecostés: ¿Es Cristo el centro de esta fiesta?
En el Antiguo Testamento, la Fiesta de Pentecostés es llamada la fiesta de las semanas (Éxodo 34:22). Esto se debe a que en Levítico 23:15-16 se menciona que se deben contar siete semanas más un día, o 50 días, desde el día de la ofrenda mecida que se ofrecía durante los Días de los Panes sin Levadura. Así, la fiesta adquirió el nombre de Pentecostés, que significa “quincuagésimo” en el idioma griego del Nuevo Testamento.
En el Nuevo Testamento, 50 días después de la resurrección de Jesús los primeros cristianos estaban guardando la Fiesta de Pentecostés. Y, como se registra en Hechos 2, ¡fue un día magnífico! En él recibieron el Espíritu Santo de Dios. De repente, la fiesta del Antiguo Testamento cobró un significado completamente nuevo para ellos. La sombra de esta fiesta ahora se había convertido en realidad, y Pentecostés pasó a ser el aniversario del día en que la Iglesia recibió el Espíritu de Dios.
Jesucristo reveló el significado de esta fiesta cuando envió el Espíritu Santo a sus hermanos en la fe. Antes les había dicho: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49; ver también Juan 16:7).
Actualmente, al igual que en el siglo primero, el Espíritu de Dios desempeña un papel crucial en la vida de los cristianos. Cuando una persona recibe el Espíritu de Dios –después de arrepentirse y hacerse bautizar– comienza un proceso de transformación espiritual en su vida, una transformación que la Biblia llama conversión. (Si desea más información sobre este tema, no deje de solicitar o descargar de nuestro portal en Internet el folleto gratuito El camino hacia la vida eterna).
A medida que avanzamos en este proceso, vamos deshaciéndonos de nuestro modo habitual de pensar y vivir y permitiendo que nos guíen la actitud y la forma de vivir de Jesús en todo lo que hacemos. El apóstol Pablo describió así este cambio transformador: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Así, podemos ver que Jesús también es el centro de la Fiesta de Pentecostés.
¿Siguió guardando la Fiesta de Pentecostés la Iglesia del primer siglo? En Hechos 20:16 leemos que el apóstol Pablo se apresuraba para estar en Jerusalén y guardar esta fiesta con los hermanos. Y en otra de sus cartas se refiere a sus planes de quedarse en Éfeso para observar Pentecostés con los miembros de la Iglesia antes de viajar a Corinto: “No quiero veros ahora de paso, pues espero estar con vosotros algún tiempo, si el Señor lo permite. Pero estaré en Éfeso hasta Pentecostés”
(1 Corintios 16:7-8).
La Fiesta de las Trompetas: ¿Es Cristo su centro?
La siguiente fiesta bíblica es la de las Trompetas, “una conmemoración al son de trompetas, y una santa convocación” (Levítico 23:24). ¿Nos enseña la Fiesta de Trompetas acerca de Jesucristo y su papel en las cosas que están por venir?
En el Nuevo Testamento leemos que Jesús mencionó el simbolismo de la trompeta: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mateo 24:30-31).
Notemos también la descripción que hace el apóstol Pablo de la resurrección de los muertos en el momento en que un gran toque de trompeta anuncia el regreso de Jesucristo: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:51-52).
En 1 Tesalonicenses 4:16 el apóstol describe el mismo suceso: “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero”.
Jesús cumplirá el simbolismo de la Fiesta de las Trompetas, ya que también es el centro de esta fiesta. Cuando él regrese, la trompeta anunciará la llegada del Rey de reyes y fuertes voces proclamarán: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).
Hasta que suene esa trompeta, esta fiesta seguirá siendo sombra de grandes acontecimientos futuros. Pero su simbolismo finalmente se hará realidad, con Jesucristo como la piedra angular.
El Día de Expiación y el rol de Cristo en su significado
Quizá la más insólita de las fiestas bíblicas sea el Día de Expiación. En tiempos del Antiguo Testamento, una parte importante de su observancia era un rito especial que se describe en Levítico 16. El sumo sacerdote tenía que presentar dos machos cabríos, el primero de los cuales debía ser sacrificado por los pecados del pueblo de Israel (v. 15). Después, cuando los pecados de la nación eran colocados simbólicamente sobre el otro macho cabrío, se le abandonaba en el desierto (vv. 21-22).
¿Qué nos revela el Día de Expiación acerca del papel de Jesucristo? El simbolismo de la Biblia es muy importante. Así como Jesús fue descrito como “nuestra Pascua” y como “el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8), la Iglesia llegó a entender que también era el centro del Día de Expiación. ¿Cómo? Él cumplió el papel del macho cabrío que fue sacrificado por los pecados de Israel y llevado fuera del campamento (Levítico 16:27).
En Hebreos 9, 10 y 13 leemos sobre el Día de Expiación y Jesucristo, simbolizado por el macho cabrío y otros animales inmolados en ese día como sacrificio por el pecado. “Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta [de la ciudad de Jerusalén]” (Hebreos 13:11-12).
Debemos considerar lo siguiente: a pesar de que Jesús ya ha sido sacrificado, la expiación que produce ese sacrificio todavía no ha sido aplicada a toda la humanidad. Eso ocurrirá después de su retorno a la Tierra.
El Día de Expiación no solo representa el sacrificio de Cristo por el pecado y la verdadera reconciliación espiritual de los seres humanos con Dios. También Cristo tiene que ver directamente con el simbolismo del otro macho cabrío, que era llevado al desierto por mano de un hombre fuerte destinado para ello (Levítico 16:21-22).
El segundo macho cabrío, sobre el cual se confesaban los pecados de los israelitas, representaba al instigador de esos pecados: nada menos Satanás el diablo. Cuando Cristo retorne, mandará a un ángel que ate a Satanás y lo arroje a un lugar de encarcelamiento por mil años, exiliándolo del mundo de la misma forma en que el sumo sacerdote enviaba al macho cabrío vivo fuera del campamento en el Día de Expiación. “Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró . . .” (Apocalipsis 20:1-3).
Jesús desempeña un doble papel en el simbolismo del Día de Expiación. Primero, fue sacrificado por los pecados del mundo. Y segundo, como Rey de reyes y Sumo Sacerdote hará encadenar y expulsar a Satanás para establecer el Reino de Dios sobre la Tierra.
La Fiesta de los Tabernáculos: Cristo como su centro
La siguiente fiesta bíblica es la de los Tabernáculos. En el Antiguo Testamento, esta fiesta les recordaba a los israelitas todas las milagrosas intervenciones de Dios durante los 40 años que anduvieron en el desierto. “En tabernáculos habitaréis siete días; todo natural de Israel habitará en tabernáculos, para que sepan vuestros descendientes que en tabernáculos hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto” (Levítico 23:42-43).
¿Qué tiene que ver la Fiesta de los Tabernáculos con Jesucristo? En Juan 7:2-36 podemos leer que Jesús guardó esta fiesta. En el Nuevo Testamento el símbolo del tabernáculo está lleno de significado.
El apóstol Juan dice: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Aquí, el término griego traducido como “habitó” significa que él “acampó” o “moró” entre nosotros. Tal como Jesucristo “moró” con los israelitas en el desierto como el Dios creador del Antiguo Testamento (Juan 1:1-3, 10; Hebreos 1:2; Colosenses 1:16), volvió a hacerlo muchos siglos más tarde en forma física con su pueblo.
Cuando Cristo regrese, “morará” nuevamente con aquellos que sean salvos. Habitará con su pueblo por mil años, y este reinado milenario sobre la Tierra constituirá el cumplimiento supremo de la Fiesta de los Tabernáculos. Esta fiesta, llamada también “de la siega” (Éxodo 23:16), celebraba la última cosecha del año y representa la gran cosecha espiritual de seres humanos en el futuro.
Por tanto, Cristo indudablemente está en el centro de esta fiesta como el Gobernante que “morará” con su pueblo por mil años durante la gran cosecha que está por venir.
El Último Gran Día, otra fiesta con Cristo como protagonista
La Fiesta de los Tabernáculos duraba siete días. Después, en el octavo día, se observaba otro festival, la última de las fiestas bíblicas (Levítico 23:36). ¿Qué tiene que ver este día con Jesucristo?
En Juan 7 encontramos el relato de la última vez que Jesús guardó la Fiesta de los Tabernáculos aquí en la Tierra. “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:37-38).
Se estaba refiriendo al tiempo de su reinado en la Tierra, cuando dará el Espíritu Santo a todos los que se arrepientan y crean en él. Jesús murió por toda la humanidad, pero apenas una pequeña fracción de ella ha tenido la oportunidad de conocerlo y de recibir el Espíritu Santo.
Sin embargo, durante el gobierno de mil años de Cristo el Espíritu de Dios estará disponible para todos los que vivan en esa época. Aún más, la Biblia nos revela que habrá otro período en que también estará disponible para aquellos que vuelvan a la vida en una resurrección de los muertos de todas las épocas pasadas (Ezequiel 37:1-14). En Apocalipsis 20 leemos lo que sucederá al concluir el Milenio (representado por la Fiesta de los Tabernáculos).
“Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él . . . Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20:11-12).
Este es el período del juicio del gran trono blanco, y es Cristo quien ha sido designado para juzgar a toda la humanidad (Juan 5:26-27; Romanos 14:10). Puesto que se abrirá el libro de la vida, lo que implica la oportunidad para recibir el Espíritu de Dios y para que el nombre de uno sea inscrito en él, este juicio no significa una condenación inmediata sino un periodo de aprendizaje y evaluación. El apóstol Pablo escribió en Filipenses 4:3 sobre aquellos “cuyos nombres están en el libro de la vida”.
Como hemos visto, Cristo será también el personaje principal en el cumplimiento de esta fiesta final, cuando se ofrecerá a las multitudes engañadas y desinformadas la amorosa y misericordiosa oportunidad para que se conviertan y se salven. Así tendrán sus nombres escritos en el libro de la vida.
Estas fiestas fueron diseñadas para los seguidores de Cristo
En verdad, las siete fiestas del Eterno son “sombra de lo que ha de venir” (Colosenses 2:17) y Jesucristo es la piedra angular de todas ellas. Sin embargo, todavía no se han cumplido en toda su plenitud; eso sucederá cuando venga el Reino de Dios.
Sí, Cristo es nuestra Pascua, el pan sin levadura que nos purifica, el dador del Espíritu Santo en Pentecostés, el Rey venidero cuyo regreso será anunciado por el sonido de trompetas, el que proscribirá a Satanás por mil años, y el que morará con el hombre como Rey de reyes. Finalmente, él es quien juzgará a la humanidad y les ofrecerá a todos los que hasta ese tiempo no la hayan recibido, la oportunidad de tener inscritos sus nombres en el libro de la vida.
Por todas estas razones la Iglesia primitiva guardaba estas fiestas tan significativas, como se muestra en el Nuevo Testamento. Y es por eso que estas fiestas santas deben guardarse todavía, para que nunca se nos olvide el plan de Dios y el papel central que Jesús desempeña en él. ¿No cree que es tiempo de que usted también comience a guardarlas? BN