¿Quién mató realmente a Jesús?
Imagine un viaje al pasado, aproximadamente 2 000 años atrás. Usted se encuentra en las afueras de Jerusalén y sus ojos contemplan fijamente a Jesús de Nazaret, quien cuelga del madero en el que ha sido crucificado. Sus manos y pies están atravesados por clavos y en su cabeza ha sido colocada una corona de espinas. Algunos soldados romanos están acuclillados en el suelo polvoriento, apostando sobre quién se quedará con su ropa. De repente, uno de los soldados coge una lanza y traspasa el costado del cuerpo de Cristo, quien emite un quejido final, y con ello acaba su sufrimiento. (Para comprender por qué este lanzazo es lo que mató a Jesús, lea nuestro folleto gratuito La verdadera historia de Jesucristo).
En la madrugada de ese mismo día, los líderes judíos habían acusado a Jesús de sedición ante Poncio Pilato, el gobernador romano. La esposa de Pilato había tenido un perturbador sueño relacionado con el maestro judío y le había rogado a su esposo que lo dejara libre. El gobernador no tenía forma de condenar a Jesús, y la costumbre romana estipulaba que se debía liberar a un prisionero judío durante la temporada de la Pascua. Pilato ofreció a la multitud la oportunidad de escoger entre Barrabás, un criminal, o Jesús. La multitud eligió a Barrabás.
Prosiguiendo con el relato, Mateo 27:22-23 dice: “Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!”
Mateo agrega: “Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos” (vv. 24-25). Pilato se dio por vencido, y Jesús fue llevado para ser golpeado, azotado y crucificado.
¿Quién mató realmente a Jesucristo? ¿Deberían los judíos ser considerados responsables por siempre? ¿O acaso la responsabilidad recae sobre los soldados romanos que lo azotaron y crucificaron? ¿Debió Pilato asumir la culpa?
La respuesta se puede encontrar en el gran significado de los sacrificios que Dios requería en el Antiguo Testamento, comenzando con el del cordero durante la observancia de la Pascua bíblica.
La Pascua, símbolo del sacrificio de Cristo
La Pascua se remonta hasta el tiempo de Moisés, cuando Dios liberó a los israelitas de la esclavitud egipcia. Moisés le dijo al faraón, el monarca egipcio, que Dios le había ordenado liberar a los israelitas. Cuando el faraón se rehusó a hacerlo, Dios mandó nueve terribles plagas sobre el pueblo y la tierra de Egipto. Cuando el faraón se opuso nuevamente, Dios dijo que eliminaría a todos los primogénitos de la nación egipcia.
Los israelitas recibieron órdenes de pintar los dinteles de sus puertas con la sangre de un cordero sacrificado, para que esta última plaga pasara sobre ellos sin perjudicarlos. Los israelitas han celebrado durante generaciones aquella noche en que sus ancestros fueron librados de la muerte, cuando el ángel de Dios pasó sobre sus casas mientras ellos oían los horrendos lamentos de los egipcios que lloraban a sus muertos.
En tiempos de Jesucristo, aproximadamente 1 500 años después de la primera Pascua, las familias judías escogían corderos para ser sacrificados, tal como lo habían hecho sus antepasados. En la noche del 14 del mes hebreo de Nisán ellos sacrificaban el cordero elegido y lo preparaban como una comida especial, con hierbas y panes sin levadura, para conmemorar la misericordia y salvación otorgada por Dios a sus antepasados.
Jesús fue crucificado en ese mismo día del primer mes del calendario hebreo. La víspera de su muerte, Jesús comió la cena de Pascua con sus seguidores más cercanos (Mateo 26:16-20). Mateo dice: “Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (vv. 26-28).
La consecuencia mortal del pecado
El sufrimiento y la muerte que caracterizan la condición del ser humano es el resultado directo del pecado, que es la desobediencia al camino de vida de Dios (Génesis 3:17-19). El problema que todos tenemos que enfrentar es cómo acceder a la presencia de un Dios justo siendo pecadores. Muchas personas se sorprenden al saber que Dios establece ciertos requisitos que deben cumplirse para poder tener contacto con él.
Durante los tiempos del Antiguo Testamento, las personas debían presentarse ante Dios con una ofrenda de sangre que solo podía provenir de ciertos animales aprobados por él para estos sacrificios. En Levítico 17:10-11 Dios explica por qué se requería una ofrenda de sangre: “Si cualquier varón de la casa de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, comiere alguna sangre, yo pondré mi rostro contra la persona que comiere sangre, y la cortaré de entre su pueblo. Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona”.
En estos tiempos actuales el sacrificio de animales puede parecernos algo extraño y hasta barbárico, pero es importante recordar que estos sacrificios fueron ordenados por Dios y enseñan algo de gran importancia: los seres humanos han pecado y transgredido la ley de Dios, acarreando sobre sí mismos la consecuencia final del pecado — la muerte.
Los sacrificios de animales eran un sustituto de la sangre del pecador. Sin embargo, la vida de un ser humano, hecho a la imagen de Dios, vale más que una infinita cantidad de ovejas o bueyes; por lo tanto, estos sustitutos fueron símbolos temporales de la realidad que se cumpliría de manera milagrosa.
El Siervo Sufriente
¿A qué se refirió Jesús cuando dijo que sus discípulos debían comer pan y beber vino como símbolos de su cuerpo y su sangre? ¿Cómo se relacionaban estos símbolos con el perdón de los pecados? ¿Por qué escogió él la cena de la Pascua para darles estas instrucciones?
Las respuestas las encontramos en los antiguos escritos de los profetas de Dios. Ellos profetizaron acerca de un Mesías, el Cristo, que vendría a gobernar sobre las naciones y a establecer el Reino de Dios sobre la Tierra. Otras profecías vaticinaron la venida de un gran Siervo de Dios que sufriría por las naciones.
En Isaías se encuentra una profecía acerca de este “Siervo Sufriente”. Ella afirma que el Siervo de Dios sería golpeado y “desfigurado de los hombres su parecer”. Él sería “herido . . . por nuestras transgresiones”, “molido por nuestros pecados”, y hecho una “ofrenda por el pecado”. En su muerte, él llevaría “el pecado de muchos”, y oraría “por los transgresores” (Isaías 52:13-53:12).
Jesús no solo fue un gran maestro, sino también el Mesías profetizado y el Siervo Sufriente que vino del trono de Dios a la Tierra como “el Cordero de Dios” (según proclamó Juan el Bautista en Juan 1:29, 36); de lo contrario, todo el Nuevo Testamento sería solo un fraude basado en un Mesías autoproclamado, y tanto Jesús como sus seguidores no habrían sido más que fanáticos engañados.
Pero la evidencia confirma que Jesús es quien dijo ser y, como el Cordero de Dios, su vida tiene más valor que la de todos los seres humanos que jamás hayan vivido o vivirán. Los sacrificios animales eran nada más que símbolos del plan de salvación de Dios, en el que Jesús moriría por todos.
El libro de Hebreos dice: “. . . porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados . . . somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:4-14).
Jesús como el Cordero de la Pascua
Después que Jesús resucitó, sus seguidores continuaron observando la Pascua, aunque con una comprensión más amplia. Para los cristianos, la Pascua ya no era una mera celebración de cómo Dios había liberado al antiguo Israel de la esclavitud y de cómo fueron protegidos sus primogénitos.
Más de veinte años después de la resurrección de Cristo, el apóstol Pablo escribió a la Iglesia en la ciudad griega de Corinto: “. . . porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7). Para los primeros cristianos, Jesús debía ser venerado como el Cordero Perfecto que nos libra de la muerte y la esclavitud del pecado.
La creencia general de que “Jesús lo acepta tal como usted es” desvirtúa la importancia que él tiene como el Cordero de la Pascua. Para entender cabalmente la necesidad que usted tiene de Jesús como su Pascua, debe admitir que su enemistad contra la ley de Dios (Romanos 8:7) es la raíz de muchos de sus pensamientos y acciones. Dios no lo acepta tal como usted es: para tener una relación con él, primero debe arrepentirse, convertirse y permitir que él lo transforme.
A estas alturas, usted seguramente estará pensando: “Bueno, pero básicamente yo soy una buena persona”. Sin embargo, “básicamente bueno” no es suficiente. A menos que Dios provea un sustituto, cada uno de nosotros debe pagar la pena de muerte según su justa ley. Aceptar la sangre derramada de Cristo, el hijo perfecto de Dios, cuya vida vale más que la de toda la humanidad, es la única forma en que usted puede ser perdonado para no sufrir la destrucción definitiva.
Los cristianos deben celebrar la Pascua compartiendo los símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo, quien es el verdadero Cordero de la Pascua. Tal como los antiguos israelitas, usted no puede salvarse a sí mismo de la esclavitud del pecado, o de la muerte eterna, excepto por medio de la sangre del Cordero de Dios. Sencillamente, no podemos resucitarnos a nosotros mismos.
Volvamos a 1 Corintios, donde Pablo escribe: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26). Una vez al año, en el aniversario de la Pascua que Jesús guardó con sus discípulos, los cristianos deben congregarse para recordar su muerte.
Esto nos lleva de vuelta a la pregunta inicial: ¿quién mató realmente a Jesús?
Aceptación de la responsabilidad
Transportémonos nuevamente a la escena del sitio donde Jesús fue crucificado. El soldado romano que acaba de traspasar con su lanza el costado de Jesús se voltea lentamente hacia usted. Ahora usted tiene la oportunidad de mirar a los ojos al verdugo del Hijo de Dios. Él se da vuelta, se quita su casco, y usted descubre que está contemplando su propio reflejo.
Por supuesto, ese rostro también representa al de otras personas. Pero, a nivel personal, usted debe admitir y reconocer su propia responsabilidad en la muerte de Jesús. Este no es un burdo intento de hacerlo sentir culpable; el cristianismo sería una religión sin sentido a menos que Jesús, el Hijo de Dios, en verdad haya bajado del cielo para vivir como hombre, morir por nuestros pecados y ser resucitado tres días y tres noches más tarde. Para convertirse en cristiano, usted debe aceptar que la muerte de Jesús fue el sustituto por el castigo que usted merecía. Esta es una verdad fundamental de lo que significa ser cristiano. “En cuanto a su muerte, murió al pecado una vez y para siempre” (Romanos 6:10), para que usted pudiera vivir.
Menos de dos meses después de la crucifixión y resurrección de Jesucristo, el apóstol Pedro se dirigió a una gran multitud en Jerusalén. La gente se conmocionó cuando Pedro les hizo ver su responsabilidad en la muerte de Jesús, “. . . a quien vosotros entregasteis, y negasteis delante de Pilato”. También les dijo: “Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo . . . y matasteis al Autor de la vida”(Hechos 3:13-15, énfasis nuestro).
La responsabilidad por la muerte de Jesucristo no es solo cuestión de acusar a los judíos que lo traicionaron, ni a los soldados romanos que lo crucificaron, ni a Pilato que lo condenó, ni al diablo que los incitó, ni a Dios, cuyo plan se estaba llevando a cabo.Como dice Pablo, “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23) y “todos pecaron” (Romanos 3:23). Esto nos incluye a usted y a mí. Jesús murió por nosotros para que pudiéramos tener acceso a Dios nuestro Padre y para ser liberados del pecado y la muerte. Aún si usted fuera la única persona sobre la Tierra, el Cordero de Dios hubiera sido sacrificado como su sustituto.
Nuestra responsabilidad ahora es obedecer y aceptar esas mismas palabras de Pedro: volvernos de nuestros pecados con arrepentimiento y aceptar con gratitud el sacrificio de Jesucristo. Cuando lo hacemos, Dios nos perdona y nos da su Espíritu Santo para ayudarnos a obedecerle (Hechos 2:38). ¡Cuán maravillosa es la misericordia de Dios!
Para los cristianos actuales, la Pascua sigue siendo una ocasión para meditar acerca del asombroso sacrificio de Jesucristo, quien dio su vida por todos nosotros. No se trata solo de una celebración judía; ¡no puede haber un gesto de reconocimiento más sublime hacia Jesús nuestro Redentor que como cristianos nos reunamos durante la misma noche que él y sus discípulos lo hicieron, y que participemos de los símbolos del pan sin levadura y el vino como una conmemoración anual de su cuerpo y sangre, entregados como sacrificio por todos nosotros!