¿Por qué el Cristianismo rechaza los días santos de Cristo?

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¿Por qué el Cristianismo rechaza los días santos de Cristo?

Octubre de 2017 marcó un hito importante en el mundo religioso: el quincuagésimo aniversario de la Reforma Protestante. Sin embargo, a finales de septiembre o principios de octubre de cada año se celebra una ocasión mucho más importante, ordenada en la Biblia. Y, tristemente, año tras año el protestantismo la ignora y no reconoce la necesidad de observarla.

Esta celebración conmemora algo que sucedió hace casi 3500 años, e igualmente algo mucho más grandioso que está por venir. ¡Se trata de la Fiesta de los Tabernáculos, que todo el mundo deberá observar cuando Jesucristo regrese a la Tierra para gobernar a todas las naciones! (Zacarías 14:16-19).

De hecho, en ese mundo venidero todos los pueblos también celebrarán y adorarán en el séptimo día de reposo, el sábado de Dios (Isaías 56:1-8, Isaías 66:23), y no en el primer día de la semana, el domingo. Y además, ¡observarán las siete fiestas anuales o festivales que Dios reveló al antiguo Israel en Levítico 23!

Entonces, ¿por qué la mayoría de los feligreses nunca ha escuchado estas cosas? ¿Por qué las iglesias de hoy no les enseñan? ¿No deberían acaso los cristianos basar sus creencias en la Biblia?

Una breve descripción bíblica

Dios le había ordenado al antiguo Israel que se congregara en estos días especiales de adoración durante las temporadas de cosecha en el año (Éxodo 23:14-16, Deuteronomio 16:1-17). La enseñanza bíblica posterior revela que las cosechas físicas de los cultivos simbolizaban las cosechas espirituales de los seres humanos en el plan de salvación de Dios por medio de Jesucristo (Mateo 9:37-38; Juan 4:35, 15:1-8; Colosenses 2:16-17).
Los primeros tres festivales anuales están asociados con las cosechas de primavera en la tierra de Israel, mientras que los últimos cuatro están relacionados con la cosecha de finales de verano y otoño.

El Nuevo Testamento enseña que la Iglesia cristiana del primer siglo continuó observando estos festivales bíblicos. Jesús mismo los guardó, y a nosotros, como sus seguidores, se nos enseña que sigamos su ejemplo (Juan 7:8-14, 1 Juan 2:6) para vivir como él vivió. La Iglesia del Nuevo Testamento comenzó con un milagro en una de estas fiestas anuales: el Día de Pentecostés (Hechos 2:1-4). Y los apóstoles y discípulos de la Iglesia primitiva continuaron guardando estas fiestas mucho después de la muerte y resurrección de Jesús (Hechos 18:21; 20:16, 27:9; 1 Corintios 5:8).

Mediante la observancia de estas fiestas, el pueblo de Dios se enfoca y recuerda a lo largo del año la obra de Jesucristo y el cumplimiento del plan de salvación de Dios. Y, al igual que la Iglesia primitiva, ¡debemos seguir guardándolas!

Las fiestas de Dios rechazadas, reemplazadas e ignoradas por la Reforma

¿Qué ocurrió, entonces? Con el tiempo comenzó a aumentar la apostasía, o el alejamiento de la verdad de Dios. Finalmente, aquellos que continuaron en las enseñanzas y prácticas de Cristo y sus apóstoles se convirtieron en una pequeña minoría entre los que se identificaban como cristianos. Muchas enseñanzas falsas se introdujeron al cristianismo y se instituyeron nuevos días de adoración, la mayoría de origen pagano. Entre estos, los principales han sido la observancia semanal del domingo y las fiestas anuales de Navidad y Domingo de Resurrección.

Incluso el verdadero mensaje del evangelio sobre el futuro regreso literal de Cristo, que gobernará todas las naciones en el Reino de Dios, fue cambiado por un mensaje según el cual  ese reino existe en los corazones de los creyentes y el gobierno de Cristo se ejerce a través de la iglesia que, con sede en Roma, llegó a dominar el antiguo imperio y varias potencias mundiales desde entonces. Sin embargo, esta fue la gran iglesia apóstata, ¡no la Iglesia verdadera, relativamente pequeña, que preservó la enseñanza bíblica!

Con el tiempo, y en protesta contra la corrupción y las falsas enseñanzas y prácticas en la iglesia romana, se produjo la Reforma Protestante, que tenía la intención de regresar al cristianismo del Nuevo Testamento. Hasta cierto punto tuvo éxito en la restauración de conceptos bíblicos, sin embargo, continuó con gran parte de la ideología cristiana romana llegando a crear incluso otros problemas. A pesar de que dicen seguir únicamente las Escrituras, no hay duda de que no regresaron a la fe y práctica de los primeros cristianos.

Desde principios del período de la Reforma se creó un conjunto de principios fundamentales para la enseñanza protestante sobre la salvación (en contraste con la enseñanza católica) conocida como las cinco solae o solas. Sola es la palabra latina para “solo” o “único”.

En las primeras declaraciones de estos principios, solo había tres solas: sola scriptura (“solo la Escritura”), sola fide (“solo la fe”) y sola gratia (“solo la gracia”). Por lo tanto, solo la Biblia debía considerarse como la regla de la fe, no la tradición y los decretos de la iglesia romana. Y se entendía que la salvación venía a través de la gracia por la fe en Cristo como expiación, sin ningún requisito de actos de justicia o piedad adicionales impuestos por la iglesia romana.

Posteriormente se agregaron dos solas que también expresaban la enseñanza protestante anterior: solo Cristo (“solo por Cristo”), rechazando la necesidad de una clase especial de sacerdocio y cualquier otro mediador excepto Cristo, y soli Deo gloria (“gloria solo a Dios”), rechazando la veneración a María, los santos y los ángeles.

Sin embargo, a pesar de los muchos cambios, no se regresó a la adoración de los días bíblicos.

La fe y la gracia deben ir acompañadas de obediencia

Lamentablemente, el enfoque excesivo solo en la fe y la gracia tuvo la vergonzosa consecuencia de rechazar la ley bíblica en general como parte del proceso de justificación o de ser hecho justo ante Dios. La epístola de Santiago había declarado explícitamente que “el hombre es justificado por las obras, y no solo por la fe” (Santiago 2:24, énfasis nuestro en todo este artículo), por lo que Martín Lutero quería que este libro fuera eliminado de la Biblia.

Incluso el apóstol Pablo, el supuesto proponente del rechazo a la ley, declaró que “no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados” (Romanos 2:13). Sin embargo, es cierto que Pablo también dijo: “Concluimos que el hombre es justificado por la fe, aparte de las obras de la ley” (Romanos 3:28). Pero aquí no hay contradicción. Debemos entender que se está hablando de dos etapas de justificación.

Inicialmente, una persona se justifica o se reconcilia con Dios cada vez que se arrepiente sinceramente (se aparta del pecado y se compromete a obedecer a Dios) por fe en el sacrificio expiatorio de Cristo, incluso antes de haber podido obedecer. Pero una persona permanece justificada si cumple con el compromiso de continuar obedeciendo con la ayuda de Cristo. Si después de eso vuelve a pecar, es necesario que se arrepienta de nuevo para ser justificada, o hecha justa, y continuar obedeciendo para permanecer en ese estado de justificación.

Es vital seguir obedientemente las instrucciones de la Escritura, incluida la observancia de las fiestas de Dios. El mismo Pablo siguió guardando estos festivales como cristiano, refiriéndose a ellas como “sombras” vigentes o representación de los grandes eventos del plan de salvación de Dios que aún están por cumplirse (Colosenses 2:16-17). Incluso le dijo a la congregación gentil (no israelita) de Corinto con respecto a uno de esos festivales, “Guardemos la fiesta” (1 Corintios 5:8), refiriéndose a la fiesta bíblica de los Panes sin levadura (Levítico 23:6).

Se proclama “solo la Escritura” y “solo Cristo”, y se desobedecen tanto las Escrituras como a Cristo

Es triste la ironía de la fe protestante, que actualmente cuenta con unos ochocientos a novecientos millones de fieles, que defiende la “sola la Escritura” y “solo Cristo”, y a la vez guarda días de adoración y días festivos de la tradición pagana no bíblica, cuando la Biblia específicamente ordena no hacerlo (Deuteronomio 12:29-32).

Al mismo tiempo, la fe protestante les enseña a sus seguidores que no guarden los días que las Escrituras dicen que debemos guardar, los cuales Cristo mismo ordenó siendo el Dios que interactuó con los seres humanos en el período del Antiguo Testamento (Juan 1:1-3, 14; Juan 8:58; 1 Corintios 10:4) y guardó en su condición humana en el Nuevo Testamento.

¿Por qué esta inconsistencia? En parte, debido a un fuerte sentimiento antijudío entre los reformadores protestantes, que se origina en la antigua y arraigada aversión que la iglesia romana tenía contra la práctica judía.

Los festivales ordenados por Dios en el Antiguo Testamento eran considerados un ritual judío que supuestamente debió terminar con la muerte de Cristo, así que seguir guardándolos se consideraba un legalismo judaizante. Sin embargo, Dios dijo que estas eran sus fiestas (Levítico 23:1-2). Y en su conjunto representan los pasos en el plan de salvación de Dios a través de Jesucristo para toda la humanidad, no solo para el pueblo judío. De hecho, la obra de Cristo es el eje central de cada una de estas celebraciones, y su obra aún está en desarrollo.

¿No tiene mucho más sentido que solo las Escrituras y solo Cristo incluyan la observancia de los festivales bíblicos ordenados por Dios, que se relacionan profundamente con la obra salvadora de Jesucristo, en lugar de celebrar festividades con evidente origen pagano y vínculos superficiales inventados y añadidos a la historia de Cristo? ¡Sin ninguna duda!

De hecho, una adecuada comprensión bíblica de la fe y la gracia también exige la observancia de estas fiestas bíblicas como parte de confiar en la Palabra de Dios y recibir sus dones, que es lo que verdaderamente son. Y sí, ¡todo es para la gloria de Dios!

Resumen de las fiestas bíblicas: Los pasos en el plan de
Dios para salvar a la humanidad a través de Jesucristo

Profundicemos, entonces, en estos festivales bíblicos descritos en Levítico 23 y tomemos nota del papel de Jesucristo en su significado y cumplimiento. Se pueden encontrar más detalles acerca de cada uno de ellos en nuestro folleto gratuito Las fiestas santas de Dios: Esperanza segura para toda la humanidad.

La Pascua, a principios de la primavera en el hemisferio norte, era observada por los israelitas con el sacrificio de un cordero, recordando la sangre del cordero sacrificado en Egipto y que había sido untada en los dinteles de las casas de los israelitas para evitar la plaga que mató a los primogénitos egipcios (Éxodo 12; Levítico 23:4-5).

Este festival nos enseña que Jesucristo no tenía pecado y que, como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” inmolado, entregó su vida para que los pecados de la humanidad pudieran ser perdonados y la pena de muerte fuera eliminada, comenzando con la redención del primogénito de la humanidad, la Iglesia de Dios actual (Juan 1:29, 1 Corintios 5:7, 1 Pedro 1:18-20, Romanos 3:25, Hebreos 12:23).

La observancia en el Nuevo Testamento de este festival incluye el lavamiento de los pies y el consumo de pan sin levadura y vino como símbolos del cuerpo de Cristo y su sangre derramada ofrecida en sacrificio, siguiendo su instrucción y ejemplo (Juan 13:12-17, Mateo 26:17-30; Lucas 22:14-20; 1 Corintios 11:23-31).

La Fiesta de los Panes sin Levadura, que empieza un día después de la Pascua y que se guarda por siete días, recuerda el éxodo israelita de Egipto y el cruce del mar Rojo, que los libró del cautiverio y la pecaminosa vida en aquel lugar (Éxodo 12-14; Levítico 23:6- 8).

Esta fiesta bíblica enseña que Jesucristo nos exhorta a abandonar el pecado, arrepentirnos y vivir por cada palabra de Dios (1 Corintios 5:8, Mateo 4:4). Fue durante este festival que Jesús murió y estuvo en la tumba tres días y noches, y luego resucitó de entre los muertos. En lenguaje figurado, morimos y resucitamos con él a una nueva vida, como lo representa el bautismo (Romanos 6), metáfora que también representa el cruce del mar Rojo (1 Corintios 10:1-2).

Durante este festival, la levadura (el ingrediente que hace que la masa de pan se expanda durante la cocción) simboliza el pecado y por lo tanto debe sacarse de nuestros hogares y no debe comerse durante los siete días (1 Corintios 5:7-8; Éxodo 12:19). En cambio, comer pan sin levadura durante estos días representa nuestra participación del verdadero Pan de vida, Jesucristo (Juan 6:35, 48-51), viviendo por lo tanto una vida sin pecado, de sinceridad y verdad, es decir, un simbolismo de Cristo resucitado viviendo en nosotros.

La Fiesta de Pentecostés es un festival de un día que cae a fines de la primavera en el hemisferio norte (Levítico 23:15-22). También llamada la Fiesta de las Semanas o la Fiesta de la Cosecha o Primeros Frutos, nos enseña que Jesucristo está edificando su Iglesia, compuesta de aquellos que son una “especie de primicias” en la cosecha espiritual de la humanidad, y que tienen las “primicias del Espíritu” (Éxodo 23:16, Hechos 2:1-4, 37-39, Santiago 1:18, Romanos 8:23).

Además del aspecto de la cosecha, Pentecostés evoca el momento en que Dios promulgó los Diez Mandamientos a Israel en el monte Sinaí. Además, representa la dádiva del Espíritu Santo –que nos faculta para obedecer continuamente la ley– a la Iglesia del Nuevo Testamento en Hechos 2.

Las primicias espirituales de Dios, los verdaderos cristianos de esta era, recibirán salvación al regreso de Cristo. Se les ha dado el Espíritu Santo, que crea en cada cual un nuevo corazón y una nueva naturaleza para vivir en obediencia incondicional a los mandamientos de Dios. Jesús mismo es la primicia de los primeros frutos, como antiguamente lo representaba una ofrenda especial de primicias durante la previa festividad (véase Levítico 23:9-14, 1 Corintios 15:20, 23). Pentecostés, el vocablo griego para “quincuagésimo”, es el día cincuenta, contado a partir de la ofrenda inicial de la gavilla mecida durante la Fiesta de los Panes sin Levadura.

La Fiesta de las Trompetas, un día santo a fines del verano o principios del otoño en el hemisferio norte, conmemoraba un fuerte estruendo (Levítico 23:23-25), probablemente el sonido del cuerno de carnero cuando Dios, en la persona del Ser que más tarde nació en la carne como Jesucristo, descendió al monte Sinaí en medio de una gran exhibición de poder y luego pronunció los mandamientos (Éxodo 19-20).

Esta fiesta nos enseña que Jesucristo regresará a la Tierra al final de esta era con poder y gloria, precedido una vez más por el sonido de trompetas. En Apocalipsis 8-10 se describen siete ángeles con siete trompetas anunciando acontecimientos que sacudirán el mundo. Cristo regresará al sonido de la séptima trompeta (Apocalipsis 11:15), la trompeta final (1 Corintios 15:52).

Al sonar la última trompeta, Cristo descenderá nuevamente para ratificar la ley de Dios, pero no solo para Israel sino para toda la humanidad. En ese momento él resucitará a los siervos leales a Dios que hayan muerto y los transformará instantáneamente, junto con aquellos santos fieles que todavía estén vivos, en seres espirituales inmortales (Mateo 24:31; 1 Corintios
15:52-53; 1 Tesalonicenses 4:13-17).

El Día de Expiación, día santo que sigue poco después del anterior, en la época del tabernáculo y el templo de Israel era la ocasión para una ceremonia especial que incluía dos carneros: uno que representaba a Jesucristo sacrificado y otro que representaba algo diferente y era enviado vivo al desierto (Levítico 16; 23:26-33).

Esto señala el momento en que Jesucristo, a su regreso, enviará un ángel para atar a Satanás el diablo por mil años (Apocalipsis 20:1-3). Representa la eliminación de la causa principal del pecado: Satanás y sus demonios. Hasta que Dios no elimine al instigador original del pecado, la humanidad continuará siendo llevada a la desobediencia y el sufrimiento.

Este día santo también representa a Jesucristo como nuestro Sumo Sacerdote, quien hace expiación ante Dios el Padre por los pecados de toda la humanidad. Esta expiación, o “unificación”, nos permite reconciliarnos (ser uno) con Dios y tener acceso directo a él entrando espiritualmente en el “lugar santísimo” (Hebreos 9:8-14; 10:19-20). Al ayunar en este día, los cristianos se acercan a Dios y representan la reconciliación que Dios hará con toda la humanidad después del regreso de Cristo. Jesucristo es esencial en este proceso como nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos 4:14-15; 5:4-5; 5:10) y como nuestro único sacrificio eterno por el pecado (Hebreos 9:26-28; 10:12).

La tradición judía considera este día de ayuno como el último día del segundo ayuno de cuarenta días que hizo Moisés, cuando bajó con las nuevas tablas de la ley después de haber quebrado las primeras en respuesta al pecado de Israel por el becerro de oro, intercediendo por la renovación del pacto en el Sinaí (Éxodo 34). Esto puede ser un paralelo con la segunda venida de Jesús como Mediador del nuevo pacto, cuando la ley se escribirá en las tablas del corazón de los israelitas y de todas las personas, tal como ahora es escrita en los corazones de los verdaderos cristianos por el Espíritu Santo (vea 2 Corintios 3:3, Hebreos 10:15-17).

La Fiesta de los Tabernáculos, también llamada Fiesta de la Cosecha, se celebra unos días después del día santo anterior y dura siete días (Éxodo 23:16; 34:22, Levítico 23:33-44). Además de celebrar la gran cosecha al final del año agrícola, este festival originalmente conmemoraba el hecho de que los israelitas hubieran vivido en moradas temporales hechas de ramas cuando salieron de Egipto (Levítico 23:40-43).

Esta fiesta nos enseña que cuando Jesucristo regrese, comenzará la recolección o cosecha de la parte de la humanidad que aún esté viva a su regreso, y establecerá una nueva sociedad, siendo él mismo Rey de reyes y Señor de señores bajo Dios el Padre.

Con la ayuda de los santos resucitados, Jesús establecerá su gobierno en la Tierra por mil años, un período a menudo llamado el Milenio (Apocalipsis 19:11-16; 20:4, Levítico 23:39-43,
Mateo 17:1-4; Hebreos 11:8-9). El gobierno bajo sus leyes se extenderá desde Jerusalén a todo el mundo para marcar el comienzo de un período de paz y prosperidad sin precedentes (Isaías 2:2-4, Daniel 2:35, 44; 7:13-14). Esto formaba parte de las buenas nuevas del Reino de Dios que Jesús y sus discípulos proclamaban, e incluye la manera en que podemos entrar y ser parte de ese gran reino.

La Fiesta de los Tabernáculos se observa actualmente en varios lugares del mundo. Los miembros de la Iglesia deben vivir en moradas temporales durante este tiempo. Junto con recordarnos que la vida de hoy es efímera, esta fiesta también simboliza el Milenio, cuando la morada terrenal seguirá siendo temporal, aunque mucho más grandiosa, a la espera de que se establezcan los nuevos cielos y la nueva Tierra permanentes aún por venir (Apocalipsis 21-22). Como vimos al principio, las Escrituras declaran explícitamente que todas las naciones deberán observar esta fiesta (Zacarías 14:16-19).

El Octavo Día, un día sagrado que sigue inmediatamente a la Fiesta de los Tabernáculos (Levítico 23:36-39), continúa con muchos de los temas de este festival, aunque es una fiesta aparte.

Este día nos enseña que Jesucristo completará su cosecha de seres humanos resucitándolos de los muertos y ofreciéndoles salvación a todos aquellos que murieron en el pasado y nunca tuvieron la plena oportunidad de ser salvos (Ezequiel 37:1-1; Romanos 11:25-27; Lucas 11:31-32; Apocalipsis 20:11-13). En esta última referencia, Jesús es descrito como quien se sienta en el juicio del gran trono blanco, porque el Padre le ha encargado todo el juicio al Hijo (Juan 5:22-23, 27).

Por lo tanto, el ciclo anual de celebración de las fiestas y días santos de la Biblia les recuerda a los discípulos de Cristo que él está llevando a cabo el plan de Dios de ofrecer salvación del pecado y la muerte, y también sobre la dádiva de la vida eterna en la familia de Dios a toda la humanidad pasada, presente y futura.

¿Por qué las corrientes principales del cristianismo tradicional rechazan estas observancias que se centran en la obra salvadora de Cristo? Porque están llenas de falsas tradiciones y errores. Esto incluye a quienes profesan la fe protestante y que proclaman solo las Escrituras y solo Cristo. Según estos principios, ¡no deberían estar observando fiestas derivadas del paganismo, sino los únicos festivales realmente ordenados en las Escrituras, los que guardaron los apóstoles y la Iglesia primitiva, y que representan, paso a paso, el gran plan de salvación de Dios a través de Jesucristo!  BN